A mediados de abril muchos medios nacionales pusieron los ojos en una pequeñísima localidad de la precordillera neuquina. Había más casos de coronavirus en Loncopué que en toda la capital provincial, empezaban a haber muertes, el pueblo estaba en aislamiento estricto y no lograban determinar cómo se había iniciado la cadena de contagios: ¿alguien que había viajado al exterior? ¿un festejo de cumpleaños había propagado el virus? ¿una carneada? Al mismo tiempo y en ese mismo pueblo sobresaltado, estaba pasando otra cosa: dos hermanas que habían atravesado juntas un drama familiar estaban a punto de concretar un sueño.
Tamara y Marité Cides -empleada administrativa una, docente de una escuela del campo la otra- acaban de recibir el alta en Neuquén y regresar a Loncopué, a 350 kilómetros de la capital. Tamara es la hermana mayor, de 32 años, la mujer que casi se muere en el último intento por tener un hijo. Marité es la menor, de 30, la joven que, cansada de ver a su hermana sufrir una pérdida tras otra, le dijo: “Yo puedo gestar a tu hijo”. El llanto que se escucha de fondo es el de Ismael, el bebé que, con aval de la Justicia, se gestó en el útero de su tía y nació el 1 de julio.
“Cuando salí del coma, me dijeron ‘para poder salvarte la vida te tuvimos que sacar el útero’. Ahí dije ‘ya está, ya fue, acá se terminó todo”, cuenta Tamara a Infobae. Fue en 2016 pero antes de lo que creyó que era la escena final había pasado de todo.
Tamara está en pareja con Juan Carlos desde hace 13 años. Los intentos para tener un hijo empezaron hace 12. Perdió el primer embarazo en 2009, durante el inicio de la gestación. Le detectaron hipotiroidismo y tuvo que pasar por una cirugía para corregir una obstrucción en las trompas de falopio.
Dos años después le detectaron una enfermedad llamada Púrpura trombocitopénica: por error, su sistema inmunológico atacaba y destruía sus plaquetas. Fue un año completo de internaciones y transfusiones y, en una de las hemorragias que la arrastró de urgencia al hospital, se dieron cuenta de que había perdido otro embarazo.
Quien habla ahora con Infobae es Marité, su hermana. “Ese mismo año vi en televisión la historia de Florencia de la V, que había tenido a su hijos en el vientre de otra mujer. Yo tenía 21 años, no tenía hijos ni tenía pensado tenerlos en ese momento, y le dije: ‘Eso tenemos que hacer nosotras’”. No se refería a pagar para que otra mujer llevara adelante un embarazo: se refería a que ella misma podía ser la mujer que gestara a su sobrino.
Pero Tamara recién tenía 23 años, la gestación por sustitución parecía un tema reservado para ricos y famosos y prefirió seguir intentando en su cuerpo. En 2013, Tamara volvió a quedar embarazada. Lo distinto, esta vez, fue que Marité también esperaba un hijo. “Somos muy unidas, vivimos los dos embarazos muy juntas, pero las cosas no salieron como pensábamos”, recuerda Marité.
Su hijo, Benjamín, nació bien, sano, a término. Pero la beba de su hermana, Iris, nació a los seis meses de gestación, sobrevivió cinco días en neonatología y murió tras un derrame pulmonar. “Fue uno de los golpes más duros que nos pudo tocar vivir”, contó Tamara.
Marité, que acababa de tener a su propio hijo, insistió: “Les volví a ofrecer gestar un bebé para ellos, yo ahora tenía un hijo sano, sabía que podía”, cuenta. Tamara, sin embargo, todavía conservaba esperanzas de poder llevar adelante un embarazo y volvió a decir que no. Costó años recuperarse emocionalmente y en 2016 volvió a quedar embarazada. Ese fue el embarazo que la dejó 17 días en coma, en la frontera con la muerte.
Cuando iba por el cuarto mes de gestación, detectaron que el cuello uterino de Tamara estaba corto y abierto, lo que significaba un riesgo inminente de tener un parto prematuro. La derivaron a una clínica con urgencia y le hicieron un cerclaje cervical, un procedimiento para suturar y cerrar el cuello del útero. Creyeron que había salido bien y le dieron el alta pero una fiebre incontrolable la empujó de nuevo a la clínica. Ya no había latidos. Tamara tuvo que parir. Lo último que recuerda es un pujo.
Su hermana Marité, en cambio, recuerda el terror que sintió cuando creyó que su hermana se moría. “Estuvo más de dos semanas en coma, tenía una infección en todo el cuerpo, no se la podían parar. Hubo un momento en que ya no había esperanzas”. Además de la sepsis, Tamara tuvo cuatro infartos. Fue ahí que le contaron que, para salvarle la vida, habían tenido que sacarle el útero.
“Fue un año trágico, devastador. Quedé encerrada, mi familia me ayudó a salir adelante”, sigue Tamara. Mientras muchos creían que todas las chances de llevar un embarazo se habían ido con el útero, Marité se aferró a un detalle: a su hermana le habían dejado los ovarios.
Su intención de gestar a ese hijo que su hermana deseaba tanto no había cambiado: podían intentar con el método ROPA (Recepción de Ovocitos de la Pareja), el mismo método que eligen algunas parejas de mujeres. Tamara podía aportar los óvulos, Juan Carlos el esperma, Marité el útero para la gestación. “¿Qué me motivó a volver a ofrecérselo?”, piensa Marité en voz alta. “Verla sufrir tanto”.
Nunca pensó -sostiene- que podía llegar a tener dudas después respecto de la identidad de ese bebé. “Para nada, siempre pensé en gestar a mi sobrino, jamás lo pensé como un hijo mío. De lo único que quería estar segura era de que mi hijo, que está por cumplir 6 años, lo entendiera. Que supiera que mamá iba a cuidar al hijo de la tía, al primito, que no iba a ser su hermano”.
Esta vez Tamara dijo sí. Todos, para estar tranquilos y despejar los miedos, iniciaron un tratamiento psicológico.
—¿Tuviste miedo, Tamara?
—Todos, desde el primer día. Pero nunca pensé que ella podía tener al bebé y después no querer dármelo, para nada. El miedo fue otro: yo la había pasado tan mal en los embarazos que no quería que a mi hermana le pasara nada malo—, contesta.
Como en Argentina la subrogación de vientre no está regulada y para la ley “madre es quien pare”, tuvieron que conseguir autorización judicial para poder hacerlo. La necesitaban para poder anotar al posible bebé como hijo de Tamara y Juan Carlos Troncoso, no de Marité.
El abogado Marcelo Iñiguez se puso la causa al hombro. Mostró que se trataba de un acto altruista, solidario, basado en el amor entre dos hermanas. A fines de 2018 logró que el juez José Ignacio Noacco, a cargo del Juzgado de Familia 1 de Neuquén, autorizara el procedimiento. La obra social, además, tenía que cubrir los costos de los tratamientos de alta complejidad contemplados en la Ley de fertilidad.
Con los óvulos que le sacaron a Tamara lograron dos embriones. A Marité, mientras, le dieron medicación para preparar su útero. Le transfirieron uno en agosto de 2018, pero no funcionó. “Mi miedo -cuenta Marité- era defraudarlos. Yo había insistido, los había convencido de que los podía ayudar y cuando no resultó volvió el vacío, nos caímos”.
Pero todavía quedaba un embrión.
Se lo transfirieron en octubre de 2019 y, esta vez, funcionó. “Se enteró todo el pueblo, la provincia se enteró”, se emociona Tamara. Fue noticia porque, si todo salía bien, iba a ser el primer bebé nacido por subrogación de Neuquén. “No me va a alcanzar la vida para agradecerle a mi hermana lo que hizo”, se despide Tamara.
El miércoles pasado, en plena pandemia, Marité cumplió 38 semanas de gestación y una semana seguida con contracciones. Llegaron antes de lo planificado a la clínica San Lucas. Juan Carlos quedó afuera, al quirófano entraron las dos hermanas. Le hicieron la cesárea a Marité y le dieron el bebé a Tamara, que presenció el nacimiento a su lado. Tamara no había estado embarazada pero había hecho un tratamiento para generar leche. Así que alzó a Ismael, se lo apoyó en el pecho y amamantó a su hijo por primera vez.
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