A los 12 años Beatriz Gómez supo que la docencia era lo que la apasionaba. Le gustaba estar con los más pequeños, enseñarles, jugar con ellos. Tímida, le pidió permiso a sus padres para comenzar a enseñar catequesis en la Iglesia San Luis Gonzaga.
“Y ahí empezó todo”, dice hoy a sus 58 años Betty, dueña del Jardín Maternal Aliwen en Tapiales por el que lucha día a día en medio de la cuarentena que obligó a cerrar todas las puertas. Entre los juguetes guardados en sus cajas y el silencio de un lugar que antes se poblaba de risas de niños, desgrana su historia: “A los 18 empecé a estudiar como maestra jardinera. ‘La limpia culos’, me decía mi mamá. Ella quería que yo estudiara alguna carrera ‘de gente importante’. Pero yo quería ser una limpia culos, como decía ella, ahí radicaba mi felicidad, en los niños”.
Beatriz cuenta que tuvo una infancia difícil, y que se crió en una familia “sumamente machista”: su padre trabajaba y su madre no salía de la casa. “Siempre pretendían de mí una nena sumisa, sometida y buena... y lo fui por mucho tiempo. Viví toda mi vida en la misma casa, ya que me casé y mis padres me dieron el fondo de un terreno inmenso para que construyera una casita. Creo que también fue para tenerme controlada...”.
“A los 20 tuve mi primer trabajo de seño, en el jardín de la Asociación Bancaria. Sentía que tocaba el cielo con las manos. Los momentos hermosos que vivía en el trabajo me hacían olvidar de los malos que vivía en mi propia casa”. Desde entonces trabajó en muchos jardines; primero como maestra, luego como coordinadora y finalmente como directora.
En el 2006, le dieron una noticia que fue un tsunami en su vida: tenía cáncer de mama. “El mundo se me cayó. En el jardín donde trabajaba me invitaron a retirarme porque decían que una persona enferma no podía cuidar bien a los nenes. Yo accedí con una sonrisa, estaba acostumbrada a hacer lo que los otros querían sin poner resistencia", rememora.
Fue en medio del tratamiento, que empezó una lucha que no había imaginado: la de construir su propio destino. “Las punciones, las quimios, los rayos, hicieron que me quedara totalmente pelada y sin dinero para darle de comer a mis pequeños hijos. Comencé a dar clases particulares a nenes del barrio por 5 pesos la hora, tenía que aguantarme las ganas de vomitar y el cansancio que me daban las quimios, pero era feliz teniendo un poco de plata para comprar comida. Como terapia empecé a pintar sobre madera y a vender entre amigos y conocidos que sabían de mi situación. Llamé a mi emprendimiento Aliwen, imprimí un par de fotocopias y troquelaba mi teléfono para que pudieran contactarse conmigo. Un vecino amigo, que me veía caminar de un lado al otro muy desmejorada para dar clases, me ofreció a alquilarme la casa de su hermana que tenía desocupada para que pudiera recibir niños ahí. Un día una vecina me dijo que, ya que estaba ahí, podía cuidar a su hija mientras ella trabajaba. Y ahí empezó todo”, recuerda con emoción.
De boca en boca, la noticia fue corriendo por el barrio y pronto se fue armando el jardín. Su nieto le dio todos los juguetes que ya no usaba y sus hijos la ayudaron a pintar y acomodar el lugar para poder recibir más nenes. Cuando se dio cuenta, tenía tantos alumnitos tuvo que salir en busca de un espacio más grande. Y luego, contratar otras profesoras para que la ayudaran.
“El éxito de Aliwen fue por recomendación de los padres. Hace tres años se nos dio la oportunidad de alquilar el local que estamos actualmente. Mi sueño se hacía realidad. Otra vez con la ayuda de mis hijos me embarqué para darle forma a un jardín que no se había visto nunca en el barrio, con salas enormes, personal capacitado al cuidado de niños y con el único objetivo de cuidar a los alumnos como si fueran mis propios hijos o mi nieto", explica Betty.
“Este año arranco muy mal para mí, el 15 de marzo murió mi madre en el hospital, luego de caerse y quebrarse la cadera. Ese mismo día nos enteramos que el Presidente decretaba la cuarentena obligatoria y que nuestro jardincito no podría abrir sus puertas".
Allí empezó, una vez más en su vida, una nueva lucha: mantener el jardín que tanto le había costado armar. "Del funcionamiento de Aliwen dependen 10 familias de empleadas, muchas de ellas madres solteras cuyo único ingreso es el sueldo que se les paga. Al día de hoy muchos papás se ven imposibilitados de pagar la cuota, incluso tuvieron que sacar a los nenes de la institución ya que los han echado de sus trabajos o le han disminuido sus sueldos a la mitad. Otros padres pagan las cuotas en su totalidad, pero la mayoría no puede hacerlo y nosotros les damos la posibilidad de pagar lo que puedan para poder solventar alguno de los gastos fijos del jardín”.
Betty cuenta que tuvo semanas enteras sin dormir, hasta que se anunció que el Gobierno iba a pagar parte de los sueldos del personal. Pero un día antes del pago de la ATP se suspendieron la entrega del dinero y desde entonces están esperando que los escuchen y ayuden.
“La semana pasada en un estado de desolación absoluta, con la presión de pagar sueldos, alquileres, impuestos, cargas sociales, se nos dio la posibilidad -otra vez con ayuda de conocidos- de comenzar a vender alimentos para mascotas. Les avisamos a los padres que quedaban lo que íbamos a hacer, no queríamos que lo tomen a mal, porque el apoyo y el amor de los padres nos dieron fuerzas para seguir peleando. Creamos la cuenta de Instagram y Facebook @pets_aliwen y comenzamos la cadena de difusión. La gente siempre ha sido muy solidaria conmigo... y hoy es este el emprendimiento que nos permite seguir adelante. Una sobrina también me ofreció productos de higiene y limpieza para revender y también los ofrecemos”, dice Beatriz.
Beatriz tuvo que reinventarse, buscar una vuelta para que la pandemia no terminara con todos los sueños de su vida. Y dice que sabe que esta lucha la hará más fuerte “y me dejará volver a hacer lo único que sé hacer y para lo que nací: cuidar a los niños con amor incondicional”.
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