Se llama Louis Yupanqui. Louis es el nombre que eligió hace poco, cuando dejó de percibirse como un varón gay para definir su identidad de género de “pibita trans”. Yupanqui es su apellido original.
Nació en Argentina, acaba de cumplir 21 años y es hija de inmigrantes peruanos. Su mamá es de origen afro, estudió Administración pero trabaja de empleada doméstica, como casi todas sus tías. Su papá es descendiente de indígenas y trabaja como tornero.
Aunque todos en su familia vivieron distintas formas de racismo, Louis nunca escuchó hablar del tema en su casa. Pero hace dos años, su hermano mayor -que había sufrido varios episodios de violencia policial por su color de piel- le mostró un programa llamado “Eso no se pregunta: negros”.
La idea del proyecto español era que personas afectadas por estereotipos y prejuicios respondieran preguntas enviadas por espectadores anónimos ("¿te molesta que te digan ‘negrito’? ‘¿el sexo es distinto en los negros?’). El capítulo tiene más de un millón de reproducciones y debe haber sembrado algo en Louis porque, en los meses que siguieron, empezó a leer desaforadamente para entender.
Desde entonces se denomina “activista negra o afro”, también activista trans. Tiene casi 40.000 seguidores en Instagram y habla del racismo en Argentina, de cómo nos horrorizamos frente al televisor con el asesinato de George Floyd en Estados Unidos y lo poco que miramos hacia adentro. ¿Qué decimos cuando decimos ‘trabajo en negro’, ‘denigrar’, ‘mucama’, ‘qué quilombo’? ‘¿Es justo el feminismo mainstream o masivo con las necesidades de mujeres como su mamá o o de pibas trans como ella?
—¿Qué recordás que te incomodaba en tu niñez y adolescencia?
—Por ejemplo, la exotización. Entrar a un lugar y que todos me miraran o que personas desconocidas me tocaran el pelo. Eran situaciones que me incomodaban pero en ese momento no tenían nombre para mí. Con el tiempo empecé a identificar cada vez más esos patrones: otro es la sexualización, ‘que todos los negros la tienen grande’, que todos tienen la fantasía sexual de acostarse con una persona negra. También los insultos, como ‘negro de mierda’.
—¿No le podías poner nombre?
—No sé si no podía, creo que es algo que había muteado, silenciado. “Ok, ya está, esto es parte de la vida, me la tengo que bancar”.
—¿De dónde venía ese “muteo”? ¿En tu familia alguien hablaba de racismo?
—Mi hermano mayor, que ahora tiene 24 años, ya venía sufriendo violencia policial. Cada vez que la policía lo ve con capucha lo para, de noche siempre le piden documentos, no lo han dejado entrar a boliches. Pero en mi casa el tema del racismo estaba y está completamente naturalizado. Mi mamá y mi papá son peruanos, ella afro y él indígena, y tienen un pasado bastante cargado de racismo pero que ya naturalizaron. Mi mamá es empleada doméstica, con eso te estoy diciendo todo. La mayoría de las empleadas domésticas se bancan con sumisión el abuso de sus jefas y jefes que, por su supremacía blanca, creen que son casi esclavas. Mi mamá, en cambio, agarró el doble de carácter.
—"El doble de carácter" pero igual decís que ves en ella un racismo naturalizado...
—Claro, mi mamá, por ejemplo, dice que yo no soy negra. Y es raro ¿no? porque en esta sociedad yo destaco por ser negra, no de la mejor forma, por todo lo que implica ser negra, pero resalto por eso. Eso tiene una explicación racista muy fuerte, que es no reconocer tus raíces afro y no poder empoderarlas al creer que no tenés necesidad de hacerlo. Mi mamá me dice: ‘Yo no soy negra, soy humana’. Bueno, mientras vos te considerás humana afuera te oprimen por negra. Hay cosas que ella considera que son parte de vivir en Argentina y yo las considero súper racistas. Yo sí uso la palabra ‘negra’: me llamo a mí misma ‘activista afro o activista negra’, es una forma de usar el insulto como una reivindicación política.
—Pareciera que hay una forma de ser feminista que se hizo masiva en los últimos años. Sin embargo, vos te ubicás por fuera del feminismo masivo o “mainstream”
—Yo me considero feminista interseccional. No todas las mujeres tienen los mismos problemas, hay intersecciones donde se cruzan las vulnerabilidades. Mi mamá no está atravesada sólo por ser mujer sino por la intersección entre ser mujer, gorda, negra, migrante y pobre. Yo soy muy crítica del feminismo mainstream, del feminismo que no va más allá de pensar en la igualdad entre el hombre y la mujer. La mayoría de las empleadas domésticas son racializadas y ganan muchísimo menos de lo que gana una mujer blanca. Mi mamá, por ejemplo, nunca fue a una marcha por el 8M, ¿sabés por qué? porque no puede irse del trabajo. ¿Pueden salir a trabajar las empleadas domésticas ahora en cuarentena? No. Bueno, mi mamá ahora está trabajando.
—Pareciera que racismo es sólo el que vemos cuando un policía blanco detiene y asesina a un hombre negro, como pasó hace 20 días en Estados Unidos. ¿Hay formas invisibilizadas?
—El racismo es estructural. Racismo no es solo pegarle a un negro en la calle: hay racismo en las palabras que usamos, en la violencia policial, en los trabajos a los que pueden acceder unos y otros, en la gente que está en la cárcel.
—¿Palabras que usamos en Argentina?
—Claro. “Quilombo”, “mambo”, “trabajo en negro”, “negrear”, “mucama”, todas tienen orígenes racistas. “Mucama” proviene de una lengua africana y significa “esclava que ama a su amo”. Los “quilombos” eran los espacios de resistencia en la época esclavista. Los negros se escapaban de los blancos y se iban a los quilombos para sentirse libres. Los argentinos, sin embargo, usamos la palabra “quilombo” como sinónimo de problema, desorden, lío. Eso es reproducir la mirada blanca: para una persona negra el quilombo era lo mejor que le podía pasar, para una blanca es ‘se nos desordenaron los negros’.
—¿Hay más palabras?
—"Denigrar", que viene de “tratar como negro”, o sea que “negro” es sinónimo de “inferior”. En vez de decir “trabajo registrado o no registrado”, decimos “trabajo en negro” y “trabajo en blanco”, que contiene esto de asociar lo negro con todo lo negativo y lo blanco con todo lo positivo. “Mambo” es un género musical ancestral y tiene que ver con los santos sagrados de muchas culturas afro. En Argentina decimos ‘tengo unos mambos...’, como sinónimo de problemas. Siempre se vieron las religiones de matriz afro como algo negativo frente a la católica.
—¿Dónde más hay racismo?
—En tocar el pelo, eso que me incomodaba en la infancia, porque exotiza. Y además, se olvida de algo básico como el consentimiento. Yo lo llamo “racismo disfrazado de buenas intenciones”. ‘Ay pero te toco el pelo afro porque me da curiosidad, me parece lindo’. Bueno, hay hombres a los que les da curiosidad y le parece lindo tocarle el culo a una mujer en la calle y eso no significa que esté bien. Pasa con los apodos, por más que la explicación sea “te lo digo cariñosamente”. Cuando te dicen “mulata” pocos saben que viene de “mula”, es decir, el producto del cruce entre un yegua y un burro. Hay muchas palabras que tienen una carga súper racista y deshumanizante.
—El 25 de mayo contaste en un posteo que estabas teniendo recuerdos de los actos de la primaria, cuando “tus compañeras querían ser la dama antigua pero que nadie quería ser la negra que vendía empanadas o lavaba la ropa”.
—Pintarles la cara a los chicos en el colegio para representar a los negros es racismo, se conoce como “blackface”. No somos un corcho quemado. Lo que le preguntaría a los docentes es por qué sólo muestran a los negros que venden empanadas y nunca a los héroes negros que tuvo la historia argentina. Por ejemplo, María Remedios del Valle, conocida como la “Madre de la Patria”, “parda” de acuerdo con el sistema de castas, que tuvo un rol protagónico en nuestra independencia. Vemos el racismo afuera pero no el de acá porque no nos reconocen como sujetos políticos. El argentino promedio piensa que no hay negros argentinos, a mí me siguen preguntando de dónde soy. Si no reconocés a la población no podés reconocer el problema. Es como si yo te dijera "¿qué problema van a tener las mujeres si en Argentina no hay mujeres?”.
—Te definís como activista afro o negra y también como activista trans no binaria. ¿Son militancias que van juntas o por separado?
—Juntas. Nunca me hallé del todo en esa idea de qué es ser hombre y qué es ser mujer, por eso ya me consideraba “no binaria”: ni uno ni otro. Pero el año pasado investigando descubrí que la construcción de qué es ser hombre y qué es ser mujer también viene del hombre blanco: qué lugar ocupa el hombre negro y el blanco en la sociedad, cuál las mujeres blancas y cuál las negras. Hace poco empecé a reivindicarme también como una piba trans, porque tengo congruencias con las identidades trans, en cómo me quiero ver, como quiero ser, como me autopercibo. Mucha gente cree que si vos sos trans es porque querés ser mujer. En mi caso, nunca voy a abrazar ese concepto alrededor del “ser mujer” que nunca fue nuestro, fue una idea a la que la negritud tuvo que adaptarse. Por eso soy una piba trans no binaria.
—En un texto que escribiste en VICE hablás mucho de la relación con tu cuerpo.
—Mi cuerpo es mi cuerpo trans, y muchos de los que tienen problemas es porque somos pibas o mujeres con pene. Mi negritud también atraviesa mi cuerpo. Por eso lo digo: mi cuerpo es mi orgullo, militancia, mi resistencia.
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