“Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor. ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color?”, se preguntaba el poeta Baldomero Fernández Moreno, en 1917, sobre un edificio sin ningún despunte de verde en su fachada. ¿Es posible una foto, un siglo después, en donde se quiere mostrar la unidad del trabajo, el empresariado y el gobierno, frente a la mayor crisis mundial en más de cien años, sin ninguna mujer?
Es posible, pero igual que los balcones sin flores –en un contexto histórico en donde los balcones son la mayor forma de expresión pública frente a un confinamiento con la mitad de la población puertas adentro- muestra la falta de diversidad y color de la dirigencia argentina tradicional.
El 4 de mayo se reunieron para mostrar un acuerdo social en la Quinta de Olivos los presidentes de la Unión Industrial Argentina, Miguel Acevedo; de la Sociedad Rural Argentina, Daniel Pelegrina; de la Asociación de Bancos Argentinos, Javier Bolzico; de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Adelmo Gabbi; de la Cámara Argentina de Comercio, Jorge Di Fiori; y de la Cámara Argentina de la Construcción, Iván Szczech.
¿Hay acuerdo social sin las enfermeras que toman la temperatura en los hospitales, las que hacen la tarea mientras vuelven a aprender química por zoom, las que sacan las papas del horno y ponen las lechugas en vinagre, las que prenden la computadora para trabajar después de acostar a los chicos a las 23 horas, las que miran dibujitos y contestan a los jefes, las que cocinan y llevan en auto empanadas para vender con tal de llegar a pagar la luz, las que hacen malabares para pagar los sueldos de su restaurante e inventan canastas de cuarentena por delivery, las psicólogas atendiendo por skype las angustias del encierro, las operadoras de atención a las víctimas de violencia de género que escuchan en el teléfono de su casa las llamadas pidiendo ayuda porque su papá es un abusador?
¿No hay mujeres bancarias, constructoras, comerciantes, consumidoras, emprendedoras, rurales? Claro que las hay. ¿No hay mujeres dirigentes? Si, las hay. ¿Faltan? Sí, pero por obsoletas formas de aplastamiento o por las trampas para que se caigan en las disputas por el poder o de costos demasiado altos –justamente- si quieren dejar de hacer trabajo invisible y pasar a ocupar un lugar en la foto.
En la foto de los 16 muchachos también pusieron cara de “whisky” Héctor Daer, de la Federación de Asociaciones de Trabajadores de la Sanidad Argentina (FATSA); Carlos Acuña, del Sindicato de Obreros de Estaciones de Servicio, Garages, Playas de Estacionamiento Y Lavaderos de Autos (SOESGyPE) y Gerardo Martínez, de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (UOCRA). ¿No hay médicas, enfermeras, cajeras, obreras?
Pero, lo más preocupante es que esa foto de 16 hombres decidiendo el futuro del país como si dirigieran un país sin mujeres y sin población LGTTB hubiera sido más criticada antes de la pandemia. Sin embargo, la crisis provocada por el Covid -19 no se resuelve sin mujeres, sin diversidad, sin género, colores y orígenes múltiples.
La crisis no justifica una vuelta al machismo y a correr el cuadro para despintar las acuarelas nuevas y volver a poner a los varones en las decisiones y a las mujeres en el trabajo invisible. La crisis no nos puede hacer retroceder, sino avanzar en contra de las desigualdades pre existentes y a las nuevas generadas por la crisis sanitaria, económica y social. La crisis se resuelve mirando esa realidad de frente.
Las mayores agallas las tuvo una de las funcionarias centrales en el manejo de la crisis, Vilma Ibarra, Secretaria Legal y Técnica de la Presidencia, que objetó por redes sociales: “Ninguna reunión de personas empresarias y sindicalistas con el gobierno está completa sin mujeres. Somos parte central del mundo empresarial, del trabajo, de la creatividad y de la búsqueda de soluciones. Somos imprescindibles para poner a la Argentina de pie #EsConTodas”
En el gobierno hay muchas mujeres fundamentales: Carla Vizziotti, Secretaria de Acceso a la Salud y virtual Viceministra; Mercedes D’Alessandro, Directora de Economía, Igualdad y Género; Elizabeth Gómez Alcorta, Ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad, Fernanda Raverta, designada al frente del Anses, entre muchas otras. No es que no hay. Es que su trabajo tiene que verse. Y si hay que llamarlas para la foto, hay que llamarlas. Las fotos también construyen sentido, discurso y ejemplo.
Sin embargo en el cuadro del acuerdo social –cuando no hay acuerdo social sin perspectiva de género- estuvieron por el gobierno el Ministro de Economía, Martín Guzmán; el Secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz; el Secretario General de la Presidencia, Julio Vitobello y el asesor presidencial, Juan Manuel Olmos.
Sin dudas, las centrales industriales, rurales y sindicales tienen una deuda con las mujeres y la diversidad sexual. No porque falten sindicalistas, trabajadoras de la tierra y empresarias. Sino por las dificultades para llegar a lugares de poder que –justamente- dialoguen con el poder. Las pocas que hay no alcanzan y la excepción no confirma la regla sino que se tiene que producir un ascenso en gran escala que no puede relegarse por la emergencia, sino volverse prioridad frente a la emergencia.
No hace falta rasgarse las vestiduras por la crítica, sino justamente visibilizar mejor la propia argumentación oficial que, por primera vez en la historia, incluye en sus medidas perspectiva de género económica. El otorgamiento de un monto de diez mil pesos con el que el Estado brindó ayuda a las trabajadoras domésticas e informales es una de las medidas más claras de un Estado presente frente a la crisis y de un Estado que no le dio la espalda a las mujeres.
El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) de 10 mil pesos pone a la Argentina entre los países del mundo en donde la presencia pública no logra revertir las desigualdades sociales, pero no las ignora y, al menos, baja la fiebre, en un mundo en terapia intensiva.
El primer pago se dio a casi 8 millones de inscriptos/as aprobados –con fechas de cobro diferidas entre el 27 de abril y el 1 de julio- y que, según fuentes oficiales, podría repetirse en un segundo IFE (todavía no anunciado) por la extensión del aislamiento social, preventivo y obligatorio.
En el informe “Ingreso Familiar de Emergencia. Análisis y desafíos para la transferencia de ingresos a trabajadores/as precarios” de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía se establece una prioridad que debería remarcarse: “Empezar por los y las últimas”.
“La crisis heredada, sumada a la situación que disparó el COVID-19 hace que empezar por los y las últimas sea un imperativo frente a una economía con altos niveles de pobreza e indigencia y el advenimiento de la parálisis en la actividad que afecta a sectores enteros”, resalta el informe económico.
Por ejemplo, en la cuarentena, los políticos y periodistas cuentan en programas periodísticos cómo es la aventura de pasar el trapo y quedarse encerrado entre el palo y la lavandina (Diego Leuco) o como se le pide a la familia que use menos vasos para no tardar tanto tiempo en lavar los platos (Martín Losteau) y se revaloriza el trabajo de quienes trapean, lavan, sacan el polvo de las familias que aparecen frente a la televisión.
Pero las mujeres, ocupen el lugar que ocupen, no pasan el trapo y lo cuentan en televisión porque el 76 por ciento de las tareas domésticas y de cuidados no remuneradas son realizadas por mujeres.
Pero, además, la cuarentena expuso a muchas familias de sectores que suelen contar con ayuda a comprender la dificultad de trabajar y criar sin delegar trabajo en otras mujeres. El problema es la desigualdad de género y de clase. Porque las que son indispensables –y se nota tanto frente a la ausencia- son pobres. Las que lavan la ropa, las cacerolas y las sábanas de las familias de clase media o alta viven en un 45,9 por ciento en hogares bajo la línea de pobreza.
El 2,4 por ciento de quienes recibieron el IFE son empleadas domésticas. El 96,4 por ciento de quienes barren las hojas del otoño en los patios, pasan el cepillo por los inodoros y corren las migas de las mesas ajenas son mujeres. Pero no solo quienes limpian las casas de otros son mujeres, sino que el trabajo doméstico es la ocupación más importante del empleo femenino: el 16,9 por ciento de las mujeres ocupadas se dedican a esta actividad.
El gran problema es que el 72,4 por ciento de las trabajadoras de casas particulares están informales (por lo que pueden correr riesgo sus puestos de trabajo o no recibir el sueldo si tienen que cumplir con la cuarentena) y perciben, en promedio, $8.167, el salario más bajo de la economía. “Se trata del sector más feminizado y uno de los más vulnerables de la economía en este contexto”, destaca el informe del Ministerio de Economía.
Los resultados de la ANSES de quienes fueron validados para cobrar los 10.000 pesos (porque muchas personas resultaron rechazadas por contar con algún empleo formal o estar en otras categorías de monotributo de las admitidas) resultaron en un 89 por ciento de trabajadores/as informales, un 8,6 por ciento de monotributistas sociales y en un 2,4 por ciento de trabajadoras de casas particulares. Además de las mamás que ya reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH) y que también tuvieron el respaldo de este bono para la deuda interna argentina.
En la convocatoria a esta curita social se registraron 10 millones de personas. Esto implica que casi un cuarto del país pidió tener esta ayuda. Y lo recibieron, efectivamente, 7. 854.316.000 argentinos/as sin ingresos durante el freno laboral de la cuarentena que no permite moverse en colectivo para hacer changas, ir a hacer colas para conseguir trabajo o salir en tren para limpiar casas, etc.
El 24,8 por ciento del IFE fue para los jóvenes de 18 a 25 años que son la mayoría de las desocupadas y que no conseguían empleo antes del Coronavirus y ahora se van a enfrentar a un escenario todavía más difícil. Y mucho más las jóvenes sub 29 que tienen, en la Provincia de Buenos Aires, cuatro veces más dificultad para conseguir trabajo que un varón porteño de 40 años.
Hoy el mundo entendió que cuidar es una tarea esencial. No puede ser la tarea menos reconocida y peor pagada. En Argentina, las mujeres conforman el 86 por ciento de las personas empleadas en el cuidado incluyendo al sector sanitario (declarado como esencial en el contexto de la pandemia) y las cuidadoras representan más del 17 por ciento de las mujeres asalariadas del país.
Por eso, la Argentina integra un programa global, que fue presentado esta semana en todo el mundo, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y ONU Mujeres que se llama “Promover el empleo decente para las mujeres a través de políticas de crecimiento inclusivo e inversiones en la economía del cuidado”.
“Es fundamental proteger y garantizar la salud, seguridad y la estabilidad económica de las mujeres trabajadoras en el país, como parte de los esfuerzos imprescindibles no solo para combatir el virus, sino también para lograr un futuro del trabajo en equidad de género”, enfatizó Pedro Furtado de Oliveira, director de la OIT en Argentina.
Por su parte Florence Raes, representante de ONU Mujeres en Argentina, señaló que las mujeres están siendo afectadas diferencialmente por el impacto social de la crisis de la COVID-19, que acentúa las desigualdades de género. Y remarcó: “La capacidad de las mujeres para conseguir sus medios de vida se ve altamente afectada por el brote. En mayor medida, están insertas en segmentos de baja productividad y en empleos temporales, en condiciones de informalidad y/o de autoempleo”, dijo Raes.
Ella destacó que las mujeres destinan el doble de tiempo de cuidado, cada día, todos los días. “Resulta fundamental tener políticas económicas a nivel macro que apoyen un crecimiento inclusivo equitativo de género y reconozcan, redistribuyan y reduzcan la sobrecarga de trabajo no remunerado que se produce al interior de los hogares”, afirmó la representante de ONU Mujeres en el país.
Hay una deuda y hay también algunas políticas para compensar una balanza que dejó siempre a las mujeres últimas. Lo que se hace se tiene que ver y lo que todavía no se hace tiene que hacerse. La crisis no justifica volver a un mundo sin mujeres sino que interpela, más que nunca, a revalorizar el trabajo que, desde siempre, hacen las mujeres.
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