“Si yo pude ¿cómo no vas a poder hacerlo vos?”, repite Yessica Daiana Gómez a las chicas trans que vacuna cada semana como parte de la campaña que realiza para la Dirección General de Convivencia en la Diversidad, donde trabaja hace 8 años, y que la reconocen porque la habían visto antes desempeñando sus tareas como voluntaria en el Hospital Muñiz o repartiendo preservativos en la zona roja de Palermo.
A todas cuida, ayuda y capacita y lo hace, también, como parte del legado que le dejó su gran amiga Claudia Pía Baudracco, activista por los derechos trans, fundadora de Transvivir, miembro de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de la Argentina (ATTA) y militante de la Ley de Identidad de Género, que murió poco antes de su sanción. La mujer se convirtió en su columna de apoyo luego de que fuera victima de discriminación, exclusión y desigualdad. Estuvo antes de que Yessica Daiana naciera e incluso eligió para ella ese segundo nombre.
Recién a los 40 años a Yessica le llegó la oportunidad de un “trabajo digno”, asegura en referencia a la tarea que desempeña desde 2012 como extraccionista de sangre en el Hospital Muñiz donde asiste a la población LGBTIQ. Además, brinda capacitaciones a las empresas sobre las prácticas de convivencia y talleres sobre el trabajo inclusivo y el respeto a la diversidad.
En plena pandemia, Yessica está en la línea sanitaria ayudando donde hace falta: forma parte del grupo que sale a la calle con el vacunatorio móvil para asistir a la población vulnerable trans. “Me llena de orgullo lo que hago”, confía a Infobae la mujer que no sabe de bajar los brazos y que pese a los penosos recuerdos por haber sufrido la burla de muchos desde que tiene memoria hoy se define y agradece: “¡Soy una sobreviviente! No muchas pueden contar todo lo que padecieron porque por el dolor de lo que sufrían se suicidaron, pero yo sí y estoy muy agradecida a todas las personas que me ayudaron”.
La historia de Yessica Daiana
Cerca de las 18:00 del primer día de junio, Yessica responde el llamado de Infobae. “Estaba en una reunión por zoom con las chicas del Muñiz”, cuenta para disculparse por no haber respondido antes el mensaje. Su relato sobrevuela por los crudos años de su infancia y adolescencia, los problemas en las escuelas hasta la llegada de Claudia Pía Baudracco, de su nombre autopercibido y sus actuales labores que están íntimamente ligadas a esa amiga que considera “una madre”. Hablará de ella desde la emoción y el agradecimiento.
“Estando en el grupo Transvivir del Hospital Muñiz era la única entre cinco chicas trans que tenía secundario terminado y las especialistas Perla y María Laura, que trabajan en la parte de Psicología en el espacio que nos dan los lunes, me aconsejaron que estudiara algo que tuviera que ver con la salud para poder entrar a trabajar en el hospital. Era una posibilidad muy importante para mi así que empecé a averiguar por cursos gratuitos. Llegué al Hospital de Clínicas y me anoté en uno”, resume Yessica cómo llegó a las aulas.
Cuando fue a consultar quedaba solo un cupo para ser extraccionista. Feliz por tener una vacante, se acercó a la recepcionista para que le informe de qué trataba. “Es para sacar sangre”, le dijo y ella se entumeció. Quería estudiar para no dejar pasar la oportunidad, pero ver sangre le bajaba la presión. Poco convencida e ilusionada con que algún estudiante se bajara de otro curso para tener la posibilidad de cambiarse el mismo día del inicio, se anotó.
El destino, quizás, tenía los planes listos para ella. El día en que pensaba hacer el cambio llegó tarde a la primera clase y debió quedarse en el curso por el que llenó los papeles. Lentamente se integró a la idea de sacar sangre. “Solo pensaba en la posibilidad de tener un buen trabajo, un trabajo digno por primera vez y sabía que tenía que lograrlo”, recuerda las primeras sensaciones al iniciar sus estudios. Logró su meta y se recibió, pero en ese momento debió enfrentar otro problema que, como fantasma, regresaba.
“Luego de 5 meses de curso, el primer día, luego de recibirme, tuve que realizar 100 extracciones para los test de VIH que necesitó hacer la ONG donde colaboraba. Al principio me dio impresión, pero hoy estoy orgullosa del trabajo que hago”, cuenta Yessica.
“Cuando me recibí no me había entregado el DNI con mi nombre, Yessica Daiana, por lo que hablé con la profesora para explicarle que no quería mi diploma con el nombre de nacimiento así que me dijo que espere tranquila a tener mi documento y que cuando esté listo lo presente porque mi diploma me estaría esperando con el nombre que elegí para mi”, dice y cuenta la feliz decepción al recibirlo.
“Cuando hice el trámite y me preguntaron el nombre dije clarito: Yessica Daiana Gómez y cuando lo voy a retirar lo veo y decía ¡Yessica Gómez! No sé porqué pero no me pusieron los dos nombres y como tenerlo fue todo un lío porque tardó mucho lo dejé así. ¡Se había olvidado de Daiana, mi segundo nombre!”, lamenta y cuenta que ese nombre fue el que eligió para ella Claudia Pía, su amiga tan querida.
“Conocí a Claudia a los 17 años, en la calle. Fue la primera trans que conocí y nos hicimos muy amigas. Cierro los ojos y la recuerdo: estaba en una esquina de Constitución y cuando la vi supe que todo lo que veía en ella era lo que quería para mi. Me acerqué para hablar con ella sobre qué era ser trans, me ayudaba en todo... En ese momento estaba como en auge el HIV y ella me aconsejaba cómo cuidarme, me decía que usara preservativos, que tenga cuidado con la policía porque siempre llevaban detenidas a las travestis. Me daba todo tipo de consejos, realmente fue una madre para mi. Me alentó y hasta empujó para que lograr cosas que jamás había pensado”, recuerda con nostalgia.
Antes de conocer a Claudia, a sus 17 años, Yessica pasó los peores momentos de su vida. Dejó la escuela en sexto grado porque no aguantaba las humillaciones y las burlas de sus compañeros. “No podía lidiar más con los insultos y las agresiones y le dije a mi mamá que no quería ir más al colegio porque no entendía, porque podía prestar atención en clase, pero no lo hacía porque recibía agresiones e insultos constantemente. En ese momento nadie hablaba de discriminación ni bullying, pero era lo que me pasaba tanto desde mis compañeros como docentes y directivos, porque nadie me ayudó”.
La dolorosa respuesta de su madre le quedó resonando en la mente como un eco que volvía constamente, pero finalmente la ayudó a tomar las mejores decisiones. “Me dijo ‘¡si no estudiás no vas a ser nadie en la vida!' Me dolió, pero tenía razón y siempre lo recuerdo”, cuenta y lamenta que en esos años de escolaridad “ni siquiera las maestras me preguntaban qué me pasaba. Mis compañeros me veían diferente y se burlaban de mi, vivía llorando y me decía: ¿por qué esto? ¿estoy enfermo? No entendía nada. Empezaron a mandarme al psicólogo, pero no sirvió”.
A pesar de todo, decidió terminar la escuela primaria y se anotó en una escuela nocturna. Todo se repetía. “Había gente más grande y varias veces me agarré a trompadas porque me insultaban. Tampoco la pasé bien esos años. Cuando empecé a transitar lo que era la calle caminando por Constitución la veo a Claudia parada en una esquina. Como te conté, la empecé a frecuentar, nos hicimos amigas y como ya me había ido de mi casa me llevó a la suya, con su mamá y hermanas menores. Ella mantenía a su familia con el trabajo de la calle y así supe cómo era la vida de las chicas trans y cuando me fui de mi casa, al año de conocerla, con 18, empecé a hacer la calle bajo el cuidado de Claudia, que era como mi madre y me protegía de todo”.
Por su especialidad, el Hospital Muñiz tenía mucha afluencia de integrantes del colectivo LGBTIQ, donde solían discriminarlas o no las atendían igual que a cualquiera, problemática que las llevó a construir un espacio en el propio hospital que se llama “Transvivir”. Hoy es la coordinadora.
Lo que siguió fue mudarse sola, afianzar la amistad con esa madre-amiga y ayudar a otras chicas en su misma situación. De la mano de Claudia, Yessica comenzó a delinear otro camino.
“Una noche, cansada de esa vida, me dije mientras volvía a casa: ¡tengo que terminar secundaria! Me anoté en una escuela privada, la Manuel Estrada, para hacerla en turno noche, pero pasó lo mismo de antes. No me fue bien y repetí, pero hice una buena amiga y juntas nos pasamos a una escuela pública”. Se refiere a la Escuela Isaac Halperin, en Constitución.
Allí las cosas no empezaron bien. “Tenía problemas para ir al baño. No me dejaban entrar al de mujeres ni al de varones, así que hablé con el director y le dije que si no me hacía un baño en el fondo ¡quemaba todo! —se ríe con el recuerdo—. Él, super amable, buscó una solución y me dejó el baño de preceptores y además habló con todos los profesores. Cambió todo desde ese momento y pasé allí los mejores 4 años de mi vida”, contó sobre aquel director que más de una vez la ayudó cuando, sin motivo, era detenida en la calle.
“A veces salía de la escuela, con las carpetas y me detenían. Un día, con mucha vergüenza, se lo conté al director y me dijo que si necesitaba algo que lo llame. Eran los años en que los policías salían a cazarnos y cada dos por tres terminábamos en la comisaría”, cuenta.
Al terminar sus estudios, e intentando salir de la calle, se postuló para dos trabajos y en las entrevistas “se me rieron en mi cara”. “Le conté a Claudia y me dijo ‘¿vos te crees que vas a conseguir trabajo porque sos vos?' Y ahí entendí que así sería mi vida y seguí en la calle. Ella se fue a Italia y en 2011 regresó. Una conocida la había cruzado en la Zona Roja repartiendo preservativos, gracias a ella nos contactamos otra vez y estuvimos juntas hasta el final”.
Para entonces, Claudia ya había armado una organización de chicas trans, la ATTA, que pedía por el reconocimiento de sus derechos y la Ley de Identidad para tener, legalmente, el nombre con el que se autopercibían. “Me ofreció unirme, pero como alquilaba, necesitaba trabajar y juntar dinero. Terminó convenciéndome cuando me hizo entender que se acercaban los 40 y en la calle buscaban a chicas más jóvenes... Eso me abrió la mente porque tenía razón y además me enseñaba a luchar por mis derechos. Me uní a las reuniones, una de ellas fue en el Ministerio de Salud porque estaban por lanzar una campaña y terminé siendo la cara. Todo lo que hacíamos era ayudar a otras chicas y creó el espacio Transvivir dentro del Hospital Muñiz. Fue el legado que me dejó", reconoce emocionada.
Al Muñiz iban la mayoría de las chicas para hacerse test de HIV, exámenes y chequeos. Llegaban allí porque las discriminaban. “Todavía no estaba la ley y tanto médicos como enfermeros las trataban como varones, entonces Claudia decía: ‘¡Vamos a entrar al hospital a enseñarle a tratarnos como corresponde, a explicar que no nos llamamos fulano si nos que nos llamen como queremos ser llamadas!’ y como yo también había tenido problemas y me negué me dijo, siempre con razón: ‘¡Por esa razón vas a entrar!’ Así era Claudia”.
Comenzaron a ayudar a las chicas en ese espacio. Había lugar de contención para las que estaba allí internadas y las que estaban de paso. Con el tiempo sumaron a las actividades recreativas talleres de capacitación y en uno de ellos llegó la posibilidad para que Yessica ingresara a trabajar al Gobierno de CABA. Fue entonces cuando le aconsejaron que estudiara algo relacionado con la salud para ser parte del Muñiz y ayudar desde otro lugar.
Cuando se recibió, después de 5 meses de curso, fue convocada por la organización Anexo, de chicos gay. “Me ofrecieron un contrato para que trabajara sacando sangre y aplicando inyecciones. Ahí estuve 5 años. ¡Estaba trabajando de lo que estudié, no lo podía creer!”, recuerda feliz esos primeros pasos.
Cuando comenzó la pandemia Natasha, jefa de Yessica, le propuso llevar alimentos a las chicas trans y además ser parte de la campaña de vacunación. “Así que empezamos a pedir donaciones y mucha gente empezó a acercarse, muchas empresas colaboraron con nosotras para llevar de viernes a domingo bolsones de alimentos casa por casa. Y me ofreció, también, salir para aplicar inyecciones para que las chicas no tengan que salir. ¡Apenas me lo dijo me puse mi ambo! Salimos los martes y regreso a casa, en Claypole, cansada pero feliz porque me encanta hacer y las chicas quedan súper agradecidas. ¡Estoy muy orgullosa del trabajo que tengo ahora!”, finaliza.
Plan de vacunación antigripal
En el marco de las políticas públicas implementadas para combatir las consecuencias del COVID-19, la Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Ciudad lanzó un programa especial de vacunación antigripal para población trans que se encuentra en situación de vulnerabilidad, coordinado por la Dirección general de Convivencia en la Diversidad, en articulación con el Ministerio de Salud porteño y voluntarias/os de la UBA. Ahí trabaja Yessica.
“La iniciativa surge ante la necesidad de dar respuestas concretas y efectivas, en este contexto en donde es fundamental minimizar el desplazamiento de las personas para evitar los contagios y la propagación del virus, priorizando la necesidad de garantizar derechos”, explicó Pamela Malewicz, subsecretaria de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural.
El operativo consiste en un vacunatorio móvil que se acerca a las residencias de las personas que requieren ser vacunadas. Para diseñar el abordaje se trabaja en base a un registro de población trans en emergencia donde existen 800 personas en situación de vulnerabilidad. Hasta ahora se vacunaron 200 personas, pero quien forme parte de esta población y quiera solicitar ser incluido/a en el circuito para recibir la vacuna debe enviar un mail con sus datos y dirección a convivenciaenladiversidad@buenosaires.gob.ar.
Esta iniciativa forma parte de las acciones de Asistencia para Población Trans en la emergencia por el COVID 19, que contempla también dispositivos especiales para atender cuestiones habitacionales y de provisión de alimentos para las personas más vulnerables. Se repartieron cerca de 4.000 bolsones de alimentos, llegando semanalmente a las 800 personas en 320 domicilios.
“La población trans es la que ha sido más vulnerada históricamente y el impacto de la cuarentena es doblemente complejo en este colectivo, debido a la precariedad en la que se encuentran, sufriendo exclusión, estigma social y a nivel sanitario. Están muy relegadas”, explica la directora general de Convivencia en la Diversidad, Natasha Steinberg.
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