Mientras cursaba historia para convertirse en profesor de la Escuela de Guerra, en el año 1921, De Gaulle extrajo una lección: “La historia no enseña el fatalismo. Hay horas en que la voluntad de algunos hombres quiebra el determinismo y abre nuevas vías”.
En esa hora se encontró cuando Alemania invadió Francia y vio a sus jefes capitular. De Gaulle era un militar de carrera. Había luchado en la Primera Guerra. Combatió en Verdún y fue hecho prisionero por los alemanes. Durante los años de entreguerra, cansado de tratar de convencer a sus superiores de la necesidad de rearmar a Francia, de modernizar sus fuerzas armadas, el 14 de enero de 1935, escribe a un miembro de su gobierno, al enterarse de que Alemania ya posee tres divisiones de panzers y que tendrá 3 más en 1936; “No insisto sobre el dolor que puede experimentar un oficial que, habiendo encontrado para su país un plan de salvación, ve ese plan íntegramente aplicado por el eventual enemigo y ser descuidado por el ejército al cual pertenece”.
Tras los Acuerdos de Munich, escribe, en septiembre de 1938: “En mi calidad de francés y de soldado, estoy aplastado de vergüenza por la capitulación sin combate que nuestro país acaba de cometer”. Esos acuerdos, firmados por los jefes de gobierno de Reino Unido, Francia, Italia y Alemania, eran una aceptación de la anexión hecha por Hitler de parte del territorio de Checoslovaquia; una de las tantas concesiones de los demás países a Alemania con el fin de evitar la guerra, pero logrando, a la larga el resultado contrario.
Para De Gaulle, los peligros en que veía a Francia y las humillaciones de que sería objeto eran motivo de un dolor casi físico a tal punto era el amor a la patria el motor que lo impulsaba.
Pero el 2 de septiembre de 1939, dice: “Hay que mantener la confianza. Tuvimos a Juana de Arco, a Clemenceau, habrá alguien, un dia, civil o militar, para sucederlos”.
Francia le declara la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939 tras la ocupación de Polonia, y lanza una ofensiva fallida. Los alemanes y sus aliados inician la invasión de Francia en mayo de 1940, que será derrotada en pocas semanas.
Cuando Charles de Gaulle dirige con bravura un contraataque es nombrado general a título provisional y el 5 de junio se convierte en Subsecretario de Estado para la Defensa. Ese día, dejaba definitivamente el ejército y comenzaba su carrera política. Su paso por el gobierno fue efímero, porque cuando Paul Reynaud renuncia y es reemplazado por el mariscal Philippe Pétain, el héroe de la Primera Guerra Mundial, De Gaulle, conociendo las intenciones de las nuevas autoridades de pactar con el enemigo, parte hacia Londres donde llega el 17 de junio.
En esos días, se verá como “instrumento de una voluntad” que lo sobrepasa. “Me sentí tomado por una mano más fuerte que la mía. Fui poseído por una idea”, dirá más tarde. “Frente al vacío terrorífico del renunciamiento general, mi misión se me presentó, de golpe, clara y terrible. En ese momento, el peor de su historia, yo debía asumir a Francia”.
De Gaulle había sido un colaborador estrecho de Pétain durante un tiempo hasta que se distanciaron por diferencias de criterio sobre el rearme de Francia.
A finales de junio de 1940, lo interpela a través de la BBC: “Señor Mariscal, en estas horas de vergüenza y cólera para la Patria, una voz debe responderle. Esta noche, será la mía”. Reiteraba en ese mensaje su opinión de que Francia había sido derrotada de forma tan fulminante sólo por la superioridad “mecánica” del enemigo. Y entonces preguntaba: “Si Francia no tenía esa fuerza mecánica, si se había dotado de una fuerza puramente defensiva, una fuerza de posición, ¿quién tuvo la culpa, Señor Mariscal?” “Su armisticio es deshonroso”, acusaba.
“Pretender que Francia pueda seguir siendo Francia bajo la bota de Hitler o el zapato de Mussolini es senilidad o bien traición”, decía De Gaulle, que varias veces afirmó que el gran soldado que era Pétain había muerto en 1925.
Sin embargo, será indulgente con él, llegado el momento. Tras la liberación, Pétain vuelve a Francia, en abril de 1945. Es juzgado y condenado a muerte, pero De Gaulle conmuta la pena por reclusión perpetua. Se muestra magnánimo a pesar de estar convencido de que, en los tiempos de Vichy, el mariscal Pétain lo habría fusilado “en 24 horas”.
Lo que le cuestionaba era la falta de voluntad para equiparse a tiempo, formar una fuerza eficaz de reacción, luego el abandono o la entrega al enemigo de los recursos, las instituciones, la flota, la aviación y las colonias de Francia, en momentos en que todavía existía una posibilidad real de resistir desde África del Norte.
Ante la claudicación de su gobierno, decide irse a Londres, donde, unas semanas, antes, Winston Churchill ha reemplazado a Neville Chamberlain.
El célebre discurso de Charles de Gaulle en el micrófono de la BBC no fue grabado; a veces los hombres no saben que están siendo testigos de la historia. El texto decía:
“Ciertamente, hemos sido, estamos, sumergidos por la fuerza mecánica, terrestre y aérea, del enemigo Infinitamente más que por su número, son los tanques, los aviones la táctica de los alemanes lo que nos hace retroceder. Son los tanques, los aviones, la táctica de los alemanes lo que ha sorprendido a nuestros jefes al punto de llevarlos allí donde están hoy. Pero, ¿está dicha la última palabra? ¡debe desaparecer la esperanza? ¿Es definitiva la derrota? ¡no!
Créanme, yo que les hablo con conocimiento de causa y les digo que nada está perdido para Francia. Los mismos medios que nos han vencido pueden traer un día la victoria. ¡Porque Francia no está sola! ¡No está sola! ¡No está sola! Tiene un vasto imperio detrás de sí. Puede formar un bloque con el Imperio Británico que domina el mar y sigue la lucha. Puede, como Inglaterra, utilizar sin límites la inmensa industria de los Estados Unidos.
Esta guerra no se limita al territorio desdichado de nuestro país. Esta guerra no está definida por la batalla de Francia. Esta guerra es una guerra mundial. Todos los errores, todos los retrasos, todos los sufrimientos, no impiden que existan en el universo todos los medios para aplastar un día a nuestros enemigos. Fulminados hoy por la fuerza mecánica, podremos vencer en el futuro con una fuerza mecánica superior. El destino del mundo está ahí.
Yo, general De Gaulle, actualmente en Londres, invito a los oficiales y soldados franceses que se encuentran en territorio británico o que vendrán hacia aquí, con o sin sus armas, invito a los ingenieros y obreros especialistas de las industrias de armamento que se encuentren en territorio británico o que vendrán próximamente, a ponerse en contacto conmigo.
Pase lo que pase, la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará”.
Cuando, al día siguiente, De Gaulle empieza a recibir a los franceses dispuestos a sumarse a la resistencia, les dice: “De momento, no tengo ni siquiera un local para instalar mi oficina. No tengo fondos, ni tropa. No sé dónde está mi familia. Empezamos de cero”.
Muy pronto, Churchill comprende que ningún alto mando del gobierno que ha pactado con Hitler se sumará a la lucha y el 28 de junio envía un comunicado a la BBC que dice: “El gobierno de su Majestad reconoce al general De Gaulle como jefe de todos los franceses libres, donde sea que se encuentren, que se le unan para la defensa de la causa aliada”.
Este reconocimiento será el acta fundacional de la Francia libre y el cimiento de la autoridad de De Gaulle. Sin embargo, el general deberá luchar permanentemente por mantener esa legitimidad en torno a su persona y el reconocimiento de los aliados de que él es Francia, y una Francia libre y soberana.
Estaba bastante solo por otra parte, como él mismo lo dirá muchos años después: “En junio de 1940, hay que decir que incluso los que no estaban en mi contra, tampoco estaban muy a mi favor”.
De Gaulle reconocía en Churchill un buen guía para la etapa. “Churchill es integralmente el hombre de la guerra. La partida se juega entre él y Hitler”. “¿Qué hubiera podido hacer sin su ayuda? Me la dio de inmediato y puso, para empezar, a la BBC a mi disposición”, reconocía.
Más tarde, tendrá muchos litigios con los aliados: por el enrolamiento de los franceses en las fuerzas británicas, por el no respeto a su soberanía en los territorios administrados por la Francia libre (colonias), por los retrasos en la provisión de armamento o por la exclusión de Francia de muchas conferencias aliadas.
Tendrá que batirse para evitar que tanto Churchill como Franklin Roosevelt mantengan interlocución con Vichy. En octubre de 1942, le escribe al presidente estadounidense: “Hay una certeza y es que ellos [el gobierno de Vichy] colaboran con Hitler. En vuestros diálogos con ellos, siempre está presente ese tercero”.
Roosevelt no le responde. Le costará mucho aceptar a De Gaulle como representante de Francia. No sólo sigue tratando de entenderse con Pétain, sino que cuando lanza la ofensiva en el norte de África, no le da participación a la Francia libre, y luego instala en el gobierno de Argelia a un hombre de Vichy, el general Darlan. Más adelante, Churchill y Roosevelt presionan a De Gaulle para que viaje a Argelia y llegue a un acuerdo con el sucesor de Darlan, el general Henri Giraud, que había sido su adversario y había tenido cercanía con Vichy.
“Tratan de mezclarme en su barro y en sus mugres de África del Norte y hacerme tragar Vichy: no hay nada que hacer, a mí no me agarran”, protestaba De Gaulle.
El General había convencido a Churchill de la importancia de controlar Siria y el Líbano, pero luego surgirán querellas porque el aliado es demasiado “invasor”.
La intransigencia será el rasgo distintivo de la táctica de De Gaulle con sus aliados. “Soy demasiado pobre para inclinarme”; “somos demasiados débiles para hacer concesiones”, era su explicación.
Dos por tres, amenaza a los ingleses con la renuncia: “Todo debe arreglarse para mi satisfacción y para el honor de Francia o me retiro de esta campaña. Saldremos de esta crisis engrandecidos o no saldremos”. Anthony Eden, ministro de Exteriores británico, le dice una vez: “¿Sabe que usted nos ha causado más dificultades que todos nuestros aliados en Europa?”
En el territorio, hay discrepancias con la táctica de los comunistas que pasaron del pacto Stalin-Hitler a la confrontación suicida, siempre siguiendo las órdenes y los giros de Moscú. Así, a fines de 1941, la orden que reciben los militantes es matar a oficiales alemanes, lo que sistemáticamente acarrea represalias contra los civiles. Nuevamente apela De Gaulle a la radio para decir que, aunque esté justificado que los franceses maten ocupantes alemanes, la guerra tiene una táctica. Y su orden no es matar alemanes, “por una sola pero muy buena razón, y es que, en este momento, es demasiado fácil para el enemigo replicar con la masacre de nuestros combatientes momentáneamente desarmados”. Y agregaba: “Apenas estemos en condiciones de pasar todos juntos al ataque, desde adentro y desde afuera, ustedes recibirán las órdenes que desean. Hasta entonces, paciencia, preparación, resolución…”
En febrero de 1942 se queja amargamente en carta a un amigo: “Estamos permanentemente expuestos a las chicanas, las afrentas, los ultrajes incluso, de nuestros aliados. Le aseguro que es difícil de aguantar. (...) Los franceses no se dan cuenta de la dificultad de nuestro rol. ¿Ven que estamos recogiendo los pedazos de la soberanía nacional?”
Muchas veces se enoja con los aliados que “se empeñan en minar en todas partes la posición de Francia, que me quieren robar el Levante, (que) se tapan los oídos cuando quiero sugerirles algunas ideas…” Llegará hasta a sancionar a uno de sus oficiales por dejarse intimidar por agentes del Foreign Office… Un día que discute con Churchill, le dice: “Yo peleo al lado de Inglaterra, pero no por cuenta de Inglaterra”.
De Gaulle resumía así su programa: “En mi opinión el éxito consiste en reintroducir a Francia en la guerra y, cueste lo que cueste, dar al país la impresión de que habrá ganado, salvaguardar respecto de todos la independencia nacional y, tanto como sea posible, la integridad imperial, rehacer la unidad nacional en una democracia renovada”.
El 8 de junio del 43 se forma el Comité Francés de la Liberación Nacional (CFLN), con Giraud y De Gaulle en la conducción. Pero hacia fines de ese mismo año De Gaulle se deshace de Giraud y queda como único presidente del CFLN. Conoce por entonces a Dwight Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas en el frente occidental, y con quien, a diferencia de Roosevelt, se entenderá de maravilla. Le advierte que no debe entrar a París sin tropas francesas para no parecer un invasor. Eisenhower le asegura que no lo hará. El buen entendimiento entre ellos se reflejará en el terreno en las operaciones militares de 1944 en territorio francés.
“Es importante que los franceses tomen una parte activa en la liberación de Francia, a fin de impedir que los comunistas tomen el poder al concluir la guerra”, decía De Gaulle en junio del 44. Por eso se apresura a entrar en París y ponerse al frente de la marcha en agosto de 1944.
Insiste en que Francia debe estar en la mesa de los vencedores. El mariscal Keitel, que el 9 de mayo de 1945 viene a firmar la capitulación en nombre del Reich, no puede disimular su sorpresa e indignación al ver a los franceses: “Was? Die Franzosen auch!” “¡Qué! ¿También los franceses?”
Es la astucia del general que ha logrado así que, de cara a la historia, quede registrado que Alemania también capituló ante Francia. Pero esto no lo hace por odio a los alemanes. Será el primero en tender la mano a ese país en la posguerra.
Sus discrepancias con Churchill se agudizarán con la entrada en guerra de los estadounidenses, porque el Premier británico se verá influido o tironeado por la antipatía de Roosevelt hacia De Gaulle.
En octubre del 42, éste dice: “¡Pobre Churchill! Reducido al rol de brillante segundo, en el fondo, nada más oscuro. Por eso su malhumor y su deplorable comportamiento hacia nosotros. Forzado a obedecer a Roosevelt, ya no mantienen sus solemnes compromisos con la Francia libre, y por consiguiente con Francia. Literalmente, nos ha traicionado, y sobre todo nos guarda rencor por haber tenido que traicionarnos”, concluye, conocedor de la psicología humana.
Churchill le hace muchos desplantes, como no invitar a Francia a la conferencia de Québec (EEUU, Gran Bretaña y Canadá, en agosto del 43), o a las reuniones de la Comisión Consultiva Europea o a la conferencia de Dumbarton Oaks (China, Gran Bretaña, la URSS y los Estados Unidos, en octubre del 44) o la demora en reconocer al gobierno provisional tras la liberación.
Más tarde, haciendo un balance del vínculo, De Gaulle dice: “Él me sostuvo mientras me consideraba el jefe de una fracción francesa que le era favorable y de la que podía servirse. Por otra parte, este gran político no dejaba de estar convencido de que Francia era necesaria (...) Sigue siendo esencial e imborrable que, sin él, mi intento hubiera sido vano desde el comienzo y que al tenderme entonces una mano fuerte y segura, había, en primer lugar, ayudado a las chances de Francia”.
Como dice el video de la revista Herodote al pie de esta nota, “Charles De Gaulle es al día de hoy el último gigante de la historia de Francia”.
Sin embargo no siempre los franceses han sido agradecidos con él. Muchos historiadores, políticos y analistas se complacen en destacar que casi nadie escuchó el llamado de De Gaulle aquel 18 de junio de 1940; y que De Gaulle estaba lejos de ser el jefe de todos los resistentes. Que ni siquiera tenía la bendición unánime de los aliados.
Pero todo eso no hace sino engrandecer su actuación. Porque cuando él leyó su mensaje aquel 18 de junio de 1940, el porvenir de Francia era sombrío y pocos tuvieron la templanza para confiar en que el país se pondría nuevamente de pie. A comienzos del año 1943, un enviado del Partido Comunista francés a Londres, Fernand Grenier, dijo a la BBC: “La inmensa mayoría del pueblo francés, todos los que poseen alguna esperanza, están con el general De Gaulle, que tuvo la virtud (…) de no desesperar cuando todo se derrumbaba a su alrededor”.
De Gaulle es un ejemplo de que la autoridad se construye contra la corriente, no dejándose llevar por el pánico y la desesperanza como lo hicieron tantos de sus pares. Como sabía que encarnaba a su Patria ante el mundo, jamás se dejó humillar durante sus años de destierro. Lo que otros llamaban orgullo era la conciencia de que, sin esa obstinación, Francia se vería hundida de modo definitivo. En Londres, había ironizado: “Somos un gobierno con mal carácter”.
De Gaulle salvó a Francia no sólo porque la unió en la resistencia sino porque la puso en lo más alto del poder mundial. Cuando volvió al gobierno en 1958 y la presidió por algo más de diez años, logró preservar su estatus de gran potencia, con un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y dotándola de una fuerza de disuasión nuclear.
El 10 de agosto de 1940, por pedido del Ministerio de Propaganda británico, había escrito un autorretrato: “Soy un francés libre. Creo en Dios y en el porvenir de mi Patria. No soy hombre de nadie. Tengo una misión y solo una: proseguir la lucha por la liberación de mi país. (...) Tengo un solo objetivo: liberar Francia”.
Muchos años después dirá: “Sí, en efecto, existió la Francia libre… la Francia libre que yo hice, partiendo de la nada, que creció, y terminó siendo reconocida por el mundo entero como la Francia y que en 1945 se sentó a la mesa de los Grandes, con los vencedores. Nuestra Francia libre fue una gran cosa: en verdad, ¡lo mejor que hemos hecho jamás!”
[Nota: el grueso de la citas de este artículo fueron tomadas del libro de François Kersaudy “Le monde selon De Gaulle”, Tallandier, 2018]
VIDEO: BREVE RESEÑA DE LA VIDA DE CHARLES DE GAULLE (Revista Herodote)
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