“Entre las ofensivas y contraofensivas que dejan atrás interminables filas de muertos, heridos y caravanas de prófugos aterrorizados es difícil distinguir los verdugos de sus víctimas. Entre la localidad de Bratunac, controlada por los serbios y de Srebrenica, en manos de los croatas, por ejemplo, hay menos de 600 metros: hace meses que se combaten con una ferocidad increíble, hasta con armas blancas porque faltan municiones. Y ése es solamente uno de los tantos puntos de la inextricable geografía de la guerra. Es como si una divinidad enloquecida hubiera transportado con una infernal máquina del tiempo la entera zona en el Medioevo más oscuro”, escribía en enero de 1993 desde algún lugar del infierno de la guerra de los Balcanes el periodista argentino Guido Puletti para la revista italiana Mondo Económico.
Llevaba dos años –con idas y vueltas a la región italiana de Brescia, donde vivía con su familia– cubriendo para distintos medios el conflicto que desgarraba el territorio de la vieja Yugoslavia, cuya partida de defunción había quedado firmada casi al mismo tiempo que la caída del Muro de Berlín.
Su amigo Carlos Corbellini, también argentino, también periodista, recuerda con precisión el momento en que Guido Puletti le dijo lo que estaba haciendo. Fue en una fiesta de casamiento, en la mesa que compartían Corbellini y su esposa con Guido y la suya, Cinzia.
-¿Sabés que estuve en Sarajevo? – le dijo.
Corbellini todavía recuerda el escalofrío que recorrió su cuerpo al escucharlo. Sarajevo era por entonces el círculo más profundo del infierno. No recuerda, en cambio, que le contestó, pero sí lo que Guido le dijo a continuación:
-Y ahora voy a ir de nuevo – agregó.
-¿Y vos qué pensás de eso? – le preguntó Carlos a Cinzia.
-Y bueno, él va… - le respondió la mujer con un gesto de resignación ante lo inevitable.
Esa fue también la última vez que Corbellini vio a Guido.
El 29 de mayo de 1993 murió fusilado por una “unidad especial” del Ejército de Bosnia, cuando iba en búsqueda de su última crónica. Lo acompañaban otros cuatro periodistas, dos de los cuales lograron escapar y sobrevivir para contar su muerte.
Una bala en la recámara
Cuando piensa en la muerte de su amigo Guido, Carlos Corbellini no puede evitar la imagen y el sonido de una bala entrando en la recámara de un arma, una imagen que no forma parte de sus recuerdos sino de un relato del propio Puletti de otra ocasión en la que había sentido que se le acababa el tiempo, en septiembre de 1977 en Buenos Aires, cuando estaba detenido-desaparecido en un centro clandestino de la dictadura argentina.
“Suponiendo que se pueda sentir algo, ¿qué sentiré cuando una bala me atravesará el cráneo? ¿Una explosión y después nada más? ¿O una quemazón insoportable y la sangre que sale borbotando? Escucho el repetido e inconfundible ruido metálico: la bala está en la recámara”, relató en un artículo para Brescia Oggi en 1982, ya en su exilio italiano.
-Tal vez haya sentido ese mismo ruido antes de morir – dice Corbellini a Infobae desde Brescia en estos días de obligada cuarentena por la pandemia de COVID-19.
De la clase media a la militancia política
La memoria de Corbellini permite reconstruir la historia de Guido Puletti, hijo de un matrimonio de clase media –padre italiano, madre mendocina– nacido en Buenos Aires.
-Pasó su infancia y su adolescencia en Vicente López y estudió en un colegio bilingüe, el Florida School. Era un gran lector y un deportista disciplinado. Leía literatura, pero también muchos textos de filosofía, era muy buen estudiante. También practicaba atletismo en River y ganó varias carreras de cien metros representando al club – cuenta Corbellini.
Con la adolescencia se interesó también por la política. Se sumó primero a la Juventud Peronista, con la que participó en una campaña de trabajo voluntario con obreros agrícolas en Salta, y más tarde su formación teórica marxista lo llevó a militar en Política Obrera.
Empezó a trabajar en el Ministerio de Bienestar Social de la Nación en 1973, desde donde también inició su militancia sindical en ATE, cuando ya se había integrado a Política Obrera. El 20 de junio de 1973, el día de la vuelta definitiva de Juan Domingo Perón a la Argentina, lo encontró en Ezeiza. Allí sufrió la muerte de un compañero y amigo bajo las balas de la derecha peronista .
Conmovido por esa muerte, días más tarde escribió “Breve homenaje a un compañero asesinado", una poesía que integrará su primer libro de poemas, Itinerarios, publicado ese mismo año.
Corbellini, que atesora esos textos, rescata unos versos en la charla con Infobae:
“¿quién abarcará tus sueños,/ compañero,/ quién, si recién abrías tus manos adolescentes, /gastadas de buscar claridad/…quién abarcará tus sueños,/compañero/si te han asesinado?”.
Cuando se produjo el golpe del 24 de marzo de 1976, Guido Puletti seguía trabajando en el ministerio. Para entonces se había casado y tenía dos hijos.
Lo secuestró un grupo de tareas que operaba bajo las órdenes de Carlos Guillermo Suárez Mason, alias Pajarito, jefe del Primer Cuerpo de Ejército en septiembre de 1977.
“La vida vale el costo de una bala”
-¡Te venimos a buscar, montonero hijo de puta! - le gritó en la cara el jefe del operativo que lo secuestró.
De nada le sirvió a su esposa tratar de explicar que no era montonero, que Política Obrera no era una organización armada, que se estaban confundiendo. Se lo llevaron igual.
Guido Puletti nunca pudo identificar el centro clandestino donde estuvo detenidos y fue salvajemente torturado durante varias semanas, hasta que fue dejado en libertad y pudo partir al exilio con la ayuda del Consulado italiano. Llegó a Roma el 2 de noviembre de 1977, huyendo de un país “que se asemeja cada vez más al infierno”.
En otro artículo publicado por Brescia Oggi en 1982, con el título “Donde la tortura es el pan de cada día, la vida de un hombre vale el costo de una bala”, recordaría así esos días:
“Sé muy bien lo que me espera en estas situaciones. Si no me matan enseguida, la tortura. Y después, casi siempre la muerte (…) Grito, grito, grito. Pero el dolor no disminuye. Como si me quemara todo, como si me rompieran en mil pedazos (…) Es inútil decir lo que se sufre aquí. O cómo somos degradados. La pesadilla de la tortura nos asalta. Cada tanto alguno de nosotros desaparece, vuelve a la ‘parrilla’ o será asesinado y basta. Se sabe, la vida acá vale lo mismo que una bala”, escribió.
Periodista, militante, corresponsal
Guido Puletti se radicó primero en París y luego de un año se mudó definitivamente a Brescia. Es allí donde inició su carrera periodística, publicando reseñas de libros de autores latinoamericanos y europeos. Al mismo tiempo desarrolló una intensa actividad en el apoyo a los organizamos de derechos humanos de la Argentina, denunciando los crímenes de la dictadura.
En una semblanza escrita hace un tiempo, Corbellini reconstruyó la carrera periodística de Puletti:
“Se afianza como un experto en política internacional, en temas de economía, relaciones Sur-Norte del Mundo, pero sobre todo como un reportero que no escatima esfuerzos para contar mediante completos reportajes la vida, las pasiones y la guerra en distintas zonas del mundo. Sus artículos, crónicas, análisis y reportajes se publican en importantes medios de Italia y de otros países. Pasa ocho meses en Nueva York donde trabaja como redactor de Il Progresso italoamericano, viaja a Madagascar, al desierto del Sahara, Bélgica, Portugal. Escribe crónicas y reportajes de momentos históricos, como el ingreso de Portugal en la CEE, la Revolución de Terciopelo en Praga o la reunificación alemana y también un extenso y pormenorizado análisis de la situación de los niños en el Mundo. El conflicto armado en Centroamérica, la transición post pinochetista en Chile, las huelgas de Solidaridad en Polonia, el protagonismo de las mujeres del desierto en la guerra del Sahara Occidental, la crisis de los agricultores de Iowa y de Nord Dakota a los que los bancos les rematan las tierras, la secular historia de Geel, la pequeña ciudad belga que desde siglos mantiene la tradición de adoptar en las familias de su comunidad a personas con problemas de salud mental, Guido abordaba con profundidad todos los temas”, relata.
En la charla con Infobae agrega:
-Como buen reportero, estudia, se informa, analiza antes de dirigirse personalmente a establecer contacto con los protagonistas de sus notas. Sus reportajes periodísticos contienen un bagaje completo de conocimientos históricos, culturales, literarios y políticos que acompañan sus relatos, entrevistas y comentarios.
En 1989, la caída del Muro de Berlín lo hizo enfocarse en el proceso de derrumbe del bloque socialista y escribió extensas crónicas desde Berlín, Praga, y Budapest.
Entre asados, solidaridad y fútbol
-Fue por esa época que lo conocí, cuando llegué a Italia a principios de 1989. Fui a Pontevico, un pueblo en el sur de Brescia –recuerda Corbellini para Infobae-. Me lo presentó un primo, que nos llevó a su casa en la ciudad de Brescia. Allí comimos con su esposa, Cinzia, unos spaghetti a la carbonara, bien italianos. Nos quedamos conversando hasta tardísimo y me impresionaron sus conocimientos y la manera de exponerlos. También me llamó la atención su frugalidad para comer y que era totalmente abstemio.
Puletti, argentino exiliado por la dictadura, hacía todo lo posible por integrar a los nuevos compatriotas exiliados, ahora por la crisis económica de la agonía del gobierno de Raúl Alfonsín.
-Hacíamos asados en Pontevico para tratar de reunirnos y conocernos los argentinos nuevos que estaban llegando con los viejos que ya estaban. Entonces aprovechando esos asados de hasta doscientas personas del norte de Italia, también armamos un grupo de apoyo a las Madres de Plaza de Mayo – dice Corbellini.
En esos encuentros multitudinarios, Puletti despuntaba otra de sus pasiones, el fútbol, organizando picados con los compatriotas. Le gustaba tanto jugar que lo llegó a hacer en los peores momentos y en las situaciones más difíciles.
Agostino Zanotti, uno de los corresponsales que sobrevivió al fusilamiento que acabó con la vida de Guido y otros dos periodistas en Bosnia, le contó a Corbellini que en uno de los viajes, cuando recorrían Croacia, Puletti vio a unos chicos que estaban jugando al fútbol en un descampado.
-¡Pará, pará – le gritó al conductor de la camioneta en que iba y saló del vehículo.
Sus compañeros, incrédulos, lo vieron pedirle permiso a los chicos y ponerse a jugar con ellos.
Los Balcanes y el final
Entre julio de 1991 y mayo de 1993, Puletti realizó varios viajes por Croacia, Servia y Bosnia, desde donde enviaba regularmente sus crónicas. A fines de 1992 participó también de la llamada “Caravana de los 500”, organizada por la ONG humanitaria Beati i Costruttori di Pace, que llegó hasta Sarajevo, en momentos en que la ciudad estaba siendo asediada por tropas serbias.
Corbellini reconstruye para Infobae su viaje final. A fines de mayo de 1993 se sumó, junto a un reportero gráfico, a un grupo de tres voluntarios que partió desde Brescia hacia la ciudad de Davidovici, en la Bosnia Central. El 29 de mayo, en la llamada “Ruta de los Diamantes”, entre Gornji Vakuf y Novi Travnik, el grupo fue interceptado por una patrulla de soldados bosnios a las órdenes del comandante del Tercer Batallón del Ejército, Hanefija Prjic, al que le decían “Paraga”. Los llevaron a una mina abandonada.
-No hablen demasiado – les dijo Guido a sus compañeros, relataría después uno de los sobrevivientes.
En la mina les dispararon. Puletti y otro periodista, Fabio Moreni, murieron sin poder moverse del lugar; Sergio Lana alcanzó a correr una decena de metros antes de caer mortalmente herido. Agostino Zanotti y Cristian Penocchio, el fotógrafo que hacía equipo con Puletti, tuvieron una suerte que todavía no se explican: corrieron desesperados sin que los tocara una sola bala.
Casi 27 años después, Carlos Corbellini no puede pensar en la muerte de su amigo y colega Guido Puletti sin que a su memoria venga aquel relato siniestro de una bala sonando al entrar en la recámara de un arma.
El próximo 23 de junio, Guido Puletti habría cumplido 67 años. En Brescia lo recuerda una calle que lleva su nombre.
SEGUÍ LEYENDO: