Eran las tres menos cuarto de la madrugada cuando el teléfono sonó. La menor de sus hijas había ido a la casa de una amiga por eso Verónica -que en ese entonces tenía 46 años- saltó de la cama.
Del otro lado, sin embargo, no escuchó la voz de ninguna de las amigas de Chiara, tampoco era un llamado de la Policía o del hospital: era Manuel, el novio. Verónica lo supo muchas horas después: lo que el adolescente le dijo en ese llamado -y el tono de preocupación que usó- eran parte de la ficción que había armado para esconder el femicidio de “Chiari”, como ella todavía la llama.
El 7 de mayo de 2015, dos días antes de la noche en la que fue asesinada, Chiara Páez había cumplido 14 años. Vivía en Rufino, Santa Fe, con su mamá y compartía la habitación con Romina, su hermana mayor. Eran días convulsionados para la familia: “Chiari le había contado a su tía que estaba embarazada y que la familia de él la presionaba para que se lo sacara. Estaba muy asustada, le dijo que abortaba o se quitaba la vida”, cuenta Verónica a Infobae.
Las tías y las otras hermanas por parte de su papá se preocuparon y decidieron contarle a la mamá de Chiara lo que estaba pasando. Así fue que Verónica, que es católica practicante y está en contra del aborto, habló con su hija, que también participaba en las actividades solidarias de la parroquia. Le prometió que la iba a ayudar a criarlo y decidieron seguir adelante con el embarazo. Chiara acababa de comenzar el primer año en el colegio Misericordia, al que había ido desde jardín.
Ese sábado 9 de mayo a la noche, Chiara y su mamá se despidieron con un abrazo. El padre de una de las compañeras de colegio de Chiara iba a hacer un asado y había invitado a las chicas. Otra de las madres pasó a buscarla.
“La despedí con un abrazo fuerte, me dijo ‘mamá sos una ídola, te amo'. Eran momentos difíciles y yo sentí que ella necesitaba mi apoyo. Volví a verla al día siguiente, en la morgue. Tenía el cuerpo arruinado: las marcas de los golpes en la panza, en la cabeza, en la cara, un corte en el cuello”.
Chiara había empezado a salir con Manuel Mansilla, de 16 años, unos siete meses antes. “A mí no me pareció bien la verdad, Chiari tenía 13 años, era muy chiquita para tener novio”, recuerda Verónica. “Cuando lo conocí sentí mucho rechazo. No era discriminación, muchas veces he traído a chicos con situaciones muy vulnerables a mi casa a merendar y darles una catequesis. No me gustaba pero no podía explicar por qué, pero bueno, viste cómo son los chicos... uno también fue adolescente en algún momento”.
A Chiara todavía no la dejaban salir a bailar ni estar en la calle de noche. Y ese sábado, cuando estaba en la casa de su amiga, Manuel la llamó y se encontraron. “Se ve que ella no quería ir a la casa porque después se probó por el recorrido del celular que estuvieron en distintos lugares”, sigue Verónica.
Más tarde, Chiara mandó un audio a sus amigas diciéndoles que al final había ido y las amigas le contestaron que se quedara un rato y volviera, porque se hacía la hora en que otro de los padres iba a ir a buscarlas. Creen que el montaje de Mansilla ya había comenzado en ese entonces: que, por la forma de escribir, los últimos mensajes que recibieron las amigas no fueron escritos por Chiara.
Verónica dormía en su casa cuando el teléfono sonó. "Era él. Dijo que me llamaba él porque las chicas no se animaban. Que se había encontrado con Chiara y que la había dejado en una esquina porque se había enojado y no había querido que la acompañara a casa. Yo me desesperé, era la esquina de una cancha que hay acá, no era muy lindo para que Chiari anduviera sola a esa hora”.
Eran casi las tres de la mañana: la autopsia reveló que Chiara había sido asesinada una hora y media antes.
Verónica no sospechó que le estaba mintiendo y le pidió a su hermano que la acompañara a esa esquina a buscarla. “Al rato me vuelve a llamar”, dice en presente, aunque acaban de cumplirse cinco años de aquella madrugada. “Me dice que, como el papá es policía, estaba buscándola con el patrullero. El padre me dijo que fuera a hacer la denuncia”. Pasaban las horas de noche cerrada y Verónica, su hermano, las tías de Chiara y la policía seguían sin encontrarla.
La ficción estaba dando resultado: “En ningún momento sospeché de él, al contrario”, confía Verónica. “Pensé que a lo mejor Chiari estaba aturdida. Todas sus amigas pensando en sus cumpleaños de 15, el video, la fiesta, y ella embarazada”.
Amaneció y nada. A la mañana escribió en su Facebook que su hija estaba desaparecida y Rufino -una ciudad de unos 18.000 habitantes, a 340 kilómetros de Rosario- se organizó.
Verónica, adentro de su casa, atendía y llamaba por dos teléfonos. Los vecinos, afuera, organizaron patrullas de búsqueda. En el living de la misma casa que ahora muestra a Infobae a través de la cámara, un grupo rezaba rosarios en continuado. En el comedor estaban los amigos más íntimos de Verónica, sacerdotes, psicólogos y médicos del municipio. No hay nadie hoy en ese mismo living pero sí hay un pequeño santuario con una gran virgen de San Nicolás, la cara de Jesús, flores, rosarios y fotos de Chiara.
Ya era la tarde del domingo y la televisión seguía deliberadamente apagada. Por eso Verónica no escuchó que en los noticieros informaban que la casa de Mansilla estaba cercada.
“Me llamaron de un medio nacional, no se cuál era, y me dijeron ‘qué bueno señora que el novio se entregó’. Y yo le dije ‘no, el novio no tiene nada que ver, él la está buscando también. Yo lo seguía defendiendo”. Verónica había estado con Mansilla a la tarde: “Me dijo que había visto un auto raro deambulando, como esas historias de las Traffic blancas que raptan a las chicas”. Mansilla estaba sembrando otra pista falsa.
Quienes estaban con Verónica se dieron cuenta de que la información le estaba llegando sin filtros de contención y le sacaron el teléfono de la mano. Su hermana se acercó y la llevó de nuevo al dormitorio, que ese día fue una especie de búnker. A Verónica le bastó con verle la cara a su hermana para entender que “algo había pasado, lo peor”.
La declaración de Mansilla había hecho dudar a los investigadores y los perros de búsqueda que habían llevado a la zona se habían desesperado en el patio de la casa del abuelastro de él. "Rodeados, el padre hizo el teatro de que recién se enteraba de la situación y lo entregó”. El adolescente confesó que la había matado, aunque dijo haberlo hecho solo -matarla a golpes sin que nadie se despierte, cavar el pozo, arrastrar el cuerpo, cubrir el agujero-, algo que Verónica nunca creyó.
Ya era el domingo 10 a la tarde cuando encontraron el cuerpo de Chiara enterrado en un pozo en el patio. Al mediodía y en ese mismo patio, la familia de Mansilla había comido un asado. La familia de Chiara nunca creyó que el adolescente pudo haber hecho todo solo, especialmente porque Chiara medía un metro setenta y pesaba setenta kilos, es decir, era más alta y pesaba más que su novio.
“Cuando hicieron la reconstrucción, Mansilla no pudo levantar solo y arrastrar a alguien de esa contextura. No lo pudo hacer con una persona viva, menos pudo haber levantado solo un cuerpo muerto”, cree que Verónica.
La gesta de un reclamo histórico
La noticia copó los medios el lunes por la mañana. Ese mismo 11 de mayo, la periodista Marcela Ojeda escribió un tuit: “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales ... mujeres, todas, bah.. no vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO”. Otras periodistas se sumaron rápidamente, entre ellas, Hinde Pomeraniec -hoy editora jefa de la sección Cultura de Infobae- que respondió: “Estamos de luto es una gran consigna. Tenemos Ni una menos, también”.
blockquote class="twitter-tweet">Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales ... mujeres, todas, bah.. no vamos a levantar la voz? NOS ESTAN MATANDO
— Maͣrͬcͨeͤlaͣ Ojeͤdͩaͣ (@Marcelitaojeda) May 11, 2015
El de Chiara era el femicidio que rebalsaba el vaso, un punto de inflexión para un movimiento que venía creciendo en cada Encuentro Nacional de Mujeres y que, tres semanas después, se volvió un reclamo masivo.
Todos los días había un femicidio nuevo: según las estadísticas de La casa del Encuentro, 295 mujeres habían sido asesinadas en 2013; 277 en 2014 y ese mismo 2015, Chiara fue una de las 286 mujeres asesinadas en Argentina. El primer #NiUnaMenos fue un grito colectivo para terminar con las violencias contra las mujeres, colmó la Plaza de los dos Congresos, se replicó en 80 ciudades de Argentina y se extendió por distintos países del mundo.
blockquote class="twitter-tweet">@fetcheves @soyingridbeck @SoleVallejos @MercedesFunes @Marcelitaojeda Estamos de luto es una gran consigna. Tenemos Ni una menos, también.
— hindelita (@hindelita) May 11, 2015
Mientras en la ciudad de Buenos Aires se gestaba un movimiento histórico, Verónica recorría 100 kilómetros hasta Venado Tuerto, a donde habían llevado el cuerpo de su hija. “Me habían dicho que íbamos a tener que velarla a cajón cerrado por las condiciones en las que estaba pero yo necesitaba verla”.
Verónica entró junto a su hermana, el padre de Chiara y un sacerdote. Furioso, el padre de Chiara propuso velarla a cajón abierto “para que todo el mundo viera la barbaridad de lo que le había hecho”. Con tal de verla un rato más, Verónica aceptó aunque sólo pudieron mantener el ataúd abierto durante unas horas.
En septiembre de 2017, Manuel Mansilla fue condenado a 21 años y medio de prisión. La madre de Mansilla y su pareja, la abuela y su marido no fueron juzgados aunque tuvieron que irse de Rufino.
“Los comerciantes no los dejaban entrar, pusieron fotos de ellos en las vidrieras, la gente les gritaba cosas. En la primera marcha que hubo acá en Rufino para pedir justicia, vi que andaban camionetas con bidones de nafta. Por suerte no se llegó a nada grave. Yo siempre pedí que reclamáramos justicia pero sin generar más violencia, no transformarnos en bestias como ellos”, se despide.
Verónica tiene momentos de alegría y precipicios de tristeza. Sigue vendiendo productos de cosmética por catálogo, como hace cinco años. A diferencia de los aniversarios anteriores, pasó este 10 de mayo en cuarentena. El living, esta vez, no pudo estar lleno de gente, como aquel domingo, cuando todavía había esperanza. Quienes la quieren la acompañaron sin tocarla, a través de una pantalla.
Cinco años, una gestión completa en el medio, y los femicidios no se redujeron: siguen matando, en promedio, a una mujer cada 26 horas. ¿Qué falta? “Políticas públicas que empiecen por la educación. Docentes y familias trabajando más cerca. Una Justicia que piense en nosotros, porque el asesino de mi hija era menor y ahora está apelando para que le bajen la pena. Y que nos involucremos más todos. Mucha gente todavía cree que estas cosas le pasan a los otros y no piensan que un día, como me pasó a mí, me fui a dormir tranquila y me desperté con mi hija enterrada en un pozo”.
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