Boicots a perfiles de Instagram. Censura colectiva a cuentas de Twitter. Piedrazos a un móvil de televisión solo por estar ahí. Incluso, en los casos más extremos, deseos de muerte emitidos livianamente a diestra y siniestra.
Todo eso, que pasa cada día y cada día más, es parte es un fenómeno que algunos resumen llamando “cultura de la cancelación”.
Según su definición de Wikipedia "es el fenómeno extendido de retirar el apoyo moral, financiero, digital y social a personas o entidades mediáticas consideradas inaceptables, generalmente como consecuencia de determinados comentarios o acciones, o por transgredir ciertas expectativas". Que en muchos casos genera "una llamada a boicotear a alguien -usualmente una celebridad- que ha compartido una opinión cuestionable o impopular en los medios sociales".
En la Argentina lo vimos muchas veces. La más reciente quizás se pueda rastrear en el inaudito suceso que sucedió alrededor del reality show Bake Off. Una persona descubrió una irregularidad de parte de la ganadora, la escrachó en las redes sociales, y todo el país clamó por justicia. Una justicia menor, doméstica, habida cuenta de que otra justicia en el país no se impone. De pronto, Twitter estalló de personas pidiendo un castigo. Ya vimos muchas veces estas ejecuciones públicas por causas que podrían considerarse al menos más justificadas (aunque una ejecución, aun sea virtual, nunca lo es), ¿pero tanta saña por un reality? Así sucede ahora, Samanta Casais: cancelada.
¿Por qué pasa esto? ¿Qué rédito o qué morbo ofrece? Consultado para esta nota, Gael Policano Rossi, conocido en redes como AstroMostra y autor de Guía Astrológica para vivir en la Tierra, dice: “Un montón de minorías, que saben que nunca van a tener justicia porque es lo que les muestra la experiencia, encuentran en esto una justicia inmediata. Por otro lado, si todos cancelamos a un artista porque nos enteramos que hizo algo terrible como abusar de menores, todos sentimos una gratificación por esa idea de justicia instantánea. Sin embargo, uno de los grandes problemas de esto es la esencialización: pasar del alguien dijo algo que puede ser problemático, a ese alguien es problemático. Por ejemplo, Lali usa rastas o un look que supone una apropiación cultural de un grupo afro… Ahí sucede la esencialización y Lali pasa a ser racista de pronto, aunque no lo sea”.
Esto es tan solo un aspecto de la sociedad actual que, a vistas de quien escribe (y a riesgo de ser cancelado), padece de una profunda incapacidad para apreciar el pensamiento. Está visto que lo que comienza como tensión intelectual, con el tiempo cristaliza en tendencia en redes sociales. El talento de de la cultura de las redes para sacarle profundidad a cuanto tema atraviesa y convertirlo en discurso de fácil reproducción es abrumador. De este modo, vemos cómo críticas fundamentales a la sociedad se convierten velozmente en postulados que dejan afuera todos los pliegues de complejidad que esa misma crítica contenía.
Si en el siglo XX la escuela de Frankfurt habló de la industria cultural y la reproducción mecánica de obras de arte, en el siglo XXI lo que se reproduce no son pinturas sino ideas. Con una gravedad añadida: no solo se pierde el encanto del original, esa diferencia sustancial acaso difícil de apreciar, sino también se pierde su forma. Lo que se reproduce es una representación de las ideas, y como en toda representación, algo queda afuera. Es por eso que el pensamiento ya no “muere en la boca” (como decía en uno de sus artefactos Nicanor Parra), sino que hoy lo hace en las redes.
La consecuencia de esto en muchos casos es la pérdida de la capacidad de discusión. Pero en muchos otros, cuando toma su camino radical, aparece la cultura de la cancelación. Los más jóvenes usan el término “cancelled” (o “cancelado”, directamente) para referirse a una persona cuando se cansaron de ella. Una relación que no prospera, cancelled. Una amiga que tarda demasiado en responder, cancelled. Un amigo que tiene ideas políticas que me molestan, cancelled.
Bien lo retrató Black Mirror en uno de sus episodios, donde en un futuro distópico los humanos somos capaces de bloquearnos entre nosotros pero no en las redes sino en la vida real. Así, ya no vemos ni escuchamos a una persona determinada. Eso, que tan distópico parece, empieza a suceder hoy con la ya mencionada cultura de la cancelación.
Hace poco el término tomó mayor relevancia cuando J.K. Rowling, la autora de Harry Potter, hizo declaraciones transfóbicas, discutiendo el derecho de las mujeres trans a ser consideradas mujeres. Un pensamiento que, pra el autor de esta nota, atrasa enormemente. Pero no quedó ahí: las comunidades trans le expresaron su repudio, ella expresó su repudio a ese repudio, otros expresaron el repudio al repudio de aquel repudio y la cuestión escaló tanto que la última semana Rowling junto a Noam Chomsky y otros intelectuales firmaron una carta en contra de la cancelación y alertaron contra el peligro del pensamiento único.
¿Qué es el pensamiento único? La posible continuación de la cultura cancelatoria: que en el mundo se establezca qué está bien pensar y qué no, y al que se sale de los límites establecidos, cancelled.
El escritor argentino Gonzalo Garcés viene reflexionando sobre esto hace tiempo. Consultado por Infobae, lo hizo una vez más: “La cultura de la cancelación es un virus social que saltó de los claustros universitarios a los medios y a la sociedad en general. El origen se puede trazar en ciertas ideas de Michael Foucault, que pueden resumirse, grosso modo, en que no hay ninguna verdad o realidad objetiva sobre la cual muchas personas pueden ponerse de acuerdo, sino que solo existen diferentes discursos que funcionan como el marco de lo que se puede pensar y, en la práctica, funcionan como dispositivos de dominación”, explica.
Diana Maffia tiene una mirada distinta. “Desde mi punto de vista, el pensamiento único es el que se gestó en la modernidad en Europa por parte de un pequeño conjunto de varones poderosos (donde todas las mujeres por su género y los varones subalternizados por clase, raza, etnia y otras condiciones estaban excluídos). Esos varones institucionalizaron sus intereses en la estructura del Estado, la economía, la ciencia, el derecho y la cultura. La crisis de esa hegemonía en el siglo XX se rompió cuando con el fin del bloque soviético el capitalismo occidental pareció ser el único ‘sentido común'. Las feministas denunciamos la continuidad de la hegemonía patriarcal en todas estas crisis y continuidades”, explica a Infobae.
Por supuesto, en las redes bulle esta misma discusión pero sin parecerse al pensamiento. Allí, pareciera que las cosas simplemente suceden, que no hay un ordenamiento sistémico detrás. Así, de pronto Martín Cirio (la Faraona) es el influencer de moda, todos lo adoran, hasta que en su propio frenesí dice algo que la sociedad repugna (por caso, comparó la insistencia de una periodista pidiéndole una nota ¡a través de su asistente! con el accionar de un violador). Inmediatamente, cancelled. Sus detractores y hasta algunos de sus seguidores lo consideran persona no grata.
Hecha la ley, hecha la trampa: en muchos casos los cancelados hacen videos de disculpas que son en muchos casos más exitosos que los videos que lo llevaron a la fama. Si lloran en esos videos, más éxito aún. Y si esos videos son por ejemplo de un YouTuber, se da una paradoja fenomenal: al estallar en reproducciones, el YouTuber termina ganando plata con el video en el que llora y pide perdón por haber dicho o hecho algo que la sociedad reprochó.
“Lo más interesante del caso Bake Off es que finalmente Samanta no gana el reality show, lo gana Damián, y sin embargo la gente se muere por hacerle notas a Samanta y la quiere en Intrusos. Ella no ganó la plata pero miles de dólares en promoción gratuita”, explica Gael. Y agrega: “Es lo primero que encuentro en general cuando grupos minoritarios cancelan algo: lo terminan promocionando. Terminan dándolo a conocer en lugar de reducirlo. Pensamos por ejemplo en el programa minoritario de Gisela Barreto y la memeficación. La idea de convertirla en la mascota de los pro vida, la idea de provocarla para sacar más risas y que esté cancelada para las personas bien pensantes, de alguna manera le termina dándole la plataforma que ella no habría podido tener”.
Gonzalo Garcés cree, más allá de las anécdotas que puedan surgir, esto es una continuación de la lucha de poderes. “Para Foucault, solo existía el discurso dominante o hegemónico, y el discurso emergente de los oprimidos. Si vos pensás que no hay intersubjetividad ni una realidad que podamos compartir, la consecuencia es obvia: gana el discurso que suene más fuerte, el que pueda silenciar a los demás. Desde ese momento era obvio para los que adoptaron este modo de ver, que hacer política era silenciar a otros. No bastaba con discutir, al contrario, para ellos debatir ya es hacer concesiones al enemigo. La única vía es silenciarlos. Extinguir sus discursos. Es una forma de pensar anticientífica, antidemocrática, y sobre todo una forma de pensar incivilizada. Y esta forma de pensar, por otro lado, cayó en el terreno fértil de las redes sociales donde todo se polariza y donde los términos medios o la búsqueda de consensos es cada vez más difícil, y se potenció. Hoy es la mayor amenaza que tenemos no ya contra la democracia sino contra el hecho mismo de pensar”, explica.
Sin embargo, esa vocación de silenciamiento coincide con un momento histórico del decir. Nunca antes como ahora se pudo decir tanto, de tantas formas y en tantos formatos. Nunca antes como ahora a su vez se hizo tanto por romper el silencio que invisibiliza ciertas realidades. En ese sentido, para Diana Maffía los dichos de Rowling son graves porque funcionan como un modo invisibilización: “Buscar un nombre apropiado para colectivos de la diversidad sexual es parte de una acción política muy relevante: el nombrarse, el reconocerse como grupo y no sólo como individuos marginales al grupo dominante, y sobre todo reconocerse como grupos de acción ciudadana que demandan derechos. Pensemos en el término ‘travesti', que gracias al activismo de Lohana Berkins pasó de ser un insulto a denominar un colectivo que denunciaba el binarismo de las políticas estatales que no tenían respuestas para ellas”, dice.
“Creo que estamos en pleno proceso de probar nuevas categorías con el lenguaje, y que ese proceso es político, por eso a veces se torna violento. Y cuanto más visible es la voz que ignora una identidad, más violento es el reclamo. Pero dentro de los propios movimientos de la diversidad y dentro del propio feminismo (y la conjunción del feminismo trans inclusivo en el que me inscribo) esto es materia de debate y cambios, no es algo cerrado”, agrega.
La filósofa Esther Díaz comparte su rechazo a las palabras de Rowling y no cree que la autora de Harry Potter tenga razón al reprochar los dichos en su contra: “Me parece poco pertinente de parte de las personas que firmaron, sobre todo de Rowling, porque ella de ninguna manera está excluida de la sociedad. Por otro lado, la filosofía nació del disenso, y de peleas orales terribles, y no estoy en contra de eso para nada. No existe una sociedad donde todo el mundo esté de acuerdo. Yo por ejemplo no estoy de acuerdo con sus declaraciones. Independientemente de eso, no me gusta para nada la palabra ‘tolerar’ que se usa en la carta. Tolerar es una palabra que viene de la derecha, ideología que no comparto. De lo que se trata es de incluir, no de tolerar. Si digo tolerar estoy considerando que soy el dueño de la verdad y que te tolero a vos (a vos en genérico). Tolero al otro porque soy generosa, pero la que tiene la verdad soy yo… Una sociedad debe incluir las diferencias, no existe ningún país del mundo, ni ninguna familia, ni ninguna pareja que esté de acuerdo en todo. El disenso es el comienzo de todas las cosas. Rowling tiene derecho a decir lo que quiera, estoy de acuerdo, pero también tienen derecho a decir lo que quieran los demás”, explica Esther.
Otros de los peligros a los que apunta la carta es el de dirigirnos hacia “el pensamiento único”. Tiene relación con la cancelación. Para que algo sea sacado de circulación, debe haber un consenso en que es malo. Hace poco hubo mucho revuelo porque se dijo que HBO iba a retirar de sus plataformas la película “Lo que el viento se llevó” por tener una mirada dañina de las personas esclavizadas (que aparecen en la película como si fueran personas felices de estar esclavizadas). Lo cierto es que HBO solo la retiró para volver a incluirla con un disclaimer advirtiendo sobre los prejuicios étnicos y raciales que reproducen en el film.
Si uno mira la película, ahí sí se ve un pensamiento único (y fantaseoso, por otro lado) en relación a la realidad de los esclavos. Pero al verla, cada uno de sus espectadores complejiza ese pensamiento al contrastarlo con su propio intelecto. De este modo, es la circulación lo que pone en discusión los conceptos, no la cancelación. “La manera de derrotar malas ideas es la exposición, el argumento y la persuasión, no tratar de silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso los errores. Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin consecuencias profesionales funestas”, dice un fragmento de la carta firmada además de Rowling por Margaret Atwood, Noam Chomsky, Salman Rushdie y otros 150 intelectuales de todo el mundo.
“Algunos se sorprenden de ver que en la cultura de la cancelación no hay un partido político, no hay un líder claro ni muchos líderes claros, y esto desconcierta tanto a la derecha como a la izquierda: ¿a quién beneficia esto? ¿con quién podemos discutir esto si no hay caras visibles?”, se pregunta Gonzalo Garcés.
Tiene una mirada interesante sobre qué destino puede desprenderse de esto. “Lo que sucede es que la cultura de la cancelación no tiene una estructura vertical como tenía el fascismo o el stanilismo, donde las directivas bajan de un líder. No tiene tampoco la estructura horizontal que tienen los rumores o el sentido común, o ciertas revueltas populares. No. En cambio tiene una estructura piramidal, porque funciona del mismo que el esquema de Ponzi (o las llamadas estafas piramidales). Los argentinos que perdieron plata con el telar de la abundancia recordarán cómo funciona: yo entro en el negocio y recibo cierto dinero a condición de traer al menos dos inversores más al juego, y que esos dos a su vez traigan otros dos, y así sucesivamente. Mientras se sigue expandiendo el negocio se sostiene, cuando deja de expandirse se derrumba. Eso pasó cada vez. Ahora, cambiemos dinero por poder y tenemos el funcionamiento de la cultura de la cancelación: vos me acusás a mí de misógino o de racista. Yo, para salvarme de la acusación, tengo que acusar al menos a dos o tres o cuatro personas más, y hacerlo en voz más fuerte. Ellos, a su vez, tienen que acusar a otros. Mientras se sigue expandiendo la cultura de la cancelación, cada uno de los que participa goza de una pequeña cuota de poder que le da el hecho de acusar. De esto se sigue que cuando deje de expandirse se va a derrumbar, lo que no sabemos es cuándo”, concluye.
En muchas ocasiones, la cultura de la cancelación repercute en campañas contra artistas o pensadores. No solo contra su persona sino contra su obra, ocasionando no solo un ataque moral sino obviamente económico. Al mismo tiempo, quedó dicho, muchas veces genera lo contrario: una corrida de cancelación puede derivar en un repunte en las ventas de la persona cancelada.
Más allá de eso, ¿está bien vincular automáticamente la obra con el pensamiento del autor en determinada materia? Una librería inglesa comunicó tras el escándalo de sus dichos que iban a retirar a Harry Potter de las estanterías. ¿Tiene algo que ver el joven mago con la posible transfobia de su creadora?
“No, para mí se divide totalmente la obra de la persona”, dice Esther Díaz, que al mismo tiempo repite una vez más su desacuerdo categórico con los dichos de Rowling. “El ejemplo más irritante para algunos pero más pertinente para otros, es el de Heidegger. Él estuvo afiliado al partido Nazi, y desde mi punto de vista eso no le quita un ápice de mérito a su obra. Nadie en la filosofía pensó al ser con la profundidad con la que lo pensó él. Fue tres meses rector de una universidad en la época de Hitler… No estoy de acuerdo, obviamente, pero aun así enseño su filosofía porque es valiosa independientemente de él. Y eso pasa con todos los productos. Supongamos que tenés niños, hay una epidemia de poliomielitis y te enteraras de que el que creó la vacuna contra eso era un pedófilo... ¿Dejarías de darle la vacuna a tu hijo? No. Por eso soy categórica: no hay que mezclar la obra con la persona”, dice.
Alguno puede estar en desacuerdo. ¿Pero puede alguno asegurar que su manera de pensar es la correcta a este respecto? Quienes crean que sí, ahí están las filas del pensamiento único buscando sus soldados. Como autor de esta nota solo puedo decirles una cosa: cancelled para siempre, aunque eso incluya cancelarme a mí mismo.
Game over.
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