En la transición del martes 23 al miércoles 24 de junio se celebrará –si la cuarentena lo permite– la tradicional fiesta de San Juan en algún rincón de Puerto Iguazú, Misiones. Habrá gastronomía típica y presentaciones habituales: el palo enjabonado, el toro candil, el cruce de brasas. A la hora cero se quemará el Judas, la simbología que traduce la consigna “del fuego purificador que se lleva las desdichas del año”. En la víspera de la festividad cristiana que honra el aniversario de San Juan Bautista también se incendiarán los “espantachorros”, las controversiales creaciones de los vecinos ante la escalada de violencia y robos en un barrio residencial de la periferia de la ciudad.
Son muñecos, representaciones gráficas y truculentas, que simulan la penosa figura de una persona ahorcada: una cuerda cae de un parante de madera en la puerta de una casa y la morfología de un cuerpo cuelga atada al cuello. La imagen resulta dramática y macabra. El muñeco de Héctor fue el primero. Tiene gorra, guantes, camisa, jean, zapatillas y dos carteles colgados: “Chorro que entra” y “Si volvés a entrar...”. Ya se crearon siete. Tienen nombres, pero por ahora son anónimos. “Para no herir susceptibilidades”, argumentó Oscar Dellamea, quien en diálogo con Infobae contó que está terminando de fabricar su propio “espantachorro”.
Oscar tiene 52 años y vive, junto a su esposa y su hijo, en el barrio “Zona de granjas y quintas”. Es una suerte de pueblo de siete mil habitantes ubicado al sur de Puerto Iguazú, con acceso por la Ruta 12, a media hora de las Cataratas, con calles de tierra y una superficie de 103 hectáreas. A los residentes (el 80% se dedica a la industria del turismo) los congrega una causa y un grupo de Whatsapp: cerca de mil vecinos integran “Alerta chorros”, cuya foto de perfil es una mano en negro, sobre un fondo rojo y la palabra “alerta” en letras mayúsculas.
La noche del martes 5 de mayo fue la última vez que ese grupo funcionó para advertir la acción de delincuentes. Dos ladrones saltaron un muro de dos metros y se dirigieron al complejo que Oscar tiene al lado de su domicilio. El sensor de movimiento que activa una alarma sonora no registró el movimiento. “Pudo haber sido la lluvia o la humedad”, sospechó Oscar. “Pasearon como Pancho por su casa, incursionaron y patrullaron todo –relató–. Portaban unos cuchillos en la cintura. Se ensañaron con una cabaña en la que estamos haciendo mantenimiento, pero como no pudieron acceder se pararon en el medio del patio y estudiaron cómo ingresar al domicilio”.
Fueron al garage, vieron la moto y las herramientas. Oscar estaba escuchando música, su hijo con la computadora y su esposa miraba una serie: una familia en el día 45 de cuarentena. Faltaban minutos para que fueran las once de la noche. En Misiones, desde las seis de la tarde es obligatorio cumplir con el aislamiento social, preventivo y obligatorio. Dos delincuentes estaban intentando forzar la entrada principal de la vivienda. “Yo me percato de eso –narró–. Se produjo un ruido importante. No entendíamos qué pasaba. Ahí bajé con el celular y cuando me acerco a la ventana, los tipos estaban pared por medio. Los alcanzo a ver y les pego el grito”.
El alarido de Oscar obligó a los delincuentes a huir. Habían pasado solo cinco minutos de su ingreso. Con su familia en estado de alteración, actuó por reflejo: agarró el teléfono y presionó la alerta para avisar a la comunidad la presencia de los ladrones. Su ruta de escape por las calles de tierra en medio de la noche iba al encuentro de otros vecinos ya predispuestos a confrontarlos. Uno de los delincuentes se defendió con su puñal y se fugó, otro fue reducido y entregado a la policía local. Oscar compareció hoy ante la Justicia y presentó la filmación de sus cámaras de seguridad. El delincuente, por el momento, permanece detenido en una dependencia de la ciudad misionera.
Oscar definió a abril como “el mes del afano”. Aunque él nunca padeció ningún robo violento, contó que en el barrio suelen contabilizarse en promedio hasta tres hurtos por día. Pero en tiempos de confinamiento y encierro, los comportamientos de víctimas y victimarios asumieron modificaciones. “Pareciera que en esta cuarentena los ciudadanos de bien tienen que estar encerrados y los delincuentes, viva la pepa. Entonces decidimos dar una vuelta de hoja. Como ahora nos sobra tiempo para pensar en nosotros mismos, decidimos plantarnos”, aseveró. Su relato pretende ser simpático, aunque la iniciativa está lejos de serlo.
Por eso los muñecos colgados y la cruel figuración de una persona ahorcada. El primer muñeco data incluso de horas antes del intento de robo del pasado martes. “Es un mensaje muy claro. Los ‘espantachorros’ sirven para explicar la situación que estamos viviendo y para transmitirle un mensaje a la sociedad, a la Justicia y directamente a estos vándalos”, resumió Oscar. Atento a la crueldad declarada de la representación, estimó una comparación para salvaguardar su idea: “Entiendo que alguien lo vea como una incitación a la violencia. Pero en realidad es una cuestión gráfica, como puede ser el Cristo crucificado en una iglesia católica. Y no por eso, a la Iglesia le dicen que incita a la violencia. Guardando las distancias, es el mismo sentido”. “Invitamos a otras localidades para que se sumen a esta idea. El ciudadano de bien está expuesto y harto de estas situaciones. Esperamos que los chorros entiendan que uno está atento y que podemos actuar en nuestra defensa”, adujo. Oscar anticipó el recurso de obrar bajo “emoción violenta” e ironizó con solicitarles amablemente a los delincuentes que se desviaron del camino que “pueden buscar otro tipo de alternativas”.
Los muñecos se presentarán en la víspera de San Juan del 23 de junio. El hombre de 52 años vislumbra la quema de los “espantachorros” como un encuentro anual, una kermesse o un evento en el que se recauden fondos con fines solidarios. Esa noche también habrá un concurso que elegirá al mejor muñeco, el más representativo, el “espantachorros” más original de Puerto Iguazú. La consigna ya despertó inquietud en la comunidad.
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