Dice que él y todos sus compañeros de rubro están en una situación crítica, “de desesperación total”. En las últimas horas, antes de que se decretara el regreso a una fase estricta de la cuarentena en la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, Rubén Orlando decidió salir a la calle y exponer la difícil situación que viven peluqueros, estilistas y peinadores de gran parte del país y organizó, junto a su colega Fabio Cuggini, una manifestación simbólica bajo el nombre de “La marcha de las tijeras” –que luego mutó a #Tijeretazo simbólico– para dar a conocer lo que ocurre en un sector especialmente castigado por las restricciones ocasionadas a partir de la pandemia.
Según datos difundidos en mayo por la Cámara Argentina de la Industria de Cosmética y Perfumería (CAPA) y la Unión de Peinadores Argentinos (UPA), los puestos de unos 100 mil trabajadores del sector estaban entonces en peligro, cuando todavía permanecían cerrados unos 78 mil salones de belleza a lo largo de todo el país.
En la actualidad, mientras en algunos distritos comenzaron a regularizar esta actividad, en la Ciudad de Buenos Aires permanecen cerrados desde fines de marzo unos 18 mil locales dedicados al rubro, lo que hace peligrar seriamente el empleo en un sector que ya se encontraba afectado por la informalidad y la precarización.
PERDERLO TODO
Rubén Orlando conoce bien de dificultades, de atravesar momentos críticos y de intentar levantarse. De Perderlo todo, como tituló el libro que escribió para contar su historia. Él mismo, que fue una suerte de coiffeur emblema de las décadas de los ’80 y los ’90, con más de 30 salones y 900 empleados, vio cómo perdía un imperio que supo construir durante años.
Comenzó en la adolescencia, como ayudante de Miguel Romano. Desde entonces no paró hasta tener sus propios locales, donde recibía a las grandes personajes del espectáculo y también a figuras de gran poder. De Carlos Menem, hasta Zulema Yoma y su hija Zulemita, pasando por la esposa del dictador Jorge Rafael Videla, Alicia Hartridge, y algunos miembros de la familia De la Rúa, o Emma la hija del ex presidente Arturo Illia. Todos se atendían en sus locales del barrio de Recoleta o lo llamaban para que el estilista fuera a domicilio.
Hacia fines de los ’90, luego de años de esplendor, las finanzas del estilista se vieron en problemas: según sus cálculos, perdió 6 millones de dólares. Se declaró en bancarrota y se fue del país.
Fue recién en 2010 que decidió volver a la Argentina y rearmarse, de a poco. Entre otras cosas, fundó una escuela de peluquería en la Villa 31, donde además hay un salón al que, antes de la pandemia, regularmente iba a atender y supervisar.
A la vez, con una socia abrió un local en el barrio porteño de Villa Urquiza, que lleva casi cuatro meses cerrado.
“Ahí tenemos como 30 empleados. No sé cómo la vamos a seguir. Se está acumulando mucho de alquileres, luz, servicios, estamos arriba de un millón de pesos de deuda. Es un local de más de 200 metros cuadrados y esto se va acumulando. Me vinieron 60 mil pesos de luz y no la hemos ni siquiera prendido, ya te mandan la factura por inercia”, le cuenta a Infobae por teléfono.
–¿Creés que podés llegar a perderlo todo otra vez?
–Es que ya no sé en qué situación estoy. Y eso es lo que a uno lo desespera. Uno puede ser más grande, puede tener más experiencia a partir de lo que pasó. Soy un tipo fuerte, pero bueno, llega un momento en que uno es de carne y hueso. Entonces tener que volver a pasar por una situación parecida para mí es horrible de solo pensarlo.
–¿Qué te dicen los peluqueros con los que hablás?
–Nuestra actividad nunca pudo abrir y son más de 100 días sin laburar, porque esto es una cientena, no cuarentena. Las chicas de la 31, por ejemplo, me pidieron abrir. Los maridos de ellas trabajan en obras públicas y privadas y están parados hace cuatro meses y pico. Entonces necesitan trabajar. La verdad es que mucha gente de las peluquerías termina trabajando por detrás, porque están desesperados. Van a domicilio o atienden con las cortinas bajas. Pero bueno, el contagio en circunstancias así puede ser peor. Por eso quisimos llevar un protocolo al Gobierno de la Ciudad.
–¿Cómo fue esa reunión?
–Con Fabio Cuggini lo que presentamos al Gobierno de la Ciudad fue un protocolo austero, porque nosotros no podemos esperar que lo hagan tal cual todos. A mí no me gusta el “sálvese quien pueda”, entonces pensamos algo sencillo. Si me piden un protocolo que es para la NASA, como me dijeron ahí en el gobierno de la ciudad cuando estuvimos con (Diego) Santilli, no van a poder todos. Yo cuando escuché eso dije: ‘¿qué estamos haciendo acá?’.
–¿Te decepcionaron los políticos?
– Después de apoyar durante muchos años a (Mauricio) Macri, y lo dije en muchos medios de comunicación, hoy estoy totalmente en desacuerdo con todo lo que hizo y de cómo dejo el país. Por eso mismo ahora creo que el futuro presidente de la Argentina tiene que ser Máximo Kirchner. Es un muchacho al que estoy siguiendo mucho, creció muchísimo políticamente y se acerca muchísimo a su padre su pensamiento político. No así a su madre, con la que nunca comulgué por su manera de hacer política. Yo soy hincha de Boca hasta morir, pero la política no es ser hincha de River o de Boca, la política es ver cuál es la persona o las personas que están en condiciones de manejar un país en momentos muy complejos.
–¿Cómo surgió la idea de la manifestación que armaron esta semana con Cuggini? De alguna manera ustedes dos quedaron como referentes para otros peluqueros.
–Lo que pasa es que no nos sentimos representados por la gente del sindicato de los peluqueros (N. de la R: se refiere a FENTPEA, la Federación Nacional de Trabajadores de Peluquería, Estética y Afines). Y citamos a todos ahí. Nadie salió a decirnos nada, nadie puso la cara. Con Cuggini somos los dos que estamos poniendo la cara por todos los peluqueros del país. Y lo hacemos por la gente joven, que no sabe qué hacer, que está desesperada. Es como dice Cuggini: los del sindicato están sentados ahí desde la época de los militares. No son santos de mi devoción, pero siempre se habla de (Luis) Barrionuevo, de (Hugo) Moyano, y ellos por lo menos hacen algo por su gente. Está bien, seguro que se hicieron millonarios, pero consiguen cosas para su gente. Nosotros, los peluqueros, no tenemos nada.
–¿Creés que hay algún tipo de solución para los problema del sector, en medio de la pandemia?
–Lo que se necesita hoy es que el Estado esté presente. Yo como peluquero, como una persona más grande, puedo decir que vamos a pelear la situación para que nos dejen abrir con un protocolo, que se atienda con turnos, con la distancia correspondiente, con los elementos necesarios para que no haya contagios. Porque nadie quiere contagiarse ni contagiar a otros. Porque la salud está ante todo. Si yo te digo ahora “tenés 10 millones de dólares pero tenés una semana de vida”, ¿qué sensación tenés?. Yo siempre prioricé la salud antes que nada. Porque yo también tuve mis problemas de salud, un preinfarto, en la época en la que trabajaba de día en las peluquerías y a la noche grababa alguna publicidad y no paraba. Un día me agarró un ataque terrible. Pero pensando en los políticos y las autoridades, yo siempre lo digo: con la panza llena es muy fácil dar órdenes. Ahora, cuando tenés la panza vacía, te desesperás.
–¿Pensaste en algún tipo de reconversión para tu negocio puntualmente?
–Mirá, yo soy un emprendedor y ya me puse a hacer jeans con mi propia marca, “Rubén Orlando jeans, un estilo”. Voy a ver cómo sale. Yo nunca me conformo: soy un tipo de lucha, ambicioso y trabajador, ¿me entendés? Hay que reinventarse un poco también.
–¿Por qué jeans?
–Cuando yo acompañaba a (Carlos) Monzón, a pelear a Montecarlo me acuerdo que le decía que allá estaban los mejores jeans, y me los compraba ahí. A mí siempre me gustó la informalidad del jean, así que esto lo tenía de alguna manera en mi cabecita. Pero bueno, mi amor de siempre fue mi oficio, que también tuvo mi madre y mi hermano. Empecé de chico con Andrea (Paparella), que justo murió la semana pasada, y con Miguel Romano.
–¿Qué le decís a un peluquero joven, vos que viviste esa experiencia de tocar fondo, que hoy no está pudiendo trabajar?
–A mí me llama mucha gente. ¿Qué respuesta les puedo dar? Si a mí y a Cuggini no nos dieron respuestas. Encima tampoco nos están diciendo qué vamos a hacer después del 17 de julio. Yo no le quiero mentir a la gente. Así que no puedo transmitirles nada, como dice la canción de Serrat: “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Muchos me preguntan qué me parece, si van a trabajar para hacer algún corte a domicilio. ¿Y qué les voy a decir? Que lo hagan, si no tienen para comer ellos, los hijos, la familia. ¿Qué les digo a los de la villa? ¿Que no atiendan con la cortina cerrada? ¡Les tengo que decir que lo hagan! No les puedo decir “muéranse de hambre”.
–¿No hay salida, entonces?
–Pasa que la pandemia económica va a ser de terror. Porque el virus va a ser un poroto al lado de lo que va a quedar. Y después viene la pandemia psicológica. Porque la cabecita no se mueve por cosas buenas, trabaja con cosas malas, con la angustia.
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