Fue entre la noche del sábado 4 y la madrugada del domingo 5 de junio de 2011. Uno de los días más fríos de ese invierno en Tigre. “Algo les pasa a los chicos. ¡Vení!”, le dijo Raúl a Juan, y así lo despertó. Lo balbuceó con esfuerzo y se sentó en el piso. Estaba consciente, pero ido. Juan salió de la cama y se asomó al cuarto de estar, adónde un rato antes había comido sushi con sus hermanas y sus cuñados.
“Entonces me encontré con una película de terror y supe que tenía que ser frío. No podía aflojar, ni ponerme nervioso. Era el que mejor estaba. Tenía que hacerme cargo de la situación”, relata Juan van Gelderen (37), el tercero de ocho hermanos. Habla de aquella noche fatídica en la que el monóxido de carbono pudo haberlo matado. A él, pero también a sus hermanas María (39) e Inés (33), y a sus cuñados, Raúl Martín (35) y Sebastián Zomero (40). Como efectivamente lo hace con unas 200 personas por año en la Argentina, según cifras del ministerio de Salud de la Nación.
“María estaba tirada boca arriba en el primer escalón de la escalera. Me acerqué y ví que le salía espuma por la boca y tenía los ojos abiertos. Le toqué la boca, pero la tenía trabada y me mordía los dedos. Hacía un suave quejido y yo solo quería ayudarla a respirar... A menos estaba viva”, repasa Juan. Y sigue: “Fui a ver a Inés. La encontré acostada en su cama. Hacía un quejido más fuerte que María y tenía más espuma en la boca. Me alivió saber que estaba viva. Entonces crucé a la habitación donde podía estar Seba. Todas dan al cuarto de estar. Lo vi tirado en el piso. Sin quejidos, ni espuma en la boca. Supe que no estaba muerto”.
Siguiendo con la premisa de mantener la calma, Juan estaba desconcertado pero concentrado en lo que debía hacer. Entonces vio que Raúl se había parado y le dijo: “Llamá al 911”. “No atiende nadie”, le contestó su cuñado con el tubo en la mano. En ese instante, los ojos se le fueron para atrás y también se desmayó. “Agarré el teléfono y cuando me atendieron, les expliqué la situación. Me dijeron que ya vendrían. Corté y llamé a mis primos, que vivían al lado. El teléfono más cercano que me acordaba. Me atendió Santiago y le dije que viniera ya para casa. No me preguntó más y vino”, rememora Juan nueve años después y al rato de brindar con su familia por un nuevo aniversario de renacidos.
UN PANORAMA DANTESCO
“Hacía tanto frío que había subido la calefacción al máximo. Jugamos al Burako en la planta baja, con la chimenea prendida. Pedimos sushi y a eso de las nueve de la noche subimos al estar, para comer en la mesa ratona, frente a la tele”, recuerda Inés y agrega que cuando notó que le costaba agarrar el sushi con los palitos, bromeó: “Me falla la motricidad fina”. Jamás imaginó que el monóxido de carbono estaba haciendo estragos en su cuerpo.
Terminó de comer y se fue acostar. Raúl, su novio, dormiría en otro cuarto. Sintió que estaba tal vez un poco agitada. E incluso que tenía un brazo acalambrado. Pero no se alarmó. Miró algo de tele. Y cuando empezó a quedarse dormida, decidió no apagarla. Rosario (35), su hermana mayor y compañera de cuarto, lo haría al llegar del cine. Nunca pensó que dejarla prendida terminaría siendo clave…
“Después del sushi vimos un poco de Zapping, el programa de El Pelado López, en el cuarto de estar. Todos se fueron a dormir menos Seba, mi novio, que siguió viendo tele. Yo me quedé frita en el sillón, al lado de él. Lo último que recuerdo es la intención de ir a la planta baja a buscar un colchón. Esa noche dormiríamos en lo de mi papá porque mi casa estaba en obra”, cuenta María y detalla que su padre había viajado a Roma por trabajo.
“Yo también me quedé dormido mirando tele y eso me sorprendió cuando me desperté. Soy bastante noctámbulo. Fue con el ruido de la televisión de Inés: gritaba una mujer que vendía camperas de cuero en la programación de trasnoche. Fui al baño a sacarme los lentes de contacto. Pero cuando traté de agarrar el envase con el líquido que los conserva, se me resbaló. ‘Algo me pasa’, pensé”, relata Sebastián, que fue el primero en darse cuenta que las cosas no andaban bien.
“Regresé al cuarto de estar y ví a María tirada en la escalera que lleva a la planta baja. Cuando la quise ir a buscar, me caí de boca al piso. No sentía nada de la cintura para abajo. Me arrastré y cuando llegué a ella, tenía espuma en la boca. No pude despertarla y fui hacia Inés, que estaba en su cuarto. Le pegaba en la pierna, pero no reaccionaba. Yo no podía pararme. Con el último esfuerzo crucé hasta el cuarto donde estaba Raúl. Lo alerté y me desmayé”, recuerda Sebastián.
“Estaba soñando cuando Sebas abrió la puerta del cuarto y me despertó con un gritó: ‘¡Las chicas!’. Me levanté sin entender nada y con el cuerpo molido a palos. Entonces Sebas se paró, se me cayó encima y terminó desmayado al lado de mi cama. Escuché gritos y la vi a María con convulsiones en la escalera. Llegué a ella a los tumbos y noté que no reaccionaba. Entré a buscar a Inés y estaba como muerta. Me fui al cuarto de Juan, que tenía la puerta cerrada y lo desperté. Me dijo que llamara al 911, pero no llegué a hacerlo. Me desmayé en el sillón”, relata Raúl.
UN LLAMADO, EL AIRE Y LAS SIRENAS
“Quien sabe porqué, esa noche, un rato antes de irme a dormir y a pesar del frío, abrí todas las ventanas de mi cuarto para ventilar. Las cerré cuando me fui a acostar. Y me tapé hasta la nariz”, recuerda Juan, el único de los sobrevivientes que nunca perdió el conocimiento. “Tras mi llamado, mi primo Santiago fue el primero en llegar. Rapidísimo. Vino con dos amigos a los que siempre les voy a estar agradecidos. Abrieron las ventanas e hicieron correr el aire. La policía y las ambulancias también llegaron al toque. Me tranquilizó ver gente vestida de blanco atendiendo a mis hermanas y cuñados”, cuenta Juan, que se subió a la ambulancia que trasladaba a Sebastián al Hospital de Tigre.
“Entraba a casa con dos amigos, Juano Rodríguez y Panchi Albanese, cuando sonó el teléfono. Era tarde y eso me alarmó. Juan me dijo que fuera enseguida y yo salí corriendo, seguido por los chicos. Pensé que tal vez les habían entrado a robar. Al llegar, Juan no sabía explicarme qué pasaba. Me encontré con una de las peores imágenes que vi en mi vida: todos desparramados e inconscientes. Entonces Juano sugirió que abriéramos las ventanas y les diéramos aire. Eso hicimos. Ventilamos todo y los aceramos al balcón. Fue más intuición que conocimiento”, recuerda Santiago Boló Bolaño, primo y vecino de los chicos.
“Cuando me desperté tenía la boca seca, me había hecho pis y estaba rodeada de caras y bullicio. Me pusieron un cuello ortopédico, me dieron oxigeno y me subieron a una camilla. Pensé que estaba en la ruta y había tenido un accidente. Las ventanas estaban abiertas y tenia mucho frío. Después entendí que estaba en lo de papá, pensé que nos habían querido robar y había habido un tiroteo. Entraba y salía gente que yo no conocía, hasta que se me acercó Juan y me dijo que me tranquilizara. Me alivió verlo. Pero quería saber como estaba el resto. Me subieron a una ambulancia y me llevaron al Hospital de Pacheco. Mi primo Santi me acompañó. Entonces pensé que tal vez nos habían querido envenenar con el sushi, ¿pero quien podría querer hacernos eso?”, recuerda María, nueve años después.
Mientras que Raúl cuenta: “Cuando yo me desperté me sorprendió la cantidad de policías armados. No entendía nada. Me dijeron que nos habíamos intoxicado. Me puse a llorar y pregunté por las chicas. A Sebas lo estaban levantando. Había tres ambulancias. No más. Entonces se llevaron a los que estaban peor: Inés, María y Sebas. Se fueron todos y me quedé solo con Marulinia, la novia de Santiago. Cuando Rosario llegó del cine, le pedí que me llevara a ver a las chicas. Y quedé internado yo también”.
Inés fue la última en recobrar el conocimiento. Fue en el Hospital de Pacheco. “Había mucha luz y no podía ver nada. Pensaba que estaba en mi cuarto y Rosario me había prendido una lámpara. De pronto supe que estaba internada y vi a María en la camilla de al lado. Llorábamos las dos, sin entender nada. Me dolía mucho la boca por las convulsiones”, recuerda la sexta de los ocho hermanos que se completan con Gustavo (42), el mayor, y Ángeles (36), Camila (28) y Francisca (25).
“Un señor muy humilde que estaba internado en la cama de al lado me dijo lo que nos había pasado. ‘Te intoxicaste con monóxido de carbono’, me aseguró. Y yo le discutía. Le explicaba que mi casa tenía una caldera italiana. ¡Qué poco sabía yo del tema! Recién me tranquilicé cuando pude hablar con mi novio, que era el único que me faltaba ver. Quería chequear que estuviéramos todos vivos”, revela María que entonces vio llegar a su mamá, cuando nadie imaginaba que algo así podía pasar en una casa sólida de un barrio privado de Zona Norte.
EL DOMINÓ QUE LOS SALVÓ
Entre esa noche y la mañana siguiente todos fueron derivados por sus prepagas a sanatorios privados donde quedaron dos o tres días en observación. Juan terminó internado gracias a la insistencia de Gustavo, su hermano mayor, que lo convenció de hacerse atender a pesar de no haberse desmayado. También tenía alta concentración de monóxido de carbono en sangre. Desde los distintos sanatorios, todos fueron trasladados para hacer un tratamiento especial: cámara hiperbárica. Pasaron encerrados 40 minutos recibiendo oxígeno en su máxima concentración. Había que ganarle al monóxido de carbono. Se hicieron controles y estudios en las semanas subsiguientes. Se sintieron aturdidos y necesitaron reposo. Pero no tuvieron secuelas.
Inés cuenta que un médico le dijo: “Tenías dosaje de 37 por ciento de monóxido de carbono en sangre. Nadie sobrevive con un 40 por ciento. Pasaban cinco minutos más y te morías”. A María le explicaron algo parecido: “Perder el control de esfínteres es el paso previo a la muerte por monóxido de carbono”.
Entonces Juan, que estudió biología, explica: “Falló la caldera que estaba en el lavadero. Empezó a quemar mal. Entonces, en lugar de largar dióxido de carbono, generó monóxido de carbono, que es un gas inodoro y mortal. Hasta ese momento, todo esto era ajeno para mí. Mi casa parecía segura”. Y agrega que después del episodio, su padre no solo la hizo reparar, sino que además la sacó de la casa. En ese entonces, era común tenerla adentro y nadie sabía la importancia del mantenimiento.
“Quedamos muy shockeados. Es loco que te pase algo que no sabés que ocurre. Uno sabe que puede chocar en el auto. O que pueden entrar a robar a tu casa. Pero nosotros no sabíamos nada del monóxido de carbono hasta que nos pasó. Todavía se habla poco del tema. Y es fundamental que, sobre en invierno, se tomen las medidas preventivas. Por eso queremos contar nuestra historia”, resume María.
“Nos salvó la cadena que armamos para despertarnos unos a otros”, reflexiona Raúl. Entonces Juan completa el concepto: “Inés no apagó la televisión y eso lo despertó a Seba. Seba se desplomó justo después de avisarle a Raulo. Raulo me despertó antes de desmayarse. Y yo pude reaccionar y pedir ayuda. Sobrevivimos gracias a ese efecto dominó. No había mucho más tiempo”. Y durante el brindis a distancia con su familia, en este noveno aniversario, buscando una salida que descomprima, Inés acota: “El perro se salvó porque es bajito. El que no sobrevivió fue Pavarotti, el canario. ¡Pobrecito!”.
Así se evita la intoxicación por monóxido de carbono
Ministerio de Salud de la Nación
• Controlar la correcta instalación y el buen funcionamiento de los artefactos: calefones, termotanques, estufas a gas, salamandras, hogares a leña, calderas, cocinas, calentadores, faroles, motores de combustión interna en automóviles y motos, braseros.
• Examinar especialmente las salidas al exterior de hornos, calefones, estufas y calderas para asegurarse que están permeables y en buen estado.
• Hacer una verificación de las instalaciones con personal matriculado que pueda identificar y corregir los desperfectos de la fuente generadora de monóxido de carbono.
• Comprobar que los ambientes tengan ventilación hacia el exterior.
• Ventilar toda la casa una vez al día, aunque haga frío.
• Dejar siempre una puerta o ventana entreabierta, tanto de día como de noche, y aún cuando haga frío.
• Si se encienden brasas o llamas de cualquier tipo, no dormir con éstas encendidas y apagarlas fuera de la casa.
• No usar el horno u hornallas de la cocina para calefaccionar el ambiente.
• No mantener recipientes con agua sobre la estufa, cocina u otra fuente de calor.
• El calefón no debe estar en el baño, ni en espacios cerrados o mal ventilados.
• No encender motores a combustión en cuartos cerrados, en sótanos o garages.
• No mantener el motor del auto en funcionamiento cuando el garaje está cerrado. Si su garaje está conectado al resto de su hogar, cierre las puertas.
• No arrojar al fuego plásticos, goma o metales porque desprenden gases y vapor que contaminan el aire.
Seguí leyendo: