Estación de Once: cuarentena light y sin distancia social en el andén cuando llegan los trenes

Con muchos más pasajeros en el Ferrocarril Sarmiento -el miércoles fueron más de un millón, casi el doble que en el inicio del aislamiento-, cómo es el viaje y los riesgos sanitarios en el arribo, cuando muchos apuran el paso y se apiñan para bajar por el primer vagón

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Estación Once - 14 de mayo

Siempre fue un calvario viajar en el ferrocarril Sarmiento. Los que usaron o usan el tren que llega a la Capital desde el oeste del Gran Buenos Aires saben lo que es viajar apretados en hora pico... y en hora no pico. Saben lo que es bajar por las ventanillas porque en determinadas estaciones no se puede llegar la puerta. Y recuerdan bien lo que era viajar parados con las puertas abiertas, con un medio pie en el filo del vagón y otro en el abismo.

Después de la Tragedia de Once cambiaron los trenes. Dejaron de circular las viejas formaciones japonesas de la década del 60 y comenzaron a rodar las modernas chinas, fabricadas hace menos de diez años. El tren ya no puede circular con las puertas abiertas y el interior de los vagones es mucho más cómodo que los que se utilizaron hasta hace poco, pero la cantidad de gente que viaja en el Sarmiento no disminuye. Y hasta la crisis provocada por la pandemia de coronavirus los trenes solían circular repletos.

Cuando comenzó la cuarentena y el aislamiento los trenes llevaban muy poca gente. Con la flexibilización de ciertas actividades esta semana comenzó a verse más movimiento que en las fases previas de la cuarentena que se inició el 20 de marzo pasado.

El jueves por la mañana este cronista fue -junto al fotógrafo Thomas Khazki- hasta la estación donde el 22 de febrero de 2012 sucedió la Tragedia de Once para intentar dar cuenta de cómo desembarcan los pasajeros en una de las terminales urbanas de mayor concentración luego de que se ablandó la cuarentena en medio de la pandemia.

El ministerio de Transporte de la Nación midió la cantidad de pasajeros que usaron tren, subte y colectivos en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) antes y durante la pandemia. Del 1 al 13 de marzo el promedio de pasajeros por día era de 4.242.450 . Entre el 16 y el 19 de marzo que hubo licencias laborales preventivas el número bajó a 2.227.827. Los primeros días de cuarentena obligatoria-entre el 20 y el 26 de marzo- la cantidad de pasajeros promedio había alcanzado los 552.179. Entre el 27 y el 30 de abril el promedio había subido a 844.213. En tanto el miércoles 13 de mayo el número de pasajeros llegó a 1.060.362 producto de la flexibilización de la cuarentena. Implica una duplicación de pasajeros respecto del primer miércoles del aislamiento.

Muchos de esos pasajeros llegan a una estación de Once que tiene espacios restringidos. Los locales de venta de comida al paso están cerrados al público pero abiertos para llevar. Es decir que nadie se puede acodar en las barras como antes. Esos locales están tapados con plásticos transparentes y las empleadas esperan en vano la llegada de los pocos clientes que se animan a pedir un café antes de abandonar la estación.

Policías para el control de los permisos en Once (Foto: Thomas Khazki)
Policías para el control de los permisos en Once (Foto: Thomas Khazki)

Hay policías federales y guardias de seguridad desplegados por la estación. Cintas plásticas que arman pasillos por los que se puede circular. El resto de la enorme estación está deshabitada. Los molinetes no se usan.

Antes de la llegada de un tren, seis fumigadores aparecen en los andenes. Están vestidos con mamelucos blancos, cubiertos con una capucha y protegidos con antiparras y barbijos. Un chaleco verde flúo los identifica claramente. Llevan bidones amarillos y caminan por la estación. Tiran un líquido por todos lados.

A las 8.25 del jueves llegó una formación al andén 2 de la estación de Once. Los primeros vagones del Sarmiento, siempre que arriban a Once están repletos. Es que los pasajeros caminan desde los últimos vagones para lograr estar más cerca de la salida al momento de llegar el final del recorrido. Esa vieja costumbre no ha cambiado en tiempos de pandemia.

Descenso del tren en estación Once

Aquellos que mantuvieron la distancia sugerida dentro del vagón -según testimonio recogidos por Infobae entre los pasajeros-, la rompieron al momento de apiñarse en la parte delantera de la formación. Algo que no contribuye a evitar la propagación del coronavirus.

Una vez que el tren se detiene comienza el protocolo para controlar los permisos de circulación. Cuando los pasajeros pisan el andén, un empleado de Ferrocarriles Argentinos se baja el barbijo obligatorio y megáfono en mano comienza a indicar cómo se tiene que realizar la fila para salir de la estación. “A la izquierda médicos, enfermeros y personal policial con matrícula y permiso en mano. Particulares a la derecha con permiso y DNI en mano”, vocifera.

Entonces se forman dos filas. Una pegada al tren que acaba de llegar donde uno tras otro -todos con barbijos- se encolumnan los “particulares”. Si para hacer esa fila se guardara la distancia sugerida para evitar el contagio, su extensión sobrepasaría el largo del andén. Es decir que allí tampoco se cumple con el 1,5 m de separación entre pasajero y pasajero. Apenas existe la distancia que recuerda la época de la escuela primaria: un brazo extendido y nada más.

Una larga fila para el control de los permisos, sin distancia social (Foto: Thomas Khazki)
Una larga fila para el control de los permisos, sin distancia social (Foto: Thomas Khazki)

Mientras el hombre del megáfono ordena las filas para el control, por los parlantes de la estación se recuerdan algunas recomendaciones como la de separarse a 1,5 metros de los pasajeros que están adelante y detrás en la fila. Pero eso no se cumple. Y no es porque se superpongan los dos sonidos fuertes: el del parlante y el del megáfono. Es porque simplemente no se cumple. No se logra la distancia recomendada.

Entonces se formarán dos filas separadas entre sí por unos diez metros. La de la izquierda, por la que pasará rápidamente los trabajadores más esenciales entre los esenciales para combatir la pandemia.

Policías federales uniformados de azul y con chalecos naranjas controlarán velozmente que las autorizaciones sean pertinentes. Unos metros más allá los “particulares” apenas tardarán un poco más. Los policías federales miran la autorización en el papel o en los celulares y el DNI de las personas, y el trámite concluye. El pasajero ya puede salir de la estación. Cuando surge algún problema con una autorización, el pasajero que la tuviere abandona la fila y se dirige a un escritorio donde tres oficiales de la División Sarmiento de la Policía Federal atienden la consulta. No están uniformados, visten de calle con campera y barbijo que los identifica: PFA dicen ambas prendas. El jueves entre las 8.20 y las 9 solo hubo un inconveniente con una autorización. Una mujer con su hija adolescente fue desde la fila de “particulares” al escritorio donde estaban los de la brigada de la Federal. Hablaron unos minutos y salieron de la estación. El problema había sido resuelto.

Los "fumigadores" de trenes y andenes, a la espera que comenzar su trabajo (Foto: Thomas Khazki)
Los "fumigadores" de trenes y andenes, a la espera que comenzar su trabajo (Foto: Thomas Khazki)

Cuando termina el proceso de control de los permisos, el tren y el andén quedan vacíos. Y allí vuelven a la carga los fumigadores. Suben a los vagones y se encargan de rociar los asientos, los pasillos y todos los recovecos de la formación. Los bidones tienen una sustancia llamada amonio cuaternario, un derivado del amoníaco que es útil en el combate contra el coronavirus. Ellos van y vienen con sus rociadores. Nada se les escapa. Rocían todo, incluso los molinetes de la estación que están en desuso.

Después de la fumigación comienzan a subir pasajeros que trabajaron durante el turno noche en la Capital y vuelven al conurbano.

Los pasajeros que llgaron guardan sus permisos y encaran hacia la avenida Pueyrredón por la única puerta abierta de la estación. En el camino a la calle algunos hablaron con Infobae.

Jueves por la mañana: Mauro muestra su permiso luego de bajar del tren.
Jueves por la mañana: Mauro muestra su permiso luego de bajar del tren.

Mauro tiene 29 años y vive en Ciudadela, la última estación del ferrocarril Sarmiento antes de entrar a la Capital. Tiene el pelo negro y usa barbijo blanco. Su trabajo diario es despachar paquetes para una empresa que vende por Mercado Libre. Sube al Sarmiento todos los días desde hace un mes. Y nota que hay más gente en los últimos días. Asegura que dentro del tren los pasajeros evitan sentarse uno al lado del otro y que tratan de dejar la distancia sugerida. Pero no siempre se puede. Es soltero, vive con su hermano y madre que integra el grupo de riesgo por edad. Se cuida con barbijo y se cambia la ropa cuando llega al trabajo y cuando regresa a su casa. “Subo en Ciudadela y hasta ahí somos muy pocos. En Liniers sube mucha gente y las distancias entre pasajeros se acortan. Noto que hay mucha más gente en el viaje de regreso hacia el oeste por la tarde que cuando voy para Once a la mañana”, dijo.

Claudia viajó más de dos horas desde su casa en Moreno a Once.
Claudia viajó más de dos horas desde su casa en Moreno a Once.

En el tren siguiente llegó Claudia, de 48 años y madre de una hija. Vive en el barrio Asunción de Moreno y para llegar a su trabajo primero toma un colectivo y luego el Sarmiento. Ese viaje le insume dos horas. Es empleada en una dietética y por estar afectada a la provisión de alimentos no dejó de trabajar nunca. Usa un barbijo celeste con flores color rosa y sabe cómo se viajaba hasta el 20 de marzo pasado y en las diferentes fases de la cuarentena. “Antes de la pandemia viajábamos todos apretados. Cuando comenzó la cuarentena éramos muy pocos y ahora ya se nota que hay mucha gente. Hoy viajé cómoda, había espacio aunque a veces hay gente parada”. Lleva en su cartera un rociador con alcohol y asegura que usa lavandina para desinfectar todo lo que entra a su casa.

Carlos volvía de trabajar durante la noche. Iba hacia Hurlingham.
Carlos volvía de trabajar durante la noche. Iba hacia Hurlingham.

Carlos es guardia de seguridad privada. Trabaja en una empresa en Constitución durante la noche. Tiene 34 años, es padre de dos hijos que no han pisado la calle durante la cuarentena. Toma precauciones: utiliza alcohol en gel y usa barbijo blanco . Llegó a Once vestido de ciclista: casco reglamentario, pantalón corto y una bicicleta que parece ser de competición. Emprende el regreso hasta Hurlingham. Tomará el Sarmiento hasta Morón y de allí pedaleará hasta su casa. Es de los pocos pasajeros que antes de las 9 se subió a la formación en dirección al Oeste: “Previo a la cuarentena este tren iba lleno. Casi no había lugar. Ahora viajo sin problemas, en el furgón para las bicicletas hay espacio para dejar la distancia recomendada”, dice.

En épocas pre pandemia las calles que rodean la estación de Once estaban repletas de vendedores ambulantes. El jueves estaban algunos pocos de los que venden comidas y bebidas -café a 30 pesos- con sus carritos y otros que de a pie ofrecían cuellos de polar o barbijos.

De a poco la estación y sus alrededores van retomando su ruido y movimiento habituales aunque por ahora está muy lejos de ser aquella especie de hormiguero que desbordaba cada vez que llegaba un tren con pasajeros- en su mayoría trabajadores-que habían viajado hacinados desde el oeste.

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