Partos en soledad, casamientos cancelados, ausencia de hijos y nietos, negocios familiares que cerraron, pérdida de hermanos, redescubrimientos personales, reinvenciones profesionales. Si hay algo que puede encontrar unanimidad entre los residentes del AMBA es que los tres meses de cuarentena obligatoria cambiaron definitivamente la vida de todos.
Por eso, al cumplirse tres meses exactos del decreto de cuarentena obligatoria firmado por el presidente Alberto Fernández, Infobae reunió 13 historias que pueden reflejar el abanico de incidencias que afectaron a millones de argentinos.
Soy médico, sé que tengo la posibilidad de contagiarme
Mi nombre es Martín Drago y tengo 32 años.
Soy médico. Trabajo en el servicio de cirugía de un hospital de la Ciudad de Buenos Aires. Todavía recuerdo el comienzo de todo esto. Desde el día uno ya se esperaba la medida de la cuarentena por todo lo que llegaba desde España, Italia… Pero aun así fue desconcertante cuando llegó el virus, más que nada porque no se sabía qué tipo de patología era, cuál era el tratamiento más eficaz ni qué tipo de medidas de prevención había que tomar. Era algo totalmente novedoso, lo cual nos generaba incertidumbre.
Además nos provocaba el planteo de si estábamos preparados o no, si teníamos los elementos correspondientes. Desde el primer día en el hospital donde trabajo se tomaron las medidas necesarias para separar pacientes febriles de no febriles, los que habían estado en contacto con alguien contagiado de los que no… y así tomar las precauciones de cada caso. Pero la parte más difícil creo que fue cómo volver después de cada jornada con nuestras familias. Saber que uno siempre tiene la posibilidad de estar contagiado, más allá de presentar síntomas o no, por el simple hecho de trabajar en un hospital... El límite que se pone uno para no exponer a los suyos fue y es probablemente lo más complicado.
Hoy creo que si hay algo que puede habernos dejado el virus es la conciencia de la importancia de la salud. La importancia de mejorar los hábitos de higiene personal, de lavado de manos. Y a quienes estamos en el sistema de salud nos obligó a parar brutalmente a su vez, suspender todo lo que no fuera urgente. Después, del desconocimiento al conocimiento, fuimos reincorporando todo aquello que los pacientes necesitaban. Esto nos obligó a trabajar de una forma más eficiente y ordenada para no ser los médicos un vector más de la enfermedad.
Obviamente es una realidad muy dura la que vemos a diario, pero ser médico es una elección, va más allá de ser un trabajo. Es una vocación, hacemos lo que nos gusta y de ahí viene la entrega. Yo recuerdo todavía los aplausos que se daban a las nueve de la noche. Sin dudas nos enorgullecían, aunque el trabajo es parte de lo que uno hace regularmente sin buscar un reconocimiento. Pero bueno, era un lindo gesto. Sentirse apoyado por el resto de la población era muy reconfortante.
Tenía mi boda para el 9 de mayo y todavía no sé cuándo me voy a casar
Mi nombre es Constanza Moreno y tengo 36 años.
En octubre del año pasado, decidimos junto a mi pareja Agustín Güemes dar el paso adelante con nuestro casamiento. No fue una proposición clásica, era un tema que veníamos charlándolo desde hacía tiempo. Al principio, planteamos la posibilidad de hacer algo más austero y después nos decidimos por hacer una buena fiesta.
Como no queríamos pasar todo un año preparándolo, pensamos en hacerlo más expeditivo. Queríamos casarnos en marzo. Sin embargo, fue imposible conseguir esa fecha. Desde el salón nos confirmaron que la fiesta sería el 9 de mayo.
En el transcurso de los meses, compramos el catering, hicimos todos los gastos previos, fuimos preparando todo. Ya para los últimos meses, quedaban apenas algunos detalles por ajustar.
El lunes 16 de marzo, yo tenía la segunda prueba del vestido. Ese mismo día me llamaron y me dijeron que no fuera porque iban a cerrar el atellier, debido a la pandemia de coronavirus. Yo recuerdo que me indigné, me ofendí y hasta la cuestioné a la chica. Unos días después, cuando el Presidente anunció la cuarentena, todavía ni se me pasaba por la cabeza tener que reprogramar el casamiento.
Pero a la semana siguiente, la chica del salón me llamó y me dijo que todas las fiestas de marzo y abril habían sido canceladas y me recomendaba cambiar la nuestra también. Ahí lo movimos para el 3 de octubre.
Pero el tiempo pasó y la cuarentena nunca se acabó. Hoy, hace unas horas me confirmaron que todas las fiestas de agosto y septiembre también quedaron canceladas, por lo que me recomendaron pasar la fecha para algún momento del 2021.
Ante toda la situación actual, la verdad es que con Agustín no tenemos idea de cuándo nos vamos a casar finalmente. En caso de que se pueda hacer en enero de 2021, ¿Cómo les digo a mis dos abuelas que tienen 90 años que vengan a una fiesta con 300 personas? Nuestros padres también son población de riesgo…
El adiós que no pude darle a mi hermana
Mi nombre es Rocío Ramírez y tengo 22 años.
Entre octubre de 2019 y enero de 2020 fue la última vez que estuve en mi tierra, en Presidencia de la Plaza, en Chaco. Luego volví a Buenos Aires, donde resido desde hace ocho años. Durante esos meses, fue la última vez que vi con vida a mi hermana Nazarena Ramírez, que entonces tenía 13 años.
Justo cuando yo estaba en Presidencia, fue cuando comenzaron los problemas de salud de Naza. Le aparecían manchas en la piel, se le hinchaban las piernas y no paraba de tener fiebre. Por eso, mi mamá estaba con ella de un lado para el otro.
Cuando yo tuve que volver a Buenos Aires, donde vivo con mi pareja, me quedé preocupada, porque Nazarena no mejoraba. Por eso, cuando comenzó la cuarentena, yo me preocupé más por el hecho de no poder volver a viajar a Chaco para estar con ella y para acompañarla a mi mamá. Pero en ese momento, pensé que el encierro iba a durar una o dos semanas, que no iba a ser para tanto.
Durante las primeras semanas de la cuarentena, el estado de salud de mi hermana empeoró. La fiebre ya ni le bajaba con el suero que le daban y se la pasaba días en el hospital de Presidencia, aún cuando ahí no había llegado al Covid-19.
A principios de Abril, después de que en la ciudad de Sáenz Peña tampoco se pudiera saber qué tenía, se decidió llevarla a Resistencia, para que la atendieran en el Hospital Perrando, de mayor complejidad. Todos sabíamos que el coronavirus estaba en Resistencia, pero estábamos tan desesperados porque mi hermana pudiera recuperarse de sus síntomas que nos enfocamos más en que la curaran de una vez por todas.
Desde ahí, todo se vino abajo. Las noticias sobre su salud eran cada vez peores. Primero la operaron por apendicitis, luego le dijeron a mi mamá que Naza tenía Lupus y después aparecieron los problemas pulmonares. Yo, a la distancia, no sabía cómo hacer para ayudar. Quería verla a Naza y quería más que nada ayudar a mi mamá, que durante semanas se pasó las noches durmiendo en los pasillos del hospital y exponiéndose a un contagio.
Naza murió el 31 de mayo por la tarde. La noticia me la comuicó Roxana Obregón una amiga muy cercana de mi madre y de toda la familia, que nos acompañó desde el primer momento. Aún en esa tarde, ninguno de nosotros sabíamos que mi hermana se había contagiado de coronavirus.
El mundo se me vino abajo cuando escuché la noticia. No sabía qué hacer, acá encerrada y a tantos kilómetros de mi mamá y del resto de los hermanos. Y sin poder moverme. No hay palabras para describir la tristeza que tuve.
A la noche de ese domingo, muchos amigos y familiares me empezaron a pasar links de medios de Chaco, que decían que una nena de 14 años había muerto por coronavirus. Y yo no sabía si se referían a Naza o era otra chica. Llamaba a mi mamá y ella tampoco sabía nada. A las pocas horas, Roxana me confirmó también que se había contagiado.
Lo primero que me vino a la cabeza al enterarme de eso fue bronca, tenía toda la rabia contenida de que esos médicos que la atendieron no tuvieron las medidas de protección suficientes como para no contagiar a Naza. No se lo voy a poder perdonar nunca.
Mi hermana fue cremada y los restos fueron entregados a Roxana. Mi madre no pudo ni recibir los restos porque tuvo que someterse al proceso de aislamiento por la exposición al virus.
Hoy daría cuaquier cosa por poder viajar a Presidencia de la Plaza y poder estar con mi mamá y mis otros tres hermanitos. Quiero cerrar el circulo, quiero poder decirle “adiós” a Naza de la manera que corresponde.
La empresa familiar que tuve que cerrar
Mi nombre es Carolina Spertino y tengo 28 años.
Hasta hace unas semanas tenía una local familiar en Villa Urquiza, en la calle Olazabal, de marroquinería, bijouterie y un poco de indumentaria. Lo tuvimos ocho años y lo cerramos ahora hace unos 15 días más o menos.
El proceso con el local igual venía mal desde antes, desde el 2017 cuando atravesamos una baja significativa en las ventas. Pero queríamos pelearla. En ese entonces nos endeudamos para no cerrar, así que la pandemia nos llegó -seguramente como a tantos otros en la Argentina- con una situación ya delicada en lo económico.
Apenas llegó la cuarentena cerramos porque nuestro rubro no era exceptuado. En la primera o segunda flexibilización se nos permitió y abrimos el comercio, pero las ventas eran muy bajas porque la gente no sale a la calle y hay una baja en el consumo, sobre todo en determinados artículos. Nosotras teníamos el local lleno de productos porque habíamos hecho las compras de temporada en marzo cuando llegó la pandemia. Intentamos vender por internet también pero no funcionó. Hablé con los proveedores con los que trabajaba y me dieron la posibilidad de devolver la mercadería, y la dueña del local que alquilábamos entendió la situación y nos permitió irnos sin pagar el último alquiler. Me angustié, porque no quería bajar los brazos después de haber apostado tantos años, pero también entendí que no me quedaba otra opción. No podía seguir endeudándome.
Estoy en mi último año de la escuela y no sé si tendré viaje de egresados
Mi nombre es Sofía Gozzi y tengo 17 años.
El 2020 lo arranqué con la ilusión de poder pasar mi último año en compañía de mis amigos de la escuela secundaria Hans Christian Andersen, de Pacheco. Llegaba sexto año y era la oportunidad para cerrar un ciclo junto a las chicas y chicos que me acompañaron durante los últimos tres años, cuando llegué a este colegio.
Apenas pudimos tener una semana de clases y se decretó la cuarentena. Entonces todo fue caótico. Era como que nadie entendía lo que estaba pasando y hubo falta de coordinación, especialmente en el aspecto de las clases.
Tengo muchas ganas de ver en persona a mis amigos. Hoy nos queda sólo el vínculo que tenemos a través de las aplicaciones y las redes sociales. Que no es poco, de todos modos. No sé si muchos adultos lo entenderán, pero aún cuando las clases eran presenciales, dentro del colegio todos también teníamos una parte importante de nuestra comunicación a través de los teléfonos celulares.
Hoy tenemos clases por Zoom, casi durante el mismo tiempo que me llevaba dentro de la escuela. En la parte educativa, tengo que decir que hasta prefiero esta modalidad. En el colegio estás sentada ocho horas en el mismo lugar y por momentos te aburrías.
De todos modos, la falta de cercanía y de contacto con mis amigos más cercanos… eso no lo puedo tener y realmente me hace falta. Durante el primer mes de la cuarentena pude manejar bien el estar con mi familia; al segundo mes, ya me empezó a romper las pelotas ver siempre las mismas caras y medio que entré en colapso con esto de no poder ver a mis amigas y querer salir, pero ahora intento tomármelo con más calma.
Nosotros somos una generación que nació con la tecnología y estamos más amigados con esto de relacionarnos a través de pantallas.
De todos modos, aún no se sabe qué va a pasar con nuestro viaje de egresados. Nos íbamos a ir a Cancún por una empresa privada. Y hasta ahora, nos están diciendo que el viaje se hace sí o sí entre octubre y diciembre… yo no sé mucho qué pensar.
Tuve a mi hijo Giovanni sola y en medio de la pandemia
Mi nombre es Florencia Marochi y tengo 43 años.
Después de haberme separado y comenzar el proceso de divorcio, decidí que eso no supondría un obstáculo en mi sueño de poder ser madre. Por eso, a inicios de 2019 comencé con el proceso de maternidad en centros de fertilidad.
El embarazo no fue fácil. A las cinco semanas de gestación tuve una hemorragia severa y pensé lo peor, pero el corazón de mi pequeño siguió latiendo.
Pese a que mi familia me insistió para que fuera a transitar el embarazo a mi Adolfo González Chaves natal, decidí llevarlo sola en Castelar, donde vivo desde hace ocho años.
Cuando se decretó la cuarentena, me dio tranquilidad por mis seres queridos, pero me llené de angustia e incertidumbre respecto a mi embarazo. La fecha posible de parto apuntaba a finales de abril y no sabía si se iba a poder normalizar el asunto para cuando llegara el momento.
Cerca de la semana 34, durante una de mis tantas visitas de control, empecé a notar que los médicos cada vez me recibían con caras de mayor preocupación y tensión. “¿Qué hacés por acá?”, me preguntaban. Después me ordenaron que no volviera más, salvo que tuviera una urgencia o llegara la fecha del parto.
El sábado 11 de abril, un día después de que el Presidente anunciara la segunda extensión del confinamiento, empecé con las contracciones fuertes. Desperté a mi sobrina María Paz, que se había instalado en mi casa para acompañarme. Le pedí que me llevara a la clínica y allí me sometí a los primeros estudios. En ese momento no pensé demasiado en si me podía estar contagiando de coronavirus.
“Bueno, preparate porque hoy nace tu bebé”, me dijo Julieta, la partera. Tomamos todas las medidas de precaución necesarias, usé mi barbijo en todo momento y afortunadamente, Giovanni nació en perfecto estado, pero todavía la mayor parte de mi familia no lo pudo conocer personalmente. Es una pena porque se están perdiendo tiempo valioso, pero al menos los videos y los llamados nos ayudan para sentirnos un poco más cerca.
Sólo me queda esperar a reencontrarme con todos y que cada uno pueda recuperar la libertad que tanto anhela.
Así me recuperé de mi contagio del COVID-19
Mi nombre es Daniel Castillo y tengo 29 años.
Vivo en la Villa 31, en el Barrio Padre Carlos Mugica y el 15 de mayo fui diagnosticado con COVID-19 positivo. Estuve aislado 10 días en un hotel y luego 11 dias en mi domicilio.
Trabajo en la ANSES, en atención al público, en la parte administrativa. Antes de la cuarentena me dedicaba a eso a la mañana y a la tarde, como soy enfermero, realizaba trabajos en casas particulares.
Los primeros días de la cuarentena estuve guardado en mi domicilio, como todos. Mis trabajos de salud los dejé en ese momento. Después hubo un operativo en barrios populares para la inscripción en el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia), y yo participé asesorando a la gente. Ahí me debo haber contagiado. En mi casa vivimos 15 personas, y las únicas dos que nos contagiamos somos los que salimos a trabajar. Los que se quedaron guardados no se contagiaron y por suerte pudimos detectar a tiempo nuestro positivo, que fue asintomático.
Porque mi trabajo supuso exposición me permitieron hacer el test y al día siguiente supe el resultado. Lo primero que hice fue avisarle a mi madre y mi padre, porque son los dos pacientes de alto riesgo. Ese mismo día se hicieron el hisopado y afortunadamente les dio negativo. Eso fue un gran alivio para mi.
Me llevaron a un hotel. Me dejaban el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena en la puerta de la habitación y tres veces al día me llamaban para preguntarme cómo estaba, pedirme que me mida la temperatura e ir viendo si desarrollaba síntomas, que en mi caso no sucedió.
A los diez días, como mi evolución fue buena, me hicieron el egreso parcial, que no es para que sigas circulando sino para finalizar el aislamiento en tu casa. Vine acá y completé 11 días más de aislamiento absoluto. Por protocolo no correspondió hacerme un segundo hisopado para ver si contagio o no, pero según me explicaron, pasados 14 días ya no puedo contagiar. Así que aquí estoy en mi casa ya realizando tareas laborales nuevamente pero a distancia.
De estos tres meses lo que veo es que se estigmatizó mucho a los barrios populares porque supuestamente no nos cuidábamos y éramos unos inconscientes pero en el medio hubo un casamiento, un baby shower, gente que se fue a la costa, la salida de la gente a correr toda al mismo tiempo… Me da miedo porque quienes la van a pasar mal son las personas de riesgo. El miedo está y no se va a ir hasta que no aparezca la vacuna.
La odisea de mis cuatro meses varado en México sin poder volver a casa
Mi nombre es Darío Barci y tengo 46 años.
El 2 de diciembre del 2019 viajé a Tecate, en México, a visitar a un pariente. Tenía fecha de regreso el 9 de enero del 2020, pero una semana antes de volver sufrí un robo en el que perdí el pasaporte y, con él, la posibilidad de viajar de regreso. Quedé varado desde entonces, y lo estuve por más de cuatro meses.
Sobreviví de lo que sé hacer: pastelería. Me ayudó mucho la gente del pueblo de Tecate, pero no así el consulado argentino. Luego llegó el COVID-19, y el cierre de fronteras en la Argentina. Fueron meses difíciles. Tuve que contactarme con otros argentinos que estaban en la misma situación que yo, en el sentido de querer volver y no poder.
Era muy duro estar varado. Muy angustiante. En medio de todo eso, me enteré de que la iglesia mormona tenía contratado un vuelo charter de Aeroméxico para el día 29 de abril hacia la Argentina, más de un mes después del cierre de fronteras. Cedieron unas plazas que tenían disponibles y fue así como pude regresar a Buenos Aires. La cosa no terminó ahí porque quienes éramos de la Provincia de Buenos Aires no contábamos con alojamiento para poder hacer nuestra cuarentena, como sí lo hacía la gente de Capital Federal. Pero bueno, con la ayuda de familiares y amigos encontré un lugar donde pasar la cuarentena y luego pude hacerme el análisis de sangre para ver si tenía el virus, que lo tuve que pagar de mi bolsillo.
Después de 90 días lo que sentí fue el desamparo en todo sentido, incluido el del Estado. Pero hoy lo más importante me parece es que no nos olvidemos que todavía queda mucha gente afuera, muchos argentinos que están esperando volver al país y la están pasando realmente mal.
Ante el abismo, reinventarse
Mi nombre es Martín Rodríguez Riou y tengo 39 años.
Mi vida antes de la cuarentena consistía en administrar una empresa metalúrgica con 45 trabajadores. Se puede decir que tenía la vida típica de cualquier industrial en nuestro país, con entregas pendientes y eso.
Mis primeros días de encierro los tomé con un desafío, algo nuevo. De alguna manera empecé a hacer lo que hizo la mayoría de la gente: hacer ejercicio, leer más, acomodar cosas en mi casa… Reinventándome de alguna manera dentro de mi hogar.
Una vez pasado cierto tiempo la inquietud fue cada vez mayor y me generó la necesidad de pensar qué hacer para sostener las fuentes de trabajo en nuestra empresa, cómo seguir pagando los salarios de 45 trabajadores. Y ahí surgió la idea de desarrollar un pedal que denominamos pedal “manos libres”, para abrir puertas con el uso del pie, evitando el contacto de la mano con el picaporte y así contribuir a la comunidad con una técnica que reduce el contacto. Lo desarrollamos y ahora lo producimos.
Creo que estos 90 días de encierro nos obligaron a todos a cambiar la forma de comportarnos y ver qué tipo de negocios nuevos pueden surgir o qué comportamientos vamos a adoptar. Aprender a ser más responsables para bien social es la gran lección de todo esto.
Yo puedo decir que le estoy agradecido a la cuarentena
Mi nombre es Andrée Romero y tengo 36 años.
El mundo de la gastronomía es agotador. Hace que puedas estar las 24 horas fuera de tu casa, que sólo vuelvas a tu hogar para dormir y que dependas exclusivamente de la relación con los clientes.
Desde muy joven tuve claro que la enología era una de mis grandes pasiones. Por eso, me dediqué y estudié lo suficiente como para poder vivir de esto.
Al momento en que se decretó la cuarentena en la ciudad de Buenos Aires yo asesoraba a cuatro restaurantes: Casal de Catalunya, Pepito, La Estancia y Encuentro Nativo.
Durante las primeras semana de encierro, el aspecto laboral me lo tomé muy light. Pensé que esto duraría poco tiempo más y que pronto recuperaríamos la normalidad.
Incluso, me tomé el tiempo para poder empezar a disfrutar de mi cuarentena. Antes, con mis trabajos habituales, prácticamente desconocía mi casa: almorzaba y cenaba en los restaurantes, salía muy temprano y regresaba muy tarde. Me di cuenta de que me había comprado un sofá y nunca había podido tirarme en él a descansar. Empecé a reencontrarme con mi mundo personal, mi lugar íntimo.
Mi mayor crisis comenzó después del primer mes, cuando comencé a notar que los restaurantes a los que asesoraba empezaban a tener las dificultades obvias del cierre y se les comenzaba a complicar los pagos. Me preocupé y llegué a entrar en un estado de depresión.
Pero fue el tiempo disponible en mi cabeza lo que me terminó salvando. Ese tiempo que nunca tuve para dedicarme a mí mientras asesoraba a otros. Y entonces dije: Siempre me han pagado por dar ideas, ¿por qué no puedo ahora darme ideas a mí mismo?
Y así inicié el sueño de mi vida, crear mi propia vinoteca. Después de consultar con amigos, lancé un club de asesoramiento de vinos virtual llamado Vinclub. Y realmente, puedo decir que ahora estoy cumpliendo mi sueño. En el primer mes tuve algo de ganancias y en la primera semana de mi segundo mes ya había superado las ventas de todo el mes del debut. Los sommeliers dependíamos mucho de la rueda económica, íbamos mucho a comisión y dependíamos también de la propina.
Hoy todo eso cambió en mi vida. Hoy puedo afirmar que la cuarentena fue la primera prueba que tuve con mí mismo en muchos años. Y la superé. Ahora puedo pasar más tiempo con mi pareja y disfrutar de los pequeños detalles de mi casa. Vinclub es como un hijo y ahora cuando regrese la normalidad, yo ya tendré en claro dónde están mis prioridades.
Tengo casi 90 años, estoy sola y es muy duro
Mi nombre es Marta Pagliano y tengo 88 años.
Enviudé en 2001 y desde hace varios años que vivo sola. Tengo a uno de mis hijos en un domicilio muy cercano al mío y una mujer que me ayuda con las tareas domésticas, pero cuando el sol baja, a la hora de la cena, estoy sola.
Nunca me gustó que alguien hiciera las cosas por mí. Por eso, desde hace años que me las arreglo para salir a pagar los servicios, a hacer las compras o a cobrar la jubilación. De hecho, tengo a la misma mujer remisera desde hace años. Esta fue a lo largo de los últimos años mi manera de mantenerme activa.
Ya lejos de los años en los que era profesora de inglés y francés, me debo a mi familia y a mis amigas. Su compañía física es todo y sinceramente no hay mucho que pueda equilibrar el dolor por sus ausencias en mi vida.
Justo antes de que se decretara la cuarentena, estuve un poco con la actitud más baja. Tuve dos caídas, que me provocaron fracturas en la cadera y en uno de mis brazos, por lo que necesité mucha ayuda de mis hijos para poder salir adelante.
Cuando se decretó la cuarentena, nunca pensé que iba a durar tanto. Pensé que iban a ser algunas semanas sin poder ver a mis hijos y nada más. Pero esto sigue y no sé cuándo va a acabarse.
La soledad es lo más duro que me está ocurriendo en esta cuarentena. No sé manejar el Zoom. A veces hago algunas videollamadas con mis hijos y mis nietos pero necesito que esto se termine. En mi vida he visto muchas pestes pero nunca nada como lo que estamos viviendo ahora.
Lo peor de todo es que me da bronca que mientras yo estoy encerrada en mi casa, haya otras personas que salgan a correr y hagan que haya cada vez más contagios. No me parece justo para los que estamos cumpliendo con esto.
El 1º de abril fue mi cumpleaños y todos mis hijos se coordinaron para ir llamándome, pero no es lo mismo que tenerlos cerca. Me muero por poder abrazar a mis nietos. Hoy solo me queda el consuelo de recibir a la señora Ana, quien me ayuda a poder moverme dentro de la casa y a poder bañarme.
Cambiar la incertidumbre por solidaridad
Mi nombre es Romina Jaime y tengo 41 años.
Soy de Garin, Escobar, y soy profesora de tenis. El día que se decretó la cuarentena lo que sentí fue miedo. No solamente por la situación mundial en relación a la salud sino también por nuestra economía personal porque estamos en una actividad en la que dependemos exclusivamente de lo que hacemos día a día. Sabíamos que se nos iba a cortar el trabajo pero no sabíamos por cuánto tiempo.
Hoy hace más de 90 días que estamos sin trabajar. Es durísimo pero siento que si algo me salvó fue la manera en cómo lo enfrenté desde el primer día. Comencé haciendo cursos online no solo de mi actividad sino de manejo de redes sociales, de diseño gráfico… Todas cosas que me ayudan mucho para la difusión de mi actividad y que no los podía hacer cuando estaba con la vorágine del trabajo diario.
También me la pasé pensando ideas todos los días para mantenerme en contacto con mis alumnas y alumnas, y tratar de que sigan con la actividad, que no es fácil. No es fácil dictar una clase de tenis online estando cada uno en su casa con las limitaciones de espacio que tiene. Pero encontramos una alternativa.
Soy parte de un equipo de mujeres que juegan al tenis, y desde el primer día intercambiamos ideas para ver cómo sobrellevar la situación. Un día llegó una idea muy linda para practicar en solitario gracias a una cinta elástica atada a una pelota y fijada en el piso de la casa de cada quien. Lo propuso una alumna que se llama Cinthia. Muy pronto empezamos a jugar así, no solamente con mis alumnos sino también se difundió la idea a alumnos de otros clubes. Y logramos unirlo con un proyecto solidario que traíamos de antes: empezamos a intercambiar los kits para hacer la práctica por alimentos no perecederos para un comedor que se llama Tigrecitos de Benavídez. Desde hace 90 días que estamos con esto, que si bien no nos resolvió el tema económico, que después de tanto tiempo creo que debería resolverse de alguna manera, sí nos mantuvo muy activos.
A mí como profe me da mucha satisfacción ver a mis alumnos en actividad, y además es muy gratificante saber que estamos ayudando a un comedor entre todos. Hoy después de tanto tiempo, si bien no hay que subestimar la situación, creo que deberíamos encontrar soluciones intermedias para volver a las actividades. Pero bueno, esperemos que esto termine pronto y se haga lo mejor posible para todos.
Extraño la capilla y a mis amigas misioneras que están solas
Mi nombre es Ercilia Maidana y tengo 79 años.
La Capilla de San José de Obrero, ubicada apenas a tres cuadras de mi casa, en el barrio Las Juanitas de Villa Tesei, es como mi segunda casa. Hasta el 20 de marzo, todos los jueves y los sábados a la tarde me juntaba allí con mis compañeras misioneras para ayudar en lo que haga falta y para agradecerle a mi Papá Jesús.
Desde que empezó la cuarentena, ya no pude ir más a la Capilla, se encuentra cerrada. Y así se me cortó la posibilidad de poder ver a mis amigas y de poder estar en la casa sagrada. Todavía me acuerdo cuando vine a Buenos Aires, hace más de 50 años, procedente de Chaco. Mi papá se compró el terreno vacío donde ahora vivo con mi hija y su pareja y dos de mis nietos.
Cuando estuve en el Chaco, sembrábamos algodón, girasol, batata, mandioca. Yo trabajaba con las vacas, hacía quesos, repartía leche a los que necesitaban. Y desde que me vine a Buenos Aires también ocupé toda mi vida en ayudar a los demás.
A mis 79 años, todavía me levanto todos los días a las 7 de la mañana y lo que hago es rezar por la salud de mi familia. También le pido que me cuide a Alejandro, mi hijo mayor, que murió hace seis años a causa de una enfermedad.
Si bien desde que empezó la pandemia estuve acompañada por toda mi familia, extraño horrores poder ir a la Capilla a rezar. Ahora tengo que hacer la misa cuando la veo por la TV. Veo al padre Ignacio todos los domingos a la mañana y trato de no perderme ninguna bendición del Papa Francisco que pongan en la pantalla. Me muero de ganas de poder ir a las casas de mis amigas que se quedaron solas, pero al menos nos comunicamos mucho por teléfono
No le tengo miedo al coronavirus. Yo me pongo en manos de nuestro Papá Dios y la Virgen María Santísima. Si algo me pasa, que sea la voluntad de él y no la mía.
Edición del video: Bruno Rattazzi
Producción Periodística: Estefanía Carlojeraqui