“Mi cumpleaños es un día horrible”: el relato de la hija de una víctima del atentado a la AMIA que nació un 18 de julio

Luis Kupchik es una de las 85 personas que murieron en 1994 en la mutual judía. Estaba allí realizando los trámites del sepelio de su abuelo cuando la bomba explotó en la puerta de Pasteur 633. Era el décimo aniversario del nacimiento de su hija: la historia de la niña que aún hoy, ya mujer, no lo puede festejar

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Estefanía y Luis, cuando ella
Estefanía y Luis, cuando ella era apenas una bebé. "Nací el 18 de julio de 1984: el día del atentado cumplí diez años", tituló

Estefanía Kupchik dejó de festejar sus cumpleaños. Cada vez que el calendario se acerca a julio, empieza a somatizar: se siente agobiada, angustiada, desanimada. Es un día que prefiere transcurra rápido. Recibe saludos, llamados y felicitaciones que, cordialmente, agradece. Pero nada más: no hay celebraciones, tortas, convenciones de los festejos tradicionales o misceláneas de sus aniversarios felices. Porque antes sí hubo fiestas: festejó diez de sus 35 cumpleaños. El último, el 17 de julio de 1994.

Estefanía, en verdad, había nacido el 18 de julio de 1984. Pero ese año, el ’94, su cumpleaños caía lunes. Ella y su familia vivían en un edificio que tenía un jardín común. A Luis, su papá, se le ocurrió adelantar el festejo del cumpleaños para el mediodía del domingo. Acudieron parientes y amigos con la excusa de un asado y los diez años de Estefanía. Nadie podía prever que ese iba a ser su último cumpleaños feliz.

Esa noche, ella y Natalí, su hermana 18 meses menor, durmieron en la casa de una familia amiga que tenía una hija de su edad. No recuerda bien por qué fueron allí, ni siquiera si al día siguiente asistieron o no a la escuela: comprendió, con el tiempo, que el comienzo de las vacaciones de invierno pudo haber promovido el plan familiar. Su memoria no le ofrece un respaldo confiable: a veces duda si son revelaciones genuinas o escenas que fue adoptando de testimonios ajenos. Pero bien sabe que se quedó en esa casa más días de los normales: “Al segundo día ya estábamos preguntando bastante dónde estaba mi papá”. Permaneció todo el lunes, todo el martes y cree que todo el miércoles.

Mamá Marcela, papá Luis, hermana
Mamá Marcela, papá Luis, hermana Natalí. La familia Kupchik se desmembró el día en que Luis tuvo que ir a la AMIA a realizar los trámites del sepelio de su abuelo

El miércoles 20 de julio de 1994 Marcela, su mamá, las fue a despertar: “Sé que antes había hablado con una psicóloga para preguntarle cómo abordaba el tema. Guardo todavía la imagen de nosotras dos a upa de mi mamá en el living de esa casa mirando las noticias y viendo cómo levantaban los escombros”. Estefanía recién ahí comprendió que su papá había muerto dos días antes, el lunes de su cumpleaños número diez.

“Recuerdo haberme quedado completamente bloqueada. Me estaba pasando algo inentendible, no podía creer que fuera real, no podía entenderlo. Mi hermana es más de llorar, pero yo no, no sé qué me pasaba”, relató en diálogo con Infobae. Se había quedado absorta, obnubilada: las imágenes que veía bien la justificaban. El atentado a la sede de la AMIA, ocurrido a las 9:53 en Pasteur 633 el 18 de julio de 1994, se había llevado a su papá Luis y a otras 84 personas. El ataque estaba fuera del radio de comprensión de una niña de diez años recién cumplidos: “En mi vida había vivido siempre cosas lindas, y ahora me tocaba atravesar esto. No sabía qué pensar”.

Luis Fernando Kupchik tenía 42 años esa fría mañana de julio. Por la madrugada lo había despertado una tragedia: su abuelo Isaac había muerto. Acordó rápidamente con sus primos Fabián y Pablo Schalit dirigirse a la mañana a las oficinas de la AMIA para tramitar el sepelio. Los iba a acompañar Elías Palti, un amigo, y Gustavo Grinblat, otro primo, que cometió la feliz equivocación de olvidarse la billetera y ausentarse a la cita. Según la reconstrucción que pudo hacer Estefanía, su papá había llamado a un amigo suyo, de nombre Felipe, para contarle que estaba yendo a la sede de la mutual judía porque su abuelo había fallecido. En un segundo llamado, le dijo “ya terminamos, estamos por salir”.

"Es una fecha muy dolorosa
"Es una fecha muy dolorosa para mí. Todo el mes estoy particularmente rara, triste, angustiada", reveló Estefanía. Su familia, al principio, intentó anotar que su padre murió otro día para que no coincidieran los días.

Al cuerpo de Luis lo encontraron sepultado siete días después. Al de Fabián, Pablo y Elías también. Entre las pertenencias que le entregaron a la familia había un reloj que, increíblemente, seguía funcionando. También debían seguir Marcela, Estefanía y Natalí. “Los años siguientes fueron muy duros. Fueron muy difíciles para nosotras que éramos chicas y para mi mamá que se había quedado sola. Ella intentó seguir dándonos lo mismo que nos daban los dos juntos. Se esforzó muchísimo. Le habían aconsejado no generar cambios bruscos para que la ausencia de mi papá no nos pegue tan fuerte”.

Se sostuvo en el apoyo de sus familiares y amigos. Su prima, su tía y hermana de su papá, sus abuelos, las contuvieron. Su mamá intentó recomponerse con los años. La pérdida la había afectado: una vez llegó a lamentarse con su psicóloga que se había olvidado de darle la insulina a Luis, que era diabético, el día de su final. "Hasta el día de hoy mi mamá no puede hablar mucho del tema. Yo también tuve muchísimos años de terapia para animarme a contarlo", razonó.

Ahora dice que hablar de su papá le hace bien. “Era lo más importante que tenía en el mundo. Teníamos una relación increíble. Le gustaba contar chistes, era muy divertido. Él se despertaba temprano, se ponía a leer el diario. Yo cuando lo escuchaba también me despertaba y me quedaba a upa de él. Después cuando se despertaba mi hermana, nos íbamos los tres a desayunar afuera en algún lindo lugar”.

Los Kupchik en el jardín
Los Kupchik en el jardín de su casa. A las tres mujeres de la familia les costó madurar la pérdida de Luis: acumulan muchos años de terapia. A Estefanía, ahora, siente que le hace bien hablar de él

Luis era hincha de Boca, deportista, jugaba al fútbol en el club Hacoaj, se había recibido de arquitecto pero se dedicó a la industria textil. Tenía un local de telas sobre la calle Alsina, donde Estefanía recuerda jugar arriba de los rollos. Le gustaba vivir bien: sus amigos lo llamaban en broma “Lord inglés”. A sus hijas le contaron que era muy amiguero, un tipo de buen corazón que le gustaba vertirse bien y viajar: con Marcela se habían ido de luna de miel a Europa.

Estefanía maldice que los años que compartieron subsistan en su memoria de manera tan borrosa. Con su hermana a veces contrastan los recuerdos: una cree algo que pasó y la otra está segura de que no. “En un momento mi mamá pensó que no habíamos ido al velatorio, pero sí habíamos ido. Lo confirmó su psicóloga, a quien mi mamá la llamó para que la ayudara a que nosotras también entráramos. Lo que no estamos seguras es si al entierro o no porque éramos muy chicas. Yo creo que no fuimos”.

El recuerdo de un cumpleaños
El recuerdo de un cumpleaños de Natalí. "Mi papá era lo más importante que tenía en el mundo", dijo Estefanía

Todo el mes se siente raro para ella. Intenta escaparle a la efeméride, pero cada 18 de julio, cuando puede, se acerca a los actos de conmemoración por las víctimas del atentado en honor a su papá. Pero cada vez se le hace más difícil asistir: “Veo a políticos y personas que están ahí solo para figurar y me dan ganas de irme”. También piensa, en algún momento, irse de la Argentina y seguir los pasos que dio su hermana, ahora en Estados Unidos. “Sé que en este país nunca va a llegar la justicia”, asimiló.

Para mí es un día horrible -sostuvo-. La gente me llama y me dice ‘feliz cumpleaños’, y para mí es complicado. Es una mezcla de sensaciones. Hubo un momento en que mi marido me decía que cuando tuviera hijos iba a ser más fácil, pero la verdad que sigue siendo muy difícil”. Estefanía es mamá de Tiago, de tres años, y de Sofía, de once meses. A su hijo mayor ya le mostró fotos de su papá. En él también sobrevive la memoria del hombre que murió aplastado en las oficinas de la AMIA: el segundo nombre de Tiago es Luis.

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