El 30 de mayo de 1982, desde Londres, las noticias afirmaban que “las tropas británicas estaban anoche alineadas para el asalto final a Puerto Argentino”, pero Gran Bretaña estaba pagando un alto precio en vidas, armas y dinero. Según la Memoria de la Junta Militar, “The Observer” como “The Sunday Times” coinciden en que “el costo de la campaña del Atlántico Sur ha superado ampliamente el presupuesto inicial de 500 millones de libras. No será fácil costear los gastos producidos con la requisa de material de transporte [hacía referencia a los buques de pasajeros que trasladaron tropas]. Cada ataque argentino costó cerca de 10 millones en misiles”. También Alexander Haig había anticipado erróneamente que, a su juicio, caería Puerto Argentino en poder de los británicos para el sábado 29 de mayo, y todavía se seguía combatiendo.
“The Times”, de Londres, publicó una noticia de su corresponsal en Washington que fue puesta bajo la lupa de los militares y diplomáticos argentinos. Se decía que “el secretario de Estado, Alexander Haig, le habría pedido la renuncia a la señora Kirkpatrick, embajadora estadounidense en Naciones Unidas, después de sostener una conversación álgida de 45 minutos, por teléfono, con relación a la crisis de las islas. Se afirma que dicha representante habría dicho que el secretario de Estado y sus ayudantes son aficionados totalmente insensibles a las culturas latinas, y habría agregado: ‘Por qué no desintegramos el Departamento de Estado y dejamos al Foreign Office hacer nuestra política’, llamándolos también ‘británicos con ropas americanas’”. Todas estas informaciones y detalles estarían sobre el escritorio del presidente Reagan el 31 de mayo.
Mientras, con títulos catástrofe, todos los diarios argentinos del 31 de mayo consignaban que el portaviones “Invincible” había sufrido serios daños a manos de la Fuerza Aérea Argentina. Clarín informaba en su tapa: “El ‘Invincible’ fue seriamente averiado”, “Tropas británicas ocupan Darwin y Ganso Verde” [sic].
La verdad que no se contaba era que la situación en el frente militar resultaba cada día más dramática. El Informe de Operaciones 214/82, realizado por el CEOPECON y elevado al Comité Militar el 30 de mayo, relata que los británicos han “consolidado la defensa aérea en San Carlos” dotados con “un número significativo de armas antiaéreas y misilísticas”, y que “cada ataque aéreo representa un 25% de pérdidas argentinas”. En el punto 2 se hace un balance de las bajas de la aeronáutica argentina: “En el lapso del 1º al 29 de mayo de 1982 han sido destruidos cuarenta (40) aviones de combate, lo que significa el 27% de la dotación disponible de la FAA. Treinta y cinco (35) oficiales caídos en combate. Pista de Malvinas [es] inoperable”. Las bajas en la aeronáutica motivaron un estado de tensión entre los efectivos acantonados en las bases de la Fuerza Aérea Sur. Solo así se entiende la visita que el brigadier Basilio Lami Dozo realizó el 31 de mayo a Comodoro Rivadavia. Para empeorar la situación, el Acta de Acuerdo Nº 12 del CEOPECON, de ese mismo día, decía que “se acordó en alertar el Sistema de Defensa del Litoral Marítimo ante la posibilidad de que la flota inglesa ataque el continente buscando afectar el propio poder aéreo”. En esa ocasión, Lami Dozo le dijo al periodismo que lo acompañó que el poder aéreo estaba preparado para responder los ataques del Reino Unido.
Como anticipó Kirkpatrick, el 31 de mayo, entre las 12.15 y las 12.50, estuvo con Reagan. Así lo atestigua la agenda presidencial de ese día. No fue sola; la acompañó el consejero de Seguridad, William Clark; también severo crítico de Haig. En esa reunión se perfilaron los “talking points”, los temas a desarrollar durante la conversación telefónica que habría de mantener el presidente de los Estados Unidos con la primera ministra británica. Reagan quería saber dónde estaban parados y comentarle la conversación que había mantenido con el mandatario brasileño y la situación de la propuesta del secretario general de Naciones Unidas.
Los “talking points” ofrecen, además, un detalle no menor, ya que en ellos se hace referencia a un contacto personal de Vernon Walters con el teniente general Galtieri. ¿Dónde se hizo ese contacto? ¿Fue personal o telefónico? ¿Otra visita secreta del general viajero a Buenos Aires? ¿Con quién más conversó? Esa parece ser la visita que Walters no recordaba haber realizado a Buenos Aires cuando los periodistas de Clarín lo entrevistaron para “Malvinas, la trama secreta”. En esa visita –confirmada al autor, entre otros, por el coronel Carlos Alfredo Carpani Costa–, el “embajador fantasma” sondeó a altos jefes militares argentinos, con la mirada puesta en un posible derrocamiento de Galtieri. Uno de estos oficiales fue el general de división (RE) José Rogelio Villarreal.
El encuentro telefónico entre Reagan y Thatcher estuvo precedido por un acontecimiento adelantado por los británicos y recién reconocido por los argentinos un día antes. En el parte Nº 214/82, el CEOPECON informó al Estado Mayor Conjunto que “el 29 de mayo, siendo las 20.30, se tomó conocimiento que en el día de la fecha, aproximadamente a las 12 horas, el Regimiento de Infantería 12 habría dejado de combatir en Darwin. Bajas apreciadas, superior a 150, no se poseen otros detalles”.
Finalmente, el presidente Ronald Reagan llamó a Margaret Thatcher a última hora del 31 de mayo, en lo que habría de ser un diálogo infructuoso para el jefe de la Casa Blanca. Intentó evitar un ataque inglés a Puerto Argentino e impedir una situación humillante para la Argentina. La versión ha sido desclasificada, aunque con algunas censuras:
-Presidente: ¿Margaret?
-Thatcher: ¿Sí, Ron?
-P.: ¿Me oye bien?
-T.: Lo oigo muy bien. ¿Usted me oye a mí?
-P.: Hay un poco de eco, pero asumo que es por la línea que estamos usando. Mire, espero ansioso nuestra reunión del próximo viernes, en donde podremos hablar en detalle sobre algunas situaciones. [La reunión del viernes 4 de junio se iba a realizar en el marco de la cumbre del G7 en Versalles, Francia].
-T.: Creo que necesitamos una reunión bastante larga, no debemos precipitarnos.
-P.: Espero que así sea, aunque me impusieron una agenda que creo que me mandará a casa con unos centímetros menos de los que mido ahora.
-T.: Sí, pero creo que tiene que abordar las cosas más importantes primero.
-P.: Sí. Mire, ¿podría ser impertinente y tomarme la libertad de trasmitirle ahora mismo algunos de mis pensamientos sobre la situación de las Falklands?
-T.: Sí, por supuesto.
-P.: Porque, bueno, el impresionante avance militar de ustedes tal vez podría modificar las opciones diplomáticas, tal como nosotros las vemos, de las que dispondríamos entre hoy y el próximo viernes. Por cierto, me gustaría felicitarla por lo que usted y sus jóvenes están haciendo allá. Han corrido grandes riesgos y han demostrado al mundo que la agresión no provocada no termina bien.
-T.: Bueno, todavía no, pero estamos a mitad de camino a eso… todavía no estamos a mitad de camino, pero sí un tercio del camino.
-P.: Sí, sí, lo están. Sé que Al Haig le ha trasmitido algunas de nuestras ideas sobre cómo podríamos capitalizar el éxito que ustedes han tenido con una iniciativa diplomática, y yo apoyo el concepto de que… ¿hola?
-T.: Sí, acá estoy.
-P.: …dada la actuación de la Argentina en todo este tema, una nueva iniciativa podría no tener éxito, pero inclusive si la rechazaran, pienso que el esfuerzo para mostrar que nosotros estamos dispuestos a llegar a un acuerdo coherente con nuestros principios podría terminar con los esfuerzos de algunos izquierdistas de Sudamérica que están tratando activamente de explotar la crisis. Bueno, pensando en este plan…
-T.: (Interrumpiendo): Esta es la democracia, y es nuestra isla, y lo peor de la democracia sería si ahora no…
-P.: Sí. Bueno, esto es lo que tenía en mente, pero creemos que la única posibilidad de éxito sería antes de la captura de Puerto Stanley. Queríamos respaldo latino [americano], y conversamos con el presidente del Brasil, Figueiredo, cuando estuvo aquí; quiere ayudar, pero, conociendo a los argentinos, cree que la mejor posibilidad de una solución pacífica sería antes de una total humillación argentina. […] No sé si la Junta puede llegar a un acuerdo, pero aunque no lo hiciera, creo que usted se situaría en una posición muy favorable.
-T.: No perdí algunos de mis mejores barcos y algunas de mis mejores vidas para quedar en silencio bajo un alto el fuego sin la retirada de los argentinos.
-P.: Oh, Margaret, eso es parte de ello, tal como lo entiendo. Esta última propuesta sería ir con Brasil y nosotros y ver si pueden abandonar su plan.
-T.: Ron, no voy a entregar…
-P.: Sí.
-T.: No voy a entregar la isla ahora.
-P.: Bueno, Margaret, creo que hablamos de lo mismo, porque por lo que yo entiendo ellos se tendrían que retirar. El cese de fuego tendría que ser seguido por su retirada, y usted, su ejército, no tendría que retirarse hasta que llegara una fuerza binacional o multinacional como resguardo.
-T.: No puedo perder la vida y la sangre de nuestros soldados para finalizar entregando las islas a un contacto. No es posible.
-P.: No…
-T.: Seguramente no me estas preguntando esto Ron, después de que hemos perdido algunos de nuestros más preciados jóvenes, que después de la retirada argentina nuestra administración quede inmovilizada.
-P.: Margaret, pensé sobre esta parte de la propuesta…
-T.: Yo tuve que recorrer enormes distancias y movilizar a la mitad de mi país… yo sólo tenía que ir.
-P.: Pero parte de la propuesta, así como la entendí, era que se establecería un gobierno local y ayuntamientos locales para gobernar las islas, y ellos tendrían que retirarse rápidamente. Y la de ustedes sería una retirada gradual, después de que arribaran las fuerzas de paz que se harían cargo de la seguridad en las islas por un período limitado, y luego se llevarían adelante las negociaciones, sin ninguna condición previa. Pienso que ustedes están en una posición de superioridad suficiente como para que no queden dudas de que lo que ellos han hecho es una retirada ante la derrota. No creo que nadie haya pensado que podría ser posible una victoria. […] También me preocupa qué pasará si el actual gobierno cae por su mala actuación en todo este asunto y es remplazado por peronistas de izquierda [subrayado por el autor].
T.: El punto es este, Ron, y que sea entendido: hemos llevado la peor parte solos… hemos perdido algunos de nuestros mejores barcos, porque durante siete semanas los argentinos se negaron a tener negociaciones razonables.
Años más tarde, Thatcher comentaría que “desafortunadamente” los americanos habían intentado en ese momento reavivar una negociación diplomática. “Al Haig quería involucrar a los brasileños en un acuerdo (al contrario de lo que había planteado anteriormente) […] Hubiera sido completamente equivocado arrancar una derrota diplomática de las fauces de la victoria militar, como tuve que decirle al presidente Reagan cuando me llamó a altas horas de la noche el lunes 31 de mayo. No resultó muy satisfactorio para ninguno de los dos que no se me hubiera dado ningún aviso previo de lo que me iba a decir, y en consecuencia, puede que mi actitud fuera más contundente que amistosa”. Como hemos observado, con el paso de los años se puede ver que Haig no estaba comprometido con la llamada telefónica, sino los influyentes Clark y Kirkpatrick. Asimismo, lo dice la primera ministra en sus memorias “Los años de Downing Street”, también pesó el consejo del presidente brasileño.
En su libro “Una vida americana”, Ronald Reagan hizo un comentario sobre esa conversación: “Ella me dijo que ya se habían perdido demasiadas vidas de Gran Bretaña, y no se podía retirar sin una victoria total, y me convenció. Entendí lo que quería decir”. Lo que no dijo el presidente es que esa conversación generó una fisura en la relación “especial” que mantenían. Reagan dio muestras de tener una visión diferente del problema en esas horas, olvidándose de aquella consigna que los unía, pronunciada por Margaret Thatcher en su primer contacto personal en Washington con el mandatario norteamericano: “Sus problemas serán nuestros problemas”. Al parecer, cuando uno escucha el audio de esa conversación, Reagan aparece dubitativo, tembloroso. Tanto es así que un miembro del Consejo de Seguridad Nacional, presente en la ocasión (no puede ser otro que William Clark o Roger Fontaine), con sarcasmo, dijo: “Sonó más débil que Jimmy Carter”. Para el pensamiento conservador estadounidense de la época, ese comentario era agraviante.
Los intrascendentes peronistas de izquierda
Del diálogo entre los dos mandatarios surgen dos observaciones. La primera es que los amigos norteamericanos de los argentinos, y adversarios de Alexander Haig –Jeane Kirkpatrick; William Clark; el presidente del Brasil; el senador Jesse Helms y otros–, habían logrado que Ronald Reagan considerara la posibilidad de una nueva gestión diplomática de los EE.UU. que impidiera el choque militar y la humillación a la Argentina. A su vez, el presidente Figueiredo temía que la derrota castrense argentina desestabilizara el Cono Sur. Visiones parecidas tenían Augusto Pinochet (Chile), Alfredo Stroessner (Paraguay) y Gregorio Álvarez (Uruguay).
La segunda mirada permite tener una clara visión de lo mal informado que estaba el presidente de los Estados Unidos. Imaginar que, ante la derrota del gobierno de Galtieri, pudieran encaramarse en el poder “peronistas de izquierda” era no saber qué ocurría en la Argentina. En 1982, no había “peronistas de izquierda”, simplemente porque Juan Domingo Perón los había expulsado en 1974. Ese sector “infiltrado” en el peronismo –a cuyos integrantes el ex presidente denominaba “simuladores”– había dejado de tener vigencia y se había refugiado en el Partido Auténtico, que electoralmente no significaba nada, como se vio en las elecciones de Misiones del 13 de abril de 1975, durante el mandato de la viuda de Perón. En todo caso, a comienzos de los ochenta, dentro del peronismo tenía actividad el Movimiento de Intransigencia y Movilización, encabezado por Vicente Leónidas Saadi, que tampoco tenía mayores posibilidades de una figuración destacada en eventuales comicios. Ese ex peronismo “infiltrado” –por decirlo así– en todo caso estaba refugiado en Cuba, o en el exilio y en la clandestinidad. Habían sido derrotados militarmente. El peronismo de ese momento tenía a “Isabel” en Madrid; en la Argentina la conducción descansaba en las manos del ex senador chaqueño Deolindo Felipe Bittel, su “columna vertebral”, el sindicalismo, la lideraba el metalúrgico Lorenzo Miguel. Todos, un año más tarde, serían derrotados por Raúl Ricardo Alfonsín en las elecciones presidenciales del 30 de octubre de 1983.
Pero hay una explicación. En la última edición de “Malvinas, la trama secreta”, figura un nuevo documento que ayudaría a imaginar y entender por qué el presidente Reagan y Alexander Haig se podían preocupar por los “peronistas de izquierda”. Se considera un documento interno del gobierno norteamericano –generado por Luigi Einaudi (funcionario del Departamento de Estado) y Norman Bailey (asistente especial en cuestiones de Seguridad Nacional y miembro del Consejo Nacional de Seguridad) – en el que se habla de un golpe militar que eliminaría a oficiales de alta graduación y haría un acuerdo con sectores de la izquierda, incluido el Partido Comunista, con una importante gravitación de la oficialidad joven del Ejército. La fuente de tal especulación era el periodista británico Christopher Roper, quien se había puesto en comunicación con los estadounidenses, luego de tomar contacto con “viejos amigo peronistas” en París. Esos viejos amigos no eran otros que cuadros disgregados de Montoneros con los que Roper tenía una historia en común. Este fue corresponsal de la agencia Reuter en los sesenta y le tocó cubrir el fusilamiento de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia (1967). Luego, con el tiempo, conoció a importantes miembros de Montoneros, y era considerado “el amigo británico” dentro de la organización. Por si todo esto no alcanzara para desentrañar las “fuentes” del Departamento de Estado, es necesario recordar un párrafo de un informe del dirigente montonero Norberto Habberger, escrito tras ser detenido en Río de Janeiro en 1978, donde se señala a Fernando Vaca Narvaja como “principal protagonista” en la “política de conversaciones con el Departamento de Estado”.
Esta información sustentada por los dos funcionarios norteamericanos fue enviada a las embajadas de los Estados Unidos en Buenos Aires, París, Londres y Naciones Unidas. Tras Malvinas, sus autores mantuvieron vigencia: Luigi R. Einaudi fue secretario general interino de la OEA en 2004. Norman Bailey, tras los años, se transformó en “lobbista” y facilitó la entrada en Washington del canciller de Fernando de la Rúa, y en agosto de 2001 organizó el viaje del senador Eduardo Alberto Duhalde a los Estados Unidos.
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