El auto oscuro se acercaba lentamente a la sede de la embajada argentina en Moscú. Las vallas policiales impedían todo contacto directo y la zona estaba vigilada por agentes de la KBG vestidos de civil.
De repente, un joven apareció corriendo y de un salto se tiró sobre el vehículo:
-¡Embajador, embajador, soy argentino, quiero hablar con usted!…¡Por favor, escúcheme!…
El chofer, sorprendido, frenó de golpe. El embajador se inclinó para ver qué pasaba. Y la guardia apostada en la puerta de la embajada reaccionó de inmediato para reprimir al intruso.
En las postrimerías de la década de 1960, bajo el gobierno de Leonid Brézhnev, un episodio así era inconcebible en la URSS. El solitario manifestante lo sabía y por eso seguía gritando en castellano:
-¡Por favor, embajador, no deje que me lleven!… ¡Quiero decirle algo importante!
El recurso funcionó, porque el diplomático -al entender el idioma- evitó que los soldados detuviesen al muchacho, quien a toda velocidad aprovechó esos segundos:
-¡Me llamo Vladimir Vaveluk, nací en la Argentina, quiero regresar a mi país! ¡Tengo todos los papeles para viajar con mi esposa y mis hijos!… ¡Cada vez que queremos venir a la embajada la policía nos impide el paso!…
Desde hacía meses, varios argentinos habían tratado de iniciar el trámite de repatriación. Pero les resultaba imposible acercarse a la embajada de su país en Moscú. En muchos casos, los que se desplazaban desde otros lugares eran bajados del tren y devueltos a sus casas:
-Los delataban, Julio, los delataban. Había espías en sus lugares de trabajo, en las universidades. En el caso de mi papá, era un compañero de estudios que en realidad era un espía de la KGB. Se enteraba de que mi padre iba a ir a la embajada y le avisaba a la policía. Por eso los bajaban del tren.
Esto me lo dice Oliek Vaveluk, desde Rusia. Tiene 60 años, nació en Kiev y vive en Nizhni Nóvgorod, la ciudad del 0 - 3 ante Croacia. A 13.800 kilómetros de Buenos Aires, el hijo de aquel audaz manifestante solitario evoca la epopeya de su papá:
-Como era imposible hacer el trámite, durante una semana estudió el recorrido que hacía embajador argentino para llegar a su despacho. Por eso se jugó una carta desesperada y cuando el auto iba deteniendo su marcha saltó y empezó a gritar en castellano para llamar la atención…
La primera imagen de esta crónica es el anticipo de una historia de amor y de persecución política, de ilusiones y de desencanto.
Como no temo en absoluto que me califiquen de spoiler, le aviso al lector que este relato va a terminar mucho mejor de cómo empezó.
Pero déjenme que vayamos presentando a todos los personajes y ubicándolos en la trama, para saber qué tienen que ver con el bellísimo mate ruso.
En principio: ¿cómo había llegado el argentino Vladimir -de nombre escasamente criollo- a la Unión Soviética y por qué quería salir de allí?
Después de la segunda guerra mundial muchos inmigrantes rusos y ucranianos habían llegado a la Argentina. Pero luego, una campaña del gobierno de Stalin los alentó a regresar. La promesa de tener una casa y un empleo seguro los ilusionó. Así fue que varias familias volvieron. Algunos testimonios encontrados en los archivos reproducen las escenas registradas en el puerto de Buenos Aires, donde el entusiasmo de los que partían se mezclaba con los gritos de quienes les advertían que todo era un engaño.
Oliek nos confirma que así fue:
-Mi papá era argentino, había nacido en Berisso. Sus padres eran ucranianos, una familia que había emigrado a la Argentina para escapar de la guerra. Pero cuando Stalin empezó con la propaganda de un país nuevo, diciendo “vuelvan todos, que nosotros les vamos a dar una casa, los vamos a ayudar” el padre de mi padre decidió que la familia regresara. Hicieron todos los preparativos y al final tomaron un barco y se fueron todos a Rusia… Luego de un mes y medio en el barco, creo que era 1954 o 1955, cuando bajaron del barco se dieron cuenta de que no podían ir adonde querían sino que los mandaron a un pueblo llamado Rovno… A los hermanos mayores los llevaron directamente del barco al ejército, no importaba que eran extranjeros… Ya en ese momento mi papá se quiso volver a la Argentina… Todo era muy distinto… Por ejemplo, vio cómo trataban a las mujeres y eso lo impresionó… Para él, acostumbrado a las costumbres argentinas, la mujer era como una flor, a la que había que tratar con delicadeza, cuidarla, protegerla… Y veía que en la URSS las mujeres engrasaban las ruedas del ferrocarril o empujaban las carretas con los pesados equipajes… Le agarró una desesperación y se quiso ir, pero no podía porque no los dejaban salir… Recién pudo escaparse en 1971…
¿Pero qué pasó entre 1955 y 1971 en la vida de Vladimir, que sucedió entre aquella temprana desilusión y el temerario salto sobre el auto del embajador que le permitió volver a la Argentina?
Trató de adaptarse a la vida de un país que no sentía como propio. Los cambios políticos -Malenkov en lugar de Stalin, Kruschev reemplazando a Malenkov, Brezhnév sucediendo a Kruschev- no cambiaban su disconformidad con el régimen. Nunca había ingresado al partido comunista, aunque eso perjudicaba su desarrollo profesional. Las palabras de su hijo Olek nos permiten comprenderlo mejor:
-Allí, en esa época, para entrar a la facultad y hacer una carrera tenías que entrar al partido comunista… Así que él no tenía posibilidades. Pero siempre tuvo la gran ventaja de que además del ruso hablaba perfectamente en castellano. Y eso no era común. Por eso lo eligieron para estudiar en una escuela de espías…
-¿Una escuela de espías?
-Sí, para mandar espías, eran pocos, doce personas…
En aquel complejo sistema, probablemente se preparaban de ese modo los funcionarios que habrían de cumplir misiones diplomáticas. De todas maneras, la consecuencia de esta capacitación especializada no tuvo el resultado que imaginaban sus mentores.
Sin embargo fue una etapa que cambió para siempre la vida de aquel muchacho bonaerense.
Es que una de las materias del curso era Literatura Rusa y a cargo de la cátedra estaba una joven profesora llamada Valentina.
Rubia, de ojos claros.
No tenemos datos sobre la versación que Vladimir adquirió sobre la obra de Tolstói o Chéjov, pero sabemos que un día invitó a Valentina a un baile estudiantil.
Se enamoraron. Y nunca más se separaron.
Valentina Oleinik era ucraniana. Aunque este dato lo consignamos con las reservas que impone el comentario de su propio hijo Oliek:
-Te digo la verdad Julio, no lo sé bien hasta el día de hoy. A mi madre nunca le gustó hablar de ese tema… Yo sé que ella nació en 1938 supuestamente en San Petersburgo, pero justamente eso no lo sé con certeza… Es más, ni siquiera tengo el certificado de nacimiento de ella…
En muchas historias familiares sucede algo parecido. El tiempo transcurrido a través de una o dos generaciones es más que suficiente para borronear los recuerdos. Y en más de un caso, esa imprecisión es un bálsamo para episodios que la memoria prefiere eludir. Pero hay anécdotas imborrables:
-Lo que sí sé es que ella estuvo en el bloqueo de Leningrado del año 1941… la sacaron de San Petersburgo cuando tenía 4 años, cuando ya había terminado la guerra, pasó todo el bloqueo allí… Muchos años después, cuando yo ya era un hombre, mi madre me decía “vos no sabés lo que es estar en San Petersburgo y que te caigan las bombas de arriba y no sabés si te vas a morir hoy o mañana… Por eso tenés que estar siempre agradecido al día que vivís…”
Esa capacidad para disfrutar cada instante se adquiere luego de un gran sufrimiento. Valentina atravesó por ese doloroso aprendizaje en el régimen comunista y es Oliek quien retoma el relato:
-Como te dije, mi mamá era profesora de literatura rusa… Daba clases en una escuela hasta que la echaron, porque a un alumno le puso la nota máxima en una composición que había hecho sobre Dostoyevski… Pero como en la URSS era un autor que estaba prohibido a mi madre la llamaron y le dijeron usted no puede poner esa nota… Ella dijo cómo que no si él escribió todo perfecto… Entonces la mandaron echar de la escuela y tuvo que ganarse la vida vendiendo leche… Ya ves Julio, cuántas historias hay detrás del mate ruso…
Sí, claro, esta es la crónica del mate ruso. Pero no nos adelantemos.
Ahora hemos llegado al momento en el que Valentina y Vladimir ya están a punto de salir de Rusia.
-Lo que pasaron ellos no se los deseo a nadie… Y la historia del escape de la URSS es un capitulo aparte… Dios existe, por eso pudimos salir… Nosotros estuvimos a punto de ir presos en la frontera…
¿Hace falta decir que la emoción de Oliek se transmite a través del WhatsApp?:
-La embajada ayudó a mis padres… Se hicieron los papeles, los trámites, como correspondía… y finalmente pudimos salir… Ellos dos, mi hermano Pablo, que también nació en Kiev y yo… Mi hermana y los demás fueron saliendo después… Yo era chiquito y esta historia la supe cuando ya vinimos a la Argentina… Eso era tabú, no se hablaba nada, no se podía criticar al gobierno de Rusia, ni nada… Mi abuelo que era mayor retirado para ir a la Argentina tuvo que dejar de trabajar cinco años y recién pudo ir a la Argentina en 1990… Y cuando nosotros viajamos allá en 1971 mi madre quiso llevarse una foto de él de recuerdo, pero como estaba con el uniforme militar le dijeron que no, que estaba prohibido… Parece un detalle muy tonto, pero estas cosas pasaban…
-¿Y qué sucedió en la frontera?
-En la frontera, en la ciudad de Chop, tuvimos un inconveniente que casi arruina todo. Mis padres habían mandado un contenedor con dos cajones antes de que saliéramos para la Argentina. Mi padre fue a Leningrado, pasó el contenedor por la aduana y lo cerraron delante de él. A todo esto, ellos tenían una amiga que también había querido salir de la URSS, a la que agarraron con doscientos dólares en el bolsillo, cuando sólo se podían sacar 100 dólares por persona, nada más. Entonces le dijeron que firmase un papel donde decía que los llevaba por error y así podía seguir viaje. Ella firmó el papel y en el mismo momento la metieron presa… Pasó diez años en Siberia… A los diez años salió y vivió en Kiev. Era amiga de mis padres y les contó esta historia y mis padres sabían que no debían aceptar nada, que lo que decía la KGB era mentira… Y así fue. En la frontera de Chop detuvieron a mis padres y le dijeron que tenían contrabando en el contenedor, que llevaba contrabando, una hoja de vidia, esa herramienta de diamante artificial que corta vidrio… Pero les dijeron que firmaran un papel y los iban a dejar salir. Mi padre les dijo que eso lo habían puesto ellos y no quiso firmar nada… Nos tuvieron tres días presos, insistiendo… Yo me acuerdo que nos desnudaron completamente, nos revisaban todo, no nos encontraron nada… hasta que nos dejaron salir… Tomamos un tren a Yugoslavia, de ahí pasamos a Italia y en Génova embarcamos en el Eugenio C… Ahí recién pudimos respirar… ¡Ya viajábamos para la Argentina! Y el 15 de marzo de 1971 llegamos al puerto de Buenos Aires.
Valentina y Vladimir salieron de la URSS con apenas doscientos dólares en efectivo. Pero al llegar al puerto de Buenos Aires ya no los tenían porque los habían gastado en Italia:
-Los usaron para comprarnos ropa a mi hermano y a mí… Lo que traíamos y teníamos puesto era una vergüenza… Nos arreglaron para que estuviésemos más o menos bien vestidos…
Llegaron sin dinero y sin contactos. Pero salieron adelante:
-Los argentinos no saben el país que tienen… Y no lo valoran… Nosotros llegamos sin nada y enseguida recibimos ayuda… En Argentina la gente es muy generosa, muy abierta… Una señora que también viajaba en el barco, que trató a mis padres en las dos semanas que duró la navegación, les presentó un argentino que les prestó una casa en Lanús… Además le consiguió un trabajo a mi padre… ¡Lo que hicieron los argentinos por nosotros jamás lo voy a olvidar!… Nos regalaron muebles, las camas… Todo fue una sorpresa para mí, porque en la URSS lo que se mostraba de la Argentina era sólo las villas miseria… Yo creí que iba a llegar a un lugar donde había indios con flechas… y cuando vi que todas las casas tenían baño, que tenían duchas,,, no lo podía creer… Y mi padre no me había contado nada porque éramos chicos y si llegábamos a hablar podían meterlo preso, directamente… Por eso amo muchísimo a la Argentina y aunque vivo acá en Rusia y mi nacionalidad es rusa, la Argentina es un pedazo muy grande de mi corazón…
La familia empezó una nueva vida. Vladimir comenzó a trabajar en una fundición y después pasó a Sancor. Hasta que se convirtió en el traductor habitual de las reuniones diplomáticas, las conferencias de prensa y las visitas de rusos a la Argentina.
Valentina, por su parte, puso un taller de costura. Y después de un tiempo ya estaba como vendedora en la exposición de maquinaria agrícola rusa que se había instalado en la Costanera Sur.
Pasaron los años, fueron llegando los familiares que habían quedado en Rusia, los hijos crecieron y se casaron.
En 1988 Valentina y sus hijos se decidieron a vender artesanías rusas. Jamás imaginaron que poco después habría de empezar la historia del mate ruso:
-En octubre de 1990 nosotros participamos en la Feria de las Naciones que organizaba COAS y que se hacía en la Rural de Palermo… Vendíamos artesanías rusas, hechas con tilo siberiano y con la técnica de la escuela Jojlomá… Con un colorido brillante… Es una tradición de la época de Pedro El Grande, de una ciudad que se llama Semiónov… Todo pintado a mano y horneado a 120 grados de temperatura durante cuatro días, por eso queda como una porcelana… En esa Feria vendíamos floreros, ensaladeras, cucharas, recipientes con tapas, retablos…
Oliek recuerda perfectamente lo que ocurrió:
-Resulta que yo tomo casi tres litros de mate por día… Y Viviana, quien era mi esposa en esa época en Argentina, también es muy matera… La cuestión es que un día íbamos a tomar mate y nos dimos cuenta que teníamos la yerba, la bombilla, el termo… ¡pero nos habíamos olvidado el mate!… Estábamos desesperados porque no podíamos tomar mate… Entre todas las piezas que teníamos había un florero que no se vendía para nada, era medio parecido a un mate pero un poquito más alto y más gordo… ¡Pero era un florero! Mi esposa le preguntó a mi madre si se podía usar, si aguantaba el agua caliente para cebar mate… Mi mamá le dijo que sí y que además esa pintura no es tóxica… Viviana le puso la yerba, el agua caliente y empezamos a tomar mate… la gente nos veía y empezaron a pedir ese artículo… ¡Se vendieron todos, en dos días no quedó ninguno! Después de eso mi madre tuvo la idea de desarrollarlo y llamarlo mate ruso… ¡Nació de esa casualidad!
Al año siguiente Valentina viajó a Rusia, fue a la fábrica y encargó distintos modelos. Las ventas se multiplicaron. El suceso se repitió en las ferias sucesivas. Y también en la Exposición de las Américas de Puerto Madero, en 1992. Ya por entonces la fábrica en Semiónov denominaba al producto oficialmente como mate ruso y así lo ofrecía en los catálogos internacionales.
Oliek conoce el proceso perfectamente:
-La fábrica es enorme, tiene varias manzanas…En los hornos, que miden más de seis metros por cinco, con enormes turboventiladores, la producción tiene varias etapas. Hay dos mil torneros, y los mates entran a los hornos cuatro veces de tres días después de cada pintada, para que no sea tóxica… Son cinco mil pintoras. Y cada pintora tarda tres días en decorar un mate… Es la misma técnica que usan para fabricar las matrioshkas… Parece mentira, pero a partir de aquella casualidad en la Feria de las Naciones, nació el mate ruso, que hoy se vende en todo el mundo.
El éxito del mate ruso fue vertiginoso. Valentina estaba al frente de un emprendimiento familiar que seguía creciendo. La empresa yerbatera Amanda les encargó mil mates para una campaña de regalos publicitarios. Ya era necesario establecer un lugar de ventas, porque con la presencia en las ferias no alcanzaba.
Así fue que en 1993 abrieron el primer negocio en el primer piso de la Galería Pacíifico, pero pronto les quedó chico. Entonces pasaron a Sarmiento 2174 ya con el nombre “De Rusia con amor”, aunque esa etapa también fue breve:
-Compramos un local muy cerca de allí, en Sarmiento 1942… Fue un lugar único en Buenos Aires…
El cronista coincide con Oliek. Entrar a “De Rusia con amor” era ingresar a un mundo increíble, colorido y encantador.
Los diseños creados en la lejana Semiónov resplandecían en las repisas, donde los mates rusos compartían el protagonismo con los pañuelos pintados a mano, las cucharas, los retablos con iconos religiosos y las vasijas de distintos tamaños. El salón tenía al fondo un taller de arte, donde una joven rusa llamada Natasha enseñaba cómo pintar flores con esmalte, según la técnica de la escuela de Zhostovo.
Estuvimos muchísimas veces allí, donde Valentina y Vladimir nos recomendaban las virtudes del trigo sarraceno, conocido como alforfón en Argentina y denominado grechka en Rusia.
Su hospitalidad nos permitió disfrutar de algunas reuniones a puertas cerradas, fuera del horario comercial, en las que la cordialidad se acompañaba con el caviar, el vodka y la música.
Por fin, después de tantos sinsabores, los creadores de ese mate ruso que nació por azar, tuvieron su propio lugar.
-A partir de ese momento, te podría decir desde 1992, 1993… empezaron a vivir la vida… Ellos se lo merecían… Nunca se quejaron, nunca le lloraron a nadie, todo lo hicieron con su sacrificio… Después de todo lo que pasaron, tuvieron su premio…
Oliek redondea el relato y completa la historia:
-Mi padre murió en septiembre de 2018, a los 84 años. Mi madre, un mes después, cuando tenía 80.
Todo lo habían pasado juntos. No podían estar separados demasiado tiempo.
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