“¡Esta pandemia logra milagros! El domingo el tío encontró pelos de la perra y, sin que yo le dijera nada, pasó la aspiradora”. “Jorge se sorprendió porque había que barrer y trapear el balcón. Nunca pensó que se hacía… creería que los balcones eran autolimpiantes”. A mitad de camino entre el chiste y el fastidio, mensajes así circulan por WhatsApp en distintos grupos de mujeres. Es que en muchos hogares los tiempos de confinamiento obligatorio resultaron la oportunidad de poner sobre la mesa el enorme engranaje que sostiene a una familia. Varones que, por primera vez, le ponen el cuerpo a ese mundo de la reproducción social que puertas adentro hacen posibles sus performances puertas afuera, en el reconocido mundo del trabajo remunerado. Pero ¿cómo evitar que la corresponsabilidad se convierta en calabaza tras las doce campanadas? ¿Qué tipo de nueva normalidad nos espera después de la cuarentena?
Francisco vive en La Plata y trabaja como chofer. Previo al virus, sus mañanas comenzaban a las 5 y casi nunca estaba en casa antes de las nueve de la noche. Eso, si no lo mandaban de viaje. “Al nene lo veo muy poco. Generalmente cuando me voy lo paso de la cuna a la cama grande para agarrarlo y sentirlo porque se extraña, y a veces llego a cenar y ya está dormido. Pero cuando anunciaron la cuarentena mi primera reacción fue un montón de estrés, me quería pegar un tiro, no sabía qué hacer”.
El 20 de marzo Francisco quedó a cargo exclusivo de Valentín, su hijo de dos años, mientras su pareja sigue cumpliendo obligaciones en una dietética: “Me despierto igual a las cinco y pico de la mañana, me baño, tomo mate. Esos ratos de soledad son mi paz y los aprovecho porque sé que después el baile es cansador. Tuve que aprender a hacerle la leche a mi hijo, a aguantarme el asco que me da cambiarle los pañales. Ahora sé lo que hay, lo que falta comprar y pienso qué cocinar para comer. Estar encerrado me hizo pensar en mi vieja, que fue ama de casa y tuvo que bancar a tres monos y a mi papá. También me puse a pensar en que yo siempre llegaba fundido y no notaba que todo estaba impecable: el pibito comido, la ropa limpia, doblada y guardada. La verdad es que tengo ganas de dejar todo esto, pero no de forma tan drástica. Quiero seguir colaborando. A lo mejor en lugar de llegar, comer y quedarme tirado en el sillón, preparar algo para darle una mano a mi compañera al otro día”.
Usos del tiempo
Mucho se ha dicho ya sobre las mujeres que en el siglo pasado salieron de las casas para ingresar a esa metáfora interesada que es el mercado laboral. El mercado que no les ofrecía frutas y verduras sino empleos baratos, condiciones precarizadas, techos de cristal y pisos pegajosos. Las que tuvieron el tupé de rebelarse contra lo doméstico como “la” condición sine qua non femenina, abriendo senderos a las generaciones siguientes.
Lo que parece que hoy sigue haciendo falta remarcar es cuán extenuante resulta parar la olla codo a codo afuera sin poder soltar el mango de la sartén adentro.
Según el informe “Uso del tiempo y economía del cuidado” realizado en base a datos de la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo del Instituto Nacional De Estadísticas y Censos (INDEC) en 2013: “Las mujeres dedican en promedio tres horas diarias más al trabajo no remunerado que sus pares varones, aun cuando se encuentren participando activamente en el mercado laboral”.
El documento además señala que la mayor tasa de participación de las mujeres es en los quehaceres domésticos (86,7%). Es decir, somos especialmente nosotras las que nos ocupamos de la limpieza de la casa, del lavado y arreglo de ropa, preparación y cocción de alimentos, compras; y reparación y mantenimiento de bienes de uso doméstico. En la lista sigue el cuidado de personas (31,3%), y por último las actividades dedicadas al apoyo escolar y/o de aprendizaje a miembros del hogar (19,3%).
Más acá en el almanaque los números perseveran: la Dirección de Estadísticas Sectoriales del INDEC reveló, a partir de datos de la Encuesta Permanente de Hogares del tercer trimestre de 2019, que casi 8 de cada 10 mujeres realizan tareas domésticas en el hogar. El doble que los varones.
Y todavía afina más el lápiz otra encuesta que realizaron desde el Instituto de Masculinidades y Cambio Social para dar cuenta de algunas negociaciones que, cual paritarias, se están dando en cuarentena. En diálogo con Infobae lo cuenta Agostina Chiodi, politóloga e integrante del equipo promotor del Instituto: “Preguntamos a los varones cis qué privilegios masculinos habían hecho conscientes durante el encierro. Sabíamos que era una pregunta difícil porque justamente la característica de los privilegios es que son muy difíciles de reconocer para aquellos que los ejercen. Las respuestas fueron pocas. Hubo quienes mencionaron lo demandante que es asumir las tareas domésticas para toda la familia, o la carga mental que implica. En cambio, cuando les preguntamos a las mujeres qué micromachismos sufren recibimos una catarata de respuestas”.
Entre los resultados, Chiodi destaca: “Algo que apareció bastante son las cosas que se hacen como regla o como excepción. Parece que como regla las mujeres debieran cuidar a les niñes, ayudarles en sus deberes escolares, y como excepción lo hace el padre. O como regla las mujeres lavan y guardan la ropa, y como excepción lo hacen ellos. También se vio que hay tareas pesadas, como limpiar el baño o acompañar la escolaridad, que recaen más sobre ellas. Y otras que podrían ser gratificantes, como alguna vez cocinar o jugar o salir de compras ─especialmente en un contexto de encierro─, que sí se comparten”.
El psiquiatra y psicoterapeuta Luis Bonino define como micromachismos a las prácticas/comportamientos de dominación masculina en la vida cotidiana. Formas y modos machistas “micro” ─por lo casi imperceptibles─ que producen poderosos efectos, y que les permite a ellos hacer lo que quieren e impiden que ellas puedan hacerlo de igual modo.
Árboles que tapan bosques
Obligados a la reclusión, algunos compañeros parecen haber descubierto ciertas ocupaciones, afectivas y materiales, indispensables que las mujeres realizan diariamente. Algo así como entender que los pisos no brillan por arte de magia.
La psicoanalista especialista en género Débora Tajer lo explica en diálogo con Infobae: “Las personas que nunca tuvieron que limpiar, que son quienes por clase social tienen empleada doméstica o los varones en casi todas las clases sociales, no piensan que detrás de la ropa limpia, detrás de la comida hecha hay trabajo. Aunque lo vean, no lo ven. Es algo naturalizado, como que el sol sale a la mañana y se oculta a la tarde. Precisamente lo que ha planteado el feminismo es que eso que llaman amor es trabajo invisible. Supone una reconfiguración de cuestiones que los varones no ven porque no les prestan atención, y es un cambio fundamental”.
El decreto de aislamiento social y preventivo modificó de manera furiosa las rutinas de Esteban. De estar fuera de casa desde la mañana hasta las siete de la tarde o pasadas las once, según la jornada laboral en Edenor y los estudios en la facultad, pasó a vivir todas las semanas iguales con sus hijos de dos y cinco años mientras su esposa desempeña funciones en dos hospitales de CABA.
“Antes a los chicos los veía poco y nada. La madre estaba más, salvo los sábados y domingos que hacíamos salidas juntos. Ahora ella la mayoría de las veces está trabajando, entonces yo me ocupo de jugar, de hacer clases por zoom o ver videos que mandan del jardín, cocinar, limpiar pañales, y de las reuniones virtuales de la oficina. Después de almorzar, el chiquito duerme siesta y al mayor lo enchufo a la compu o a los jueguitos así tengo una hora y media de paz. Es mi tiempo dorado”.
Cuando la médica regresa se reparten otra vez: “Yo cursaba tres veces por semana, llegaba a las once de la noche y pretendía que estuviera la comida servida e irme a duchar tranquilo. No me ponía a reflexionar sobre el día que había tenido Paola en el hospital y lidiando con los chicos, tener que buscarlos por el colegio, bañarlos, que coman. Empecé a vivir esa experiencia y me doy cuenta de que es agotador. Por eso espero que esto termine pronto para tener un poquito de independencia y de libertad, pero no me gustaría volver a llegar tan tarde y no ver a los chicos. Me gustaría algo intermedio. Poder disfrutar de momentos para mí pero además para estar con la familia”.
Para Ignacio Rodríguez, psicólogo e integrante del Instituto de Masculinidades y Cambio Social, es importante establecer una condición de principio: “Es necesario distinguir que quienes pueden interpelarse en sus roles cotidianos y en sus prácticas patriarcales en el ámbito privado seguramente tienen las condiciones materiales y simbólicas para hacerlo. Así las cosas, el aislamiento obligatorio precipitó el encuentro (o reencuentro) con el ámbito privado, junto con el desconcierto al haber sido desplazados de los lugares y roles que definían históricamente lo masculino (lo público y ser proveedor, entre otros). Ese desconcierto puede favorecer la interpelación, que no necesariamente se trata de hacer las mismas tareas que el partenaire sino darles visibilidad y reorganizar el ámbito doméstico y de cuidados desde los consensos, los acuerdos y la responsabilidad mutua”.
El futuro es hoy
¿Podemos comenzar, entonces, a imaginar nuevos escenarios post pandemia? ¿Alcanza con barajar y dar de nuevo en los límites del domicilio? ¿De qué manera esta crisis mundial sin precedentes permite pensar la reproducción social como un todo que requiere de otras repartijas pero también, por qué no, de formas diferentes de producción, de consumo, de distribución e intercambio?
La extensión de la Covid-19 profundizó dinámicas desiguales de los cuidados y de los trabajos domésticos no remunerados. Sin redes de contención ni organización con otras instituciones, se sobrecargaron por default las siempre sobrecargadas mujeres. La salida de la cuarentena plantea preguntas de fondo. Urge que los cuidados se impongan en una agenda transversal. Urge que cambien las lógicas de un sistema que subordina los procesos de la reproducción individual, familiar y colectiva a la ganancia económica. Urge aprovechar el caos de hoy para encontrar condiciones de posibilidad para otras formas sociales mañana. El futuro ya llegó.
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