El 1º de julio, a las 13.15, falleció Juan Domingo Perón. Su sucesora constitucional, María Estela Martínez de Perón, lo anunció por cadena oficial a las 14.05 y a las pocas horas la dirigencia política comenzó a desfilar por la capilla ardiente que se había levantado en el living del chalet de la Residencia Presidencial de Olivos. Cuando se abrazó con Balbín ella le dijo: “Doctor, el general me hablaba tanto de usted…”.
El semanario reservado Última Clave, con excelentes fuentes políticas y militares, en su edición Nº 196 del 11 de julio de 1974, relató: “El lunes por la mañana (1º de julio) poco antes de las 8 de la mañana, Perón despertó de buen ánimo, y hasta pidió un té, que tomó junto a su esposa. La cama que ocupaba el enfermo se había roto esa mañana (la cama no se había roto, simplemente lo instalaron en otra parte de la planta alta con una cama ortopédica, según las anotaciones de los médicos eso ocurrió el viernes 28) y ahí, sentado en su viejo sillón, en presencia de su esposa, López Rega, Taiana, Vázquez y Caraballo (que dijo que ya no lo veía a Perón) tuvo un cálido elogio para Ricardo Balbín, algunas dirigidas en tono de consejo a María Estela Martínez”.
Cuando la reunión terminó y los asistentes se retiraron, “Juan Perón pidió que fuese llamado Gustavo Caraballo, el Secretario Legal de la Presidencia. Cuando éste llegó, el enfermo volvió a hablar de Balbín y dio determinadas instrucciones concretas”. Cerca de las 10 de la mañana, dice el semanario, López Rega volvió a la habitación y “escuchó las indicaciones que el general Perón daba al doctor Caraballo e intervino en la conversación. López Rega argumentó en el sentido de que los artículos de la ley de acefalia no permitirían concretar ciertos aspectos de las instrucciones que se estaban dando. Alguien consiguió escuchar palabras aisladas de lo que Perón respondía a su secretario privado: ‘Che, Lopecito, dejame…La ley la hacen los hombres y la pueden cambiar… Caraballo, busque la manera…‘”.
Luego, el relato se pierde en el pandemonium de la crisis cardíaca que terminó con Perón; la falsa escena de López Rega tomándolo de los tobillos y Perón exclamando “esto se acabó” a la enfermera Norma Baylo.
A las 10.20 los médicos observaron “un cuadro de fibrilación ventricular, seguido de paro cardíaco… nos lanzamos todos hacia la cama y comenzamos las maniobras de resucitación”, Perón fue tirado en el piso para facilitar los trabajos, que no dieron resultados.
Carlos Seara, uno de los médicos de cabecera, totalmente agotado y transpirado, se levantó y sentenció: “Me parece que tenemos que terminar aquí, ya no va más, llevamos tres horas”. “Está bien, doctor, está bien -recibió como toda respuesta- fijemos la hora, ¿qué hora es?” y se pusieron de acuerdo en anunciar las 13.15.
A las 14.05, la señora de Perón sentada en el sillón presidencial que tantas veces había usado su marido, teniendo a su lado -en claro mensaje de los poderes del Estado- al senador José Antonio Allende, el diputado Raúl Lastiri y al titular de la Corte Suprema de Justicia y atrás, parados, los miembros de su gabinete, los comandantes de las FFAA y los edecanes, Isabel Martínez de Perón leyó un corto texto por cadena nacional que le había preparado Gustavo Caraballo y dijo: “Con gran dolor debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol de la paz y la no violencia. Asumo constitucionalmente la primera magistratura del país, pidiendo a cada uno de los habitantes la entereza necesaria, dentro del lógico dolor patrio, para que me ayuden a conducir los destinos del país hacia la meta feliz que Perón soñó para todos los argentinos”.
El mismo día, luego de conocerse oficialmente el deceso de Perón, José López Rega dirigió un discurso en cadena nacional, emitido desde el salón “A” de la residencia de Olivos y comenzó diciendo: “Al pueblo argentino: con gran pesar, debo confirmar al pueblo argentino la infausta noticia del paso a la inmortalidad de nuestro líder nacional el general Perón. En mí calidad de servidor de su causa desde hace más de treinta y cinco años, quiero llevar a los hombres, mujeres y niños de la Patria, la esencia del pensamiento del general Perón, manifestada a lo largo de su existencia y en los últimos instantes de su éxito final”. Estaba claro que lo importante no era el contenido de su discurso, plagado de lugares comunes, más extenso que el de la Presidenta. Lo trascendental fue que el orador estaba mandando un mensaje a la clase política. Ahora, también, había llegado su momento en la historia.
Cuando se conoció oficialmente el deceso de Perón el Estado quedó paralizado. La sociedad también. De pronto las radios se silenciaron, dejaron de transmitir por una directiva del general (RE) Diego Perkins, interventor del COMFER y viejo amigo del presidente de la Nación. Los funcionarios de más alto nivel partieron para Olivos, donde se improvisó una capilla ardiente, antes del traslado de sus restos al Congreso de la Nación el martes 2 de julio. En esos instantes en el área de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación, no estaban ni Emilio Abras, su titular, ni el subsecretario Rodríguez Pendas. Sólo comenzaron a salir al aire con sones de música fúnebre cuando Emilio Berra Alemán, el asesor de más alto rango de Abras, habló con el Ministro Benito Llambí y le transmitió la inconveniencia de quedarse en silencio frente al acontecimiento.
La dirigencia política fue a Olivos a saludar a la viuda de Perón. La crónica de Clarín del 2 de julio, con todo lo sucedido el día anterior, se extiende en relatos, declaraciones, solicitadas y noticias provenientes del exterior que ocuparán toda la edición. Según Rodolfo Iribarne, que asistió con la delegación del FREJULI, al ministro José Gelbard se lo veía muy conmovido. También entraron a la capilla ardiente Arturo Frondizi, Alberto Assef, Alberto “Cacho” Fonrouge y el socialista Simón Lázara que tropezó con dos escalones del amplio living y casi se cae sobre el féretro cuan gordo era.
Al día siguiente, llegaron a Olivos los presidentes de Paraguay y Bolivia, generales Alfredo Stroessner y Hugo Banzer Suárez. Luego llegó el uruguayo Juan María Bordaberry. También arribaron numerosas delegaciones extranjeras, mientras en el Congreso de la Nación el pueblo hacía una larga cola para despedir a su líder. Era difícil calcular la multitud que esperaba entrar a la capilla ardiente bajo una fina llovizna. Se instalaron carpas para atender desmayos y repartir comida, asimismo en los alrededores de la Plaza de los Dos Congresos se pusieron baños.
En otro lugar, se disponía la lista de oradores en el último homenaje a Perón antes de darle sepultura. El FREJULI pretendió que hablara Arturo Frondizi, en nombre de los partidos políticos. Sin embargo, Raúl Lastiri y el ministro Llambí inclinaron la balanza a favor del jefe de la UCR. El 4 de julio se realizó la despedida oficial en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación. En la ceremonia usaron de la palabra doce oradores. Benito Llambí, en representación de los ministros; José Antonio Allende, por la Cámara de Senadores; Raúl Lastiri, por la Cámara de Diputados; Miguel Ángel Bercaitz, en representación de la Corte Suprema; Leandro Anaya, por las FFAA; Duillo Brunillo, por el Partido Justicialista; Silvana Rota por la Rama Femenina; Lorenzo Miguel, en nombre de las 62 Organizaciones; Adelino Romero por la CGT; Julio Broner por la CGE; Carlos Saúl Menem en nombre de los gobernadores y Ricardo Balbín en representación de los partidos políticos.
De todos los discursos el más recordado fue el del jefe radical, que no leyó como los anteriores sino que lo improvisó, en algunos momentos con sus pulgares en el filo de los bolsillos: “Este viejo adversario despide a un amigo, y ahora, frente a los compromisos que tienen que contraerse para el futuro, porque quería el futuro, porque vino a morir para el futuro, yo le digo, Señora Presidente de la República: los partidos políticos argentinos estarán a su lado en nombre de su esposo muerto para servir a la permanencia de las instituciones argentinas, que usted simboliza en esta hora”.
Las confesiones de dos jóvenes médicos de Juan Domingo Perón.
El libro Perón, testimonios médicos y vivencias (1973-1974) es esencial para reseñar los últimos momentos de Perón, porque está escrito con una gran honestidad intelectual por los doctores Pedro Ramón Cossio y Carlos A. Seara, miembros del pequeño equipo de médicos que atendieron al ex mandatario hasta su último momento. El libro no es solo una bitácora del desarrollo físico de Juan Domingo Perón, también es una fuente importante y vital de muchos pensamientos del líder justicialista, que a veces se volcaban a los diarios de manera diferente.
El destino quiso que los dos jóvenes médicos cardiólogos vieran a Perón en pijama, tal cual era y tal cual hablaba. Esta desgrabación corresponde a un encuentro conjunto que tuve con los dos médicos:
-¿Vos estuviste con Perón ese día del copamiento de Azul (el 19 de enero de 1974)?
Cossio: A la mañana siguiente justo.
-¿Cómo estaba?
Cossio: Yo le tuve que hacer un electrocardiograma y él estaba silencioso, compenetrado, muy disgustado y lo que más me impresionó es que yo no me animé a hacer ningún comentario inicial. Hablamos lo formal “General tengo que poner los electrodos, General desabróchese un poco la camisa del pijama, General lo tengo que molestar con esto”. Y al terminar el electrocardiograma, que yo retiro los electrodos le pregunto “¿Y General?‘, una pregunta algo general y me dice: “Doctor Cossio, al toro no se lo enfrenta cuando embiste, se lo voltea una vez que ya pasó”. Eso fue todo lo que me dijo, medio sentado en la cama y pasándose las manos, típico como él se pasaba las manos por la cabeza, como diciéndome “estoy esperando la oportunidad para dar la contestación a lo que ha pasado”.
-¿Había muchos militares en Olivos?
Seara: Había mucho militar.
-Yo tengo que decir que estaba rodeado de militares.
Seara: Rodeado de militares, estaba todo el destacamento, los edecanes, comían con nosotros, los tres, era Alfredo Díaz que tenía un padre, era yerno de un general, estaba Corral.
-Por la Armada el edecán era Fernández Sanjurjo y el de Aeronáutica era Medina.
Seara: Medina, sí, pero después había otro tipo, pero no sé si era edecán, no era edecán.
-Era jefe de seguridad de Casa de Gobierno.
Seara: Casado con Marta Argerich, Ramírez…
-En el libro de ustedes hay una suerte de sensación, Carlos, que vos ponés que Perón no estaba del todo informado de lo que realmente ocurría en la Argentina cuando él llegó.
Seara: Tuve esa sensación, además me la dijo: “Me encontré con este quilombo”. Yo creo que estaba medio aislado por protección. Y tengo la impresión de que se divertía con nosotros. ¿Por qué te va a invitar al cine? Yo era una cara nueva, que además sabía para lo que estábamos. Pero no todos los que estaban haciendo guardia eran así. El resto lo veía a Perón desde otro estado. Para mí era algo como… “esto me está pasando a mí ¿cómo es esto que estoy acá?”. Era la pregunta como del destino que yo todavía me sigo haciendo, como en otras cosas de la vida de cómo uno termina ahí, cómo se van encadenando las cosas.
-Bueno, ustedes hablan que en los últimos días a Perón le ponen la cama ortopédica en una suerte de saloncito ¿Es un salón con muchos ventanales, con un gran ventanal a los jardines?
Seara: Es como un living interno de los dormitorios que en la Quinta estaban divididos: en la parte de la planta alta dos lugares, dos dormitorios en cada ala, y atrás de eso había como un living y ahí le pusieron la cama ortopédica a Perón. Le ponen la cama ortopédica después que hizo un edema agudo de pulmón y sintieron que la cama en la cual dormía, una cama francesa, no se podía levantar nunca. Yo creo que cuando lo pasaron ahí ya estaba muy mal. Lo trajeron rápido, había que tenerlo semi sentado… Además el último día era una especie de quilombo en el sentido que la palabra tiene, “lugar donde duermen los esclavos”. Dormíamos al lado de Perón con una puerta de por medio que la cerraban, venía Isabel a la mañana y nos traía en una bandeja café con leche: “¿Quiere un café doctor Seara?”. Dormíamos vestidos. Nos tirábamos en un sillón, porque además yo ya no me fui, me quedé hasta el último día. Fue muy difícil irse de ahí.
-Se esperaba el hecho, se preveía el hecho en poco tiempo, Perón partía, se generaba un enorme signo de interrogación, ustedes dos eran muy jóvenes.
Seara: Y además para mí lo más palpable de todo es que había cierta incredibilidad que Perón se fuera a morir, alguna cosa lo iba a salvar… Estaba deteriorado.
-¿Ustedes estuvieron alguna vez presentes en alguna reunión de Perón con la Juventud Peronista?
Cossio: Yo nunca.
Seara: Yo estuve en una jornada de adoctrinamiento en el Teatro General San Martín. No, y después viene la del Cervantes, la mejor fue la del Cervantes, yo no conocía el teatro Cervantes en el que Perón manejó desde el escenario -en el cual estaba yo- la dialéctica. Yo me decía: “¿Cómo es posible este tipo?”. Y ahí les hizo el chiste famoso que yo nunca me canso de repetir usando a Chou En-lai que dice que ”la juventud es una cosa maravillosa, pero no hay que decírselo nunca”.
-¿Y el 1º de Mayo de 1974? Vos me decías que él había sufrido, esa era tu impresión personal.
Cossio: A partir del 1º de Mayo empieza a tener dolores de vuelta, eso es clarito en la historia médica de él. Empiezan los dolores que van creciendo. Es decir, tenía angina de pecho, las arterias estaban enfermas y empieza a desarrollar cada vez más angina de pecho.
-¿Cómo se registra una angina de pecho en un ser humano?
Cossio: Dolor en el pecho con opresión y con sofocación... plancha en el pecho. Empieza a percibirlas de noche, lo empiezan a despertar de noche, esto es ya es más serio porque es espontáneo no provocado y tenía que sentarse en la cama y usar mucha glicerina, triglitrón, cada vez era más cantidad, más cantidad, más cantidad, y los dolores más largos.
-¿Cuál de los personajes que estaban alrededor de Perón a ustedes le llamaron más la atención, por su inteligencia, por su entereza? Porque sus opiniones podían no coincidir con las de Perón porque ahí todo el mundo se rendía frente a él ¿Les queda a ustedes alguna personalidad?
Seara: A mí me queda el Coronel Carlos Corral, jefe de la Casa Militar.
Cossio: Te iba a decir el mismo. Hace poco que se encerró en un silencio total (ya falleció).
Seara: Para mí Corral era como que se mantenía equidistante, que tuvo que manejar la crisis en Olivos, manejó todo esos tres, cuatro días que estaban Isabelita y López Rega en Madrid y en Roma.
Cossio: Y manejó también un poco después de muerto… Porque la formolización de Perón se produce un poco por la instancia del Coronel Corral. Él -Seara- cuenta como Alberto Tamashiro lo hiperformolizó a Perón para poder ser velado muchas horas.
Seara: Si y para que lo pueda ver un día más el resto de la gente, había 500.000 personas afuera. El Coronel Corral le dijo a Tamashiro: “Doctor haga algo, porque aquí me van a matar, nos van a matar a todos... Yo cierro ahora”.
-¿Tamashiro es argentino?
Cossio: Tamashiro es argentino.
Seara: Al día siguiente Tamashiro, en un operativo, fue al Hospital Italiano y se trajo formol, se trajo una pera de Richardson. Le puso presión y le re canalizó la arteria radial, que nosotros le habíamos canalizado para la maniobra de reanimación, y ahí lo empezó a inyectar con un conscripto de Granaderos. Lo sacó a Perón del salón de donde lo estaban velando y le empezó a echar formol a presión. Primero le echó dos litros y luego echó tres litros hasta que se empezó a hinchar el brazo. “Ya con esto basta, es lo único que puedo hacer”, dijo. Entonces ahí paró un poco la descomposición y se pudo prolongar el velorio un día más. ¿Pero, qué pasa? Si hubiera sido yo ó él, un tipo occidental, común… pero Tamashiro ya despierta esta mística oriental. Al día siguiente salió en el diario que con una técnica oriental milenaria... pero no termina ahí, bueno, qué sé yo... nosotros nos reímos: “ésta era una chantada”, digo yo, esto es lo típico de la Argentina. Pero a los quince días se aparecen de radio y televisión Tokio en la casa de Tamashiro, porque su papá es japonés, para que le haga una descripción de cómo era la técnica oriental de Japón… ¡No se podía creer!
-En los últimos momentos de vida de Perón está también la actitud de Taiana, diciendo que intentaba reanimarlo ¿no?
Seara: Ésa es una de las cosas más indignantes. Porque aprovecharse del poder que tenía Taiana, del poder y su cargo ministerial y la larga relación con el peronismo, para hacer la mentira burda... casi un delirio psicótico lo que escribe Taiana de la muerte de Perón. Ahí estábamos arremangados, los otros estaban cagados hasta las patas contra la pared mirando lo que les parecía que era increíble.
-Porque Taiana es el que cuenta la escena de López Rega que le gritaba “No te vayas Faraón” a Perón, que lo agarraba de los tobillos.
Seara: Yo estuve ahí cinco días seguidos. ¿Por qué la escena del Faraón? (risas) No se animaban. Lo vestí yo con el uniforme de General con el tipo de la cochería, fui yo a decirle a Isabel “Señora, qué uniforme quiere”. Fuimos hasta el guardarropa y le pusimos el uniforme. Taiana ni se acercó ¡se escapaba! Porque veía que la gente escapaba, medio qué iba a pensar… a ver qué carajo vamos a hacer ahora.
Cossio: Esto te lo puedo decir muy claro, desde junio del 73 al 1º de julio del 74, Jorge Taiana lo único que hizo fue firmar las actas que escribió papá en casa; todas esas actas fueron redactadas por papá.
Seara: El día que hace el edema agudo de pulmón estaba yo con Taiana conversando…
-Viernes 28 de junio de 1973.
Seara: Exactamente. Ese día estaba con Taiana y le digo: “Doctor, mire, está taquicárdico”. Me parece que se viene, se viene y yo preparé todo. Y Taiana: “¿Le parece Doctor? Doctor, lo voy a canalizar”. Le digo: “Si es así, lo voy a canalizar de día, aunque no le guste que lo agreda”. Entonces efectivamente ocurrió: Taiana huyó despavorido.
-¿Cómo fue pasar a la realidad, Carlos? Tras la muerte de Perón ya no ir todos los días a Olivos.
Seara: El único que pasó a la realidad así fui yo. A mí me generó cierta tranquilidad porque no te puedo negar que era tensionante, yo me bajé del cortejo fúnebre. Yo vivía en Billinghurst y Juncal, cuando venía el cortejo fúnebre con Perón, paso lento por Libertador, cuando vi llegar a Billinghurst dije “no puedo más”. Se lo dije al tipo que manejaba el auto, que veníamos en el tercer auto detrás de Perón, abrí la puerta y me bajé con el auto andando y me fui caminando a mi casa. Para mí eso terminó. Más tarde me fui a ver a Isabel, le conté cuál era mi situación, por supuesto yo no quería hacer más guardia, porque todos se quedaron haciendo guardia con ella.
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