Quedó cuadripléjico jugando rugby, ganó un premio con Marley y viajó a Malvinas para una travesía en una bici adaptada

Alexis Padovani´sufrió una grave lesión en un partido a beneficio hace 23 años. En 2017, junto a su gran amigo Gonzalo Prados fueron a The Wall, el programa que hacía Marley y ganaron una importante suma de dinero. Con esa plata organizaron el viaje, que cuenta el inspirador documental "Hacia el Atlántico Sur"

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Alexis en su bici adaptada,
Alexis en su bici adaptada, y el apoyo de sus amigos para cumplir la meta de unir el cementerio argentino de Darwin con Puerto Argentino (Foto: gentileza Gonzalo Prados)

“No sólo no vas a poder caminar más. Te van a tener que meter en la ducha y bañarte, y darte de comer en la boca por el resto de tu vida”. Las frase fue un martillazo a repetición en la cabeza de Alexis Padovani. Tenía 21 años y estaba en una cama, cuadripléjico, desahuciado. Y sin embargo, hoy, 23 años después, estamos hablando con él de cómo pedaleó por las Islas Malvinas en el 2018 y del documental “Hacia el Atlántico sur” que dirigió su amigo Gonzalo Prados -quien lo motivó a emprender la travesía y lo acompañó en ella- y se acaba de presentar -cuarentena mediante- en Youtube, donde tuvo más de 4500 visitas en pocos días.

Esta historia no empieza subiendo a un avión en Punta Arenas, ni llegando a Puerto Argentino en mayo del 2018. Arranca el domingo 19 de octubre de 1997 con esas paradojas que salen una sola vez en los dados de la vida. Era el Día de la Madre y Racing jugaba de local contra Rosario Central. Alexis y Gonzalo -hinchas de la Academia- habían arreglado para ir al Cilindro a ver ese partido. “Yo tenía un Fiat 600, y siempre íbamos desde San Isidro a Avellaneda -recuerda Prados-. No teníamos celular, así que recién cuando llegué a su casa, el Gordo me dijo que no podía…”. Padovani jugaba al rugby en otra Academia, el CASI. Era un prometedor pilar, convocado a la Selección de Menores de 21 años, futuro primera línea de su club. “Mirá lo increíble que fue todo, me habían invitado a jugar un partido a beneficio de los jugadores lesionados medulares. Lo organizaba la Fundación Rugby Amistad, que hoy está dentro de la Unión Argentina de Rugby (UAR) y les faltaba uno. Les dije que sí”, cuenta Alexis.

La llegada al cartel de
La llegada al cartel de ingreso a Puerto Argentino (Stanley para los isleños). La bicicleta de Alexis tenía una rueda salida.

La fatalidad duró lo que suele durar: un segundo. “Entramos mal en un scrum, porque antes se ingresaba embistiendo, y golpeé de lleno la cabeza con el hombro de un rival. Me quedé tirado. Todos pensaron que era un calambre, pero supe de entrada que era grave. Me lesioné la sexta vértebra cervical”, rememora. Gonzalo, que había jugado desde chico con él en el CASI, dice que “cuando volví de la cancha me enteré lo del Gordo. Uno piensa que no va a ser nada…” Aquella tarde benéfica, Alexis usó una camiseta del SIC. Y Racing perdió 4 a 1.

Lo llevaron a una clínica, a los diez días lo operaron de la columna y a los 40 lo llevaron al FLENI. En el medio hubo una obra social que se negó a pagar el tratamiento porque “el rugby es un deporte de riesgo”, pero también levantó la mano el Club de Benefactores, que se encargó de costear su rehabilitación.

El flyer del documental Hacia
El flyer del documental Hacia el Atlántico Sur

“Alexis es un ejemplo de resiliencia, ¡tantas veces le dijeron que no podía hacer cosas, y mirá…! Cruzó Malvinas pedaleando con las manos y en medio del frío de mayo”, cuenta con orgullo Gonzalo. Es que después de ese accidente, Padovani se mudó a Bariloche. Puso un bar hasta que la crisis del 2001 lo hizo regresar a Buenos Aires. Se revinculó con el CASI y comenzó a entrenar divisiones inferiores. También empezó a trabajar en FLENI. Allí estuvo como administrativo, hasta que se dio cuenta que no era lo suyo y se dedicó a entrenar a sus pares, en esa misma institución, en el manejo de la silla de ruedas. La UAR también tuvo un lugar para él: ahora es director de Rugby Seguro, donde se encargan de establecer pautas para minimizar lesiones graves. Tuvo pareja, se separó. Y canta en Resanta, una banda de rock donde su hermano -con quien vive hoy en una casa en la que armaron un estudio-, toca la batería.

La amistad, ese vínculo que no rompió ni la lesión ni los años, urdió el viaje a Malvinas de una forma también insólita. Gonzalo lo recuerda así: “Yo había hecho un libro de fotografías que se llama Ruca Trancura. Fue sobre mis viajes en bicicleta por la Patagonia. Hice como 2500 kilómetros. En una de esas vueltas era el cumpleaños de Alexis. Caí a la casa, medio copete… Abrí la puerta y le dije ‘vos tendrías que pedalear… Tenemos que cruzar los Andes y también Malvinas’. Todos me miraron como dicienco ‘está borracho’. Pero el Gordo es tan manija que googleó y terminó manejando una bici adaptada. Y ahí arrancamos”.

Trailer de "Hacia el Atlántico Sur"

Padovani no olvida esa noche: “Mis amigos están un poco locos y Gonza no es la excepción. Más allá de mi situación, para ellos seguí siendo Alexis, el Bife, el Gordo, nunca me ataron a ninguna limitación. Gonza entró a mi cumpleaños, ni me miró, y me dijo ‘Vos y yo vamos a cruzar los Andes y las Malvinas en bicicleta’”. Fue un anzuelo que sabía que iba a morder. Es que Alexis nunca dejó de hacer deportes. Esquía, y por estos días, cuenta que espera “seguir la cuarentena en Bariloche. Esa noche, cuando se fueron los chicos, me puse a investigar un poco. Vi de qué se trataban las bicicletas adaptadas. Vi que alguien las vendía. Mis amigos juntaron guita, me la compraron y el primer desafío fue el Valle de la Luna. En realidad, estos apostaban a ver si me quedaba en la mitad de la montaña o no. Pero a mí me gustan los deportes extremos”.

Si el germen del proyecto parece insólito, la forma en que se gestó es digna de una película. Después de todo, eso fue lo que hicieron. “”A mi Malvinas me puede, me encanta -cuenta Prados-. Fui dos veces, primero en el 2011 como fotógrafo de Rugby sin Fronteras. Se hicieron varios partidos, una experiencia muy buena. Participé en una revista donde se hizo un especial de Malvinas,le hice un reportaje a Walter Guazzardi, un ex combatiente. Hoy somos amigos, e incluso hay un audio suyo en el documental. Pero en esta oportunidad todo salió medio de casualidad. Un día el Gordo me llama y me pide un favor: ‘Me quedé sin remise, estoy en la Panamericana y tengo que ir a una reunión por un laburo…. estoy llegando tarde, ¿me llevás?’. Yo estaba a unas cuadras de ahí, lo pasé a buscar y fuimos. Resulta que era el casting de un programa de Marley. Cuando ya estábamos ahí, me dice ‘después te explico’”.

El duro camino hacia Puerto
El duro camino hacia Puerto Argentino, en medio del paísaje agreste de Malvinas

Alexis se ríe cuando recuerda cómo hizo entrar a su amigo para que lo acompañara en The Wall, que en ese momento se grababa en los estudios de Endemol en San Pablo, Brasil. “Lo llevé a Gonza engañado. Pero no es que me anoté. La producción invitaba a gente que tuviera alguna historia detrás. Yo había publicado un libro, ‘El mundo por segunda vez’. Me propusieron ir y dije que no. Me volvieron a llamar y me convencieron: dijeron que podía llegar a ganar un millón de pesos. Mucha guita. Ahí, sin que supiera, lo metí a Gonza”.

“En un momento del casting le preguntaron, ‘¿qué harías si te ganás un millón de pesos?’ -retoma Gonzalo-. Y él respondió: ‘Me voy con mis amigos a Europa’. Entonces le recordé: “Gordo, nuestro sueño.... pedalear en Malvinas'. La productora abrió los ojos. Al toque nos llamaron. Fuimos la pareja que más plata ganó. Me acuerdo que Marley nos dijo ‘hagan el viaje, no se la gasten toda ahora”.

El equipo, en el cementerio
El equipo, en el cementerio argentino de Darwin

Con los 480 mil pesos del premio, empezaron a organizar la expedición. Fueron 8 meses en los que, además de ellos, se incorporaron Mario Saucedo -”el capitán: es médico y diseñó la estrategia del viaje. Pensá que pedaleamos con cero grados y Alexis podía sufrir hipotermia. Él nos decía cuándo parar, cuando seguir, cuándo no podíamos quedarnos detenidos más tiempo. Nos ordenaba”, describe Prados-; Martín Chielli -”Papo, que es de nuestra camada pero jugaba en el club Albatros de la Plata, es la parte espiritual del equipo, y el que nos hizo la ropa”, prosigue-; y Pablo Vitucci -”el Messi, el mejor entrenado, aunque allá se le rompió la bici, siguió corriendo y se lesionó la rodilla. Pero hizo cinco kilómetros en la camioneta que nos seguía y volvió a pedalear”, completa-.

Con todo listo, el primer destino fue Río Gallegos, de allí en camioneta a Punta Arenas y, en avión, a Malvinas. En el aeropuerto chileno, Alexis cuenta que “apuró” a su amigo para que el viaje quedara registrado no sólo en fotos. “Le dije que tenía que hacer un documental”. Prados se sintió sorprendido por la propuesta. “Le respondí al Gordo: ‘es tarde, soy fotógrafo’. Pero me retrucó: ‘En una semana hiciste un libro, en una semana hacé una peli’. Y ahí surgió Hacia el Atlántico Sur”, explica sobre el proyecto que armó, para luego, aprovechando el tiempo muerto en cuarentena de su productora Fotogip, desarmó y volvió a armar con la edición de Marcelo Kosiuba y la música de Juan Cuesta.

Los cuatro amigos que hicieron
Los cuatro amigos que hicieron el trayecto junto a los dos guías chilenos que los acompañaron.

El film, de 1 hora y 35 minutos de duración, contiene dos historias paralelas. Una es la del homenaje que hicieron a los soldados que pelearon en Malvinas. La otra se trata de la propia superación personal de Alexis Padovani.

Ya con los guías chilenos Fernando Cordero y Julio Ubeda sumados al equipo, comenzó el periplo, que no fue sencillo. Al frío y al viento del lugar se sumaba la condición de Padovani. “Alexis pedalea con las manos, y tiene el 30 por ciento de la fuerza de cualquiera de nosotros. Pero está súper entrenado y le mete mucha garra. Fueron 90 kilómetros durísimos, desde el Cementerio de Darwin hasta Puerto Argentino. La salida de Darwin, donde sólo van ex combatientes y argentinos que visitan las islas, son siete kilómetros de un camino muy malo. Y se nos rompieron dos bicis. Los guías nos alquilaron tres, unas trekk de última generación, pero se armaron mal los pedales y se nos salieron a la salida del cementerio. Así que toda la primer parte la tuvimos que completar con dos bicis, turnándonos. Y yo, además de pedalear, tenía que hacer fotos y filmar”, cuenta Gonzalo.

Repechando la cuesta. En esas
Repechando la cuesta. En esas circunstancias, el empuje que sus compañeros a Alexis lo hizo continuar.

El ritmo que llevaban en las partes llanas fue de 8 kilómetros por hora, y en las trepadas bajaba a 2. “Nos teníamos que bajar de la bici y sostener por la espalda al Gordo para que siga, éramos como un cambio más de su bici. Pero en los descensos podía llegar 60 kilómetros de velocidad”, dice Prados. El primer día hicieron 35 kilómetros hasta la base militar de Mount Pleasant. Al siguiente completaron el trayecto hasta Puerto Argentino. Pero llegar no fue un paseo. El director del documental reconstruye el momento más dramático del viaje: “Ahí nos pasó otra cosa. Íbamos empujándolo desde las bicis, y en una de esas uno de los chicos se tropezó y metió la pata en la rueda de Alexis, se empezaron a romper los rayos y el Gordo se puso mal, nos decía “no llego”... Faltaba muy poco…”.

“Frenamos 20 minutos porque necesité ir al baño. Me tenían que sacar de la bicicleta, meterme en la camioneta que nos seguía para no enfriarme. Volví a subir, arrancamos, quisimos ganar velocidad y a Martín se le enganchó un pie en la rueda. Casi sale volando por arriba mío, se hubiera pegado un palazo. Pero la rueda empezó a trabajar más. No daba más. Quedaban seis kilómetros”, dice Alexis.

En bicicleta o a pie,
En bicicleta o a pie, lo importante fue lograr que el objetivo de llegar a Puerto Argentino fuera cumplido.

Con el cartel de entrada a Puerto Argentino a la vista, la rueda prácticamente se había salido. Entonces Saucedo tomó una eslinga, se la colgó al cuello, la pasó por el eje trasero y sostuvo de ese lado la bicicleta de Alexis. Él fue su rueda. “‘Hijo de puta, te voy a hacer llegar', me dijo…”, recuerda Padovani emocionado. Prados añade: “Fue como una escena de Carrozas de Fuego. El 21 de mayo allá festejan el desembarco en San Carlos, caminan desde su cementerio hasta Stanley. Pasamos delante de ellos y nos aplaudían. Fue emotivo lo que hizo Alexis, es el ‘no me rindo aunque me pasen todas’”, resume Prados.

Padovani, el que no se rinde, siempre tuvo claro por qué estaban allí: “Hubo una trepada en que no podía más, pero de repente miré el horizonte, e imaginé a todos los flacos que se cagaron de hambre y frío, que la tuvieron que aguantar y dije ‘cómo no la vamos a aguantar nosotros’. Me acordé de una canción que escuchaba mucho de chico, de Víctor Heredia, que se llama Aquellos soldaditos de plomo. Y mientras la cantaba tomé conciencia de que estábamos cruzando las Islas Malvinas”.

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