El cartel de “cerrado” que exhibe su local en el barrio porteño de Núñez, situado en la esquina de las calles Manuela Pedraza y 11 de Septiembre, permanece inamovible desde hace más de tres meses. Bajó las persianas el 19 de marzo y nunca más pudo volver a trabajar. “Las escuelas de manejo estamos al pie del respirador, pero sin poder usarlo, y con amenaza de extinción. Siento que estoy en terapia intensiva”, admitió Vilma Azcurra (72), la primera mujer en fundar una autoescuela en la Ciudad de Buenos Aires.
A diferencia de otros rubros no esenciales, que fueron habilitados a principios de junio, Vilma sigue en “punto muerto”. Pero lo que más la indigna es que el gobierno porteño no la habilite a dictar sus cursos teóricos on line, como sí lo hacen otros institutos educativos. “Nosotros enseñamos educación vial, somos una escuela. Propuse ante la Dirección de Tránsito porteña mudar el aula al Zoom pero todavía no obtuve respuesta. Eso hubiese sido una buena ayuda para cubrir aunque sea los gastos y proyectar a futuro”, le indicó a Infobae.
“Desde el gobierno porteño nos dijeron que no se podía porque se necesita un DNU. Les expliqué que somos un establecimiento educativo. ¿Si las escuelas primarias y secundarias enseñan on line por qué nosotros no podemos haberlo? Podemos brindar contenido de manera virtual sin problema, pero no hubo caso. Ya pasaron tres meses y seguimos en punto muerto”, explicó.
El fondo de contingencia que tenía ahorrado desapareció una vez pasado el primer mes de la cuarentena y ahora se la pasa haciendo cuentas para subsistir y cumplir con sus obligaciones. Debe costear un alquiler mensual de 22.500 pesos, pagar las expensas y los servicios, abonar el sueldo de sus tres empleados, enfrentar los costos que le genera su flota de autos y buscar la forma de generar algún ingreso.
“Hubo gente muy solidaria que entendió el momento que nos tocaba atravesar y compró cursos anticipados. Pero eso solo fue el primer mes, pensando que todo esto no iba a durar demasiado”, recordó Vilma, aunque admitió que ella tuvo un presentimiento desde el inicio de que el aislamiento se extendería hasta septiembre. “Y no me equivoqué”, aseveró.
En paralelo de los cursos prácticos y teóricos para aprender a manejar, Vilma supo encontrarle una veta novedosa a su emprendimiento con el dictado de un taller llamado “Manejar sin miedo”, que está destinado principalmente a mujeres que se ven paralizadas frente al tráfico y que no pueden sortear los problemas que se presentan al ponerse al volante. Sin embargo, esto tampoco resulta suficiente en época de pandemia para levantar el negocio y en los últimos 100 días sólo vendió dos cursos.
“Trato de buscarle la vuelta y estoy todo el tiempo pensando estrategias para implementar y que mi academia siga teniendo vigencia, pero sin ayuda del Estado se torna inviable” admitió esta mujer, quien desde las redes sociales de su autoescuela organiza sorteos de paquetes de manejo, trivias de educación vial, repasos del manual del conductor y de la ley de tránsito y promociona cursos con el 20% para comprar ahora y hacerlos después de la cuarentena. “Llegué a vender tres en el primer mes y nunca más nadie volvió a comprar. Eso apenas me sirvió para pagarle el sueldo a mi secretaria”, se lamentó.
A pesar de los mecanismo de ayuda económica que implementó el gobierno nacional, Vilma no logró acceder a ninguno de ellos. Aplicó al Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP), para que el Estado la ayudara a pagar el 50% de los salarios de sus empleados, pero no se lo otorgaron. Tampoco pudo acceder a los créditos para PyMEs al 24% anual por “ser jubilada” y mucho menos a los préstamos tasa cero para monotributistas y autónomos.
“Tuve que endeudarme con mi banco y tomar un crédito leonino que me cobra una tasa del 100,8% anual a 30 meses. Pedí prestado el valor de uno de mis autos. Si la situación empeora, tendré que ejecutarlo para cancelar la deuda. Mi contador me aconsejó que no lo hiciera. Me decía ‘si estás en el fondo del pozo no sigas cavando’. Pero con mis 72 años ya pasé por muchas crisis y si hay algo que tengo es capacidad de resiliencia”, afirmó con convicción.
Su capacidad de adaptarse de manera positiva a situaciones adversas la llevó, 40 años atrás, a ingeniárselas por su cuenta para sacar el registro en una época donde el manejo de los vehículos estaba reservado para los hombres. “Mi papá no quería saber nada con prestarme el auto pero yo lo logré igual. Tenía 30 años y con mis ahorros me compré un Fiat 600 y me pagué un curso en el Automóvil Club Argentina (ACA). Pero no fue nada sencillo ya que en las primeras salidas experimenté el miedo que se siente estar al volante y sentía paranoia. Eso me llevó a tomar un curso en la Dirección de Tránsito que me aportó todas las estrategias que necesitaba para superar ese obstáculo y 10 años después me inspiré lo que me pasó para montar mi negocio y transmitírselo a otras mujeres”, recordó Vilma, quien está al frente de su autoescuela desde 2008.
Pero sus primeros pasos lo hizo de “manera ilegal” -como ella misma admitió- enseñándole a amigas, vecinas y conocidas. Todas sus clientas eran mujeres. “La sororidad no es algo de ahora. Aunque se puso de moda en este último tiempo yo fomentaba el feminismo tres décadas atrás”, remarcó con orgullo esta militante del Ni Una Menos, quien asiste a las marchas junto a su nieta de 15 años, que va al Colegio Carlos Pellegrini y la describe como “una pañuelo verde”.
Si bien su academia de manejo no hace discriminación de género, el 80% de los inscriptos pertenecen al sexo femenino. “Es mi sustento pero es algo que me da mucha satisfacción. Fui la primera mujer que puso en marcha una autoescuela en la Ciudad de Buenos Aires y logré cautivar a ese público que iban por su segundo o tercer intento por un mal aprendizaje . El perfil de mi público son mujeres de entre 25 a 45 años, a las cuales la calle las apremia e intimida”, detalló. Y como su apuesta a corto plazo es captar a un público más adolescente, decidió sumar a su nieto como instructor de manejo.
Vilma forma parte de la Asociación Academia de Conductores de la Ciudad y desde allí impulsa la aprobación de un protocolo sanitario para poder salvar la actividad. “Lo vamos a presentar el lunes en la Dirección de Tránsito para que ver si nos permiten volver a trabajar. Para los taxistas es más fácil porque la separación va por detrás del asiento pero nosotros deberíamos dividir el auto a la mitad”, dijo en alusión a que los choferes de taxis manejan dentro de una especie de cabina sellada con un plástico que va de techo a piso y de pared a pared, para no tener contacto con los pasajeros que viajan en la parte trasera.
“No soy anti cuarentena. Entiendo que el gobierno no quiere que la gente circule por la calle pero me gustaría que se pongan en nuestro lugar y aunque sea nos permitan trabajar on line, como muchos lo hacen, ya que así no ponemos en riesgo la salud de nadie”, reflexionó esperanzada en encontrar una salida a su asifxiante situación económica.
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