— Le voy a decir algo: usted es hijo de un hombre más grande que yo, que se llama Manuel Belgrano, le dijo un día a Pedro su padre adoptivo, Juan Manuel de Rosas.
Y éste replicó: — Entonces desde ahora voy a ser Pedro Rosas y Belgrano.
Manuel Belgrano murió soltero. Los dos grandes amores de su vida fueron mujeres casadas. Por mucho tiempo se pensó que había tenido una sola hija, Manuela Mónica, extramatrimonial, nacida en 1819 en Tucumán, porque el general la menciona expresamente en un documento al Cabildo de esa ciudad, para que pudiese heredar parte de sus bienes. Manuela Mónica del Corazón de Jesús, fruto del romance del general con María Dolores Helguero, había nacido en Tucumán el 4 de mayo de 1819. Belgrano ya estaba muy enfermo y murió poco después, el 20 de junio de 1820.
Pero unos años antes, en 1813, Belgrano había tenido otro hijo, un varón, que nació en Santa Fe en la estancia de unos amigos, lejos de las miradas indiscretas de los vecinos de Buenos Aires o del Norte, donde había sido concebido. Ni Belgrano ni la madre reconocieron al niño. Pero no se desentendieron de él, como se verá.
En el año 1802, Manuel Belgrano volvía de España, donde había sido enviado a estudiar por su familia. En las habituales tertulias de la época, conoció a María Josefa Ezcurra, una muchacha 15 años más joven que él. Se enamoraron, pero el romance quedó trunco porque la relación no fue aprobada por los Ezcurra para quienes Belgrano no era un partido conveniente. Para cortar el vínculo, aceleraron el casamiento de María Josefa con un primo suyo recién llegado de España: Juan Esteban Ezcurra. El matrimonio duró nueve años, hasta que el navarro decidió repatriarse, al parecer por motivos políticos. La pareja no había tenido hijos.
Fue una separación de hecho, no legal. María Josefa estaba sola, pero no era libre, al menos según los usos y costumbres de la época.
Fue entonces cuando renació el romance entre ella y Belgrano, pero en la clandestinidad, pues la joven seguía casada con su primo. Belgrano regresaba de Rosario, donde había inaugurado las baterías sobre el río Paraná para frenar el avance de los realistas y enarbolado por primera vez la bandera celeste y blanca.
Se reencontraron y resurgió la atracción: él tenía algo más de cuarenta años y ella tan sólo veintisiete. Era una mujer sola y sin hijos, pero legalmente casada.
La Junta envió a Belgrano a Jujuy a asumir la conducción del Ejército del Norte en 1812 y esta vez María Josefa tomó la audaz resolución de seguirlo. Además de las dificultades que presentaban estos viajes, que podían durar semanas y hasta meses, se sumaba la censura social. Cuarenta y cinco días demoró ella en llegar a Jujuy, para reencontrarse con Belgrano.
Juntos emprendieron el éxodo jujeño hacia Tucumán, en agosto de 1812. En octubre de ese año, María Josefa quedó embarazada. Avanzada la gestación, ya no era posible para ella seguir a Belgrano con su ejército y fue entonces que decidieron, algo habitual en la época, que el niño naciera en Santa Fe, donde María Josefa podría eludir la censura social y mantener en secreto el nacimiento.
El 29 de julio de 1813 nació un varón, en la estancia de unos amigos, cerca de la ciudad de Santa Fe. El recién nacido fue bautizado en la Catedral de Santa Fe y anotado como huérfano, aunque en su partida de nacimiento la madre figura como madrina de bautismo.
Unos meses después, una hermana de María Josefa, Encarnación Ezcurra, y su flamante marido, Juan Manuel de Rosas, adoptaron al niño, que desde entonces se llamó Pedro Pablo Rosas. Es decir que el matrimonio Rosas crió como propio a su sobrino. Pero Manuel Belgrano les había pedido que, cuando Pedro fuese mayor de edad, le contaran la verdad sobre su origen.
A los 21 años, el hijo adoptivo de Rosas y Ezcurra supo que la mujer a la que llamaba tía era su madre biológica y que Manuel Belgrano había sido su padre.
Este episodio de la vida del creador de la bandera fue por mucho tiempo ignorado por los historiadores. Por un lado, la elevación de Manuel Belgrano a la categoría de prócer y modelo imponía ocultar romances e hijos extramatrimoniales, “deslices” todavía reprobables a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Por otro lado, en la grieta que instaló nuestra historiografía al momento de su consagración en los manuales -por obra principalmente de Bartolomé Mitre-, Manuel Belgrano quedó del lado de los buenos muy buenos y Rosas, del de los réprobos.
En ese marco no encajaba el vínculo entre ambas figuras. El Restaurador de las Leyes había adoptado y criado como propio al hijo de Belgrano. Y además había respetado su voluntad, revelando la verdad al niño al llegar éste a su edad adulta.
El muy detallado Diccionario Histórico Argentino (Piccirilli, Romay, Gianello. Ed. Históricas Argentina, 1954) dice: “Rosas y Belgrano, Pedro: nació el 29 de junio de 1814. Fue criado por la familia de Ezcurra....” Ni Rosas, ni Belgrano son mencionados en la reseña sobre la vida de este coronel y juez de paz en Azul. Y la fecha de nacimiento difiere de la real.
Estanislao S. Zeballos habla de Pedro Rosas y Belgrano y lo trata de “sobrino de don Juan Manuel, y de conocida familia de Buenos Aires”.
Rosas le cedió a su hijo extensos campos en la zona de Azul, donde éste se instaló y donde transcurrió el grueso de su vida, dedicándose a la ganadería y a la milicia. Fue juez de paz y comandante militar interino de Azul. Desde que supo quién había sido su padre, firmaba oficialmente “y Belgrano”.
Actuó en las campañas contra los indios y cumplió varias misiones por encargo de su padre adoptivo. Tras la caída de éste, se puso al servicio de Urquiza.
Cuando empezaron las discordias entre la provincia de Buenos Aires y el resto de la Confederación, el coronel Pedro Rosas y Belgrano tomó parte en esas luchas y terminó vencido, preso y juzgado.
Estando prisionero en Luján, le escribió una carta al coronel Hilario Lagos solicitando clemencia. Esa misiva revela que Pedro no sólo conocía su filiación sino que tenía vínculo con su medio-hermana. Adjunta a su carta otra de Manuela Mónica Belgrano intercediendo por él, y le dice a Lagos: “Si su nombre vale algo para Ud., me intereso por ella para que me quite una prisión que me mortifica tanto”.
Manuela Mónica había vivido con su madre hasta 1825 cuando, en cumplimiento del deseo de su padre -ya fallecido-, pasó al cuidado de sus tíos Juana y Domingo Belgrano. Manuel Belgrano le había pedido a su hermano Domingo, que era sacerdote, que una vez saldadas sus deudas, destinase el remanente de sus bienes al mantenimiento de su hija, de apenas un año de edad, y que se encontraba en Tucumán.
Manuela Mónica vivió con sus tíos en el actual distrito de Azul; fue allí que conoció a su medio hermano Pedro Pablo con quien mantuvo una buena relación.
En Azul, Pedro Rosas y Belgrano se casó con Juana Rodríguez, con la que tuvo dieciséis hijos. Murió el 26 de septiembre de 1863.
Seguí leyendo: