“Recuerdo el ruido como de una víbora cascabel”. “Pensé que era el aire acondicionado que había explotado”. “Yo creí que se había caído el ascensor”. “Mi primera impresión fue como que hubiera habido un escape de gas con corriente eléctrica”. “Enseguida supuse que se trataba de un ejercicio”.
Cada sobreviviente de aquel 18 de julio de 1994 vivió los minutos siguientes a las 9.53 de una manera distinta. Ninguno de las voces que aquí recogemos pensó inmediatamente que se trataba de una bomba. Solo después supieron que habían sobrevivido al atentado terrorista más brutal que sucedió en la Argentina.
Hoy, 26 años más tarde, Infobae recupera algunas de sus historias. Muchas de ellas las recopiló AMIA junto al Congreso Judío Latinoamericano en un proyecto que reúne voces de 60 sobrevivientes. Otras historias fueron contadas en un encuentro reciente organizado por la Federación de Comunidades Israelitas Argentinas.
Cada uno de estos relatos, narrados aquí en primera persona, representan el momento exacto en que miles de vidas cambiaron para siempre. Algunas de las 85 víctimas fatales del atentado eran sus familiares. Algunos eran sus amigos. Algunos estaban de paso o incluso nunca antes habían estado en la sede. A todos los une ese recuerdo del estruendo, ese momento en que de repente se encontraron en el piso, entre los vidrios, tratando de hacer oír sus voces desde los escombros.
Alejandro Mirochnik: “Me arrastré por los cables del ascensor”
“A las 9:30 fui a buscar los diarios a la diarería y cuando vuelvo a AMIA con el paquete no vi nada raro. Saludo como siempre, me quería tomar el ascensor central, ya que tenía que ir al quinto piso. Había una ascensorista que justo había ido al baño, y estaba en automático. Como yo sabía usarlo apreté el quinto piso. En el tercero o cuarto piso siento un estallido de piedras y que se corta el ascensor. Hay una explosión, viajo a una gran velocidad. Me agazapo y pongo mi espalda sobre una de las paredes del ascensor, y siento el ruido del caer del ascensor. Piedras y silencio absoluto.
Pasaron minutos u horas, no lo sé. Escuché un helicóptero. Pasó el tiempo, me dolía la pierna, no se veía nada, había una columna que me estaba lastimando la pierna. Durante esas horas pensé de todo. Nunca pensé una bomba, solo creí que se había caído el ascensor.
De repente aparece una luz y veo mi pierna. Alguien me ilumina, yo siento que ahí vi a Dios. Ahí me doy cuenta que mi pierna no estaba incrustada en el hierro, sino que estaba totalmente quebrada y por eso decido, para liberarme, levantarme con los brazos. Por la luz que veía y esa viga, me metí por el agujero y me arrastré por los cables del ascensor. Mientras voy recorriendo, empiezo a ver que está todo roto, solo piedras, escombros. Me trepo por las vigas y salgo del ascensor. Veo paredes con agujeros, y cuando trepo tres metros o tres metros y medio, veo una bota de un bombero y le grito: ‘no se dieron cuenta los de infraestructura de AMIA que se cayó el ascensor’.
El bombero me contestó: ‘todas esas personas que nombrás están muertas, no sabés lo que es esto’. Ahí pensé ‘no se cayó el ascensor, se vino abajo todo el edificio'. Todo cruel y crudo fue.
Hubo cuatro horas donde me hablaron todo el tiempo, me dieron camperas, me pasaron oxígeno y sacaban escombros. Ahí ven la viga y con una sierra la rompen, ven otra y yo les digo que por esa viga podía subir, entonces los bomberos me tiran una soga y me la ato en la cintura. Me dejé llevar y me fueron llevando ellos hasta que me sacaron, me subieron sobre una placa, me pusieron un cuello y ahí vi lo peor de mi vida. Parecía una foto de un atentado del Medio Oriente, sentía que las fotos que uno veía en los diarios las estaba viviendo en carne propia.
Los primeros años me escondí, pero hoy siento la necesidad de contar lo que sucedió en el atentado a la AMIA. Fue un atentado a la humanidad, a la gente, no a la comunidad judía, por eso siempre hay que recordar, hacer memoria”.
Mirta Satz: “Estaba sola, no tenía con quien mirarme para preguntarme qué estaba pasando”
“A las 9.53 yo estaba sola en la oficina. Mis compañeros estaban diseminados en el edificio. Y en el momento en que sucede la explosión, que yo no lo recuerdo como un ruido tremendo (es seguramente un trauma que tengo, porque sí recuerdo el ruido como de una víbora cascabel, y atrás mío tenía una ventana que fue cayendo de esa manera, como cortándose en miles de pedacitos que cayeron arriba mío). Yo estaba sola, no tenía con quien mirarme para preguntarme qué estaba pasando.
Reaccioné muy rápidamente. Me levanté y pude salir para la derecha, para el lugar correcto. Y mientras yo caminaba, todo se venía abajo. Tengo esa sensación y después me lo dijo la persona que era intendente en ese momento: él había gritado cuerpo a tierra en el segundo piso, donde todos estaban divididos por boxes. Pero yo no estaba ahí, estaba separada, y por suerte no escuché cuerpo a tierra porque todos se tiraron abajo de los escritorios y yo no. Si me hubiera tirado me hubiera enterrado junto con todo. Es por eso que yo pude salir corriendo. Y él me dijo que cuando me vio de lejos yo parecía una japonesita que corría en puntas de pie y mientras levantaba un pie se caía todo, y levantaba el otro y se caía… Por supuesto que mi sentimiento interno era de actuar. No sabía qué era, si había explotado la caldera o qué.
Y después de eso me encuentro en un pasillito con la otra gente, con los otros sobrevivientes, en un lugar donde ya no podíamos respirar. Ya veíamos que todo estaba con agujeros, roto. Escuchábamos gritos, llantos, escombros. No entendíamos. No respirábamos.
En la terraza estábamos los que sobrevivimos. Los helicópteros nos sobrevolaban. Y pude ver lo que era la vereda de enfrente. La guerra. Los edificios caídos como castillos de naipes. Los que estaban gritando por los familiares que estaban abajo. Las madres llamando a sus hijos. Los maridos llamando a sus esposas. Todos gritando sin entender, con mucha desesperación. Yo me acuerdo que le gritaba a los helicópteros. Con la adrenalina del escape estaba con una bronca… Y la sensación era que todavía estaba pasando, que todo seguía.
Volví al día siguiente a Ayacucho, donde nos reuníamos, y esperábamos que siguieran apareciendo compañeros. Y después era ir a los velorios. Ir a cada uno de los velorios de mis compañeros, uno tras otro. Es egoista pensar en mis sentimientos al ir a los velorios… pero era algo que no lo podía entender. Yo pensaba en cada uno de ellos. Todo el tiempo pensaba en cada uno de ellos. Y no podía unir la ultima expresión de vida que tenía con que ya no estaba.
Sentía un sentimiento de culpa muy grande. Trabajé un año más para ayudar a la reconstrucción. Fue un periodo difícil, con muchas imágenes. Y después decidí dejar de trabajar para hacer lo que quería hacer realmente en mi vida. Ya había pasado por la muerte y sentí que ahora tenía que vivir pero no de cualquier manera. Tenía que darle una trascendencia a mi vida. Cada día tenía mucho valor, y eso tenía que tener un significado importante”.
Gabriel León Roffe: “Vi cosas que nunca pensé en mi vida que iba a ver”
El 18 de julio del 94 tenía 32 años. Tenía una fábrica en Pasteur 611. El vínculo que tenía con la AMIA era diario, tenía amigos que trabajaban en la AMIA, iba a la AMIA, pasaba diez veces por día porque tenía la oficina pegada. Era un vínculo cotidiano.
Me acuerdo todo. Estaba en la oficina. Había venido una clienta del interior y estaba el promotor de seguros, mis padres, y empleados que tenía. Estaba atendiendo una clienta yo y de repente aparecí arriba de la clienta con todos los vidrios arriba de la cabeza. La clienta me tuvo que aguantar encima pero por lo menos no se cortó, me llevé todos los cortes yo. Sentí que me levantaban del piso y que volaba y no entiendo por qué estaba volando. En un principio pensé que era una pérdida de gas o algo por el estilo.
Cuando miré alrededor mio estaba toda mi oficina caída al medio, las puertas caídas, las ventanas caídas, los vidríos caídos, los mostradores patas para arriba… Y después silencio. Silencio, silencio, silencio. Y cuando veo la catástrofe que hay afuera le pido a los empleados que tenía que bajaran a mis viejos y yo me quedé sacando algunas pertenencias hasta que vino el portero y me dijo que podía haber otra bomba y salí corriendo.
Mi mamá sufrió heridas en la cadera. Mi viejo se cortó las piernas y yo la cabeza. Pero dentro de todo, viendo el desastre que había, eso era nada. Cuando me voy de la oficina y llego abajo, caos total. Vi cosas que nunca pensé en mi vida que iba a ver. Fue un antes y un después… Ver un brazo, un pedazo de cuerpo.... Nunca imaginé que podía llegar a ver eso.
Al día siguiente del atentado compro el diario y empiezo a ver lo de la AMIA y entre la lista de los fallecidos me encuentro a mí. Entonces mi mujer llama a la AMIA para avisar que yo estaba vivo, y me pidieron que fuera para allá para poder comprobarlo. Y cuando llegué hubo festejos. Fueron muchos los que se dieron por muertos y no lo estaban.
Hoy no me arrepiento de haber estado ahí, pero mi vida cambió radicalmente. Yo me la pasaba cagándome de risa y a partir de ahí ya no me reí tanto”.
Adrián Furman: “Solo quería que apareciera mi hermano”
“Llegué a trabajar a las 8 de la mañana, subí al cuarto piso como todos los días para ver a mi hermano Fabián. Estuve 15 minutos con él ese 18 de julio de 1994. A las 9.53 nos sorprendió la explosión. Me acuerdo que fueron dos explosiones, la primera sentí que se tambaleó el edificio, y la segunda cuando se derrumbaba. Yo estaba en el fondo, no se derrumbó ahí, la sensación fue de oscuridad, olor a amoníaco, polvo, vidrios que se caían, pedazos de techos, me metí abajo del escritorio, no podía respirar. Pensé que era el aire acondicionado que había explotado, ya que recién lo habían instalado. No supe qué pasó hasta que salí y vi el frente de Pasteur.
No sabía qué había pasado, solo quería que apareciera mi hermano. Entre el martes 19 de julio y el domingo 24 que apareció (sin vida), no me moví de mi casa, esperando novedades y recibiendo gente, conocidos, familiares. Fueron 5 días de pensar que yo no iba a poder seguir adelante si no aparecía mi hermano, que la vida no tenía sentido sin él, y que no sabía qué hacer.
Dejé de trabajar en AMIA porque creí que no iba a poder soportar trabajar en el mismo lugar donde mataron a mi hermano y a muchos amigos. Es más, a AMIA volví a entrar 10 años después, evitaba pasar por esa cuadra. Es inevitable que todos los días me acuerde de AMIA, de mi hermano, y reviva lo que pasó. El tiempo pasa, las heridas cicatrizan, pero está latente dentro de mí. Las víctimas son los que fallecieron, pero nosotros también, porque hay gente que piensa que después de 26 años deberíamos estar bien, pero la carga es para toda la vida”.
Laura Cohen: “Yo estaba de paso, pero también sobreviví en ese paso”
“Mi mamá falleció el 24 de junio de 1994. Yo vivo en Israel. Vine al entierro y me quedé todo el mes. Y en julio tenía que ir a ver qué se ponía en la lápida de mi mamá. Tenía una nena de medio año que iba conmigo. La tenía en mi cangurito, delante mío. Y así me encontré ese día a esa hora yendo a hacer el trámite. Me senté en el escritorio y enfrente mio había una señora que me mostraba qué se podía poner en la lápida y de repente hubo un pluc, eso es lo que yo escucho, un pluc, la luz se cortó, hubo un poco de polvo, y un señor dice: bajen.
Yo enseguida relacioné porque en Israel vos hacés ese tipo de ejercicios por si hay un atentado. Nos dice que nos pongamos en cuatro patas y salgamos por la salida de emergencia. Estaba muy muy cerca. Salimos al techo del edificio de al lado.
Cuando salimos me senté en el piso y le di de mamar a mi bebé, como un instinto de vida. Y miré para el cielo. Ahí tomé conciencia de que había pasado algo. Todavía nadie tenía conciencia de lo que había pasado. Como yo siempre digo: hubo como un túnel que nos cuidó. Y unos minutos recién después nos dicen que podíamos bajar por la escalera del otro edificio. Bajé lentamente, era una escalera de caracol, y salí y pasó un taxi justo… Y lo tomé. Le dije lléveme a tal dirección y así fue. Y a los veinte minutos de lo que fue esa masacre yo ya estaba en mi casa. Puse a mi beba a dormir y me bañé para sacarme todo eso de encima. Y recién después prendí la televisión. Estuve ahí adentro. Pero el destino, o Dios, me han cuidado para que pudiera estar bien.
Yo siempre he dicho que estaba de paso, pero también sobreviví en ese paso. Hoy puedo decir soy una sobreviviente. Hasta ahora yo no me llamaba así, pero hoy puedo asumirlo y decir que sí”.
Hugo Fryszberg: “Tuve la dura tarea de coordinar los entierros de mis amigos”
“Fue una mañana fría de invierno. La recuerdo bien porque era el corte de la primera semana de invierno. Llegué a AMIA como todos los días, el edificio estaba remodelado, yo estaba en el cuarto piso, tenía que rendir la caja de sepelios, los sobres estaban allí. Bajé las cajas y me fui a mi oficina, hasta que llegó la explosión.
Cuando escucho la explosión, instintivamente lo que hago es cubrirme la cabeza y tirarme abajo del escritorio. ¿Por qué? No lo sé. Después que terminó la primera explosión, unos segundo después, una segunda explosión muy fuerte. Ahí escuché un segundo desmoronamiento, vidrios que se rompían, crujidos de chapa… Estaba todo muy denso, no se veía nítidamente nada. Se empezaron a escuchar gritos. Yo pensé que había explotado el aire acondicionado, que era un equipo gigante.
No tenía en la cabeza un atentado, ni una bomba. Hoy puedo decir que estamos vivos porque nuestras oficinas estaban de contrafrente, del lado de Uriburu y no hubo destrucción. Donde sí la hubo, no sobrevivió nadie.
Fui al subte, me bajé en Canning y me fui a mi casa. No sé si soy yo o la mente, no me acuerdo qué pasó en el trayecto. Fue volver a la vida, ver a mi señora, mis padres e hijos.
Tuve la dura tarea de estar en la cochería y coordinar los servicios y entierros de mis amigos con los que trabajaba en AMIA, y todos los que murieron que no eran de AMIA. Pero hacerlo con mis amigos fue lo peor que me pasó, era como estar yo ahí enterrado”.
Silvio Duniec: “Se puso todo negro”
“Yo tenia frente a la AMIA, en Pasteur 674, una agencia de Prode, Lotería y Quiniela, así que vivía más o menos bien. A las 9.40 más o menos de ese día me acuerdo que crucé a pagar una verdura que había comprado el sábado. Serían 9.50 que vine de Pasteur 733 a mi local, y en la puerta me encontré con el señor Gregorio, que había sido el director del cementerio de la AMIA, y me dijo: vamos a tomar un café. Sí, a dónde… Vamos acá al lado, al 654, que había cambiado de dueño. A las 9.52 más o menos nos sentamos en la tercera mesa: él mirando la vereda y yo de confianza y mal educado con la espalda contra la pared. Pedimos dos cortados. A las 9.53 se produce la explosión.
Mi primera impresión fue como que hubiera habido un escape de gas con corriente eléctrica. Se puso todo negro y al despejarse el polvillo, Gregorio dice ‘ayúdeme'. La mesa se había corrido unos metros. Yo giré para agarrarlo y me djo: no me toque porque estoy quebrado. Se había dado cuenta de que se había quebrado la pierna.
Empecé a caminar hacia la puerta, miré hacia la AMIA y le grité a Gregorio: la AMIA no está más. Alguien dijo algo y le dije: no ve que los mármoles negros no están más… Y ahí empecé a caminar hacia mi local, que habría diez o quince metros. En el piso vi al señor Fernández, que era de la Panaderia La Facultad. Estaba tirado contra el poste, todo con hollín. Respiraba mal. Después me enteré que había fallecido, le había reventado la espalda.
Llegué a mi local, salió Inés, mi ex esposa. Y mi empleado, Juan Carlos Redonda, me alcanzó una toalla. Empezamos a caminar y cuando llegamos a Pasteur y Viamonte había ya como 200 personas. Como en esa época yo tenía pago el Hospital Alemán agarré un taxi y entramos a la guardia. Cuando entré les dije: prepárense porque hubo un atentado y no debe haber menos de 50 muertos”.
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