Con el motor averiado, después de luchar durante cuatro horas contra olas de tres metros de altura, a Ramiro Gayoso se le dio el vuelta el barco. El velero “Aquarelle”, con el que había zarpado el 25 de febrero desde Granada (un país que forma parte de las Antillas Menores) con destino a Panamá, quedó encallado en Bocas de Ceniza (Colombia). En medio de la noche, con el terror a flor de piel, el joven de 33 años y su amigo (quien prefiere no dar su nombre) improvisaron una fogata y esperaron un rescate, que recién llegó nueve horas más tarde.
La secuencia podría ser el comienzo de una película, pero es totalmente verídica. Los protagonistas: dos argentinos que habían quedado a la deriva en altamar, luego de que Colombia cerrara sus fronteras marítimas por el COVID-19.
Cuando finalmente llegó la ayuda, lejos de ser un aliciente, comenzó un “viacrucis”. “Nos dijeron que agarráramos nuestras pertenencias y nos hicieron realizar una caminata que duró cerca de tres horas. Luego nos trasladaron a la clínica ‘La Asunción’ para descartar que tuviéramos coronavirus. Después de cinco días, con los resultados del hisopado, nos dieron de alta", cuenta Ramiro, en charla con Infobae.
La felicidad, sin embargo, le duró poco. "Cuando logramos regresar al velero, descubrimos que lo habían saqueado y quemado”, agrega.
ESPÍRITU NÓMADE
Ramiro Gayoso nació y se crió en el barrio de Villa Urquiza en Capital Federal. Hasta fines del 2019, repartía sus días entre Argentina (donde administraba una escuela de natación, de abril a noviembre) y Brasil (donde regenteaba un hotel tres estrellas a cien metros del mar en Ferrugem, de diciembre a marzo).
Amante del agua, Gayoso también trabajó como guardavidas en las playas brasileñas durante varias temporadas. El año pasado, luego de una ruptura amorosa, resolvió dejar ambos países y cumplir el sueño de su vida: comprar un velero para vivir y trabajar en el mar. “Hacía una década que venía ahorrando dinero y tomando cursos de navegación, sentí que era el momento de hacerlo”, explica.
–¿En qué momento te enteraste de la pandemia?
–Yo salí de Granada el 25 de febrero con destino a Panamá. Mi idea era ir a trabajar en los archipiélagos de San Blas: una zona de 365 islas, donde los veleros funcionan como charters para turistas. Mientras estuve en altamar no tenía idea de lo que estaba pasando en el mundo. Cuando navegás tenés que estar concentrado en el barco, porque cualquier error se puede pagar muy caro. Por otro lado, estaba totalmente embelezado con lo que me ofrecían los paisajes: amaneceres, atardeceres, la luna, las estrellas... Me enteré del COVID-19 los primeros días de marzo, por un mensaje de WhatsApp de mi mamá.
–¿Lo tomaste en serio?
–Al principio no le di tanta relevancia. En ese momento yo estaba en Aruba y, cuando hablé con la Capitanía del Puerto (que se ocupa de registrar el ingreso de los barcos, los papeles y la tripulación) me dijeron que en la isla no tenían casos. Después, todo sucedió de golpe.
LA ODISEA
Cuando llegaron a Colombia, el 14 de marzo, la Armada Nacional les prohibió atracar en un muelle privado de Puerto Bolívar y los mandó hacia el puerto de Santa Marta que, desde donde estaban, implicaba un día más de navegación.
Durante el viaje, el motor del velero comenzó a recalentarse. Para no arruinarlo, Gayoso continuó el trayecto “a vela”. Una vez que arribaron a la ciudad, los argentinos tomaron contacto vía radiofrecuencia (V.H.F) con la capitanía del puerto. “Nos dijeron que por orden del Presidente Iván Duque no podíamos ingresar y que debíamos continuar viaje hacia Panamá ‘sin tocar territorio colombiano’”, cuenta Ramiro que, ante la negativa, insistió haciendo hincapié en que tenían el motor del barco averiado.
“Muchas personas me cuestionaron: ‘¿Qué hacías navegando en Pandemia?’, me decían. Yo no estaba colgado de una palmera. Cuando uno navega tiene que saber hacia dónde va porque esto no es como manejar en la ruta que, ante cualquier inconveniente, sabés que podés estacionar. Hasta ese momento, varios colegas con los que me venía hablando seguían trabajando. El problema fue que la decisión del cierre del Puerto y de fronteras fue muy repentina. No fui el único: hubo un montón de embarcaciones que quedaron en tránsito. Solo que corrieron con mejor suerte”, sostiene Gayoso.
Finalmente, el motor de “Aquarelle” dejó de funcionar. Desesperados, en medio de una tormenta, los jóvenes se comunicaron con los guardacostas de Barranquilla que, ante la situación, les recomendaron que regresaran a Santa Marta, de donde los habían expulsado previamente.
“Intenté maniobrar mi nave pero, entre el viento y las olas de tres metros, fue imposible. En el medio, mi amigo se cayó al agua por la parte trasera del barco. Su instinto de supervivencia y sus años como guardavidas ayudaron a que saliera nadando. Al final, encallé el velero en la playa Boca de Ceniza”, cuenta Ramiro, acerca de la noche fatídica del 16 de febrero.
–¿Pensaste que se iban a morir?
–No, porque trabajé muchos años salvando gente en el mar y aprendí a tenerle respeto y no miedo al agua. Lo que sí nos pasó fue que quedamos en un estado de shock. Fueron cuatro horas de luchar contra el viento y olas de tres metros, que golpeaban el casco: parecía que iba a explotar todo.
–¿Cómo pasaron esa noche?
–El lugar estaba vacío y oscuro. Insistimos para que nos vinieran a buscar, pero no hubo forma. Quedamos en el medio de la nada con miedo, hambre y frío. Improvisamos una fogata y pasamos la noche esperando que vinieran a rescatarnos. Cuando amaneció, cerca de las 6.30hs., se acercaron dos pescadores, que nos ofrecieron algo para comer y bebidas caliente. La ayuda recién llegó a las 9 hs. Nos trasladaron a una clínica donde, por protocolo, nos hisoparon para descartar que tuviéramos COVID-19.
EL PEOR FINAL
Tras recibir el alta, los argentinos se propusieron buscar un sitio para pasar el confinamiento. Sin dinero ni lugar donde quedarse, intentaron comunicarse con la Embajada Argentina en Colombia. Lo lograron dos días después de dejar la clínica pero, según Ramiro, nos les dieron una solución.
“Cuando logramos acordar el alquiler un departamento con una propietaria, la administración del lugar se opuso y nos echó del complejo 'por ser extranjeros’. Tuvimos que dormir en la calle sobre unos cartones”, repasa Ramiro que, finalmente, consiguió otro alojamiento.
“Una vez instalados decidimos volver (una semana después) hacia el lugar donde había quedado la embarcación, con la esperanza de encontrar alguna pertenencia u objetos de valor que nos permitiera aliviar un poco nuestra situación económica. Pero, al llegar al sitio, solo quedaban restos del velero. Lo habían saqueado y quemado, como para no dejar rastro alguno”, cuenta Gayoso.
–¿Qué te pasó cuando viste el barco en ese estado?
–Sentí que me derrumbaba. No solo se fueron mis ahorros de casi más de diez años, sino también mi sueño de vivir y trabajar en el mar.
–¿Cómo te sobrepusiste?
–Gracias a la ayuda de la gente. Conté mi historia en distintos medios locales y empecé a recibir donaciones de todos lados: dinero, comida. La rueda solidaria del mundo. Ahora contraté un abogado e inicié una demanda civil y penal a las autoridades de Colombia. Necesito saber quién saqueó y prendió fuego mi velero, que estaba a 15 kilómetros de la base naval.
–¿Qué aprendiste?
–Fue muy duro, pero fue momento. Soy un tipo fuerte y un agradecido. Perdí un barco, pero mi estilo de vida no me lo saca nadie. Cuando pase todo esto volveré a emprender un nuevo rumbo.
* Para ayudar a Ramiro Gayoso podés mandarle un mail a ramigoitia@hotmail.com o contactarlo vía WhatsApp al (+549) 1165731708. También se puede realizar un depósito a través de sus cuentas bancarias. CBU: 1430001713000817640017 (PESOS). Alias: ramirogayoso. Nº de cuenta: 1300081764001. CBU: 1430001714000817640025 (DOLARES). Alias: ramirogayoso.usd. Nº de cuenta: 1400081764002.
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