-Nun híper pantón agón – termina de decir en griego clásico el hombre flaco y la sala del Sindicato de Obreros y Empleados del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires (SOEME) estalla en aplausos. Corre noviembre de 1966 y hace calor en la ciudad de La Plata.
Pocos de los presentes saben que la traducción de la frase significa “Ahora la lucha es de todo por el todo”, pero sí han entendido lo básico del discurso que ha leído con voz monocorde, por momentos en tono anodino, durante media hora. Se trata de un ensayo de su autoría titulado “Respuesta de un aborigen a Toynbee”. Es un texto que, si bien lee, da la impresión de saber de memoria.
Arnold Toynbee era un historiador inglés que recorría América latina “vendiendo” su teoría de la necesidad de un gran acuerdo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética para salvar a la Humanidad del cataclismo nuclear.
El hombre flaco, que no ha cumplido cincuenta años pero aparenta más, es un filólogo, profesor universitario de Griego y Latín, poeta, ensayista y teólogo llamado Carlos Alberto Disandro.
Es también un hombre políticamente comprometido que ahonda en sus temas dilectos: la Patria como suma de Tierra, Pueblo, Nación y Estado, su defensa como deber y derecho ante el embate combinado de la sinarquía y los poderes imperiales comunistas y capitalistas, la continuidad espiritual con un Occidente helénico, católico preconciliar y respetuoso de la tradición hispánica, y la necesidad imperiosa de combatir por todos los medios al invasor furtivo que intenta conquistar a “la juventud, los institutos de formación de las FFAA y los estamentos intelectuales y religiosos.”
Para Disandro:
-El poder de Estados Unidos constituye un pseudoimperio, cuya trama capitalista pretende una conducción tecnocrática sobre las viejas y derruidas manifestaciones del liberalismo. El poder soviético, a su vez es otro pseudoimperio, cuya trama socialista-comunista se ha erigido sobre los nefastos resultados de guerras inicuas y de planes siniestros – dice en su ensayo.
La Unión Soviética y los Estados Unidos son invasores velados que atentan contra la Nación. Por eso clama, sin perder el tono monocorde:
-Guerra total al invasor, consolidación de la Justicia entitativa de la Nación, instauración de un Estado fundacional, forjado por los argentinos, con la alegre consagración de la tierra argentina.
Los muchachos de Tacuara
Terminada la lectura, algunas personas, casi todos jóvenes con camisas color kaki, se levantan para al hombre flaco y envejecido que -evidentemente poco adicto a las manifestaciones afectivas- agradece con leves inclinaciones de cabeza y algún rápido apretón de manos.
Entre los que se acercan a la mesa está Patricio Fernández Rivero, destacado miembro del grupo nacionalista Tacuara, estudiante de Letras. También está Félix Navazzo, de aspecto inofensivo con sus lentes de aumento de marco metálico pero hombre de acción.
En pocos años, estos dos hombres se transformarán en asesinos al frente de un grupo siniestro de la ultraderecha peronista, la Concentración Nacional Universitaria (CNU), que desempeñará un sangriento papel en el terrorismo de Estado previo al golpe de 1976.
El entusiasmo de estos dos jóvenes, y de no pocos más que han escuchado sus palabras, está acrecentado por un hecho que los emociona: su maestro está preparando las valijas para visitar en Madrid al líder justicialista en el exilio, Juan Domingo Perón. El general –por intermedio de su delegado, el mayor Bernardo Alberte– le ha hecho saber que está dispuesto a escuchar sus ideas.
“El bodeguero”
Carlos Alberto Disandro nació en La Plata el 26 de agosto de 1919, pero cursó sus estudios en el tradicional colegio Monserrat de Córdoba, donde conoció al filósofo Nimio de Anquín, profesor de Lógica y Moral. Destacado representante del integrismo católico cordobés, de Anquín fundó en 1936 la Unión Nacional Fascista para luchar contra el laicismo, el liberalismo y el reformismo universitario. Para él, el nacionalismo “propicia el encaminamiento de la Nación... por el orden y la unidad, religados en autoridad.” Enemigo acérrimo de la democracia liberal, afirma que el Estado argentino no puede revestir forma democrática porque ello implicaría una crisis autodestructora y el abismo de la anarquía o -peor aún- el comunismo.
Con ese bagaje ideológico a cuestas y ya recibido de bachiller, Disandro volvió a La Plata donde se recibió de Profesor en Letras en la UNLP. Después de acceder al doctorado fue nombrado profesor de Lenguas Clásicas, cargo que concursó definitivamente en 1947, para recibir el diploma de manos del coronel Perón. También trabajó en la Secretaría de Trabajo y Previsión y fue un activo colaborador en el proceso de reforma universitaria que culminó con la Ley 13.031 en 1947.
Dejado cesante por la llamada Revolución Libertadora en 1955, Disandro se refugió en la producción intelectual, básicamente en tres planos: el político-filosófico panfletario, el literario y el poético.
Para difundir su ideario, fundó en 1959 el Instituto de Cultura Clásica Cardenal Cisneros en una vieja casona de la calle 115 entre 60 y 61 de La Plata, donde reunía a sus seguidores y dictaba cursos sobre historia, filosofía, religión y política. También creó una revista para difundir sus ideas, La Hostería Volante, donde firmaba sus artículos con el seudónimo “El Bodeguero” y una editorial, “Montonera”, cuyo nombre cambiaría años después para que no se la confundiera con la organización político militar de la izquierda peronista.
Contra la “sinarquía internacional”
Para mediados de los ’60 – época en que visitaría a Perón en Madrid – Disandro y sus seguidores tenían claro que el único camino para salvar a la Argentina de la debacle de un mundo polarizado entre dos bloques y en plena decadencia era el peronismo.
Los enemigos que enfrentaba eran poderosos: no sólo la Unión Soviética y los Estados Unidos, sino también el sionismo y una Iglesia Católica gobernada desde el Vaticano por un infiltrado comunista conocido como Juan XXIII. Para englobar a todos estos enemigos, Disandro los unía en una categoría difusa, la de “agentes de la sinarquía internacional”.
“Sinarquía significa según su contexto etimológico: la convergencia radical de principios de poder que obran en el mundo desde los orígenes de la humanidad. Esta convergencia de los principios de poder contrapuestos es la que nos indica que estamos en un nuevo momento de los procesos del Gobierno mundial, porque esto no ha ocurrido en el nivel de las logias iluministas de los siglos XVII y XVIII, ni en las revoluciones del siglo XIX; ocurre en cambio a nivel del siglo XX, después del proceso de liquidación que significan las guerras mundiales”, escribía por entonces en su ensayo “La conspiración sinárquica y el Estado argentino”.
El peronismo, pensaba Disandro podía ponerle freno a este embate siniestro.
-Esta idea se asentaba en una caracterización que presentaba al peronismo como el movimiento antisinárquico por excelencia en tanto mantenía una postura crítica y alejada de los “imperialismo” confabulados: el soviético y el norteamericano. Esta postura crítica respecto a los imperialismos se asentaba en una política central del peronismo: La tercera posición – explica a Infobae el historiador e investigador de la Universidad Nacional de La Plata Juan Luis Carnagui.
De esos temas quería hablarle a Juan Domingo Perón en su residencia de Puerta de Hierro.
Disandro y Perón
En encuentro entre Disandro y Perón había comenzado a fraguarse en agosto de 1966, cuando el líder justicialista le envió una conceptuosa carta al latinista:
“He estudiado detenidamente su trabajo sobre los últimos acontecimientos en la Argentina, intitulado ‘La estrategia de un poder sinárquico’ y lo encuentro excelente desde todos los puntos de vista en que lo he analizado. Hace ya mucho tiempo yo vengo también propalando hacia todos los rumbos, la existencia de una confabulación de todas las fuerzas internacionales que vienen actuando negativamente para los móviles que perseguimos y que persigue el mundo que pretende liberarse. En efecto, ya publiqué un trabajo que Usted debe conocer sobre la situación argentina en el que me ocupo especialmente del ‘Tercer Mundo’, consecuencia de la ‘Tercera Posición’ anunciada por nosotros hace ya más de veinte años. Su excelente trabajo, profundiza el análisis y penetra profundamente en el problema argentino, sometido a la estrategia de un poder sinárquicos”, le había escrito el general.
Se reunieron dos veces en Madrid, en enero de 1967, lo que le permitió a Disandro desarrollar no sólo sus ideas sino advertir a Perón sobre los peligros de infiltración sinárquica que, a su criterio, corría el Justicialismo. Fue lo suficientemente persuasivo como para lograr que el líder en el exilio le propusiera integrarse a la “Escuela Superior de Formación Política del Movimiento Peronista” y también que encabezara la lucha contra los sectores del movimiento que adherían al Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y concretado por Paulo VI, dos Papas que a juicio de Disandro eran “infiltrados comunistas”.
En una carta que, poco después de reunirse con Disandro, Perón le envió a Alberte queda claro que el general le había encargado una misión al latinista:
“En la carta que le escribo junto con esta al doctor Disandro, le pido que hable con Usted para ponerse de acuerdo en la tarea que debe hacerse para neutralizar tales acciones. Él tiene una misión que hace tiempo le di para esclarecer a los universitarios y profesionales algunas cuestiones peligrosas que la gente suele pasar sobre ellas desaprensivamente, tal como puede suceder en este asunto concreto a que me refiero en este momento: Comisión Populorum Progressio. De cualquier manera Ustedes verán allí: la ayuda del Dr. Disandro puede ser valiosa porque él hace mucho que ya anda detrás de esta alimañas”, le escribe Perón a su delegado personal.
La CNU y el terrorismo de Estado
A su retorno, Disandro no solo se abocó a las tareas encomendadas por Perón sino que organizó, con los jóvenes nacionalistas nucleados en el Instituto Cisneros, una organización a la que bautizó Concentración Nacional Universitaria (CNU), que pronto derivó en un grupo de choque de ultraderecha que, bajo la consigna “Delenda est marxisticas universitas”, se dedicó a perseguir e intimidar a militantes de organizaciones revolucionarias y peronistas situadas a su obvia izquierda, principalmente en las ciudades de La Plata y Mar del Plata.
La CNU saltó sangrientamente a la fama el 3 de diciembre de 1971 -poco después de que Disandro la presentara en un acto acompañado por José Ignacio Rucci- cuando una patota armada atacó a los tiros una asamblea que se estaba realizando en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Mar del Plata y asesinó a uno de sus participantes, la estudiante Silvia Filler, de 19 años.
El 20 de junio de 1973, sus integrantes, comandados por Alejandro Giovenco, Félix Navazzo y Patricio Fernández Rivero, participaron de la masacre de Ezeiza junto con otros grupos de la ultraderecha peronista apoyados logísticamente por el Ministerio de Bienestar Social de José López Rega y la Policía Federal.
En 1974 -después del desplazamiento del gobernador bonaerense Oscar Bidegain- la CNU se puso a las órdenes del nuevo gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el sindicalista de ultraderecha Victorio Calabró, y comenzó a operar en el territorio provincial con protección de la Policía Bonaerense, que la apoyó con personal, armas y liberación de zonas para sus acciones criminales.
Desde entonces y hasta poco después del golpe sus grupos de tareas cometieron atentados, secuestros y asesinatos amparados por el Estado, en algunos casos de manera conjunta con la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A).
A partir de octubre de 1975 también operó bajo las órdenes del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. Paralelamente, sus integrantes se dedicaron a cometer delitos comunes destinados al enriquecimiento y las venganzas personales. Los grupos de tareas de la CNU platense fueron desactivados en abril de 1976 por orden del jefe del Área de Operaciones 113, coronel Roque Carlos Presti, cuando su accionar, muchas veces indisciplinado, dejó de ser útil para el plan sistemático de exterminio puesto en práctica por la dictadura cívico militar.
Para entonces, la CNU había sembrado de cuerpos acribillados las ciudades de La Plata y Mar del Plata con el objetivo de provocar el terror entre la población.
Justicia demorada
Se calcula que la CNU cometió más de cien secuestros y asesinatos entre fines de 1971 y principios de 1976, la mayoría de ellos perpetrados con protección policial.
El latinista y helenista Carlos Disandro nunca fue acusado judicialmente por la autoría ideológica de estos crímenes. Con el retorno de la democracia, en diciembre de 1983, Disandro y Patricio Fernández Rivero volvieron a editar la revista La Hostería Volante, a través de la cual establecieron contactos con diversas publicaciones de ultraderecha de otros países.
Carlos Disandro murió pacíficamente en su casa el 25 de enero de 1994, a los 74 años.
La Justicia argentina demoró décadas en investigar y juzgar los crímenes cometidos por la organización que había creado.
Recién en diciembre de 2016, el Tribunal Federal de Mar del Plata condenó a siete de sus miembros -entre ellos el ex fiscal Gustavo Demarchi– por crímenes de lesa humanidad. Un año después, el TOF N°1 de La Plata, condenó a prisión perpetua al último jefe de la patota de la CNU platense, Carlos Ernesto Castillo, y absolvió a su segundo en la organización, Juan José Pomares, por “el beneficio de la duda”. Esta última sentencia se encuentra en etapa de apelación.
En la ciudad de La Plata conviven dos memorias de Carlos Disandro. Muchos lo recuerdan como aquel anodino profesor flaco, casi un fantasma al que apodaban “El Pélida”, que aburría a los alumnos del Colegio Nacional Rafael Hernández con sus clases de Lengua y Literatura. Otros como el responsable intelectual de una de las organizaciones parapoliciales más sangrientas que participaron del terrorismo de Estado antes del golpe.
Colaboró: Alberto Elizalde Leal
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