Hace 45 años, durante la dictadura militar, Villa Azul y Villa Itatí conformaban un solo barrio; una “villa miseria” sin nombre, cuyos primeros habitantes, algunas décadas antes, eran cirujas que se fueron instalando alrededor de los basurales, en el borde de las zonas de clase media de Wilde, en Avellaneda, y Bernal, en Quilmes. Después de estas villas, en esa época, venía la nada: el campo, los viñedos de uva chinche y la selva marginal de la costa.
Cuando el gobierno de facto construyó el Acceso Sudeste, una especie de circunvalación por los antiguos bordes de la ciudad de Avellaneda y Quilmes, Azul e Itatí quedaron divididas por la autopista. Villa Azul creció de la margen “norte” y fue doblemente partida: “encerrada” por esta ruta se extendió hacia la zona de los chalets de la burguesía industrial de Wilde.
La mamá de Débora Cainero nació y creció en este barrio. “Cuando todos juntaban basura”, dice Débora, de 40 años, en la puerta de su casilla, donde vive con otras 10 personas entre hijos, marido y parientes. La puerta de su casilla está, literalmente, a un metro del guardarraíl de la bajada en curva del Acceso hacia la avenida Mitre. Esa construcción de fines de los 70, elevada en un terraplen, hizo que Villa Azul quede como en un gran pozo.
Nunca salió de ese pozo.
Ahora Villa Azul es una isla enterrada. Tras el contagio de 53 personas, el gobierno bonaerense decidió cercar el barrio entero para evitar que el foco de contagio se expanda hacia los barrios vecinos. Quedó separada definitivamente de Villa Itatí. Juntas, hacen uno de los conglomerados más pobres del conurbano.
La cuarentena en los barrios populares siempre tuvo su propia dinámica producto del hacinamiento de las familias que los habitan, la necesidad de ir a buscar alimento a comedores comunitarios, la falta de espacio dentro de las viviendas que obliga a todos a “estar” en la calle o en los pasillos. Por eso, cuando el coronavirus llega a una villa, “explotan" los casos en cuestión de horas. Sobre la tarde del lunes se confirmaron 31 nuevos casos positivo en Villa Azul y otros 100 en sospecha.
Así las cosas, la decisión sanitaria del gobierno bonaerense ahora impuso una nueva modalidad particular: un aislamiento dentro de otro; y las cerca de 5.000 personas que viven allí deberán poner sus vidas en pausa y confiar en que la ayuda prometida para soportar el parate llegue. Mientras tanto, más de 100 agentes de la Policía Bonaerense y una nutritda cantidad del equipo de la Unidad Táctica custodian los aproximadamente 20 ingresos al barrio por los cuatro costados.
Claudio Ramírez, marido de Débora, tiene 46 años y es cartonero, como una gran cantidad de hombres de este barrio. Desde ayer no puede salir. Esta mañana, su prima, que vive del lado de Itatí, le cruzó a escondidas de los policías un paquete de azúcar.
“De la calle rescato el pan y las facturas. Ni a Itatí que tengo fiado puedo salir. Somos 10 en la casita. Y atrás vive mi hijo. Agradezco a Dios que no tengamos síntomas. Tenemos miedo por la familia”, comenta detrás de su barbijo, rodeado por cuatro de sus hijos y su esposa. Los primos y sobrinos de esta familia tienen coronavirus. “Tengo siete, ocho primas, sus maridos, mis sobrinas. Todos tienen positivo. Está jodido, hermano, y esperemos que pase pronto”, comenta.
A esta altura no hay alguien de Villa Azul que no conozca a otro que tenga coronavirus. La zona más complicada es la de Quilmes, donde las viviendas y el acceso al agua son muy precarios. De hecho, sus habitantes coinciden en que el foco de contagio estuvo en la zona más vulnerada, conocida como La toma, muy cerca del centro sanitario municipal donde durante el fin de semana y este lunes un equipo de médicos hace hisopados, primero, y deriva, después, los casos sospechosos.
En La toma hay una canchita de fútbol de césped sintético. Y los vecinos y vecinas coinciden en que ahí comenzó todo. “Se contagiaron todos ahí, no respetaron nada. Hacían campeonatos hasta las seis de la mañana. No respetaron nada y son hijos del rigor", dice, en enojado Marcos Ruben Bonda, un hombre de 65 años, para quien “la construcción de esa cancha fue una maldición”.
La cancha está rodeada por casillas de chapa y una serie de viviendas inconclusas donde viven familias. Se llama La Toma por eso. “Acá comenzaron a hacer las viviendas en 2014 y después se pararon y ahí se ocupó por gente que vive sin techo o sin ventanas. Yo soy uno", comenta Manuel Gonzalez. Tiene 28 años y hace 11 años llegó desde Misiones. Solo. Y a dedo.
“Paraba abajo del puente y mi cuñado me dio un lugar. Me junté con mi señora y acá estoy, tengo techo en las piezas pero en el comedor no, le puse un plástico. Así es difícil mantener las condiciones de higiene", razona este joven, que trabaja como vendedor ambulante en los subtes porteños. “Y ahora no puedo ir porque quizá yo estoy contagiado, solo me quedan los comedores comunitarios para ir”, dice. Manuel informa que muchos de los 53 contagiados son “pibitos de 14 o 20 años, que son los que juegan en la canchita".
Alrededor de esa zona, especialmente, decenas de promotores recorrieron de a pares hoy las casas, casillas y ranchos para preguntar cómo se sentían sus habitantes. “Si tienen dos de los síntomas o tienen contacto estrecho con un contagiado y además un síntoma se los lleva a la salita. Ahí hacen el hisopado y se los aísla. El resultado está a las 24 horas”, comenta una de las promotoras de salud, que prefirió no dar su nombre.
“A nosotros la gente nos dice que el foco de contagio fue un torneo de fútbol que duró toda la madrugada. Y que hubo público, como 200 personas”, detalla la voluntaria. Su compañera, que tampoco da su nombre, relata cómo está el ánimo de la gente de Villa Azul en el encierro: “Muchas familias reclaman ayuda alimentaria. Necesitan el kiosco que les fía. Hoy está más tenso que ayer”.
El gobierno bonaerense, en acuerdo con los municipios de Avellaneda y Quilmes, cerraron Villa Azul al menos por 15 días. “Hoy se considera contacto estrecho a todo el barrio”, explican desde el municipio que comanda Mayra Mendoza.
Nadie puede salir salvo criterio sanitario. “Para garantizar la alimentación y la higiene, a cada vecino y vecina se les va asegurar comida, elementos de limpieza, desinfección e higiene personal. Se va relevar qué necesidades tienen para evitar que salgan”, detallan, para casos de personas que necesiten alimentos para celíacos o medicamentos.
La zona crítica es Quilmes. Del lado de Avellaneda se vive con inquietud pero con algo más de tranquilidad. Entre 2008 y 2015 ese Municipio urbanizó el 85% del tercio que le toca de Villa Azul. “Esto empezó ahora, hace unos tres días y estamos preocupados. La gente de más adentro en el barrio fue muy incrédula. Hacían campeonatos de fútbol. No respetaron nada”, opina Hugo Sosa, 24 años y empleado en una droguería. El habita una vivienda de material, a unos 700 metros de la canchita donde comenzó todo, en el borde exterior de Villa Azul en Wilde.
“Todos los casos confirmados, con síntomas leves, van a un centro de aislamiento en la Universidad de Quilmes. El objetivo es que aquellos que presentan síntomas parecidos al COVID no sigan en el barrio”, detallan desde Quilmes. Los pacientes más graves (o no leves) son derivados al Hospital de Wilde o a la clínica de camioneros Antártida Argentina, en Capital.
Los que quedan en Villa Azul están preocupados por el Covid-19 pero el clima es a la vez de incertidumbre y extrañeza. De repente, un barrio completamente olvidado llama la atención del afuera. “Me enteré de todo esto anoche cuando volví de laburar y vi tantos policías”, admite Juan Carlos Alvarez, de 50 años, bachero hace 11 en un restaurante del barrio porteño de Belgrano.
“Y ahora voy a llamar al patrón porque no puedo ir. Nos venían pagando la mitad, espero que no se corte”, dice el hombre, mientras carga unos bidones con agua y acepta con resignación el aislamiento de Villa Azul: “A veces también tenemos que pagar el precio de nuestras propias cagadas, acá los pibes seguían jugando al fútbol”.
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