Cuando Corea del Norte cruzó el paralelo 38 que la separaba de Corea del Sur, el 25 de junio de 1950, el régimen comunista de Kim Il Sung provocó un serio desafío al orden de posguerra. Por la diferencia horaria, las noticias se conocieron en el hemisferio occidental en las últimas horas del día 24, hace exactamente siete décadas.
Se trataba del primer conflicto a gran escala de la Guerra Fría. Los Estados Unidos respondieron velozmente respaldando a sus aliados de Seúl. La Unión Soviética y China Popular apoyaron a Pyongyang. Arthur Schlessinger explicó en su obra The Imperial Presidency (1973) que el presidente Harry Truman y su secretario de Estado Dean Acheson “vieron esto como un desafío, posiblemente crucial, a la totalidad de la estructura de posguerra”.
La administración Truman fue sorprendida por los hechos: el Presidente no se encontraba en Washington al momento del ataque, sino en su residencia de Independence (Missouri). Al parecer, el dictador norcoreano actuó respondiendo a una decisión personal y no actuando por indicaciones del jerarca soviético Josef Stalin y del líder chino Mao Tse Tung. En su impulso acaso intervinieron una combinación de audacia y temeridad. Para entender las razones que movieron a Kim resulta fundamental revisar el anuncio realizado por el secretario de Estado Acheson durante su presentación ante el National Press Club, el 12 de enero de aquel año. Fue allí cuando el jefe de la diplomacia norteamericana definió el alcance del llamado “perímetro de defensa” de los Estados Unidos en el Lejano Oriente, que implicaba en los hechos una garantía de seguridad para el Japón y las Filipinas pero no para la península coreana, circunstancia que fue entendida por Pyongyang como una “invitación” a invadir Corea del Sur.
En la Argentina, el gobierno del general Juan Perón se apresuró en hacer saber al embajador norteamericano Stanton Griffis que respaldaría a Washington en el terreno diplomático y que, en caso de desatarse una confrontación armada entre el bloque comunista y Occidente, la Argentina estaría del lado de los Estados Unidos. El canciller Hipólito “Tuco” Paz (1949-1951) instruyó al embajador ante la Casa Blanca, Jerónimo Remorino, que comunicara de inmediato que el gobierno argentino apoyaría a los americanos. Félix Luna sostiene en su obra Perón y su tiempo (1984) que “el 25 de junio de 1950 debe haber sido uno de los días más felices de aquellos que Perón vivió como presidente”. El líder creyó se cumplían sus predicciones: el conflicto de Corea pareció presagiar el inicio de una Tercera Guerra Mundial. La Argentina había sido favorecida como pocos otros países en la inmediata posguerra entre 1945 y 1948.
El apuro de Perón en mostrarse del lado de los Estados Unidos tenía una explicación: seguía la propia rapidez de la Casa Blanca frente a la crisis. Acheson adelantó que los Estados Unidos no permitirían “una Formosa (Taiwán) comunista”. La velocidad con la que se movió la administración Truman “sorprendió a propios y extraños”, como explicó John Lewis Gaddis en su obra The Long Peace: Inquiries into the History of the Cold War (1987). Los Estados Unidos no podían permitir que la península coreana quedara enteramente dominada por el comunismo. Apenas unos meses antes, la Guerra Civil en China había concluido con el triunfo comunista de Mao. Eran los días en que en Washington todos se preguntaban: “Who lost China?”.
El día 26 el Consejo de Seguridad votó una Resolución instando a Corea del Norte a retirar sus tropas y volver al estado de cosas anterior a la invasión. La decisión fue adoptada por unaminidad. Solo se abstuvo Yugoslavia, gobernada por entonces por el mariscal Tito.
Rápido de reflejos, Perón advirtió de inmediato que el conflicto ofrecía una oportunidad a bajo costo para mostrarse como fiel aliado de los Estados Unidos. Razones de política interna movían al presidente argentino. Los tiempos de bonanza se habían agotado. Los años de expansión económica del Primer Plan Quinquenal habían quedado atrás y Perón había tenido que cambiar el equipo económico en 1949 cuando el “zar” de la economía peronista Miguel Miranda debió abandonar el gabinete. Una horrible sequía había arruinado la cosecha de aquel año y la declinación del Imperio Británico durante la posguerra había obligado a Londres a decretar la inconvertibilidad de la libra esterlina en 1947 provocando un serio deterioro en la ecuación financiera de la Argentina, cuyo comercio exterior persistía atado a la suerte de los ingleses. Perón era perfectamente consciente del hecho que el centro económico del mundo había girado definitivamente de Londres a Nueva York. Enviar tropas argentinas a Corea era la oportunidad de ofrecer una prueba de amistad a los Estados Unidos, con cuyo gobierno negociaba un paquete de asistencia financiera que se materializaría en un empréstito por 125 millones de dólares del Eximbank (equivalente a unos 1400 millones de hoy).
Fue entonces cuando una reacción contraria surgió en la Argentina. La posibilidad de que el país se comprometiera en un lejano conflicto estimuló los sentimientos aislacionistas de los argentinos. El diputado Arturo Frondizi despertó un gran aplauso cuando, durante un mitín radical, exigió que “nuestros muchachos no sean enviados a morir en Corea”. Ante las manifestaciones, Perón desistió. “Haré lo que que pueblo quiera”, dijo en un discurso en Rosario y aseguró que “ni una gota de sangre de jóvenes argentinos será derramada en Corea”. Los altos mando de las Fuerzas Armadas habrían incidido en la decisión. Finalmente la Argentina sólo contribuyó en Corea con ayuda alimentaria. El único país latinoamericano que envió tropas a la guerra fue Colombia.
Años más tarde, el “Tuco” Paz escribió en sus memorias que la decisión final de no enviar tropas a Corea había sido una equivocación: “Creo que Perón se equivocó. Debió afrontar esas críticas, como lo hizo cuando pocas semanas después se ratificó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR)”. Años más tarde, otro presidente peronista, Carlos Menem, pareció haber aprendido aquella lección cuando envió, acaso simbólicamente, dos naves al conflicto del Golfo Pérsico (1991) poniendo a la Argentina del lado de los Estados Unidos.
Lo cierto es que, sin participación argentina, la guerra de Corea se extendió durante tres interminables años. Un armisticio fue alcanzado en 1953. Al menos tres millones de hombres perdieron su vida durante el conflicto. La península coreana continúa dividida al día de hoy, 70 años más tarde.
El autor es especialista en Relaciones Internacionales. Sirvió como embajador argentino en Israel y Costa Rica.