Cristian Grassi (37) tiene el pelo largo o corto (según le pidan), algo ondulado en un tono rubio oscuro, sus ojos son de color verde, y su altura casi llega al metro noventa. Cada uno de estos rasgos físicos fueron su pasaporte para que fuera elegido como modelo por las grandes firmas internacionales del universo de la moda.
Hace quinces años dejó Rosario y desde entonces no le faltaron oportunidades laborales, las revistas más importantes del mundo peleaban por tenerlo en sus sus tapas y sus producciones: GQ, Esquire, Cosmopolitan, Men‘s Health, Elle, Glamour, Gentleman.
Aunque mucho antes de que su impactante imagen se imprimiera en carteles o publicidades, Cris, solo soñaba con ser jugador de rugby. “Me encantaba el deporte, entrenaba duro y quería poder dedicarme profesionalmente. En paralelo decidí estudiar periodismo deportivo, y así tener una formación completa”, le cuenta a Infobae desde su casa en Los Ángeles, Estados Unidos, donde pasa sus días encerrado por la pandemia.
El destino le tenía preparado otro camino, muy distinto al que él se había imaginado cerca de la ovalada. “Un día acompañé a una novia que tenía que hacerse un book, y el fotógrafo me ofreció sacarme un par de fotos. Acepté, aunque nunca fui con esa intención…”, recuerda.
Esas instantáneas cayeron en manos de otro profesional, Martin Traynord, que sí vio el potencial como modelo en Grassi y le propuso armar un portfolio profesional. “No tenía idea de cómo ponerme frente a cámara, ni sabía nada sobre el medio. Estaba bastante negado por el prejuicio que le tenía a la profesión”.
El yoga es una de las disciplinas que lo ayuda en estos tiempos de incertidumbre, una que descubrió meses antes de atravesar una grave enfermedad. “En 2011 me diagnosticaron cáncer de Timo, tenía una masa de diez centímetros detrás del esternón. Cualquier persona le tiene miedo a las enfermedades, aunque en mi caso ya lo había vivido con mi mamá en el 2000... en cinco meses el cáncer la mató”.
La muerte temprana de su madre, lo llevó a dejar su vida en Rosario, y sumergirse de lleno en el modelaje. Madrid fue el trampolín, y de ahí, no paró: Italia, Turquía, Alemania, China, Francia y todas las grandes capitales.
Diez años después de esa pérdida, le tocó a él. Instalado en ciudad de México luego de varios días de dolor en pecho le encuentran el tumor en el timo. “Se me cayó el mundo, cerré mi vida y volví a Rosario”.
Una vez de vuelta en casa, afrontó el duro tratamiento. “Cuatro largos ciclos de quimioterapia de lunes a viernes durante cinco horas. Te mirás al espejo y no te reconocés, se te cae el pelo, perdés peso, estás pálido... todo lo mismo que le había pasado a mi mamá, aunque los médicos me daban buenas noticias. En ese tiempo lo único que hacía era estar en familia, visitar amigos e ir a respirar aire fresco al río”.
Le siguieron otros cuatro meses de radioterapia. “Fue angustioso, el cáncer destruye el ego, no queda otra que dar lo mejor de uno, y eso es lo que hice.”
El alta médica
Un día, su doctor vino con buenas noticias: “El tumor se achicó, ya no es un riesgo”, le comunicó. “Me sentí solo, sin saber qué rumbo tomar, es una sensación extraña”.
Tuvo que tomarse tres meses para recuperarse, tanto anímica como físicamente. Viajó a Puerto Morelos, y allí se alquiló una cabaña frente al mar: “Sol, mar, yoga y una alimentación a base de plantas'‘, un proceso que duró unos tres meses.
Una vez listo retomó su carrera internacional. Lo convocaron Garnier, Trident, Piz Buin, Land Rover. “Después de los 35 años el modelo recibe propuesta importantes laborales, las más interesantes, así que pienso seguir... hasta que pueda”.
El viaje a la India que le cambió la vida
Previo a su enfermedad, en un viaje laboral de tres días a Goa, Cristian descubrió el mundo holístico. “Decidí quedarme seis meses. En ese tiempo aprendí sobre esta técnica milenaria, me interioricé de la medicina ayurveda y lo puse en práctica. Creo que sané el duelo irresuelto de mi madre. Venía con muchos años de dolor”.
Eso también lo preparo para lo que vino después. Superada la enfermedad, se formó como maestro de yoga, y planea construir un centro de sanación holístico en pos del bienestar. El lugar elegido fue Tulum, en la Riviera Maya. “Es bonito regresar a Rosario, visitar a mi médico y también hablar con otros pacientes. El contacto con otros es fundamental”.
Sin proponérselo, Chris, se convirtió en un ejemplo para muchos.”Durante años oculte esta historia por vergüenza o no creer que sería importante darla a conocer, recién hace un tiempo la comparto porque creo que ahora puede servir para inspirar a otros”.
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