El paisaje es de ensueño. Pero la situación que lo rodea empieza a parecerse a una pesadilla. Nada puede verse bonito sin la noción de libertad. Y Heliana Pozzato está encerrada en su propio anhelo. Imaginó otra experiencia cuando bajó del avión en Katmandú, la capital de Nepal, para ser voluntaria en una salita sanitaria a las plantas de la cordillera más inmensa del planeta. Creyó que volvería doblemente fortalecida: por la dignidad del trabajo y por concretar la fantasía de vivir en los Himalaya. En el medio apareció el coronavirus y modificó todos los planes.
“Extraño a mi familia y estoy preocupada: no sé cuándo voy a poder volver a Buenos Aires y tampoco si voy a tener la plata para pagar el pasaje cuando llegue el momento”, dice Heliana, de 31 años, enfermera, vecina de la localidad de Munro, en Vicente López, y trabajadora de la salud en un colegio privado de renombre de la zona norte.
Heliana Pozzato llegó el 3 de febrero al continente asiático y confiesa que veía al virus como algo muy lejano, una enfermedad puntual en una región distante, a pesar de que la República Federal Democrática de Nepal es un pequeño estado (pequeñísimo, si se compara con la inmensidad de sus vecinos) ubicado exactamente entre India y China, donde, para esa fecha las muertes por COVID-19 se contaban en “apenas” 425 personas de 20.438 contagiadas.
Pasaron tres meses y medio de aquello pero parece mucho más. Los contagiados en todo el mundo actualmente son más de 4,2 millones. Y Heliana está refugiada desde el 22 de marzo en un hostel en Pokhara, la segunda ciudad del país en importancia. Aunque Nepal está prácticamente a salvo del coronavirus, con 191 casos y ninguna víctima fatal, siente la amenaza de los dos gigantes que rodean al país, especialmente India, donde la pandemia no está controlada.
La cuarentena es total y obligatoria en Pokhara. “Y la Policía vigila mucho. Sólo podemos salir del hostel para ir a comprar y de a uno o de a dos, nunca en grupo”, explica la turista argentina.
Pozzato necesita volver. Es una de los 25 argentinos que están varados en Nepal. Pero no puede llegar a Katmandú, donde hay un aeropuerto que, eventualmente, podría dejarla en Nueva Delhi, la capital de la India, donde esperan otros 200 argentinos a ser repatriados.
“Hay tres chicos argentinos que están en la montaña y la policía no los deja bajar. Necesitan un permiso de la Embajada pero no les responden. Estamos en un grupo de WhatsApp del consulado argentino en Delhi. No nos dan nada certero. Hasta hace unos días ellos querían trasladarnos a India porque allá hay 200 argentinos y tomar un vuelo todos juntos. Pero luego nos dijeron que es imposible porque las autoridades del país denegaron la entrada de extranjeros incluso si es para repatriación”, cuenta con angustia Pozzato.
Algunos de los argentinos varados allí tienen pasaje de vuelta, pero ella no. Viajó hasta Nepal para trabajar como voluntaria en un centro sanitario en el bello pueblo de Bhurjungkhola, dentro del Área de Conservación de la región del Annapurna, uno de los cordones de los Himalaya.
“Es un centro de salud pequeño en la montaña, con muy pocos recursos. Trabajamos mucho con la prevención y educación. Este lugar atiende al pueblo en el que está y a otros 10 ubicados arriba en la montaña. Hay vacunación, control de natalidad, atención a personas mayores y demanda espontánea”, explica Heliana, que lo poco que la dejó el COVID-19 pudo aprovechar las salidas a los pueblos de la montaña para revisar a gente que no puede llegar o bajar.
“Soy enfermera y hago montañismo. Esto era una experiencia que podía unir y aprender sobre montaña y rescate. Aprendí mucho del centro porque el poco tiempo que pude estar con ellos creamos talleres y campañas, compartí conocimiento, lo que yo llevaba y la experiencia de ellos”, relata.
Cuando empezó la cuarentena Heliana estaba en lo alto de la montaña y no pudo llegar al pueblo donde paraba, dormía y obtenía comida a cambio de su trabajo de enfermera. “Los locales están asustados, tienen miedo porque Nepal no tiene estructura sanitaria”, comenta.
Heliana quiere y necesita volver a su casa en Munro. Todavía cuenta con la ventaja de que el colegio donde trabaja le dio una licencia sin goce de sueldo por seis meses. Cree que los ahorros que le quedan, y que se van consumiendo, ya que ahora tiene que pagar por su comida y su techo, tendrá que gastarlos en el pasaje de vuelta y ni siquiera sabe si le cobrarán el 30% de recargo por operaciones en dólares.
La incertidumbre es grande. “Lo que nos dijo el consulado es que vamos a tener que pagar el pasaje de repatriación pero no sabemos cuál es la suma estimativa ni si se aplica el 30%. Nos dijeron que una semana antes del vuelo nos van a avisar”, cuenta Heliana.
Y eso podría ser recién en septiembre. “Van dos meses. El próximo vuelo sería en septiembre. Necesitamos ayuda económica y nos dijeron que mandemos un mail a Cancillería porque hay muchos casos, pero no responden. Y acá hay chicos que estaban en la montaña que no tienen plata”, advierte la enfermera.
“Si me tengo que quedar hasta septiembre no tengo plata para bancarme”. Heliana lo pronuncia como si hablara consigo misma. Al margen de si le alcanzará en el momento en que ocurra, cuenta que desde la Embajada argentina le recomendaron que cuando haya un pasaje de vuelta regrese al país.
“Tampoco estoy haciendo el voluntariado porque no puedo llegar de nuevo a ese lugar. Y no sé cuándo abrirán los caminos. No puedo ir caminando y además arriba la gente tiene mucho más miedo que en las ciudades. Estamos en cuarentena total. Si me tengo que quedar tres meses más así no llego con la plata”, dice Pozzato.
La enfermera, que trabajó en varias clínicas privadas, siente además que su valor como trabajadora de la salud está desaprovechado en ese estado de pausa permanente en el que vive bajo el techo del hostel de Pokhara. “Estoy hablando con mis compañeros y amigos de la salud allá en Argentina y todos están haciendo cosas y sé que si vuelvo podría estar dando una mano. Pero en mi situación no puedo hacerlo acá ni allá. Solo puedo ayudar a los que bajan caminando de la montaña, que vuelven hechos pelota”, se consuela Heliana.
“Nadie previó lo que está pasando. No pensé cuando me fui. No se hablaba. Los primeros días que bajamos de la montaña hablaban de lo que pasaba en Italia pero nunca imaginamos que iba a llegar a esta situación”, enumera, como si se lamentara.
El peor padecimiento de esta enfermera es el de todos. “La incertidumbre de no saber qué va a pasar. Necesitamos que alguien nos dé un poco de información certera. Que nos den fechas o precios estimativos, que respondan los mails”, insiste.
Pero igualmente, hay una situación que nadie puede manejar, ni ella, ni la Cancillería argentina. Y es lo que más angustia la voz de Heliana, al otro lado del teléfono: “Como India no mejora, la cuarentena se sigue extendiendo. No sé cuándo voy a salir de acá”.
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