Fue una escena de película. El coronel José de San Martín, cuando al frente de su compañía cargaba a sable y lanza esa madrugada del 3 de febrero de 1813 contra los realistas que habían desembarcado frente al convento de San Carlos, su caballo bayo de cola cortada al garrón recibió un tiro de metralla en el pecho. El animal se encabritó y luego cayó pesadamente, aprisionándole a su jinete su pierna derecha. Los granaderos de la primera compañía dudaron al ver a su jefe caído, aunque rápidamente se reagruparon cuando escucharon el “¡Viva la Patria!” del capitán Justo Germán Bermúdez, que arremetía contra los españoles por uno de sus flancos.
Soldados realistas lo rodearon. Pretendían tomarlo prisionero o bien matarlo. Un español quiso ultimarlo de un sablazo y alcanzó a herirlo en la mejilla izquierda al momento que San Martín movió su cabeza. Otro realista arremetió con su bayoneta, pero el puntano Juan Bautista Baigorria le dio muerte. Y cuando el correntino Juan Bautista Cabral, pie a tierra, tomaba por los hombros a San Martín, fue herido de muerte.
Peón y soldado
El zambo Juan Bautista Cabral había nacido en un paraje en las afueras de Saladas, un poblado del oeste correntino, entre 1780 y 1790. Era hijo natural de José Jacinto Cabral y Soto y de la esclava Carmen Robledo, quien luego se uniría a un indígena guaraní de nombre Francisco. Ambos trabajaban en el establecimiento rural de Luis Cabral y de su esposa Tomasa Casajus y Casajus.
Juan Bautista trabajaba como peón en Buenos Aires cuando, de pronto, se vio peleando en la segunda invasión inglesa. Se cuenta que estuvo cerca de la muerte cuando debió esconderse en un rancho ante el avance inglés, cuyos soldados pasaban degollando.
Estaba en su provincia nuevamente cuando a fines de 1812 fue reclutado, junto a otros compatriotas, por el teniente coronel Toribio de Luzuriaga. Ese contingente llegó a Buenos Aires apretujado en un barco y él sería destinado al regimiento que había creado San Martín y que funcionaba en lo que hoy es la actual Plaza San Martín.
El corpulento Cabral fue incorporado a la primera sección del primer escuadrón.
Los heridos del combate de San Lorenzo fueron llevados al convento. En el refrectorio, improvisado hospital, Cabral dejó de existir. Insisten que sus últimas palabras fueron en lengua guaraní: “muero contento, hemos batido al enemigo”.
Cabral histórico
Cuando el combate finalizó, San Martín solicitó al gobierno un auxilio económico para las familias de los granaderos muertos, e incluyó a Cabral.
El santo y seña en el escuadrón que aún se mantenía en el campo de batalla era: “Cabral, mártir de San Lorenzo”.
San Martín erigió un modesto cenotafio en el antiguo campo santo del convento en memoria de su coprovinciano. Fue enterrado junto a la pared sur del cementerio. Y a su regreso a Buenos Aires, mandó colocar en la parte exterior y sobre la puerta de entrada del cuartel de Granaderos, en el Retiro, un tablero oval con la inscripción: “Al soldado Juan Bautista Cabral. Murió en la acción de San Lorenzo el 3 de febrero de 1813. Sus compañeros le tributan esta memoria”. Desde el jefe hasta el último soldado debían saludar esta inscripción cuando ingresaban al cuartel. Así se hizo hasta que el regimiento fue disuelto cuando finalizó la guerra contra el Brasil.
Algunos historiadores aseguran que por su brillante desempeño, apenas incorporado fue ascendido a cabo y luego a sargento; otros, dicen que es parte de un mito y que resulta poco probable que en escasos cuatro meses Cabral haya promocionado de esa manera. Y en los partes de San Martín, se alude al “soldado Cabral”. Se tiene el 24 de junio como el día de su nacimiento.
Lo cierto es que cuando todas las tardes, en la lista mayor, el sargento primero encargado del primer escuadrón pasaba lista y llamaba “Juan Bautista Cabral”, el sargento más antiguo respondía: “Murió en el campo del honor, pero existe en nuestros corazones. ¡Viva la Patria, Granaderos!”, que toda la compañía aún repite al unísono. Es un homenaje no solo a los miles de negros que derramaron su sangre en las guerras por la independencia, sino también a ese zambo correntino, al que le alcanzó un cuarto de hora para pasar a la historia.
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