Un denso clima se vivía dentro de importantes despachos de la Casa Rosada a principios de 1970. “Nadie estaba contento con el curso que el Gobierno había tomado. Notábamos la falta de afirmación de la autoridad presidencial”, fue la opinión de Roberto Roth, ex secretario Legal y Técnico, en Los años de Onganía.
El 7 de enero, el general de brigada Jorge Raúl Carcagno se entrevistó con Alejandro Agustín Lanusse y su secretario, coronel Francisco Antonio Cornichelli, en Campo de Mayo. En ese momento, según recordó el comandante en jefe, la principal preocupación del personal de oficiales bajo el mando de Carcagno era la “cuestión social”. En especial “el nivel de vida de los argentinos”.
También Lanusse recordará que el general (RE) Juan Enrique Guglialmeli le hizo llegar un trabajo que revelaba que “el campo estaba virtualmente en bancarrota”. En consonancia con los argumentos anteriores, un tiempo más tarde, en un documento de once carillas, fechado el 28 de abril de 1970, bajo el título Situación, Lanusse le leyó al teniente general Juan Carlos Onganía un rosario de falencias a la gestión que encabezaba en nombre de la Revolución Argentina: “El incremento de los quebrantos comerciales en el mes de marzo abona las afirmaciones sobre una supuesta política tendiente a arruinar la pequeña y mediana empresa nacional en beneficio de las filiales de los grandes monopolios extranjeros.”
El documento castrense también pone de manifiesto “el recrudecimiento” de una campaña opositora “desatada por distintos sectores contra el Gobierno de la Revolución Argentina y el Presidente de la República.” En la misma “se pretende demostrar con distintos argumentos la existencia de una profunda crisis interna del gobierno por la falta de una conducción firme del proceso revolucionario (…) la incapacidad de los responsables de la conducción en áreas fundamentales del gobierno (…) el fracaso de una política económica cuyos resultados se traducen en la quiebra de la paz social; el quebranto de la pequeña y mediana industria (…) la intención de establecer en la República un régimen reñido con sus tradiciones democráticas o, en el mejor de los casos prolongar indefinidamente el proceso revolucionario marginando la voluntad popular y el retorno a la normalidad institucional (y) la existencia de fabulosos negociados en los cuales se hallarían complicados hasta Ministros y Secretarios de Estado.” El trabajo, además, pone especial atención a unas declaraciones realizadas por el ex presidente constitucional Arturo Frondizi, el martes 21 de abril de 1971, bajo el titulo: “El Movimiento Nacional frente al fracaso del Gobierno”. En ese extenso escrito, el jefe del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), lamenta el tiempo derrochado en los años de gestión castrense y sostiene que “la esperanza que el país depositó en el gobierno del teniente general Juan Carlos Onganía, mandatario de la Revolución, está agotada. En estos casi cuatro años no se ha hecho la Revolución, sino que el Gobierno se ha entregado a la contrarrevolución”.
Al mismo tiempo, frente a los desafíos que se avecinaban, el peronismo intenta poner la casa en orden. No queda constancia escrita, y los aludidos ya no viven, pero existió un momento a comienzos de la década en que el delegado Jorge Paladino sufrió presiones mayores y necesitó de un espaldarazo de Juan Domingo Perón para llevar adelante sus gestiones, dentro del Movimiento y, lo que era no menos importante, afuera del mismo. Así lo revela un documento de abril de 1970. En el archivo de Paladino, aparece lo que podría ser un borrador de una declaración de prensa, o de un relato para ser dado a un periodista “amigo” en forma “exclusiva” en tono de “confidencia”. Al final del documento, a mano, están escritas las iniciales de Paladino, como si él las hubiera aprobado. El “comunicado” informa que ese día a las 8.50 llegó a Ezeiza desde España en un vuelo de Aerolíneas Argentinas, siendo recibido por unas “25 personas entre las que se notó la presencia de Juana Larrauri, María Haydeé Pecce, el Dr. Cámpora, Dr. Ares, Guillermo Kelly, Néstor Ortiz y su esposa.” Por la tarde, “tomó contacto informal con sus colaboradores más íntimos…y dejó trascender algunos de los resultados concretos de su reciente entrevista con Juan Domingo Perón:
1º) Que ha retornado, CONFIRMADO en su actual cargo de Secretario General del Movimiento Nacional Justicialista;
2º) Que proseguirá RETENIENDO el cargo de DELEGADO PERSONAL DEL GENERAL PERÓN EN LA ARGENTINA.
El 30 de abril -le escribe Perón a Pablo Vicente- que “con referencia a lo que me dice del enfrentamiento de Onganía con Lanusse, ya lo conocía, como asimismo me han llegado algunas noticias de un intento de gestiones para un acercamiento con nosotros. Todas patrañas de los que le trabajan a Onganía sus servicios de informaciones...Esta gente es torcida y retorcida, no se les puede hacer caso en nada porque nunca andan en nada bueno. Hasta mi médico ha recibido un emisario que, con el pretexto de mi posible regreso a la Argentina, quería saber a ciencia cierta cuál era el verdadero estado de mi salud (…) Si alguno de ellos desea mi regreso al país no tienen por qué andar averiguando tanto: bastaría decirlo por parte del Gobierno Argentino y comunicármelo oficialmente por la Embajada Argentina en Madrid, que es lo que corresponde. De otra manera, cómo pueden pensar que yo les crea en todas sus averiguaciones y maniobras.” “Es preciso seguir trabajando sin descanso en preparar para el futuro inmediato acciones realmente trascendentes, no solo en el campo sindical que ya vemos está flojo, sino también en el campo político que hasta ahora no ha hecho otra cosa que mirar y charlar. Si el Movimiento Peronista se presenta así en el momento que el tarado de Onganía se le ocurra empezar el ‘Tiempo Político’ es muy posible que nos ganen hasta los radicales de Frondizzi (sic) que son catorce. La suerte de Frondizzi ya ha comenzado a mostrar sus intenciones, porque cuando un político dice que no tiene interés personal en un asunto, es porque está ya intentando algo en ese sentido”.
El 7 de mayo, la crisis que se avecinaba en el gobierno militar vuelve a aflorar en la correspondencia entre Perón y Vicente: “Veo por sus informaciones y por las que recibo de los más variados conductos que en la Argentina las cosas van de mal en peor, aunque el ‘amigo’ Onganía todavía no se haya dado cuenta y se sienta en el mejor de los mundos por lo que se suele decir. Es que en estos casos, como en el de los maridos engañados, el culpable es el último que se entera.”
Perón conocía que se avecinaban tiempos difíciles para el gobierno de facto, que lo obligaban a unificar la conducción táctica en el terreno de los acontecimientos. El 1º de junio de 1970, Perón le explica al Mayor Vicente que “lamentablemente he debido tomar la resolución que le adjunto por parte de Comando Superior Peronista porque ya no es posible seguir con la existencia de dos delegaciones dados los inconvenientes que está produciendo el enfrentamiento cada día más grave entre Usted y la Secretaría General del Movimiento, precisamente en los momentos que más necesario resulta la existencia de una conducción. Ya decía Napoleón: ‘es mejor un mal general que dos buenos’ ya que la dualidad de comando es el mejor camino para llegar a la anarquía y el desorden.”Le agrega, además, que “desde Montevideo usted interfiere gravemente las cosas, especialmente con sus comunicados dados en mi nombre y sin consentimiento, lo que me echa encima a los dirigentes damnificados (…) Yo no puedo oponerme a que Ustedes trabajen en lo que sea pero no pueden Ustedes invocar mi nombre para combatir abiertamente a los dirigentes y organismos creados por el Comando Superior.” El teniente general Alejandro A. Lanusse relató que en mayo de 1970 el país vivía un clima de generalizada desazón, que repercutía en las filas del Ejército. Por esta razón le pidió a Onganía que realizara una exposición a los altos mandos de la Fuerza en Olivos. La cita se llevó a cabo en un salón cerrado cercano al chalet presidencial el 27 de mayo de 1970. “La exposición, dijo el jefe militar, fue lisa y llanamente una catástrofe nacional (…) Con la Nación a punto de estallar, el Jefe del Estado, calmosamente, se dedicó ese 27 de mayo a dibujar pirámides jerárquicas que indicarían nuevas ideas para lograr estructuras participacionistas. La filosofía era de un corporativismo literal, puro, en que intentaba embretarse la pasión política de los argentinos.” A medida que el Presidente iba exponiendo se notaba la sorpresa frente a la irrealidad y el desasosiego. El general Jorge Raúl Carcagno, luego de un tiempo prudencial, le preguntó a Onganía en cuánto apreciaba la duración de la etapa para concretar los objetivos que se exponían y el Presidente dijo: “Es un proceso muy largo. No se puede reestructurar la sociedad en diez o veinte años.” Ante otra pregunta –esta vez del general Alcides López Aufranc – Onganía señaló en un pizarrón unas pirámides, triángulos y círculos que manifestaban planes, ideas, estructuras sociales, y esquemas que nadie entendía.
A la mañana siguiente el Ministro de Defensa, José Cáceres Monié, mantuvo un off the record con los periodistas acreditados ante su cartera. Conocía lo sucedido el día anterior y les advirtió: “No creo ya que podamos seguir nuestras conversaciones informales sobre los planes del Gobierno Nacional. A partir de la exposición presidencial de ayer, no podemos esperar sino una acción enérgica del Ejército.” Por su parte, Francisco Cornichelli, secretario privado de Lanusse apuntó: “Nunca observé una reacción tan desfavorable en los generales”.
Así se llegó al viernes 29 de mayo de 1970 en que se celebró el Día del Ejército en el Colegio Militar de la Nación y se cumplía un año del “Cordobazo”. Como era una costumbre, tras las palabras del comandante en Jefe se pasó a un salón para un brindis. El general Onganía, en presencia de los otros dos comandantes en Jefe, preguntó a Lanusse qué repercusión habían tenido sus palabras ante el generalato. La respuesta fue cauta pero sincera: “Las conclusiones que sacaron los generales fueron, por supuesto, variadas, pero puedo ubicar, dentro de la amplia gama de puntos de vista, a dos sectores: el sector de los generales que no entendieron lo que usted quiso decir y el sector de los generales que están en total desacuerdo con lo que usted dijo.” En ese instante del diálogo, un oficial se apersonó e informó que había sido secuestrado el teniente general Pedro Eugenio Aramburu.
El lunes 1º de junio se realizó una primera reunión del Consejo Nacional de Seguridad. Al día siguiente se llevó a cabo la segunda, de manera desordenada, en la que el ministro del Interior, Francisco Imaz, puso de relieve la condena peronista al secuestro del ex presidente de facto. Lanusse completó el concepto diciendo que Paladino también culpaba al gobierno y propuso convocar a la dirigencia política. Una idea que fue considerada sacrílega por Onganía. El 30 de mayo, Perón dio una opinión de manera indirecta. No un comunicado firmado, asegurando que el hecho era contrario al espíritu del peronismo y dejando entender que los autores no eran justicialistas.
Entre el 29 de mayo y el 8 de junio de 1970 se sucedieron innumerables reuniones del presidente Onganía con los Comandantes en Jefe; de funcionarios de la Administración Pública con altos jefes militares; cónclaves de altos mandos en las tres Fuerzas Armadas; conciliábulos de dirigentes políticos, todo bajo un clima de desinterés general de la población. El sistema se había conmovido tras el secuestro de Aramburu y la figura de Onganía estaba hecha trizas. Reclamaba una autoridad que ya no tenía y una seriedad que había perdido el 27 de mayo en la cumbre con el generalato. El poder no estaba en la calle, se encontraba en los cuarteles y había llegado la hora del reemplazo.
El lunes 8 de junio, el Comandante en Jefe del Ejército emitió un comunicado, a las 11.20 por Radio Rivadavia, informando que “la responsabilidad asumida por el Ejército, en la Revolución Argentina, es incompatible con la firma de un nuevo cheque en blanco al Excelentísimo señor Presidente de la Nación, para resolver por sí aspectos trascendentales para la marcha del proceso revolucionario y los destinos del país.” Unos minutos más tarde se emitió otro comunicado, firmado por el presidente de la Junta de Comandantes, almirante Pedro Gnavi, suspendiendo una reunión cumbre del almirantazgo con Onganía. Desde ese momento la Armada entró en estado de acuartelamiento y a las 15.20 el Ejército está listo para cercar la Casa de Gobierno y tomar las radios. Por la tarde se conoció otro pronunciamiento de la Fuerza Aérea con un estilo similar al de los otros dos comandos. La respuesta del mandatario de facto Onganía fue otro comunicado afirmando que “la era de los golpes y de los planteos ha concluido y no volverá.”
A las 14.55, los tres Comandantes en Jefe dieron a conocer una declaración, informando que reasumía “de inmediato el poder político de la República”, e invitaba “al señor teniente general Onganía a presentar su renuncia al cargo que hasta la fecha ha desempeñado por mandato de esta Junta.” La primera respuesta presidencial fue rechazar el pedido de renuncia. Luego, a través de colaboradores, se tanteo a unidades militares para cerciorarse si contaba con algún respaldo. En todas las consultas se le mandó decir que los jefes respondían a sus “mandos naturales”. Luego intentó relevar a Lanusse y al jefe de la Fuerza Aérea. En un detallado resumen de esas horas consta que existió un atisbo de preocupación cuando se conoció la versión de que el dirigente de Chacarita Juniors y cercano a la CGT Salvador Zucotti pretendía realizar “un 17 de Octubre” a favor de Onganía.
El presidente depuesto pretendía que los miembros de la Junta Militar se presentaran en la Casa Rosada para dialogar y estos, a su vez, rechazaron la gestión. Finalmente, tras largas horas de espera, Onganía fue al Estado Mayor Conjunto y entregó su renuncia.
En una ocasión, el general Rafael Panullo, secretario general de la Presidencia durante la gestión de Alejandro Agustín Lanusse, me relató que durante 1970 lo convocó su superior inmediato y le pidió que analizara quién podía ser el reemplazante de Juan Carlos Onganía. Trabajó con el coronel Colombo y elaboraron un documento de 3 carillas donde la conclusión “elemental” era que “la única persona que no podía reemplazar a Onganía era Lanusse, para que no se diera la cadena de golpes…y porque además cuando Lanusse asumió la jefatura del Ejército, el 28 de agosto de 1968, a la edad de 50 años, dijo que no quería ser nada más que Comandante en Jefe del Ejército”.
El ofrecimiento presidencial
“En esas reuniones para analizar la caída de Onganía y el nombre de su sucesor, el almirante Pedro Gnavi –que había trabajado con el general Roberto Marcelo Levingston en la SIDE—propuso su nombre, y el brigadier Rey aceptó de inmediato para bloquear a Lanusse. Estas reuniones fueron en una dependencia de la Fuerza Aérea en Ezeiza (era la residencia oficial del comandante de la aeronáutica).
El sábado 13 de junio, Levingston –en ese momento Agregado Militar en Washington-- fue llamado por teléfono por Lanusse y se produce el siguiente diálogo telefónico entre Alejandro Agustín Lanusse y Roberto Marcelo Levingston que Infobae da a conocer de manera exclusiva.
Alejandro Agustín Lanusse: “¿Cómo le va?”
Roberto Marcelo Levingston: “Muy bien mi general, ¿y a Usted?”
AAL: “Bien. Le quiero hacer una pregunta”.
RML: “Sí, como no.”
AAL: “¿Está dispuesto a retirarse?”
RML: ¿Cómo dice mi General?”
AAL: “Si está dispuesto a retirarse para ocupar un cargo.”
RML: “General, Usted conoce cuál es mi lugar en el escalafón. Así que yo no deseo retirarme para ocupar un cargo.”
AAL: “En nombre de la Junta, yo le propongo un cargo que está por encima mío.”
RML: “Bueno, me toma de sorpresa. Pero mi opinión es que quien tiene el poder que lo use.”
AAL: “Quisiera que Usted me de una media palabra” (de aceptación), dice ante las dudas de su interlocutor.
RML: “Mi general, estoy en una reunión social. Yo lo voy a llamar luego.” Más tarde, llama y da “esa media palabra” y pide viajar a Buenos Aires para formalizar su respuesta en la reunión en Ezeiza.
Panullo contó que “esto fue un sábado y el domingo (14 de junio) citaron a los generales para informarlos. Y cuando se enteraron, algunos consideraron que tenían más méritos. Había en ese momento 10 generales “pesados” y nadie pensó en Roberto Marcelo Levingston, sino en “Conito” Sánchez de Bustamante, “El Pibe” López Aufranc, Mario Aguilar Pinedo, Juan Carlos Sánchez…” Cuando se lo nombró a Levingston, el general de brigada Juan Carlos Sánchez pidió su retiro de la fuerza, pero Lanusse no lo aceptó.
El jueves 18 de junio de 1970, Roberto Marcelo Levingston asumió de facto la Presidencia de la Nación. Su período fue corto, plagado de intrigas palaciegas, desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre por detrás de la crispación ciudadana. Ante el cansancio de la dirigencia política, como un signo de esos momentos, Perón le envió una conceptuosa carta a Ricardo Balbín, el jefe radical, y el miércoles 11 de noviembre de 1970 se creó en la casa de Manuel Rawson Paz el agrupamiento “La Hora del Pueblo”.
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