En la trayectoria biográfica e intelectual de Victoria Ocampo se observa una militancia, fáctica y discursiva, desde un liberalismo humanista contra el antisemitismo en tres instancias cruciales. En Sur y desde los albores de la Segunda Guerra Mundial; en sus Testimonios sobre los juicios de Núremberg; y en sus pronunciamientos por el caso Eichmann. Allí, la representación bendiana del intelectual en Ocampo más su influencia por Jacques Maritain, de quien publicó Sobre la Guerra Santa (1937) y Los Judíos entre las Naciones (1938), núcleo del mensaje en su presentación en la Sociedad Hebraica Argentina, se tradujo en una ética constituida por la solidaridad y el testimonio ante las víctimas, más la caridad ante los enemigos.
En Sur de 1938, Ocampo se hizo eco inmediato de los ataques contra los judíos durante la Kristallnacht. En “Inverosímil Persecución” informa sobre los linchamientos y el envío de ciudadanos judíos a campos de concentración más las ejecuciones en masa, denunciando el antisemitismo del Tercer Reich. De hecho ya en “Posición Sur” (1937) y “Nuestra Actitud” (1939), Victoria no sólo abandona Frankfurt por su insoportable ambiente plagado de carteles prohibiendo el ingreso a judíos, sino que proclamó su repudio a todas las dictaduras y persecuciones, manifestando clara y patentemente que ante cualquier atentado a los valores humanitarios era su deber pronunciarse en contra. Un liberalismo cosmopolita que, en la Argentina, se delinearía como signo inequívoco de su discrepancia con proyectos de impronta nacionalista y/o populista.
A partir del “Retrato del Antisemita”, de Sartre; “'Mit Brennender sorge'. La contra inquisición”, de Máximo Kahan, y “El judío en el Futuro de América”, del intelectual judío americano Waldo Frank, Ocampo nutre su mandato que la impele a levantar la voz ante todo tipo de persecución. Más, Victoria, hospedando a este último en su propia casa, habiendo sido declarado persona non grata por el gobierno de Ramón Castillo y en su tercera gira a la Argentina en 1942, sufre un atentado casi fatal, pero continúa cuidándolo hasta su regreso.
En 1958, el n° 254 de Sur es dedicado íntegramente al Estado de Israel y cuyos tres primeros artículos de Borges, Mejía y Romero, bajo el encabezado “Testimonio Argentino”, abre una serie de colaboraciones de autores israelíes sobre el desarrollo de la lengua, la literatura, la filosofía, la posición de la mujer y la pintura en Israel, cuyo objetivo era conocer el devenir de una cultura a la modernidad y contribuir al acercamiento como modo de contrarrestar el antisemitismo, revelado como un acto nacido de la ignorancia.
Este imperativo ético de Ocampo tuvo también implicancias en Acción Argentina (1940), organismo orientado a combatir la infiltración nazi-fascista en el país y su gestión para rescatar de la Gestapo a la fotógrafa judía Gisèle Freund.
En 1946 Ocampo asiste como única mujer, civil y sudamericana al histórico Juicio de Núremberg, invitada por el British Council. Allí, Victoria, mujer cosmopolita, ya no se halla “como en casa”, sino que prima el sentirse fuera de lugar. Lo que vio y oyó durante los días del juicio, no sólo resulta incomprensible e inaceptable, sino que le provoca lo que ella denomina atonía. En “Impresiones sobre Nüremberg”, expresa el trastocamiento de las relaciones sociales, culturales y políticas otrora ordenadas en torno al valor humano, la libertad y dignidad, y que posibilitó aquel nuevo orden regido por una lógica de superioridad racial. Las atrocidades nazis, las lámparas hechas con piel humana, las cabezas reducidas, las indescriptibles imágenes fílmicas y fotográficas de los campos de concentración, en “Más de una Hora de Ignominias”, son enfatizadas como vejaciones cometidas contra humanos e importan una mancha para la humanidad, corriendo así el foco étnico-religioso de las víctimas.
Victoria es la cronista de una interrupción de la normalidad por la monstruosa Shoá. Este fuera de lugar o desplazamiento de la humanidad, lo expresa al narrar el juicio como espectáculo, focalizando más en la representación que en lo representado, y por ello destacando insignificancias tales como una naranja o una rosa descriptas junto a Jodl y Goering, los rostros de Hess, Keitel y Ribbentrop, o una metafórica descripción de un uniforme. Ocampo nivela lo atroz con lo trivial, porque las distinciones entre lo importante y lo que no lo es fueron desbaratadas. Su crónica disruptiva hace que lo estético sea tan improcedente y absurdo como la barbarie e indecencia de lo acontecido.
A esta narrativa desplazada, se suma una constante primera persona, pero no como un “yo” narcisista, sino testimoniando la supervivencia de la subjetividad en un mundo deshumanizado. Un “yo” que ejerce una misión pública sobreviviendo a pesar del atentado contra la humanidad. Aquí se entiende no sólo el deber de Ocampo en combatir el incipiente negacionismo en Argentina, habiendo también perdido cinco amigos en las cámaras de gas, sino también su conferencia “El Hombre del Látigo”, donde se expresa contra la tortura evocando sus días en la cárcel de mujeres del Buen Pastor durante el peronismo.
Ocampo también se hizo escuchar respecto del caso Eichmann, afirmando su deber de no dejar impune el antisemitismo. Sus escritos como “El Coraje de Pensar. Habla Victoria Ocampo” (1960), apuntalaron su irrenunciable solidaridad con las víctimas, protegiendo la memoria de los asesinados en los campos de exterminio. Allí, ante las discusiones por la violación de la soberanía argentina en la extracción forzada de Eichmann, Victoria pregunta por la falta del compromiso humano con los inocentes vejados expresando, ¿por qué tantas personas tienen tan poca imaginación que sólo pueden rebelarse por cosas conocidas en carne propia? Las voces y recuerdos de quienes fueron asesinados por el hecho de ser judíos tales como Ana Frank, así como Crémiux y Benjamín Fondane, muertos en las cámaras de gas y amigos de Victoria, le recuerdan la responsabilidad de no olvidar.
Así, la solidaridad con las víctimas y la obligación de defender a la Humanidad llevan a Ocampo a anteponer el juicio a Eichmann a la soberanía nacional de un país sobre el cual pesaba la vergüenza de haber sido refugio de semejantes criminales, diciendo, “hemos merecido que los judíos se llevasen a Eichmann ‘sans autre forme de proces’”. Su solidaridad con los judíos también en sus misivas privadas, tuvo como arquetipo la carta a Pola Rosengarten, a quien en un acto de humildad intelectual expresó que si hubiera vivido en la Alemania nazi, no sabría si hubiese poseído el coraje de ejercitar tal solidaridad. A pocos días del ahorcamiento de Eichmann, Victoria, no abandona su ética solidaria y testimonial para con las víctimas encontrando en Jaspers, que lo que no parece sino concernir a los judíos nos concierne a todos; pero tampoco abandona el compromiso con los valores humanitarios que sostienen su posición, pronunciándose en contra de la pena capital, encontrando también en Jaspers su convicción de no matar a los asesinos.
Como conclusión y en términos humanistas y liberales, Victoria Ocampo ejemplifica desde su “El Vicario”, que …cada uno de nosotros llega a sentirse el representante de algo infinitamente superior a su persona, cuando se trata de defender a una víctima o de oponerse a un crimen, aunque nos expongamos al hacerlo. Clama al menos un grito, una reacción inarticulada frente a lo que se ve o se escucha, como actitud vital opuesta al silencio, a la complicidad.
El autor es Rabino y Doctor en Filosofía, director de AMIA Cultura y miembro titular de la Pontificia Academia para la Vida (Vaticano)
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