Desde hace más de una semana, la vida en Río Grande, en Tierra del Fuego, cambió. La ciudad fueguina fue sacudida por una ola de frío polar extrema que parece no tener fin y generó postales inimaginables en este comienzo del invierno.
El día a día para sus habitantes dejó de ser lo que era. A la atípica situación dada por el contexto de la pandemia del coronavirus, se le sumó el frío que transformó todo lo que tocó en hielo.
“La ciudad funciona en cámara lenta. Todo es más lento. Caminamos todos como pingüinos. Las calles son peligrosas ahora, mucha gente se patina y cae. El número que más se juega en Río Grande es el 55, la caída”, dice con humor Fernando Tropea, que vive en esa ciudad desde hace 24 años.
“Estas heladas no las veía desde los primeros tiempos en que me había venido a vivir acá. Sí teníamos nevadas, pero duraban un día. Ahora estamos hace una semana congelados”, relata Tropea, que es periodista en Radio Nacional de esa ciudad.
El 23 de junio nevó todo el día y durante la madrugada del sábado 27 la temperatura batió un récord cuando el reloj marcó las 00 horas: fue de -13,8 °C y la sensación térmica fue inferior a los -20 ºC.
La ciudad atraviesa temperaturas bajo cero extremas que marcan una tendencia histórica, debido a que la última vez que hubo registros tan bajos fue en 1996.
Para tener una noción del fenómeno que experimentan sus habitantes, se puede reparar en que ese mismo día, en la Base Marambio de la Antártida, el Servicio Meteorológico Nacional reportó una temperatura real de -0,4° y una sensación térmica de -5,8°.
Las imágenes del hielo que avanzan sobre la ciudad son impactantes. Autos, veredas, calles, desagües, cañerías y hasta el Océano Atlántico se ve congelado sobre las costas de la ciudad. Se transformo en una inmensa pileta de hielo.
Según explicó Tropea, la vida en la ciudad se transformó. Lo más complicado de vivir con temperaturas bajo cero es que aparecen problemas en los usos cotidianos. Por ejemplo, las canillas dentro de las casas.
“A veces hay que mantenerlas abiertas para que no se te congelen. Hay que dejar que el agua fluya. Y eso genera un mayor consumo. El problema allí aparece en los asentamientos más vulnerables, que en las condiciones en que se produjeron las instalaciones no fueron de las mejores, entonces dejan las canillas abiertas para que no se les congele y quedarse sin agua, lo que se transformó en un problema para el municipio porque tiene que cortar el servicio para que las bombas vuelvan a cargar porque se agota el agua”, dice.
Lo mismo ocurre con las garrafas de gas. “La gente necesita más calefacción por ende usa más garrafas y el municipio no da abasto con la cantidad”, agrega.
Por otro lado, está la vestimenta que también cambió. Los habitantes de Río Grande utilizan unas zapatillas como para hacer trekking. Estos zapatos particulares tiene en la suela unos pinches para agarrarse al terreno debido a que las calles se forman lagunas de hielo y se torna difícil andar sin caerse sino.
“Todo lo que sea térmico se utiliza. El frío te entra por cada poro. Es complicado”, dice Tropea.
Además, a raíz de la helada extrema, en las calles se crearon unas especies de piletones de hielo. Entonces el problema aparece en los desagües, que se congelan. Por eso, por las mañana, personal de la municipalidad recorre las calles para romper esos bloques de hielo para que el agua pueda fluir, no se tape y genere un problema mayor.
De este modo, también existen los conocidos “camiones saleros”. Estos se utilizan para arrojar sal o urea, que son pelotas pequeñas de telgopor que perforan el hielo. Al esparcir esos productos por las calles, lo que produce es un descongelamiento y mantiene las calles mojadas pero no heladas, para que los vehículos puedan andar, porque sino el transito estaría parado.
“La vida cambió. Los días son más cortos y el frío cala hondo, pero nos gusta, por eso vivimos acá”, concluye Tropea.
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