Apenas iniciada la Revolución de Mayo, la Primera Junta buscó poner bajo su dominio aquellos puntos de la geografía colonial que pudieran disputarle a Buenos Aires la hegemonía, a través de expediciones militares.
Así, una se dirigió contra el interior y el Alto Perú (1810 – 1811), otra a la Banda Oriental (1811 -1812) y una tercera hacia el Paraguay (1810 – 1811).
La expedición -o campaña, según se mire- al Paraguay la lidera con el grado de Coronel Manuel Belgrano, que según propia expresión desea alejarse de la interna que atraviesa la Junta y prestar un “servicio activo”, desde septiembre de 1810 a marzo de 1811.
Belgrano organiza sus efectivos y emprende la marcha desde Santa Fe, al tiempo que la Junta envía a Corrientes como Teniente de Gobernador, a Elías Galván, quien debe servirle de soporte logístico. Se le ordena además cortar la navegación del Paraná, lo que provoca un bloqueo fluvial paraguayo ante el cual Galván, más débil, debe ceder reabriendo el paso.
La maniobra belgraniana cabe periodizarla en tres etapas: la marcha por el territorio de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, el franqueo del Paraná, y las acciones y desplazamientos en territorio paraguayo.
Para la ejecución de la marcha, Belgrano enfrenta problemas de abastecimiento, personal y armamento que se revelarán comunes a toda la campaña. El obstáculo crucial serán las caballadas, publicitadas según datos espurios, pero insuficientes y de pésima calidad.
Así, su oficio a Galván del 3 de diciembre expresa asombro “…de la noticia que dio Vmd a la Exma Junta de los 4000 caballos…” reiterándolo a la Junta al día siguiente “…se ha reído el ejército cuando ha visto en la gaceta que se le ha dicho a V.E. por el teniente gobernador de Corrientes que había 4000 caballos prontos, no habiendo pasado de 600 y pico…” En el mismo oficio anterior, le aclara a Galván que “…No es decir á Vmd por esto que no se hayan hecho donativos por los vecinos… pero casi de nada nos han servido…mas bien se habrán querido contar las costillas de los animales que sus pasos”.
El apoyo de la población también deja que desear, especialmente en Corrientes, donde los notables, salvo raras excepciones, eluden comprometerse a fondo aunque exaltan aportes y contribuciones que muchas veces quedan en los papeles, y otras, exhibidas como donaciones, en realidad son objeto de reclamos pecuniarios posteriores. Así, por ejemplo, la queja de Belgrano a Fernández Blanco del 5 de marzo de 1811 diciéndole: “…Conozco el poco patriotismo que hay en esos vecinos, y el ningún crédito que tiene nuestro Gobierno con ellos; sobra dinero a la Patria y estoy cierto que ellos lo saben bien, y podrían contentarse para franquear los auxilios que se solicitaran con libramientos contra la Capital, y, si tuvieran patriotismo con esperar a que de allí se les remitiese…”.
En el corazón de la futura provincia de Corrientes, deslinda un asentamiento indio de un poblado criollo de tiempos de Avilés, separando Mandisoví de Curuzú Cuatiá, que se alza el 11 de noviembre como el primer pueblo patrio.
Avanza, velando el sitio donde franqueará el Paraná, por el centro de un espacio geográfico de clima entonces árido, que luego lo pone a prueba con lluvias torrenciales soportadas estoicamente, mientras cumple a rajatabla la orden de mantener informada en todo momento a la Junta. En cada alto suyo, un verdadero torrente epistolar queda como testimonio de que a cada uno le escribe lo que considera conveniente, según se trate de oficios oficiales a Galván y la Junta o correspondencia de tono particular.
Luego de pasar por Yaguareté Corá el 25 de noviembre, bordea la ribera. Desechando cruzar por Apipé, con parte de su ejército arriba a Candelaria el 15 de diciembre. El 17 están reunidos sus efectivos y, habiendo intimado a las diversas autoridades paraguayas, inicia el franqueo en la noche del 18, en las balsas para 60 hombres que ha construido y probado a vista y paciencia del adversario. Ha logrado eludir a las cañoneras enemigas que señorean el río, engañadas por los efectivos correntinos acantonados en Paso del Rey (hoy Paso de la Patria).
Toda esta maniobra da cuenta de su capacidad para la improvisación frente a carencias inhabilitantes para cualquier otro, su celeridad en la toma de riesgos, la adopción de decisiones y la dureza imprescindible a un guerrero que marcha hacia la batalla, ordenando de ser necesario, prisiones e incluso fusilamientos.
Tras una acción menor sobre una guardia en Campichuelo, Belgrano entra en Itapúa (Encarnación). Sobre el terreno, con la resistencia pasiva que le opone la población, comienza a comprender que su percepción anterior de la existencia de un fermento revolucionario en Paraguay es errónea, pero sigue avanzando hacia Asunción.
El 15 de enero de 1811, finalmente está a la vista del oponente, fortificado en la villa de Paraguarí. La batalla se da en la madrugada del 19 y luego de una intensa pugna, rechazado por los efectivos paraguayos, aquella tarde Belgrano se retira ordenadamente hacia el río Tacuarí, seguido a la distancia.
Desmoralizados sus efectivos, purga sus cuadros y solicita más medios a la Junta, apercibido de que los que cuenta no son suficientes para triunfar de la hostilidad general que enfrenta.
A fines de enero, Belgrano es intimado a rendirse por Tomás Yegros, cabeza de la vanguardia paraguaya, que comprende que no piensa continuar su retirada. También recibe sus despachos de Brigadier (general).
En febrero, ambos adversarios se mantienen sobre las armas aprestándose para la batalla. Belgrano, afectado por las deserciones, escribe que sólo puede confiar en los soldados de Buenos Aires. Velazco, busca obligarlo a recruzar el Paraná asegurando nuevamente las comunicaciones con Montevideo. Belgrano envía efectivos para mantener asegurado un paso sobre el río.
El 7 de marzo, desde Buenos Aires le ofician para que cierre su campaña y se repliegue hacia Arroyo de la China (Concepción del Uruguay). En la medianoche del 8, atacado y envuelto el ejército por las fuerzas paraguayas, se da la batalla de Tacuarí. Una derrota en regla de Belgrano quien, intimado, bizarramente se niega a rendirse y a cambio propone capitular abandonando el Paraguay, lo que el comandante Manuel Cabañas acepta.
El 12 de marzo Belgrano ya oficia desde Itapúa y el 13 desde Candelaria. Ha recruzado el río. Hasta mediados de aquel mes, sostiene un enjundioso intercambio epistolar con Cabañas, interpretado a posteriori como influencia significativa en el movimiento emancipador paraguayo iniciado en mayo de aquel 1811. En ese cruce de correspondencia, se percibe cómo ambos contendientes van dulcificando un trato de dientes para afuera, hacia expresiones progresivamente amistosas. Así, el 9 de marzo Cabañas oficia desde el “campo de batalla del Tacuarí” al “Señor don Manuel Belgrano” que le responde tratándolo de “Señor general don Manuel Cavañas” desde su “Campamento de Tacuarí”. Epístolas después, ya Cabañas le da el trato de “señor General” y se despide “el que con el mayor respeto tiene el honor de llamarse su mejor servidor”, directamente desde “Tacuarí”, sin nominarse como dueño del campo de batalla. Todavía luego, Cabañas cierra escribiendo “Dios guarde a vuestra excelencia muchos años” y Belgrano responde de modo análogo.
Llegado el momento, Cabañas ya lo llama “Mi muy estimado dueño y amigo” y Belgrano se despide diciendo: “...le amo como el mejor de mis amigos”. Por no abundar, en las últimas misivas, Belgrano es ya un “excelentísimo señor” y Cabañas, el “iris de paz que la patria admirará, y nuestro monarca atenderá...”.
En esa, como en toda la correspondencia de Belgrano en la campaña, el vocabulario recoge las voces de orden que por entonces son de uso entre los patriotas, entre otras, calificar de “rebeldes” a los que no acatan las órdenes de la Junta, “mandones” a quienes los lideran, cooptados, se sostiene, por proyectos napoleónicos para subyugar a los pueblos, y afirmar que se actúa no en son de conquista sino para preservar y mantener en su nombre los dominios de “nuestro amado (o “desdichado” según convenga) Fernando VII”.
El 21 de marzo de 1811 Belgrano recibe sus nuevas órdenes, y el 23, las primeras fracciones del ejército rompen la marcha hacia la Banda Oriental. La campaña al Paraguay ha concluido.
El después, quizá jalona la interna de aquel momento de la gesta revolucionaria: es procesado. Pero sale indemne merced al testimonio favorable, unánime, de quienes fueran sus subordinados.
Derrota o triunfo, allá, en el Paraguay, se ha forjado el acero que saludará la Bandera de Salta y brillará bajo el sol de Tucumán.
El autor es historiador y director del Archivo General de la Provincia de Corrientes
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