Cuando a René Favaloro le preguntaban cuál era su modelo de médico, respondía “Telémaco Susini”. Hablaba un profesional que vivió en una época en la que se codeaba con colegas que hoy los hospitales y calles llevan sus nombres.
Susini nació en la ciudad de Buenos Aires el 27 de enero de 1856, cuando todo estaba por hacerse, y la medicina no era una excepción. Le pusieron Telémaco, por las raíces griegas de su padre, al que la familia le perdió el rastro tras la batalla de Boquerón, en la Guerra de la Triple Alianza.
Telémaco, un militante anticlerical que siempre negó haber participado de la quema del Colegio del Salvador en 1875 –“si papá dice que no tuvo que ver, así fue”, explicaba uno de sus hijos-, en 1879 obtuvo su diploma de médico con la tesis sobre la Contribución al estudio del empacho. Y no paró.
Acorralada la ciudad por la epidemia del cólera, en 1869 se estableció el lazareto de San Roque, que con el tiempo Susini lo dirigiría junto al doctor Julián Fernández. Fue médico municipal y entre 1887 y 1917 estuvo a cargo de la cátedra de Anatomía Patológica y Microbiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, donde fundó un instituto que hoy lleva su nombre. Además, fue el creador y director de la oficina sanitaria del Departamento Nacional de Higiene, el máximo organismo estatal de salud de entonces.
Antes de embarcarse hacia Europa, donde fue a perfeccionarse y a trabajar junto a Luis Pasteur, sorprendió a la joven Enriqueta Laurencena con una proposición: le dijo que volvería a los dos años y que a su regreso se casaría con ella. De Europa, Susini trajo la vacuna contra la rabia y contra el ántrax o carbunclo, que diezmaba al ganado. Y luego cumplió su promesa de amor. Se casó con la novia que lo había esperado y tuvieron 11 hijos, dos de ellos médicos. El mayor Enrique Telémaco, haría historia con la primera transmisión radiofónica en el país.
Ambulancias a caballo
Cuando en 1896 lo nombraron al frente de la Asistencia Pública, montó una organización que le imprimió un perfeccionamiento del que carecía.
La Asistencia Pública había sido creada en 1883 y funcionó en el edificio que pertenecía al Hospital General de Mujeres, en Esmeralda 66, casi esquina Rivadavia. En ese lugar, hoy se levanta la Plaza Roberto Arlt. Su primer director fue José María Ramos Mejía.
Cuando Susini se hizo cargo en 1896, seguramente no se habrá conformado con lo que encontró y elaboró un reglamento, cuyos originales sobrevivieron al paso del tiempo. Su bisnieto, Gonzalo Susini, los acercó a Infobae.
En esas páginas amarillentas escritas a puño y letra, en las que los años dejaron sus marcas, detallan lo que hoy conocemos como el servicio de ambulancias para emergencias, la “prehistoria” del SAME.
El servicio médico a domicilio comprendía primeros auxilios, asistencia médica, quirúrgica, obstétrica y reconocimiento de cadáveres. “Se hospitalizará a aquellos que vivan en la indigencia o que por su enfermedad requieran cuidados difíciles”, especificó.
Entonces, las ambulancias eran carros tirados por caballos. “Cocheros de ambulancias. Deben tener pronta y limpia, con los caballos enganchados, para salir a la calle a los 4 minutos o antes, si el médico o practicante estuvieran en la ambulancia”, escribió.
“Irá rápidamente al destino indicado en el talonario entregado por el telegrafista, haciendo sonar la campanilla de paso libre que tendrá la ambulancia”.
“Llegado al punto ayudará (el cochero) en lo posible en el transporte del accidentado a la ambulancia, debiendo adquirir los conocimientos”.
“Inmediatamente que haya salido una ambulancia tendrá especial cuidado de que se tenga otra en iguales condiciones que la anterior. Cuidará de que los caballos sean mansos y no estén inutilizados”.
“El médico vigilará y dirigirá la salida de la ambulancia del socorrido y la conducirá al centro de socorros de urgencia o a su casa, prestándole en el trayecto los servicios médicos necesarios”.
“En la ambulancia habrá útiles, botiquín y talonarios que llevará en el trayecto entregándole al paciente o a los que lo recibieran para así ilustrar al médico que lo asistirá o para evitar declaraciones ante el juez respectivo o Policía”.
“Apuntará en el parte diario los auxilios prestados haciendo referencia del número del talonario de la ambulancia, a fin de que cada mes el médico o practicante que estuviera de guardia pasará al inspector del servicio una estadística”.
Guardias de dos horas
Por el reglamento de Susini, hoy sabemos que desde las 6 de la mañana a la medianoche los médicos hacían guardias continuas de 2 horas, acompañados por practicantes. Desde la medianoche hasta las 6 permanecían solo los practicantes. “Ningún médico o practicante pueden abandonarlas sin que esté su reemplazante”, aclaraba.
“Durante la guardia -apunta Susini- recibirán los pedidos de asistencia médica y reconocimientos de cadáveres, para que una vez terminada su guardia, concurran a prestar su cuidado al enfermo que haya solicitado asistencia o a comprobar la causa de su fallecimiento. Atenderán también, durante su guardia, al Consultorio General de esta Dirección”.
La vida, luego, lo llevaría por otros caminos, todos conectados a la salud. Sostuvo una dura puja con monseñor Miguel D’Andrea, y logró la reglamentación de la prostitución: insistía que no solo era un problema sanitario, sino también una cuestión ética del hombre.
Trabajaba codo con el intendente Torcuato de Alvear y, junto al arquitecto Buschiazzo, transformaron precarias instalaciones hospitalarias en centros de salud adecuados a la época.
“El viejo era bravo”, señalan en la familia. Hasta el punto de reunir a sus hijos que habían salido a festejar el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen el 6 de septiembre de 1930. “Hoy es el día más triste de la República Argentina; ¿no se dan cuenta que los militares tomaron conciencia de que podían tomar el gobierno?”
Fue cónsul general en Viena en 1906. El emperador Francisco José I de Austria, al recibirlo, le dijo que seguía muy atentamente a la Argentina. “Los imperios se están acabando -auguró-. Viene el tiempo de las democracias y si Argentina continúa en este camino, en la segunda mitad del Siglo XX superará a los Estados Unidos”, le dijo el gobernante.
Fue uno de los protagonistas de la Reforma Universitaria de 1918 y debió renunciar al cargo de interventor de la Universidad de Córdoba cuando los conservadores, de la mano de la iglesia, pusieron el grito en el cielo por su nombramiento.
Falleció el 1 de junio de 1936 de una pulmonía. Su entierro, en el cementerio de Recoleta, fue multitudinario. Es que no se trataba solo de un catedrático, un científico y un humanista. Había muerto un médico.
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