Ricardo Barreda sabía que se iba a morir. “Por ahí la semana que viene no estoy”, le decía en el geriátrico al último biógrafo que tuvo, Pablo Marti. A él también le dijo que quería ser cremado y que sus cenizas fueran esparcidas en la cancha de Estudiantes de La Plata, el club de sus amores.
-Es más, Pablo, si no te dejan entrar al estadio podés tirarlas en alguna plaza que lleve mi nombre -bromeó el cuádruple femicida ante el hombre con el que planeaba escribir un libro.
Más que ver elefantes y jirafas en el zoológico, un ritual que lo relajaba, o ver un partido de Estudiantes, a Barreda lo que más lo conmovía era ver una película clásica.
“Nunca se me dio por actuar, no sé la calidad actoral que podría haber tenido. Ojalá reencarne en un actor de cine”, le dijo al autor de esta nota en 2011.
En una época, el cuádruple femicida, que murió el lunes 25 de mayo a los 83 años, hasta llegó a avalar que su historia sea llevada a la pantalla grande.
Pero a Marti, que es actor y escritor, le contó cosas que nunca dijo. La más reveladora es el hecho que, según el femicida, quizá podría haber evitado que matara, el 15 de noviembre de 1992 en su casa de La Plata, a su suegra Elena Arreche (86), su mujer, Gladys McDonald (57), y sus hijas Cecilia (26) y Adriana (24).
Marti ofrece a Infobae el último video que le mandó Barreda, el 7 de mayo, 18 días antes de morir. Allí, muy deteriorado, cubierto con una frazada, con un gorro y apenas sin poder hablar, le agradece su atención. “Le deseo lo mejor”. Una enfermera le dicta algunas palabras: “Cuidate, saludos, besos”.
Con su nuevo biógrafo hacía videollamadas.
-¿Está bien, Ricardo? -le preguntó Marti en la última.
-Estoy bien. Bueno, bien. Dentro de las normas de este lugar.
En pocos días Barreda iba a morir de un infarto.
El odontólogo también le habló a su último biógrafo de las mujeres de su vida. Hasta piropeaba a las enfermeras.
-Ahora recuerdo a mis mujeres... Una era la Negrita. No sabés cómo brillaba con el sol. Íbamos por Florida y nos miraban todos. Es lindo cuando miran a la mujer que va a tu lado.
Marti describe los días finales del femicida entre la soledad y los dolores que lo torturaban. Perdía todo. Zapatillas, ropa y andaba en sandalias viejas. Hasta los lentes se le rompían. Sus característicos lentes.
-Estaba muy mal -cuenta su biógrafo a Infobae-, le costaba hablar, se sentía débil. Pero había veces que estaba más lúcido y hasta confesaba sus secretos. Antes lo iba a ver al hospital. ¿Sabés las veces que fui a su habitación y la encontré vacía? Lo mudaban de piso.
-¿Por ejemplo?
-Una vez me habló de una mujer que fue su amante. La iba a ver a Mar del Plata. Pero él nunca quiso separarse. Un día me dijo: “Por esa mujer podría haber dado vuelta la tortilla”. Y me contó que si en vez de matar a su familia hubiese agarrado una valija para irse con su amante, tal vez las cosas podrían haber cambiado. “No sé, me di cuenta de eso. Capaz que me iba y no pasaba lo que pasó. O capaz que pasaba igual con la valija en la mano”.
-¿Cómo logró tanta intimidad con Barreda?
-Él me veía como una especie de hijo. “Me hubiese gustado tener un hijo varón”, me dijo un día. Tenía momentos de lucidez. Hasta cantaba. Y me contó que su madre era hermosa, que se parecía a Greta Garbo. Le encantaba el cine y su sueño incumplido era actuar. Le conté que en El Marginal un personaje hacía de él. Le mostré la foto (el personaje se llama “Tubito”) y se ofendió, dijo que le parecía una estupidez. Entonces le dije que si se recuperaba podía hacer un cameo, que podía ofrecer eso en El Marginal.
-¿Y qué te respondió?
-Lo pensó y dijo que podría ser. Él había actuado en la escuela y le hubiera gustado hacer un papel de galán maduro, pero hace muchos años. Estaba dispuesto a aparecer en alguna escena. Pero su salud se deterioró y no volvió a levantarse.
Marti se sorprendió por la muerte de Barreda. Lo frecuentó durante diez meses. La última vez que lo vio fue en el geriátrico de José C. Paz donde murió.
-Pensé que iba a vivir más tiempo porque siempre lograba salir de situaciones graves de salud. Hasta pensamos en hacer cosas. Como si quisiera cumplir sus últimos sueños.
-¿Cuáles eran?
-Reencontrarse con su amante. Hacer un viaje a Mar del Plata. Ir a la cancha de Estudiantes. Por todo lo del coronavirus no pude ir al cementerio.
-¿Qué piensa de la matanza de Barreda?
-Lo que hizo es terrible. Un horror. Vivió muchos años y sus víctimas no tuvieron esa oportunidad por culpa suya. Pero estaba arrepentido. No soy quien para condenar a nadie. No soy juez y él cumplió condena. Cuando veía sus manos o me daba la mano no podía dejar de pensar que esas fueron las manos que cometieron los femicidios.
Marti sigue escribiendo el libro que pensaba publicar y había sido avalado por el ex odontólogo. “Él iba a participar”, dice.
Su último biógrafo también estaba al tanto de las propuestas que había recibido Barreda para llevar su historia aL cine. En los últimos 10 años recibió muchas que no lo convencieron.
Según me dijo Barreda en 2012, pretendía no solo un acuerdo económico importante, sino que su vida fuera contada tal como él la contó. Sin agregados. Tampoco quería que los crímenes de su esposa, su suegra y sus dos hijas fueran mostrados. Quería evitar la escena de la matanza. No quería mostrarla, ni ser explícito. Pero tampoco omitirla. Decía como ejemplo: “Una puerta cerrada y que se escuchen disparos”. Y en la escena siguiente, él con la escopeta y los cadáveres.
“Esa parte no la mostraría. Sería más sutil. Si no es morbo y no quiero volver a ver lo que hice”, le dijo con franqueza a un cineasta y un productor que lo visitaron en 2012 en el departamento de Belgrano donde vivía con su novia Berta.
Hasta el año pasado tres productores intentaron adaptar la historia. Una versión indica que se está avanzando en el proyecto, aunque la pandemia y el aislamiento por ahora lo postergó.
En uno de mis encuentros con el femicida, habló de cine como un experto.
Este fue el diálogo de aquella vez, tal como fue publicado, escrito en presente.
–¿Le gusta ir al cine?
–Me fascina. Te cuento que a La Dolce Vita la vi cuatro veces. Otra película genial es Tiempos Modernos. La vi (se le quiebra la voz) dos o tres veces en ciclos de cine arte. En La Plata. Y me animo a decir que fue la única película que vi que cuando terminó la gente se paró y aplaudió. Me gustan las películas que muestran una historia que le puede ocurrir a cualquier miembro de esta sociedad humana.
-¿Qué destaca de esa película?
-Cuando empieza la lucha entre el hombre y la máquina, se ven escenas memorables, como cuando Chaplin corre y ajusta las tuercas todo el tiempo, incluso los botones de la mujer que viene caminando por la calle. Ya lo dije mil veces y no me voy a cansar de decirlo. ¡El final es una cosa de locos! Cuando se encuentra con Paulette Goddard, que es un tierno bomboncito, y ella le pregunta qué vamos a hacer ahora. Y él le responde: sonríe. Y se van caminando. Es un mensaje esperanzador, se me hace un nudo en la garganta con esa película. Es una cosa de locos. Y la música es de él. Sonríe. Y silba la melodía. Y se va con su bastoncito. Y ella al lado. Es un mensaje de esperanza. Hermoso.
Barreda no puede seguir hablando. El hombre que mató a sangre fría se emociona por esa escena memorable. Se le cierra la garganta, los ojos se le llenan de lágrimas y las palabras se traban.
Barreda se para, camina como Chaplin hacia la cocina, en busca de la pava que hierve, y silba. Sonríe, pero sin Paulette Goddard a su lado.
Vuelve con el mate y la pava. Cuando habla de cine no tartamudea y se le dibuja una sonrisa. Dice que otra de sus favoritas es Circo, de Chaplin, y Nos habíamos amado tanto, de Ettore Scola. Cuenta que ama el cine francés. Recuerda haber visto dos veces Ascensor para el cadalso. Admira el manejo de la cámara: cuando Jean Moreau camina bajo la lluvia. Ese film lo vio en un ciclo de cine abierto para todo público organizado por La Alianza Francesa de La Plata.
–Cuando hablo de esas películas me miran como si fuera sapo de otro pozo. A veces las iba a ver a una compañía de seguros de La Plata. Un amigo las pasaba y me avisaba para que vaya a verlas. Otra película que me impactó fue Trenes rigurosamente vigilados, de Jirí Menzel, que gira en torno a una pequeña estación ferroviaria vigilada por los nazis.
Barreda recuerda escenas, diálogos, nombres de cineastas, de actores, años de estreno. Sorprenden sus conocimientos cinematográficos. Cualquiera se asombraría de esto: Barreda siempre apareció en la prensa como un dentista hosco y asesino, apegado a las tareas del hogar y supuestamente incapaz de dejarse conmover por el arte.
Pero ahí estaba él, mate tras mate, hablando de sus actrices favoritas, desde Greta Garbo, Grace Kelly, Bette Davis, Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn, Audrey Hepburn, Ingrid Bergman, Sophia Loren, Jean Moreau, Marlene Dietrich y Marilyn Monroe. Y la lista podía seguir porque se le iluminaban los ojos. Ni hablar cuando recuerda la escena de La Dolce Vita en la que Anita Ekberg se baña en la Fontana di Trevi.
–¡Qué maravilla! –exclama-. Nunca se me dio por actuar, no sé la calidad actoral que podría haber tenido. Hay películas que me marcaron. Recuerdo una, no me acuerdo el nombre.
El femicida piensa, como hurgando en su memoria.
-Ya sé. Hay un señor, es el sereno de una fábrica. El hijo tiene una barrita y resuelven asaltar la fábrica donde está de sereno el padre. Pensaban hacerse de un suculento botín y pasarla bien, con tal mala fortuna de que cuando ingresan el padre los ve y uno de ellos se pone muy nervioso, dispara y lo mata al padre. Se corta la acción, sigue y después el hijo va a emplearse en la fábrica y le dan el mismo uniforme que tenía el padre.
-¿La vio hace mucho?
-Si, en Buenos Aires. Era una tarde de verano, hermosa, soleada. Salí del cine y me pasó algo extraño. No me acuerdo del nombre de la película, pero recuerdo, como si fuera ayer, que al salir del cine veía todo negro. Había un sol tremendo, un cielo despejado hermoso, pero yo lo veía todo negro. No puede ser, pensaba. Cuando una película es buena, te atrapa y vos terminás siendo parte de ella, o es al menos lo que siento yo. Y en el cine no te molesta el peinado de la señora de adelante, el otro que come pastillas, el otro que comenta. Vos estás metido ahí. Y si la historia te llega, salís a la calle y ves todo negro. El cine me marcó de pibe, cuando iba a ver películas de vaqueros. Eso me hizo feliz.
Barreda pasó sus últimos días entre delirios, pocos momentos de lucidez y un dolor físico que lo atormentaba. Un cura le habló. Él parecía decir a todo que sí. Como si hubiese perdido la posibilidad de pedir o quejarse. Estaba seco, vacío.
“Estoy bien”, llegó a balbucear. Por momentos no recordaba haber matado. Y preguntaba por sus hijas. Como si su demencia le hubiese permitido borrar su masacre, morir sin culpa, sin arrepentimientos. Morir como el inocente que no fue.
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