Tras su regreso de Europa, no hubo besos ni abrazos con sus padres, mucho menos tiempo para tomar mates y contarles anécdotas del viaje. Tampoco hubo asado de reencuentro con su grupo de amigos, ni brindis de bienvenida. Luego de aterrizar en el Aeropuerto de Ezeiza, un día antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara al COVID-19 como pandemia, Facundo Ahumada decidió confinarse en la habitación de su casa, ubicada en el barrio de Olivos (Provincia de Buenos Aires).
Durante treinta días, el fotógrafo de 27 años estuvo de recorrida por el viejo continente. Llegó a Madrid el 8 de febrero y volvió el 10 de marzo. “Fui a cubrir el famoso Rally de Suecia y, después, aproveché para vacacionar y reencontrarme con amigos”, apunta Ahumada en una charla con Infobae. “Era la primera vez que viajaba solo. Fui a cumplir el sueño de mi vida: soy fanático de los autos desde que tengo 4 años. Estuve en Noruega, Finlandia, Holanda, Bélgica y España donde, al momento de mi regreso, ya había más de cinco mil casos activos de coronavirus”, agrega el joven nacido en San Fernando del Valle de Catamarca.
Lo primero que hizo Facundo, después de encerrarse en su habitación, fue llamar a su trabajo (además de fotógrafo freelance, es empleado de informática de la Fuerza Aérea Argentina) para avisar que iba a cumplir con la cuarentena que, a esa altura del año, no era obligatoria. Después de cuatro días, recuerda, empezó a levantar temperatura. “Me desperté a las 2 de la madrugada con mucho dolor de cabeza. Me tomé la fiebre y tenía 37.7. Llamé al 148, pero en ese momento, hacía falta tener otros síntomas para ser sospechoso de COVID-19, como por ejemplo, tos y dificultad para respirar, cosa que a mí no me sucedía”, explica Facundo a este medio.
Según el relato de Ahumada, luego de aquel llamado, la fiebre se mantuvo y su incertidumbre, también. Finalmente, el 17 de marzo, decidió ir al Hospital Militar. “Me hicieron un hisopado para gripe común que dio negativo. Ahí me trasladaron al séptimo piso, donde estuve aislado en una habitación. A la mañana siguiente me practicaron un segundo hisopado que mandaron a analizar al Instituto Malbrán. A las 48 horas me confirmaron que era positivo de COVID-19”, cuenta. Hace una pausa y sigue. “En ese momento, lo que más me preocupaba era la salud de mis padres (Raúl y Patricia) de 58 años. Aunque prácticamente no habíamos tenido contacto, tenía miedo de haberlos contagiado”.
A la charla se suma Miguel Buezas, médico de internación de clínica médica del Hospital Militar Central que, desde 2019, realiza una especialización en Hemoterapia e Inmunohematología. “Facundo fue el primer paciente con coronavirus que tuvimos en la Institución”, explica quien siguió la evolución del joven catarmarqueño, hasta que le dieron el alta el 31 de marzo, y quien le mencionó acerca de la posibilidad de donar plasma.
“¿Qué hacés ahí?”, le preguntaron sus amigos cuando Facundo se conectó a la videollamada que tenían pautada. “Tengo COVID-19″, les contestó Facundo. “No lo podían creer”, repasa Ahumada y trae a colación el famoso asado al que lo habían invitado cuando llegó de Europa. “Hubiera generado una ola de contagios”, dice.
La teoría que baraja Ahumada es que se contagió durante el vuelo de regreso a la Argentina. “Salí de Madrid, hice escala en Londres, y después llegué a Buenos Aires. El avión venía lleno de pasajeros, muchos de ellos con resfrío y tos generados por el invierno europeo. No tengo forma de comprobarlo, pero yo deduje que me contagié ahí o en alguno de los aeropuertos”, cuenta a Infobae.
Tras el alta médica Facundo regresó a su casa y prefirió seguir aislado en su habitación. “Me sentía bien, pero con una especie de ‘resaca’ del virus. Tenía una congestión nasal y mucho cansancio”, recuerda acerca de los primeros días de abril. Unas semanas más tarde, en medio de los llamados de seguimiento que le hacía un infectólogo, recibió una propuesta para donar plasma.
Luego de su primera donación, Ahumada fue contactado nuevamente. “Al principio me asusté, pero después entendí que era una gran noticia”, cuenta acerca la novedad que recibió en aquel llamado. Según Facundo, los médicos le detectaron una cantidad de anticuerpos neutralizantes cuatro veces mayor que a otros donantes.
“Ya se envió una muestra a la Universidad de Córdoba para que sea estudiada, a ver si puede servir para generar un tratamiento capaz de ayudar a superar la enfermedad a las personas que no logran generar las defensas suficientes desde su propio sistema”, dice el joven que destina parte de su plasma a la Fundación Infant, una fundación sin fines de lucro encabezada por el doctor Fernando Polack.
Acerca de la condición de “Superdonante” de plasma de ahumada, el médico Miguel Buezas explica que no todos los pacientes con COVID-19 generan anticuerpos medibles para extraer plasma. “Por lo general, de diez, solo tres o cuatro tienen anticuerpos. En el caso de Facundo, la cantidad es abismal. Y no solo eso, también logró mantener los anticuerpos durante mucho tiempo”, sostiene Buezas.
Cada donación de plasma dura casi una hora y media. El proceso, denominado aféresis, permite separar el plasma de la sangre y devuelve glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas al torrente sanguíneo. “Es un tratamiento seguro y nada doloroso, salvo por el pinchazo inicial”, sostiene el joven, que ya lleva realizadas tres donaciones. Es muy lindo saber que puedo salvarle la vida a alguien”, asegura.
El pasado 3 de julio, Facundo celebró su cumpleaños número 27 junto a sus padres. Hubo torta, vela, brindis pero, fundamentalmente, hubo abrazos. “Fue el mejor regalo. Si algo me enseñó todo esto es que hay que vivir la vida al máximo y no quedarse con las ganas de nada”, cierra Facundo.
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