Cinco meses después del 3 de junio de 2015, la periodista Paula Rodríguez publicó el libro “Ni Una Menos”, una recopilación que permite seguir el camino hacia esa primera manifestación en contra de la violencia machista que desbordó la plaza de los dos Congresos, con réplicas de punta a punta del país.
Un trabajo de hormiga que reúne las voces, reflexiones y sentires de quienes organizaron la gesta, pero también de víctimas y familiares, de funcionarias y funcionarios, de artistas, militantes, y personas “sueltas” convocadas por una consigna que supo hacer eco del hartazgo, del asco social frente a los asesinatos de siempre. Cada página, además, entrevera la madeja para dar cuenta de la emersión de un grito colectivo rosqueado en twitter veintitrés días antes pero macerado durante décadas de lucha feminista.
“El 3J estuve con las organizadoras y tengo presente sentir como un dato importante la cantidad de adolescentes y de mujeres muy jóvenes que había en la movilización, y que fueron las que se quedaron bailando, rancheando en la calle hasta más tarde. Parte de lo que interpeló socialmente fue la serie de femicidios cubiertos por los medios con víctimas adolescentes. Evidentemente tuvo que ver con esta irrupción de las jóvenes masivamente al feminismo. Que no se da solamente acá sino en otras partes del mundo, pero que en Argentina tuvo como emergente el 3 de junio. Podría haber sido otro, pero queda claro que algo que estaba pasando iba a emerger y emergió de esta manera”.
Paula relaciona la potencia joven de la protesta con que la punta de lanza haya estado a cargo de periodistas, comunicadoras e investigadoras que se nombraban feministas desde hacía largo rato: “Me parece que una de las particularidades que tuvo esta forma de emerger el feminismo de la nueva ola en una manifestación como el Ni Una Menos fue el hecho de que hubiera un grupo de comunicadoras historizando, dándole espesor a la consigna, rellenando de contenido, evitando que se convirtiera en un estallido de pedido de seguridad, restaurando palabras que explican las cosas. Se le dio sentido y un discurso a ese emergente a partir de conocimientos académicos y a la vez populares”.
—Uno de los grandes desafíos que tuvo el Ni Una Menos fue politizar la violencia sin caer en la grieta partidaria, aún con la presión de un año electoral como fue 2015.
—Se transversalizó y se evitó que algún grupo capitalizara la movilización sin despolitizarla. No se prohibieron las banderas para reemplazarlas por velas, por ejemplo. Al contrario: la idea fue que nadie ocultara su procedencia, pero el acto sería apropiado por las mujeres.
La violencia no estaba en la agenda. Estaba la sucesión de femicidios cubiertos por los medios, pero no había una agenda que nombrara el femicidio como el extremo del iceberg de un problema social muy profundo, resultado del patriarcado y la desigualdad.
De hecho, fue muy interesante cómo luego del 3J y antes de las elecciones en octubre todos los partidos y dirigentes salieron a manotear argumentos, asesoras y formas de demostrar que habían tenido que escuchar el reclamo. Fue interesante y patético de ver, porque realmente no sabían nada del tema y la situación les estalló en la cara. Sobre todo les estalló en la cara la claridad ideológica y de sus derechos que manifestaron las mujeres jóvenes, como nuevo actor político.
—El primer Ni Una Menos generó un documento incómodo pero a la vez masivo, que incluyó a pesar de no ceder temas ni vaciar la propuesta.
—El documento es muy interesante. Es como una plataforma que historiza, fundamenta y explica el hilo que une a todas las demandas: que es el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. No se mencionó la palabra aborto aunque había pañuelos verdes entre todas las organizadoras. Fue una convocatoria y un documento que articularon la presencia del feminismo aquí y ahora. Lo explicaron, lo historizaron, y visibilizaron la demanda actual.
A mí ese documento me pareció brillante. Además se construyó superando montones de diferencias, no solo ideológicas sino de prácticas entre mujeres militantes y otras que no, entre las que opinaban que el trabajo era más territorial y las que venían de la comunicación masiva, etc.
—¿Sentís que en la organización y realización de ese 3J se hizo masivo algo de las trayectorias acumuladas de los feminismos?
—En la planificación por consensos y en esa forma que tienen las organizaciones feministas entre festivas, autoconvocadas y con sus propias metodologías sí creo que hay una trayectoria acumulada. Ocurre en los Encuentros Nacionales de Mujeres, en las redes sociales… Formas de organizarse de los feminismos en general por ecosistema más que por estructuras.
—En el libro algunas voces hacen referencias relacionando el 3 de junio de 2015 con el 19 y 20 de diciembre de 2001 por la espontaneidad, y con un nuevo “Nunca Más”. ¿Coincidís en esas comparaciones?
—No puedo comparar el 3J con el 19 y 20 de diciembre. Para empezar la espontaneidad del 3J tiene que ver con la autoconvocatoria pero no es una manifestación que surgió como un estallido, fue transparentemente organizada tres semanas antes. No se vende que fue una salida espontánea a la calle. Hubo una convocatoria de personas que se visibilizaron, que mostraron quiénes eran, que generaron una campaña para que los medios replicaran, que armaron redes sociales para compartir materiales con grupos de distintas provincias, se articuló un discurso que explicaba la consigna, hubo un documento. No pasó nada parecido al “Que se vayan todos” de diciembre.
Si la comparación con el “Nunca Más” es con el efecto de la consigna y cómo se instaló históricamente para determinar el reclamo e identificar un movimiento creo que sí se puede relacionar. Pero a mí el “Ni Una Menos” me suena más al “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar”, a esa consigna que empezó a circular en las marchas antes del fin de la dictadura y que era un grito de abajo hacia arriba para visibilizar. El NUM visibilizó la violencia y la sacó de adentro de las cuatro paredes.
—A cinco años de ese primer cimbronazo público contra la violencia contra las mujeres, ¿en qué se avanzó y qué falta?
—Es difícil tener una sola mirada y pensar en resultados. Respecto a 2015 en términos de movilización social, de promover y generar consciencia sobre los derechos humanos de las mujeres, niños/as y adolescentes, y en el acceso a la agenda pública creo que hay un montón de cosas para celebrar.
Pero no puedo dejar de marcar que en su momento una demanda inmediata era contar con estadísticas de femicidios y violencias, y seguimos sin esa herramienta actualizada (recién este fin de semana se dieron a conocer los datos de 2019). No hay todavía tampoco una política integral con el presupuesto necesario. Sin soslayar el hecho de que por primera vez exista un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, insisto: ese Ministerio para poder cumplir con sus propósitos de transversalizar todas las políticas necesita voz y voto en el Gabinete y fundamentalmente presupuesto para funcionar. Por otro lado, en relación a infraestructuras y asistencia a las víctimas hubo cierto impacto en las estructuras del Estado, pero estamos lejísimos de que la violencia sea tomada como prioridad con la inversión en recursos humanos y económicos que requiere. La realidad, entonces, es que los femicidios no bajan.
En lo que respecta a los medios de comunicación, que son los espacios que más conozco, me parece que en el periodismo hubo una rápida asimilación de algunas cuestiones del lenguaje, que ya habían empezado a ocurrir antes del 3J. No seguir hablando de crímenes pasionales o reconocer que el femicidio es un crimen de odio específico, por ejemplo. Hubo una alerta en el gremio de actualizarse y entender esta demanda y estos temas que estaban fuera de la agenda informativa. Incluso surgió la decisión de algunos medios de tener editoras de género.
Dicho esto creo que falta una mirada y comprensión integral de todos los actores, aún cuando se crean áreas específicas. Porque sino la violencia machista es abordada con un discurso punitivista o “blumberizado” que no tiene que ver con una lectura entendedora y mucho menos feminista. A veces hay hiperactividad y respuestas fáciles que están lejos de comprender el problema. Al mismo tiempo, sin embargo, existen medidas como la Ley Micaela que sí apuntan a que necesitamos capacitarnos y entender socialmente mejor de qué estamos hablando.
Al final de cuentas supongo que el saldo post Ni Una Menos es positivo porque logró instalar la violencia machista en las agendas.
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