La ausencia que dejó Malvinas: los hijos de los caídos en la guerra y sus recuerdos en el Día del Padre

Crecieron sin sus abrazos. Los extrañaron cada uno de los días desde que partieron hacia las islas. Para algunos son solo un recuerdo borroso, para otros una imagen en una foto, para otros instantes de una infancia feliz. Para todos un sentimiento encontrado: el orgullo por su heroísmo y la tristeza infinita por haberlos perdido

La carta que les dejó Falconier a sus hijos antes de partir hacia la guerra

“Les dejo un apellido, Falconier, para que lo lleven con orgullo y lo dignifiquen, no con dinero, ni con bienes materiales, sino con cultura, con amor, con la belleza de las almas limpias, siendo cada vez más hombres y menos animal y, sobre todo, enfrentando la vida con la verdad, asumiendo responsabilidades, aunque les cueste sufrir sinsabores, o la vida misma”.

Los cinco hermanos Falconier conservan intacta la carta que les escribió su papá, Juan José, antes de viajar a Malvinas. La dejó escondida en un portafolios por si no regresaba. Alejandra, la más grande tenía 7 años y Belén todavía estaba en la panza de su madre. En la posdata el aviador se encargó de que sus palabras nunca perdieran vigencia: “Para que mis hijos lo lean desde jóvenes y hasta que sean viejos porque, a medida que pasan los años, adquieran experiencia o tengan hijos, le irán encontrando nuevo y más significado a estas palabras que escribí con amor de padre”.

En un cumpleaños antes de ir a Malvinas

El mayor Juan José Ramón Falconier había muerto en la mañana del 7 de junio de 1982, mientras cumplía una arriesgada misión del Escuadrón Fénix sobre la Isla Borbón.

El piloto dejó cuatro hijos -María Alejandra "Mononi" de 7 años, Juan José "Ñequi" de 6, Eduardo de 2, María de los Ángeles de 1- y uno en camino: su mujer, Claudia (26), estaba embarazada de María Belén.

La última vez que vieron a su padre fue el 30 de mayo de 1982. Y fue un día muy feliz. La familia estaba de fiesta: celebraban los seis años de Juan José y los 38 de su papá, que cumplía al día siguiente y adelantó el festejo. Lo recuerdan con la cara iluminada por las velitas de la torta de cumpleaños. Y a padre e hijo soplándolas juntos y, quizás, pidiendo los tres deseos.

El Mayor Juan José Falconier murió el 7 de junio de 1982 durante una misión del Escuadrón Fénix. Tenía 38 años

Después, Falconier se fue a la guerra. Y antes de partir dejó esas dos cartas: “Dejé dos sobres, uno para vos y otro para los chicos por si no vuelvo”, le dijo a su esposa. En la carta a Claudia le pedía que rehiciera su vida, que cuidara de sus padres y que le prometiera que iba a ser feliz.

-Mamá logró ser feliz. Volvió a casarse. Vivimos momentos de muchas alegrías aunque él siempre nos faltó. Papá se habría enojado si solo nos quedábamos llorando, se emociona aun hoy su hija María Alejandra.

No son muchos, pero algunos jóvenes -hijos de de Malvinas- tuvieron que resignificar la figura de su padre. La guerra sobrevuela como una sombra agobiante durante todas sus vidas y retoma una cruel actualidad en las fechas especiales.

Buscando a mi padre en las islas

Ezequiel Martel Barcia no había cumplido un año cuando el avión Hércules que piloteaba su padre, Rubén Martel, fue derribado por un avión inglés. Desde entonces, una foto lo acompaña de por vida: están los dos en la costa de la playa en Pinamar, con los pies apenas sumergidos y una sonrisa como si supieran que esa será la última imagen juntos.

–De chiquito tuve que darme cuenta de que algo faltaba. Después de a poco le iba preguntando a mamá. Había una ausencia fija y cuando uno es chico pregunta poco por no saber cómo reaccionará la otra persona. Es un vacío que le vas dando forma, dice.

Ezequiel

Ezequiel no recuerda cuándo fue la primera vez que le contaron lo que “le pasó a papá”. Durante su infancia se volvieron habituales los actos conmemorativos del 2 de abril en la base aérea de El Palomar. El frío y la tristeza le calaban los huesos.

Con el paso del tiempo comenzó su búsqueda. Hizo la carrera en la Fuerza Aérea y se interiorizó en un tema que la sociedad quería dejar atrás. Leyó libros, contactó excombatientes, se aprendió todos los modelos de aviones y las estrategias de la guerra. Dedicó largas horas a su lucha interna, ensimismado y obsesivo hasta darle forma a sus inquietudes.

En 2011, frente a un mapa de Malvinas que tenía colgado en su oficina, identificó el lugar donde había caído el avión. Así siguió hasta marcar los 55 puntos donde fallecieron integrantes de la Fuerza Aérea.

Entre tanto investigar, un día supo quién había derribado el Hércules que piloteaba Rubén. Se puso en contacto con el comandante Nigel Ward, con quien hasta compartieron una entrevista en la radio e intercambiaron emails. A los meses, Ezequiel recibió de su parte una corona de flores que decía: “Para un héroe que vuela con los ángeles”.

Ezequiel no había cumplido un año cuando el avión Hércules que piloteaba su padre, Rubén Martel, fue derribado por un avión inglés

Viajó a las Islas, entabló buena relación con los isleños e hizo surf en las aguas, con todo lo que estas significan para él. Habían pasado 35 años, pero esa tarde sintió tan cerca a su padre como en la foto de Pinamar. Empezó a poner tildes en un listado imaginario de pendientes para sanar lo que le arrancaron de chico.

Durante unos meses trabajó en la refacción de la cabina de un Hércules averiado para que quedara igual al avión de Rubén. Es el que está en la puerta de la base aérea de El Palomar. Ahora quiere inaugurar un monumento en Dolores, donde nació un compañero de promoción de Rubén, y poner una placa en la Isla Borbón donde hay restos del avión.

El heroísmo de papá que mitiga el dolor

Leandro de la Colina tiene un solo recuerdo de su papá: es temprano en Paraná, están por volar juntos y como no tiene cinturón se le cae el pantalón. Cuando él tenía 7 años el avión en el que estaba el vicecomodoro Rodolfo de la Colina fue derribado mientras tripulaba un avión Learjet en misión de reconocimiento fotográfico y distracción de las fuerzas enemigas. Desde ese día, todos los recuerdos que tenía de su primera infancia se borraron.

–Hice el intento de recordar más, hice terapia… pero al día de hoy si fue así es porque tenía que ser. Cerrar la hoja y darla vuelta. Entiendo que es un mecanismo de defensa para preservarme. Me parece que es parte de la resiliencia de uno, reflexiona.

Rodolfo de la Colina

El proceso de los hijos de excombatientes suele ser interior y silencioso durante la juventud. Los “por qué” aparecen como preguntas reiteradas y a veces la mejor manera de encontrar respuestas es involucrarse. Leandro pasó de los actos escolares a los homenajes y de los reconocimientos militares a conocer las Islas en 1999 en el primer viaje de familiares de caídos, organizado por Cancillería.

Habían pasado más de 15 años, pero la posibilidad de ver, estar y palpar le marcó un antes y un después. En el contingente juvenil encontró complicidad. Durante la adolescencia habían esquivado el tema y cuando quisieron hablar, la sociedad luchaba por olvidar. Había -y todavía hay- un solo grupo de personas que los podía -y puede- entender: los otros hijos.

–Como mueren en un hecho heroico, te aferrás más y te atraviesa de determinada manera. Mi viejo murió peleando por algo que reclamamos todos los argentinos y eso mitiga el dolor, le da sentido. Como grupo viví cosas muy reconfortantes, no tenía que hablar con otro familiar para explicar lo que sentía. Con mirar a los ojos ya estaba. Esto es inexplicable y muy absorbente. Para alguien que no está metido es muy reiterativo, dice de la Colina.

Nicolás Stulberg - Enviado especial 162

La palabra orgullo aparece cada vez que habla de Rodolfo. Antes sufría ser “el hijo de”. Un breve paso por Fuerza Aérea y la afición de pilotear aviones lo acercaron a su padre. Durante tantos años se había concentrado en cerrar el círculo de esa historia que le costaba encauzar su propio camino. Hasta que un día terminó su carrera, se casó y decidió tomar distancia de las actividades sobre Malvinas.

Pero para los hijos de excombatientes es imposible hacerlo de manera absoluta. En su foto de Whatsapp viste una campera con el mapa de las Islas y todavía se le humedecen los ojos cuando habla del tema. Detrás del hombre de saco y camisa, que hoy se dedica a seguridad cibernética, está el joven que mira el techo en el departamento de Almagro y se pregunta: ¿por qué a mí?

El padre héroe que cayó en Top Malo House

Los tres hijos del sargento primero, Mateo Sbert, se despidieron de su padre solo ocho días antes de que cayera en el combate de Top Malo House. Tenía apenas 33 años cuando decidió cubrir a su compañero Medina en pleno enfrentamiento con los marines ingleses.

“¡Yo te cubro!”, le gritó a su compañero en medio del fuego británico y las explosiones.

Sbert pudo ver, esa helada mañana del 31 de mayo de 1982, que su camarada había sido alcanzado por las esquirlas de una granada y que el impacto de un proyectil en una de sus piernas le había sacado parte del peroné. Sordo y aturdido por la granada, casi sin poder moverse, el soldado seguía disparando. Con su grito lo cubrió, y también se convirtió en blanco de los ingleses. Una granada terminó con su vida.

Mateo Antonio Sbert cayó en Top Malo House

La desvencijada casa que la noche anterior les había servido de refugio contra el viento helado y las temperaturas bajo cero, se convirtió en fuego y escombros.

Sbert había recibido la condecoración La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate, que sus hijos guardaban como un tesoro, junto a una esquela con una cita de Unamuno y una dedicatoria que les había dejado el teniente coronel José Vercesi, amigo de su padre y quien lo vio morir “Vivir se debe la vida, de tal suerte que viva quede en la muerte. Con el profundo cariño de un padre. José Vercesi, ex Jefe de la 1ra Sección de la Compañía de Comandos 602”.

Hasta 2018, no sabían qué había sucedido con su cuerpo. Su padre era un desaparecido en acción. Pero su hijo Maximiliano, que siguió la carrera militar en el cuerpo de Ingenieros, se sumó a las familias que dieron una muestra de sangre en el marco del Plan Proyecto Humanitario para devolverle el nombre a los caídos en Malvinas enterrados como Soldado argentino solo conocido por Dios en Darwin. Una muestra de ADN, les confirmó que estaba enterrado en el cementerio argentino en las islas. Su tumba: la D.A.4.10.

Despedir al padre que quedó en Malvinas

Miguel Aguirre, navegaba en el buque ARA Isla de los Estados, cuando llegó el ataque inglés. El telegrama que llegó a la casa de su familia decía “desaparición en acción”. El barco se había hundido, y la tumba de esos héroes -todos creyeron- fue el mar.

Sergio, su hijo, tenía 17 años cuando supo que su padre ya no volvería. Desde chico se había acostumbrado a no estar con él. Marino mercante, durante más de seis meses al año, Aguirre no estaba en su casa. Pero los regresos siempre eran felices. Su hijo los recuerda con abrazos y reglaos. Con risas, y con Legos, chocolates Bacci, Milka o jeans nuevos dependiendo el destino. Esta vez fue distinto: su padre se había ido y ya no volvería.

Sergio en la tumba reconocida de su padre Sergio Aguirre en el cementerio de Darwin

Durante los 25 años que siguieron a la finalización de la guerra de Malvinas, Sergio no volvió a hablar del tema con su mamá. A veces fantaseaba con la posibilidad de que lo hubiera rescatado un submarino ruso y que todavía estuviera allá, feliz y en otro país. Sabía que la posibilidad era remota, pero elegía creer. En 1983, hizo el servicio militar y viajó en un buque similar al que había estado su padre. “Seguí mi vida, seguí como pude”, según reconoce.

Estudió durante cuatro años Electrónica Naval, pero no terminó e hizo unos cursos de Computación. Ahora se dedica en tiempo completo a las actividades de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas. Su pareja es hermana de un excombatiente. Si el dolor une en la amistad de muchos de los hijos, también sucede con el amor. No son la única pareja entre los familiares de caídos.

Miguel Aguirre murió en el ARA Isla de los Estados

Estuvo más de veinte años sin meterse al mar o a una pileta y sin darse cuenta de que no podía hacerlo. Algo de eso trata en el centro de salud de las Fuerzas Armadas, donde consiguió que lo atendieran gratis. El 6 de diciembre de 2017 le confirmaron por el PPH que su padre estaba enterrado en el cementerio de Darwin. Al parecer el cuerpo llegó dos meses después a la orilla, donde los ingleses lo enterraron. Habían pasado 35 años de duelo y recién ahí pudo cerrar esa herida.

–Para mí fue como que mi viejo me dijo “no me esperes más, estoy en Malvinas”. Y lo tomé como una invitación para ir a visitarlo.

Cementerio de Darwin

El 15 de junio de 1982, Leopoldo Fortunato Galtieri habló por cadena nacional. Con un tono monocorde y leyendo algunas hojas escritas a mano anunció la rendición de la Argentina. Al comienzo de su discurso dedicó unas breves palabras a las 649 víctimas: “Los que cayeron están vivos para siempre en el corazón y la historia grande de los argentinos. No tenemos solo el bronce de las antiguas glorias, tenemos a nuestros héroes”, dijo.

Los hijos de los héroes no necesitaron escuchar a Galtieri. Para ellos no ese no era el final, era el comienzo de una vida que ya había cambiado para siempre.

SEGUÍ LEYENDO: