Florencia Cahn: “Hace 90 días que no abrazo a mi padre, pero es un orgullo ayudar junto a él en medio de esta pandemia”

La médica infectóloga, hija del doctor Pedro Cahn, cuenta cómo es integrar el comité de asesores de Alberto Fernández. Las reuniones en la Casa Rosada, la intimidad de las charlas con su padre, la vocación compartida y la “politización de la pandemia”. Además, ¿cuánto falta para que llegue la vacuna?

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Florencia junto a su padre,
Florencia junto a su padre, el doctor Pedro Cahn, creador de la Fundación Huésped.

Florencia tenía diez años cuando su papá la llevó a una librería y le dijo que eligiera un libro. Ella escogió dos: “La piel y los huesos” y “La sangre y los pulmones”. Estaban repletos de dibujitos; hablaban de anatomía y fisiología. “En cuarto grado ya decía que quería ser médica. Me gustaba acompañar a mi viejo al hospital”, asegura la doctora Florencia Cahn (41), médica infectóloga, presidente de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología. Y, además, hija del doctor Pedro Cahn, una eminencia en la lucha contra el VIH, fundador y director científico de la Fundación Huésped.

Mamá de Joaquín (8) y de Clara (5), Florencia cuenta que a fines de los años ochenta, cuando en la Argentina –y también en el mundo– se sabía poco sobre el SIDA, su padre no solo estudiaba, sino que también atendía muchos pacientes. “Recuerdo ir con el a una clínica en Munro y que me gustara mucho ese ámbito”, apunta. Y destaca que hoy, como parte del Centro Médico Huésped, atiende pacientes crónicos de VIH y la apasiona el vínculo desde consultorio, más que la urgencia del hospital.

Con Leandro, su hermano mayor,
Con Leandro, su hermano mayor, que es director ejecutivo de la Fundación Huésped.

Creció como la hermana del medio, entre Leandro, que es periodista, licenciado en Ciencias Políticas y director ejecutivo de la Fundación Huésped, y Mariana, que es abogada. “Los tres tenemos vocación de servicio. No solo por mi papá, también por mi mamá, que es psicóloga y atendía pacientes con VIH sin dudar, cuando muchos colegas se negaban”, apunta la médica que se educó en la Escuela Superior Normal 2 “Mariano Acosta” y eligió la orientación biológica para entrar a Medicina en la UBA.

–¿Te costó?

–¡Si! Toda la carrera, pero sobre todo el primer año. Sufrí como una condenada. ¡Anatomía! No tenía una memoria prodigiosa. Pasaba horas en el bar El Residente, en Junín y Paraguay. Volví muchos años después, cuando rendí el final de Enfermedades Infecciosas y me abracé con un mozo. Estaba embarazada de mi primer hijo. Me gustaba estudiar en bares. El silencio de la biblioteca me desconcentraba. Prefería el murmullo. Cursaba muy presionada por no atrasarme. Ahora que lo pienso, no hubiera sido tan grave.

–Con un padre eminencia, ¿en tu casa se imponía el rigor académico?

–No… Pero yo soy muy autoexigente. No faltaba a la escuela. Y si nos íbamos a ratear, le avisaba a mis viejos. No me gusta mentir. Me criaron de manera tal que nunca necesitara ocultarles nada.

–¿Qué sentías por tu papá a fines de los ochenta y principios de los noventa, cuando empezó a convertirse en un referente en la lucha contra el HIV?

–Me decían: “Lo vi a tu viejo en la tele” y yo no entendía… O iba a almorzar a lo de Mirtha Legrand y a mi me sorprendía que fuera a un lugar para famosos… Lo recuerdo armando posters para los primeros congresos. Lo estoy viendo agachado sobre el piso de casa, con papel afiche y marcadores, junto con otros colegas, escribiendo para exponer. Mi padre se intereso por el VIH cuando era un tema al que muchos le daban la espalda.

Florencia estudió medicina en la
Florencia estudió medicina en la UBA, después hizo la residencia en Clínica Médica, y más tarde se especializó en infectología.

–¿Y vos por qué elegiste infectología?

–Desde el pregrado supe que me gustaba. Hice la unidad hospitalaria en el Hospital Durand, en el 2001. Sin embargo, también me interesaban otras especialidades. Entonces opté por hacer la residencia en clínica medica. Eso me permitiría seguir cualquier otra cosa más adelante. Fueron cuatro años en el Policlínico Bancario. Pero mientras la hacía, confirmé que me gustaba la infectología.

–No la elegiste de una…

–No, fue después de varios años de terapia. Me di cuenta que aunque fuera lo mismo que mi viejo, que era un referente, no me podía negar la posibilidad de hacerla. Me gustaba. Entonces decidí que iba a especializarme en lo que deseaba, pero haría mi camino. Me iba a formar en otro lado. Así que cuando terminé clínica medica, entré al Hospital Italiano para hacer la residencia de Infectología y la terminé en tres años. Más tarde hice la subespecialización en infecciones en inmunosuprimidos. Y recién después de casi diez años empecé a trabajar con mi viejo, en el Centro Médico Huésped. E incluso, conocí otras ramas de la medicina, como la de las vacunas. Carla Vizzotti, secretaria de Acceso a la Salud, me hizo enamorar del tema.

–¿Qué fue lo que te fascinó de las vacunas?

–Descubrir, por ejemplo, que el agua potable es la estrategia sanitaria que salvó más vidas en la historia de la humanidad. Las vacunas se aplican en personas sanas y llegan a prevenir enfermedades como el cáncer. Tenemos una contra el VPH y otra contra la hepatitis B. Las vacunas disminuyeron considerablemente la mortalidad infantil y aumentaron la expectativa de vida de la población a nivel mundial. Nuestro calendario nacional incluye veinte, para todas las etapas de la vida. Son gratuitas y obligatorias. Nos igualan.

Con sus compañeros de la
Con sus compañeros de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología.

–Ahora, si pensamos en la actualidad, ¿recordás cuándo empezaste a escuchar sobre el Covid-19?

–En enero, por los medios. Se hablaba de un grupo de personas en Wuhan, China, que tenía una neumonía rara. Al principio parecía algo lejano. Pero al poco tiempo, cuando todavía solo había casos en China, me convocaron del Ministerio de Salud. Sabían que iba a llegar a otros países. Fue primero por mail, después se armó un grupo de whatsapp y empezamos a reunirnos.

–Desde entonces formas parte del comité de expertos…

–Prefiero decir que es un comité asesor, no de expertos. Porque dentro del grupo de los quince que lo integramos, además de mi padre, hay algunos convocados por su trayectoria –gente a la que admiro mucho– y otros por ser representantes de sociedades científicas, como yo. Me da vergüenza que me llamen experta. Soy asesora. De hecho, cuando me felicitan por ser parte, aclaro que los felicitados tienen que ser los médicos que día a día están en el hospital atendiendo pacientes con Covid-19. No es falta modestia. Lo pienso de verdad.

–¿Te acordás de tu primera reunión?

–La primera convocatoria del Ejecutivo en la Casa Rosada, fue con (Santiago) Cafiero y todo el gabinete. Alberto no estaba. Después, un sábado, yo estaba tomando mate y nos mandaron un whatsapp para reunirnos esa misma tarde en el Ministerio de Salud. Cuando llegué, estaba (Nicolás) Trotta, ministro de Educación. Debatimos si era conveniente seguir con la continuidad de las clases. Quedamos en vernos el domingo, a las tres de la tarde, y después de esa segunda reunión, recuerdo que dijeron: “Nos vamos a Olivos a hablar con el presidente”. Esa tardecita del 15 de marzo Alberto Fernández anunció que se suspendían las clases presenciales. Y el 19 empezó la cuarentena.

Junto a su esposo, el
Junto a su esposo, el doctor Ignacio Pérez Tomasone, que es médico obstetra.

–¿Es fuerte para vos participar de este momento histórico de la Argentina y, además, hacerlo con tu padre?

–Sí… Preferiría no estar viviendo esto, pero me pone contenta poder ayudar. Nunca imaginé que algún día tendría reuniones en Olivos o en la Casa Rosada, pero es triste el motivo. Tampoco imaginé vivir una pandemia de este tipo. Era residente de infectología en el Hospital Italiano cuando nos tocó la gripe del 2009. Pensé que eso era atravesar una pandemia. Me equivocaba… Teníamos una medicación como el Tamiflu y además, la vacuna llegó muy rápido. Al lado de esto, eso era un juego de niños. El Covid-19 es algo inédito e inesperado. Para mí es un orgullo y un desafío poder ayudar, junto a mi padre, en medio de esta pandemia.

–Decías que es un virus del que se sabe muy poco…

–Exactamente. Si bien los médicos de trayectoria son expertos, a este virus lo conocen desde enero. ¿Quién puede ser experto en tan poco tiempo? Claro que los infectólogos estamos acostumbrados a lidiar con microorganismos y por eso sabemos bastante, pero todavía hay muy poca evidencia científica como para hacer algunas afirmaciones. Yo creo que cuando no sé de algo, es saludable decir: “No está claro todavía”.

–Te entusiasma ayudar.

–Claro. Estoy armando los protocolos para la vuelta a clase con el Ministerio de Educación. Es importante que se sepa que los asesores lo hacemos ad honorem. Para mi es la manera de devolverle al Estado todo lo que me dio: escuela y universidad pública. Algunos creen que gobernamos los infectólogos... Y bueno, ¡no me engancho! El que se enoja, pierde. Politizar la pandemia resta. No conduce a ningún lado.

Con su esposo y sus
Con su esposo y sus dos hijos, Joaquín (8) y Clara (5).

–¿Cuándo crees que podría llegar la vacuna?

–Hay más de 120 en marcha. Solo un diez por ciento está en fase avanzada y hay dos o tres que ya hacen estudios en humanos. Por eso algunos aseguran que a fin de año o a principios del que viene, podría haber una vacuna. Pero hay que tomarlo con pinzas, porque además habrá que producirla a gran escala para que llegue a todo el mundo.

–Más allá del comité, ¿hablás con tu padre sobre lo que esta pasando?

–Sí, todo el tiempo, de manera virtual. Casi no lo veo en persona. Por ahí le hago alguna compra. O coincidimos en alguna reunión, pero ya no vamos todos a todas. Hace 90 días que no le doy un abrazo. Estamos muy comunicados, pero por medio de pantallas. Pensamos juntos y buscamos soluciones. Es lo que nos toca vivir.

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