Guillermo Heisinger nació en una familia de clase media de San Isidro. Apenas se recibió de abogado en la Universidad Católica, empezó a dar clases en la cátedra de Rodolfo Barra (luego juez de la Corte Suprema) y a trabajar en su estudio. Dentro del Opus Dei, conoció a Gustavo Beliz, un joven periodista del diario La Razón. Gracias a él, en 1987, llegó a conocer al entonces gobernador Carlos Menem, que lo contrató como asesor en la Casa de La Rioja, en Callao al 200. “Tenía 27 años, Gustavo era más chico, y chapeabeamos con una tarjeta de asesor del gobernador”, recuerda sobre esa época.
Una mañana, la Ciudad de Buenos Aires amaneció empapelada con afiches que anunciaban la candidatura presidencial de Menem. Pensaron que era un chiste. Pero el riojano ganó la interna del PJ y Heisinger tuvo que tomar una decisión sobre su futuro. O seguía su incipiente carrera de abogado o se lanzaba a la política. “¿Vas a seguir a un mono?”, le preguntó Barra. Y eligió al “mono”.
Su primer cargo dentro del gobierno menemista fue en la Cancillería. “Un día me llamó Carlos a la Rosada y en un pasillo me dijo que organice la repatriación de los restos de Rosas”, recuerda. Había que elegir a alguien para presidir la comisión. Heisinger pensó en su amigo Julio Mera Figueroa.
Poco tiempo después, Mera Figueroa terminó siendo ministro del Interior y lo nombró, con apenas 29 años, como secretario de Estado de Coordinación.
Su siguiente cargo fue en el Ministerio de Educación, con Antonio Salonia de ministro. No pasaría mucho tiempo para que volviera a Interior, de la mano de su amigo Gustavo Beliz.
Su última función importante dentro de la gestión pública fue como asesor de la Convención Constituyente, en 1994. A partir de ese momento, se volcó a la abogacía, a la docencia y a los negocios. Nunca abandonó su formación: hoy habla seis idiomas.
En 2003, la candidatura de Carlos Menem fue un intento fallido por volver a la política. Pero ya había pasado el tiempo del riojano.
Heisinger volvió a ser noticia en 2015. El 19 de septiembre de ese año, el entonces juez federal Sergio Torres lo detuvo por el caso conocido como “Narcoarroz”, tras el hallazgo de 40 kilos de cocaína en el puerto de Rosario. El cargamento de arroz iba a Marruecos y a las islas de Guinea Bissau.
Pensó que su paso por la cárcel duraba unas horas, pero fueron 4 años y 3 meses en Ezeiza con prisión preventiva, casi el mismo tiempo que el empresario Lázaro Báez. Su caso tiene pocos antecedentes: después de vivir esa odisea, la Justicia lo acaba de absolver de culpa y cargo.
-¿Cómo fue el día de la detención?
-Un espanto, yo estaba en mi casa, era un sábado, entraron 50 personas de repente. Empezaron a revolver y me detuvieron (…) En ese momento me llevan a Drogas Peligrosas, en Belgrano y Moreno, y el lunes me levaron a Comodoro Py, donde conocí el lugar más horrendo que existe en la Argentina, la Alcaidía de Comodoro Py, lo más parecido a una mazmorra medieval. Imaginate, me sacan de mi departamento de la avenida Alvear y voy a ese lugar. Jamás me imaginé que iba a vivir esa pesadilla, pensé que era un malentendido. A los dos días me llevaron con otras doce personas al módulo 3 de Ezeiza, el más peligroso. Estuve seis meses sin tener contacto con el resto de la población carcelaria. Luego me llevaron a otro módulo con 50 personas, ahí empezó una vida distinta.
Heisinger relata en primera persona el calvario de la cárcel: “He visto matar gente, he visto gente que se ahorcaba, he salvado gente de ahorcarse, me ha pasado de todo, he visto violaciones, he visto de todo…”. Y agrega: “En la cárcel todo es un toma y daca, todo tiene un precio, comerse una banana tiene un precio, tomar una coca cola tiene un precio, no ganan los hábiles, lo que manda es la fuerza”.
El abogado, ex miembro de miembro del Opus Dei, se refugió en el estudio, como tantos otros. Formó una lista y terminó siendo secretario académico de UBA XXII, un Programa de la Universidad de Buenos Aires que dicta carreras de grado en establecimientos del Servicio Penitenciario Federal. “Fue una tabla de salvación”, no duda. Su personalidad hizo el resto.
Durante su estadía en Ezeiza, casi no tuvo contacto con los ex funcionarios kirchneristas que integran el Programa IRIC (Intervención para la Reducción de Índices de Corruptibilidad). Tampoco conoció al empresario Lázaro Báez. Apenas compartió unas charlas con su abogado, Jorge Chueco. “Les prohibieron estudiar a los que estaban en el IRIC, cercando un derecho previsto por la Ley de Ejecución Penal”, lamenta.
Heisinger padeció en carne propia el abuso de la prisión preventiva. “Yo fui excarcelado en diciembre de 2019, pero estuve con preventiva hasta el 8 de julio (el día de la sentencia). Vi personas con cinco años de preventiva … Yo estaba convencido que me iban a condenar después de cuatro años preso. No perdí la fe en la Justicia, pero no creo en esta justicia que se está ejerciendo en el fuero federal, aunque en mi caso tuve suerte”.
El abogado apunta a la relación promiscua entre los servicios de inteligencia, la Justicia federal, y el poder político. “Lo mío fue una causa armada, después me abrieron una causa conexa por lavado, me indagaron recién hace dos años y tengo falta de mérito hace un año”, explica. Sin embargo, en la causa hubo doce condenados. Entre ellos, Williams Triana Peña, supuesto jefe del clan narco.
Heisinger siguió la sentencia por videoconferencia, desde su casa. Fue el último de la lista. Cuando escuchó la palabra “absuelto”, estalló de alegría y terminó sin camisa. Los jueces le tuvieron que llamar la atención por la cámara de su computadora seguía prendida.
En plena pandemia, el festejo se redujo a una cena hogareña junto a su pareja, Jorge, un peluquero colombiano, con quien se casó en febrero de este año. En la entrevista con Infobae, cuenta que ese día tuvo una mezcla de sensaciones: alegría, felicidad, bronca e injusticia.
La felicidad plena la vivió el 19 de diciembre de 2019, cuando dejó la cárcel. “Tenía mucha alegría, creo que nunca tuve tanta alegría en mi vida y mirá que me pasaron cosas en la vida. Me llevaron a Drogas Peligrosas para darme la libertad desde ahí. Eran las 4 de la mañana y seguía ahí, entonces un policía se me acerca y me dice ‘doctor, como usted era funcionario su prontuario está en caja de seguridad y solamente lo puede abrir un oficial superior’. Al final me largaron y me estaban esperando. Cuando volvía a mi casa tuve mucho miedo con el tráfico, no estaba acostumbrado”.
La libertad plena lo sorprendió en plena pandemia, una ironía del destino. Por su edad y una diabetes que lo persigue, solo sale a la calle para pasear a su perro. A la hora de opinar sobre la marcha del actual Gobierno y las medidas adoptadas durante la pandemia, trata de ser cauto: “Opinar desde afuera es muy fácil. Se podrían hacer las cosas mejor, pero se están haciendo bastante bien. El presidente optó por salvar la vida de los argentinos”.
-¿Qué piensa hacer en el futuro?
-No lo sé bien, pero si pude sobrevivir ahí cuatro años, afuera puedo hacer lo que quiero.
Además de las amistades que hizo dentro de la cárcel, Heisinger se llevó un trofeo: los diálogos con el papa Francisco: “Llamaba cada quince días para ver cómo estaban los presos, eso es increíble, es muy emocionante”. En realidad, el Papa llamaba a Eduardo Vázquez, el ex baterista de Callejeros que cumple con una cadena perpetua por el femicidio de su ex pareja Wanda Taddei. La relación con Vázquez y otros miembros de la banda, que acumulaba cartas y varios llamados telefónicos desde Roma, se trasladó a Heisinger y a otros miembros del centro de estudiantes, a los que terminó apoyando públicamente.