Hacía varios años que Florencia se había ido lejos de la casa en la que había crecido junto a su hermana, su mamá y su padrastro. Vivía en La Plata, a 220 kilómetros de Chivilcoy, y estaba casada pero sobre aquello no había podido hablar ni siquiera con su marido. No fue la distancia lo que la animó a patear todos esos años de culpa y secreto, tampoco el paso del tiempo: fue su primer embarazo, cuando supo que estaba esperando una nena.
“Yo pensé que me iba a llevar este secreto a la tumba pero con el embarazo empezaron a lloverme fantasmas”. Quien habla con Infobae es Florencia Manzi, 35 años, la mujer que denunció a Eduardo “El negro” Rotela, un músico conocido en Chivilcoy. La denuncia por “abuso sexual con acceso carnal, gravemente ultrajante en perjuicio de una menor” fue hecha en abril de 2018 pero la novedad de su detención llegó en el momento menos esperado: la semana pasada, en plena cuarentena. Rotela permanece con prisión preventiva.
“Los abusos empezaron cuando yo tenía 9 o 10 años, cuando mi mamá se pone en pareja con él y viene a vivir a casa. Mi mamá trabajaba en una oficina y yo quedaba al cuidado de él”, relata Florencia. “También quedaba a cargo de mi hermana, que en ese entonces tenía 2 años. Yo iba a la primaria, ella al jardín”.
“Los abusos fueron de todas las maneras posibles”, sigue. Habla de un compositor ilustre, muy querido por los ciudadanos que, "puertas adentro, me manoseaba y me obligaba a tocarlo y me presionaba para que me quedara de noche despierta a esperarlo”.
“Dice que ello sucedió muchísimas veces, en distintas partes de la casa. Rotela siempre le dijo que debía mantener el secreto”, dice la denuncia, a la que accedió Infobae. “Siempre hizo hincapié en que no le podía contar a nadie, que si lo hacía se iba a enojar mucho. Si no accedía a quedarme despierta al día siguiente ejercía violencia contra mi mamá o contra mi hermana. Siempre buscó meterme miedo y hacerme cómplice. Me decía: ‘esto es algo que estamos haciendo los dos’”.
“Nunca fue como en las películas”, sigue. Y se refiere a que, para ella, no eran los extraños quienes representaban el peligro. Las estadísticas del Programa “Las víctimas contra las violencias” lo muestran: el 80% de los abusos sexuales suceden en la casa de la víctima, en la casa del agresor o en la casa de otro familiar. Los agresores no son el “cuco” ni el “hombre de la bolsa”. En el 75% de los casos son familiares: padres, padrastros, cuñados, tíos, primos, abuelos.
Prefiere no decir públicamente a quién pero Florencia le contó a un adulto lo que le estaba pasando. "Pedí ayuda y no pasó nada. Además él se enteró y empezó a amenazarme peor, a reforzar ese secreto, lo que permitió que siguiera sucediendo, porque abusó de mí durante más de 10 años”. Florencia no volvió a hablar del tema con nadie.
El marco fue el aislamiento, un recurso clásico para perpetuar el silencio: “Perdimos el contacto con familiares, amigos. No tuvimos más vínculos con abuelos, tías, con nadie”. Ya siendo mayor de edad y en pareja con quien hoy es su compañero, Florencia se fue a vivir a La Plata.
“Pero volvía los fines de semana. Y los abusos seguían pasando. Siempre me pregunté por qué volvía, es un tema que tuve que trabajar mucho. Hasta que entendí que volvía porque sabía que mi mamá y mi hermana habían quedado en manos de ese salvaje. Era una manera de protegerlas”.
No era ella la responsable de proteger a su hermana pero su temor no era errado. Este año, cuando llamaron a su hermana a declarar, Rocío contó que a ella le había hecho lo mismo desde que Florencia se había ido de casa.
Fueron años de silencio hasta que Florencia quedó embarazada de su hija, que hoy tiene 8 años. “Empecé a sentir que no quería que la historia se repitiera con ella, pensaba ‘¿con quién me voy a animar a dejarla?’. Ahora que tiene la misma edad que tenía yo cuando empezaron los abusos la miro y pienso: ‘Yo era así de chiquita’, ‘¿cómo voy a estar provocando a alguien por estar en mi propia casa en bombacha y remerita?’. Lamentablemente crecí con mucha culpa, los abusadores te hacen sentir iguales a ellos en edad, que sos cómplice, que vos estás eligiendo lo que está pasando”.
Había “naturalizado los abusos, como que era una parte de mi vida y nada más”. Pero el embarazo sacó a flote el malestar. “Hacía años que mi mamá se había separado de él y yo seguía sintiendo pánico. Cuando nació la nena, decidí empezar terapia. Recuerdo que toqué el timbre y sentí terror de lo que estaba haciendo, lo estaba delatando. Fue tan difícil que necesité un año y medio más para contárselo a mi marido”.
Pudo hablar recién cuando logró poner cada cosa en su lugar: “Entendí que no había sido mi culpa y yo no había sido cómplice de nada, estábamos en desigualdad de condiciones. Él era el adulto, él se había aprovechado de una nena. Tuve que perdonarme por no haber hablado nunca más, y pude hacerlo recién cuando entendí que yo sí había hablado pero no había sido escuchada. Tuve que aprender a valorarme”.
Fue su marido, cuando ella pudo decírselo, quien la motivó a hacer la denuncia y luego “entendió y respetó mis tiempos, porque yo no podía”. En 2018, cuando decidió hacer la denuncia, Florencia tenía 33 años.
Unos meses después, Florencia escribió en su cuenta de Facebook y lo hizo público: “Mi vida para los que miraban desde afuera era normal, sólo algunas llamadas de atención en el colegio. Él se encargó de alejarme completamente de toda mi familia de sangre. Todos los días en esa casa se vivía alguna situación de violencia. Estaba sola, dentro mío no había amor propio, ni fuerza, ni ganas. Mi ego estaba destruido, mi estima no existía. Vivía con miedo, de TODO… o por el contrario, no le temía a nada y ponía en peligro mi integridad. Fueron años muy difíciles, de soledad y tristeza absoluta”.
“A la denuncia de Florencia se sumó la declaración testimonial de su hermana, que padeció lo mismo. Después de ambas de declaraciones, la fiscalía número 3 de Mercedes pidió la prisión preventiva, el juez la denegó, la fiscalía apeló y finalmente la concedieron considerando que podía entorpecer la investigación”, explicó Sandra Lencina, abogada de la asociación civil de abogadas feministas ABOFEM.
“Para mí denunciar fue un alivio, me saqué una mochila de encima. Pero denunciar a un abusador es un derecho, no es una obligación. Yo pude y quise hacerlo después de muchos años, aunque en la justicia me decían ‘¿y ahora, para qué?'. Yo ya entendí que no fui culpable, la mancha ya no la tengo yo, ahora depende de la Justicia que la mancha la tenga él”.
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