Fue el 14 de junio cuando tuvo el primer contacto con un soldado británico, en plena calle en Puerto Argentino. Aquel lo paró para preguntarle dónde quedaba la ciudad. “Esto es”, respondió Eduardo Aníbal Rotondo, un reportero gráfico argentino que, al cubrir la guerra hasta después del alto el fuego, se transformó en el autor de cientos de fotografías y horas de video, valiosos testimonio de las horas posteriores a la rendición.
Nacido porteño y radicado en Lomas de Zamora cuando se casó, comenzó en la profesión tomando fotos para la policía. Trabajaba en una casa de fotografía y solían convocarlo de la comisaría local para que registrase accidentes, hechos policiales o actos protocolares. Con el tiempo fue contratado por la agencia Buenos Aires International Press, que tenía media docena de fotógrafos desperdigados por todo el mundo, realizando coberturas periodísticas. Así fue como, a partir de 1978 cubrió los conflictos en Centroamérica como corresponsal de guerra. Fueron tantos los viajes que debió hacer a esa zona, que alquiló una casa en Costa Rica donde, durante cuatro años, vivió con su esposa e hijos.
Eran tiempos en los que no existían los teléfonos inteligentes y el fotógrafo o camarógrafo se movían en un terreno más artesanal, que incluía proveerse de película virgen, tomar las fotos o los videos, calculando aspectos técnicos como la luz o la distancia, revelarlos y enviar el material por lentísimos sistemas de comunicación.
Rotondo tenía 38 años el 2 de abril de 1982 cuando se produjo la recuperación de las islas. La agencia le encomendó que viajase a Malvinas, a pesar de que no hablaba inglés. Estuvo tres días en el aeropuerto de Río Gallegos tratando, infructuosamente, de subirse a un Hércules. Hasta que el 7 de abril, cuando una empresa de chocolates donó un huevo de Pascua gigante para los soldados, se ofreció a cuidarlo para que llegase a Puerto Argentino en una sola pieza. Ese fue su boleto a las islas.
Con una filmadora VHS y una cámara de fotos estuvo tres días tomando imágenes. A su regreso, la agencia le comunicó que había sido contratado por la cadena norteamericana ABC y viajó nuevamente por unos pocos días. Junto al periodista Nicolás Kasanzew efectuaron entrevistas, tanto en español como en inglés.
Cuando emprendió el tercer viaje, el más largo, la agencia había firmado un acuerdo con la revista Gente, además de la cadena ABC, que le dio una cámara mucho más moderna. El tiempo del cruce a las islas lo aprovechó para leer el manual. Su rutina era partir por la mañana del hotel donde se hospedaba, el Upland Goose, y hacer dedo para que lo llevasen a las afueras del pueblo. El problema no era tanto ir sino encontrar los medios para regresar, camino que muchas veces debió hacerlo a pie con su equipo a cuestas.
Cuando su cara comenzó a ser conocida, algunos soldados le pedían que les sacara una foto, así cuando se publicara, sus familias sabrían que estaban bien. Ese fue el caso del soldado Horacio Echave, del Regimiento de Infantería 6, quien moriría en las últimas horas del 13 de junio.
También entrevistó al soldado Carlos Mosto, un entrerriano de 23 años, estudiante de Medicina, que se enroló como voluntario en la X Brigada Mecanizada. Murió el 11 de junio y sus restos fueron identificados en diciembre de 2017.
Cuando el 1 de mayo comenzaron los ataques ingleses, sólo permanecieron en la capital de las islas el equipo de la agencia Telam, el de ATC y él. El material periodístico, antes de embarcarlo en el Hércules, pasaba por la censura, que ponía el ojo más en lo que se filmaba que en lo que se decía.
Rotondo estuvo en el funeral del Teniente de Navío Marco Benítez, aviador de la Armada, quien falleció el 3 de mayo en un accidente al aterrizar, al regreso de una misión. Había sido enterrado en un sector del cementerio de Puerto Argentino. Alguien llevó su casco y lo colocó sobre la cruz de madera.
Horas finales
Dice Rotondo que muchas veces sintió miedo. El 13 de junio vio de cerca el peligro, cuando tomaba fotografías en las afueras de Puerto Argentino. En un momento, el reflejo del sol sobre la lente de su cámara lo delató y los ingleses le dispararon, dañándole una de sus cámaras.
Ese día, el general Mario B. Menéndez reunió a los periodistas y, luego de explicarles la situación, les dijo que debían abandonar las islas en el último Hércules, que en momentos más despegaría. Tanto los de Telam como él mismo no alcanzaron a prepararse. Rotondo se dirigió al hotel a cargar las baterías, ya que lo que sucedería en las horas siguientes sería importante registrar. El 13 por la noche, los británicos cortaron la energía y sólo hicieron funcionar las luces de mercurio de las calles. Eduardo solo pudo cargar parcialmente sus equipos.
El 14 por la mañana, Rotondo salió a hacer su trabajo. Recuerda que a las 14 horas se declaró un cese de fuego. Vio a los británicos cerca del hospital militar. Sin pensarlo, se dirigió hacia allá a filmarlos, donde también registró la labor de los médicos argentinos.
El reportero gráfico se sorprendió al ver que fuerzas argentinas y británicas solo estaban separadas por el pavimento, en una calle que nace en la costanera y que en una vereda estaba el hospital civil y enfrente, el militar. Vio también a algunos kelpers con banderas británicas, vivando a los vencedores.
“¿Dónde está la ciudad?”
También tuvo oportunidad de registrar el momento en que Jeremy Moore, comandante de las fuerzas terrestres británicas, descendía de un helicóptero en la cancha de fútbol, llevando una carpeta de cuero bajo el brazo. Junto a él caminaba un inglés que cargaba una pesada mochila, una suerte de teléfono satelital, usado para tener una línea directa con la primera ministra Margaret Thatcher.
Rotondo fue interceptado por soldados ingleses que no solo le preguntaron dónde quedaba la ciudad, sino que además le pidieron que le tomase algunas fotos. Había tenido la precaución de llevar debajo del brazo su filmadora encendida, por lo que fueron registrados sin que ellos lo notaran (como puede verse en el video que acompaña esta nota). Se enteró que la rendición pudo firmarse 5 minutos antes de que venciese el plazo de alto el fuego, cuando Menéndez finalmente logró que se tachase la palabra “incondicional” del texto.
Esa noche, cuando regresó al hotel, ya estaba colmado de periodistas británicos y se dio cuenta que era el único huésped argentino.
Buscado por los ingleses
El 15 por la mañana le recomendaron que usara el casco de corresponsal de guerra. En el frente, tenía escrita las iniciales “CG” y en la nuca la palabra ”Prensa”.
Se enteró que los británicos lo buscaban por las fotos y filmaciones que había tomado el día anterior. Per él había decidido que haría todo lo posible por evitar que cayeran en manos inglesas. Sus camarógrafos no venían en la primera línea y se habían perdido momentos que para ellos eran valiosos. Con los años, ellos contarían la guerra con material generado por los argentinos.
Rotondo desarmó sus equipos, los guardó y se dirigió al puerto. Debía llegar al rompehielos Irízar, anclado en la bahía, que se había transformado en un buque hospital. Para el camarógrafo, el embarcadero era un lugar familiar, donde había tenido la oportunidad de fotografiar al Monsunen, un buque de carga costero. Sus tripulantes se hacían llamar “los capos del Monsunen”.
Subió al Yehuin, una embarcación mercante de 50 metros de eslora que durante el conflicto se ocupó en transportar pertrechos y tropas entre las dos islas y que con la guerra terminada llevaba los heridos al Irízar. Le advirtieron a Rotondo que los heridos eran revisados por personal de la Cruz Roja y que, seguramente, perdería el material fotográfico.
Mientras pensaba una solución, se vistió con un overall verde y durante dos días ayudó en la tarea de traslado de heridos. Mientras tanto, continuó tomando fotos.
Cuando el Irízar estaba por zarpar, se acercó el general Menéndez. Les dio un baúl y les encargó que lo llevasen al continente. Y les ordenó que, antes de que cayera en manos británicas, debían arrojarlo al agua. Pero el Irízar ya había zarpado.
Los ingleses se habían apropiado de la única lancha de Prefectura y sabían que querían apoderarse del Yehuín. El comandante del buque, capitán de corbeta Eduardo Llambí, y su segundo el teniente de navío Horacio Ferrari, decidieron darle alcance al Irízar. Mientras tanto, por radio, avisaron al rompehielos que debían subir un baúl y embarcar a gente amiga. “Pero no puedo detener el barco”, explicó el comandante.
Cuando el Yehuín logró ponerse a la par, del Irízar lanzaron una red y una soga. En medio del bamboleo del oleaje, Rotondo y algunos efectivos de Prefectura lograron subir a la cubierta. Así, luego de cubrir 518 millas que separan a Puerto Argentino de Comodoro Rivadavia, llegó al continente el 18 de junio a las 9 y media de la mañana.
Había tomado 620 fotografías y 8 horas de video; mucho de ese material nunca se vio en el país, sino que se dio a conocer en Estados Unidos. Algunas de esas fotos y video son las que ilustran esta nota.
En 1983 publicó un libro con esas fotografías y también realizó un documental sobre la guerra. La vida lo llevó por otros destinos hasta que, ya jubilado, se radicó en Mar del Tuyú donde, por años, tuvo un programa dedicado a Malvinas. “Historias de héroes y traidores, se llamaba”, cuenta y aclara que debió dejar de hacerlo por problemas de salud.
Fue años después que pudo saber, por el propio Menéndez, qué tenía ese baúl que había que lograr sacar de la isla. Contenía una bandera argentina de ceremonia, que no debía caer en manos del enemigo.
Cada tanto, un veterano le golpea la puerta de su casa solo para agradecerle la foto que le tomó en aquel tiempo. Es probable que Rotondo no recuerde su nombre, aunque probablemente sí la circunstancia del registro. Gajes del oficio.
(Para ver más material sobre el trabajo de Eduardo Rotondo en Malvinas, consultar el instagram Malvinas_by_eduardo_rotondo)
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