La desocupación de las mujeres y jóvenes ya era alta y va a subir por efecto del Coronavirus en el 2020. Una de cada diez argentinas buscaba trabajo y no conseguía, según los datos de Indec del cuarto trimestre del 2019. Pero el mundo previo al Coronavirus era otro mundo. Y si el 9,5 por ciento de las mujeres no lograba conseguir un sueldo fijo (por encima del desempleo masculino en 8,4 por ciento), ¿qué va a pasar con ellas después del tsunami del Covid-19?
¿Y con las jóvenes? La desocupación sub 29 es la deuda histórica con las menores de treinta años. Entre las más chicas casi dos de cada diez necesitaba contar con un ingreso para subsistir y no encontraba un sueldo fijo (el 18,9 por ciento) y esa cifra (que ya llegaba al 25 por ciento, durante la gestión macrista, en el conurbano y Gran Buenos Aires) puede ser una correa de retroceso para las nuevas generaciones femeninas que no van a poder ser autónomas sin manejar su propia billetera.
Todas las predicciones son de un fuerte aumento de la desocupación por la crisis económica y el freno comercial. No se puede saber cuánto va a subir la desocupación femenina, pero sí que el horizonte es negativo y que necesita políticas públicas que tengan en cuenta lo que se viene. “Existe una tendencia en el mercado de empleo que viene de arrastre y que va a consolidarse aún más en este contexto de pandemia y de crisis sociolaboral por el COVID-19”, avizora Agustín Pineau, investigador del Centro de Estudios Metropolitanos (CEM) del área de Trabajo y Producción.
No se puede anticipar el número pero sí el aumento. “En el primer trimestre del año 2020 se va a registrar un aumento de la desocupación y los sectores más vulnerables van a ser los más perjudicados. En ese caso, las mujeres y las jóvenes de hasta 29 años van a estar en ese grupo de mayor vulnerabilidad y estarán expuestas a una mayor desocupación, informalidad y precarización”, alerta.
La crisis no afecta parejo, sino que agudiza las desigualdades sociales y de género. Las mujeres, a la vez, son –injustamente- las que tienen que trabajar desde su casa, limpiar, cocinar y ser las docentes domiciliarias de sus hijas e hijos. Eso las hace retroceder diez casilleros en el juego de la Oca en el que hay que pelear para hacer puntos por conservar el puesto o salir a buscar cuando no se puede, ni siquiera, pasar de la puerta.
La restricción no es solo por la cuarentena. Aún en las regiones donde es más flexible o -si más adelante- se levanta el aislamiento social pero sin que comiencen las clases o que se logre una vacuna para la enfermedad que permita que las abuelas vuelvan a cuidar a los nietos (entre otros resortes de ayuda en las tareas de cuidado), las mujeres, quedan estancadas como granaderas del cuidado de sus hijos e hijas pequeñas/os y, en muchos casos, también de sus padres y madres, que son grupo de riesgo frente al Coronavirus.
En Argentina a partir del Coronavirus seis de cada diez madres vio afectada su productividad durante la cuarentena. Y esto es peor para las mamás con hijos menores de 12 años. En el aislamiento social, preventivo y obligatorio el 62,4 por ciento de las madres vio afectada su productividad durante la cuarentena, según un informe del portal de empleos Bumeran junto a la consultora Bridge The Gap. En cambio, apenas al 18,8 por ciento de los varones sin hijos el aislamiento perturbó su rendimiento.
La diferencia es sencilla: llantos, gritos, pedidos, reclamos, tareas por zoom, maestras que se quejan que los niños no hacen la tarea virtual, programas para mandar la tarea por computadora: antes de terminar de soplar llega la hora del almuerzo. En la vida pre-Covid 19 era un alivio la hora del almuerzo: salir de la oficina, dar una vuelta, elegir una ensalada de pasta con berenjenas y tomar un jugo de naranja y zanahoria. Respirar.
Ahora, en cambio, hasta cortar un tomate cuesta con las peleas por lo que hay y ni pensar en enfrentar la odisea de ir a comprar la cebolla para hacer el tuco porque hay que ponerse barbijo, cambiar las zapatillas de la puerta y tener el desinfectante para la vuelta. Nada es sencillo. Todo lleva trabajo, tiempo y nervios.
Además hay que lavar los platos y arrancar con el teletrabajo. La misión de poner en mute los gritos de los chicos en el Gran Hermano (más vale llamarlo Gran Madre) en el que se volvió la vida pandémica es imposible. Y la culpa por las horas de pantalla convive con la presión para no demostrar que el brushing se combina con pantuflas y que ya nadie ayuda a lavar la ropa en casa. Todo es “hágala una misma”. Y esa nueva anormalidad ya está instalada.
El resultado es claro. El trabajo no pago se acrecentó. El trabajo remunerado es más extenso y pesado. Los resultados bajan y las diferencias se cargan en las mujeres. Si ellos hacen algo más de lo que hacían son Mr. Musculo limpiando el baño de un modo sexy, ayudando a entender inglés entre risas o con una lavada de platos que pasean como si fueran toros en medio de La Rural demostrando la estirpe de campeones en colaboración.
Las listas de deberes de las mujeres crecen. Pero siempre prevalece lo que no se hace y el deber ser permanente que sufre de hiper inflación porque aparecen no solo más tareas, sino más faltas al boletín de la puedelotodo imposible. Y guay con decirle que no a un jefe, ya se sabe que no se puede anteponer la limpieza del baño al informe para las 10 de la mañana ni contar en la escuela que una está con mucho trabajo porque las mamis van a gritar a coro “todas estamos en la misma”. Aunque eso suene a un dedo acusador más que a un salvataje de alivio.
S.O.S. tener un hijo/a adolescente no es fácil, pero vayamos sacando la demonización de las pibas y pibes porque en la primaria todo es más difícil que en la secundaria. El 5,2 por ciento de las madres de adolescentes dijo sentir el peso del cuidado. Pero en cambio, cuando los niños y niñas tienen menos de 12 cuidar es la principal tarea para el 16,3 por ciento de las madres.
“A partir de los datos obtenidos en la encuesta se evidencia una clara afectación en la productividad en el caso de las familias con hijos durante la cuarentena. Esperamos que surja un nuevo eje de trabajo para generar condiciones equitativas en las empresas", apunta Cintia González Oviedo, Ceo de Bridge The Gap.
Por su parte, Nicolas Coccolo, Gerente de Marketing Latam de Jobs en Navent subraya: “Es un desafío para las organizaciones y todos sus rangos de liderazgo entender de qué manera sus colaboradores están ejerciendo sus tareas. Si bien están trabajando, es importante tener en cuenta que en paralelo están atendiendo a sus familias y a sus hijos. Sin dudas, esto es un reto que debe ser tenido en cuenta”.
El 21,4 por ciento de las mujeres dice que su tarea más frecuente es la limpieza o desinfección de la vivienda, el 14,8 por ciento declara que la tarea número 1 en el ranking de obligaciones de runners en la multiplicidad de tareas del hogar es cocinar, el 15,1 por ciento asegura que lo que más hace en cuarentena es teletrabajar.
¿Las diferencias de género? Ellas lo que más hacen es pasar lavandina y ellos descansar. Entre las mujeres la limpieza gana el primer puesto en el podio y, entre los varones, descansar (el ocio). Después llega limpiar (un 15,8 por ciento con seis puntos por debajo de las mujeres) y después informarse (leer, escuchar y ver noticias) que no aparece en la tabla de posiciones femeninas. Ellos, también trabajan, en un 12,7 por ciento, en el cuarto lugar en sus tareas de cuarentena.
Ojalá que las mujeres lean esta nota porque o los medios no les hablan a ellas o, si no se invierte el tiempo para frenar, las ciudadanas no llegan a leer noticias. O si lo hacen no lo confiesan para que nadie piense que están perdiendo el tiempo (algo que no se les permite a las que siempre están en falta), pero el resultado es peligroso para la democracia informativa. “Al interpretar estos números queda al descubierto que informarse tiene cerca de la mitad de peso en las mujeres que en los varones (7,9 por ciento vs. 13,5 por ciento)”, concluye la investigación de Bridge The Gap.
Es cierto que hay noticias que no necesitan escuchar porque ya las saben. Dos de cada diez argentinas no puede descansar aunque no salgan de sus casas. No salir no es sinónimo de relax, sino de sobrecarga de una cuarentena demasiado exigida en productividad de todo tipo y factor.
Pero el problema no se va a terminar con la cuarentena, sino más allá, por lo menos hasta que se reanuden las clases. La nueva normalidad sienta sus bases en la ficción que supone que una mujer trabaja en su casa, sin abuelas, cuidadoras, maestras, niñeras y trabaja como si sus hijos no existieran –ni reclamaran a gritos atención, cuidado y diversión-, y esa novela que no ve la realidad puertas para adentro tampoco avizora que si las clases comienzan en agosto o septiembre los chicos y chicas van a seguir 24x7 al cuidado de sus madres y padres, pero no en la misma proporción de aullidos, atención y tensión.
“La actividad que crece con mayor fuerza -como producto de la suspensión de clases- es la del cuidado de los hijos, que llega a acaparar un 20 por ciento más de tiempo en comparación con lo que sucedía antes del aislamiento obligatorio”, evalúa Solana Renosto, Ejecutiva de Cuentas, de División Insights de Kantar.
No todos los hombres son iguales, los más jóvenes les ponen más onda al cambio. “Los hombres menores de 35 años son los más dispuestos a realizar los trabajos del hogar, mientras que a mayor edad la tendencia llega con menor fuerza, decreciendo aún más en el interior del país”, analiza Estefanía Lestanquet, Ejecutiva de Cuentas, División Insights de Kantar.
En una oficina un jefe no hace todas las tareas pero las dirige. Incluso cuando los varones sean parte de la mano de obra que baja a comprar leche, pone a hervir los fideos, barre debajo de la mesa o rasquetea con la virulana las huellas arqueológicas de mugre en la pileta del patio las mujeres son las CEOS no reconocidas de las tareas domésticas.
El 76 por ciento de las damas se autoperciben organizadoras de las tareas de su hogar. Y eso no se siente solo cuando se retuerce el trapo con las manos, en el simil hachazo en la cintura por agacharse a frenar el resquicio gris de la bañera o en la náusea insalubre por agarrar los pelos que se le caen a las niñas en la ranura de la pileta cuando se cepillan como si los cabellos se autodestruyeran si alguien no los tira al tacho. La jefatura también es carga mental de lo que se hace, lo que falta, lo que se encarga y lo que se reparte. Y la carga pesa.
Solo el 38 por ciento de los varones –la mitad que las mujeres- se adjudica el rol de organizador hogareño. Y el 62 por ciento admite que es su esposa o su mamá la que está a cargo de la jefatura del alumbrado, barrido y limpieza (ABL) del operativo #QuedateEnCasa.
Si hay un watsap de mamis y no uno de papis no es porque ninguno lea un cuento a la noche, prepare una chocolatada o ayude a resolver un problema de matemática. Sino porque la crianza tiene una oficina de personal que está encabezada en un 93 por ciento por mujeres y en un 23 por ciento por varones.
Entre los varones con mayor disposición las actividades más delegadas son siempre –igual que lo que ya pasó en España- las que implican manejo de dinero. Porque si no se puede invertir en dólares, viajes o plazos fijos, por lo menos ellos ostentan la portación de changuito. El pago de servicios y las compras son las actividades más realizadas por la masculinidad encuarentenada.
“Más allá de que existe una mayor participación de los hombres en tareas del hogar y cuidado de los hijos la equidad aún parece ser un objetivo lejano”, asegura Estefanía Goren, Directora de Cuentas, División Insight de Kantar. “Según los resultados del estudio tanto mujeres como hombres reconocen que son ellas las que mayormente se encargan de organizar las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Y, en un escenario donde las actividades cotidianas se intensifican, las mujeres declaran tener menos tiempo libre, mientras que los hombres disponen de mayor tiempo ocioso”.
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