El 19 de marzo se decretó el aislamiento obligatorio por la pandemia de Covid-19. Al día siguiente, los 145 pacientes del Centro de Rehabilitación Rebiogal quedaron huérfanos de tratamiento. De un día para el otro, terapias para las secuelas que les dejó un ACV, o para las de un traumatismo, o para el Parkinson, la parálisis cerebral infantil, los trastornos de aprendizaje, las enfermedades degenerativas neurológicas, el deterioro intelectual y cognitivo, las técnicas de antienvejecimiento y para aliviar dolores articulares, musculares o neurológicos dejaron de tener lugar. “Tuvimos que cerrar -lamenta Verónica Scarpatti, una de las directoras de la clínica-. Los discapacitados, de por sí, son un grupo de riesgo. Lo que más afecta a un discapacitado crónico -puede ser alguien en silla de ruedas con una parálisis cerebral o un ACV- es lo respiratorio. Pero eso es siempre, no por el Covid-19. En ellos, una neumonía es un cuadro súper complicado por lo general. En la época de invierno se cuidan más y se resguardan más, porque tienen más infecciones respiratorias. Pero después, el riesgo más grande es el abandono”.
“Entonces nos dijimos: ‘no podemos dejar esto a la deriva porque va a ser terrible” -prosigue Scarpatti-. Nos encontramos con los pacientes, sus acompañantes y sus familiares, porque sabíamos que iban a colapsar. Ellos tienen una rutina diaria, algunos van a una escuela de día y luego vienen. Además hay profesionales independientes que trabajan acá, kinesiólogos, fonoaudiólogos, terapistas ocupacionales, psicopedagogas, que se quedaban prácticamente sin trabajo”.
En cuatro días, cuenta, armaron un grupo de whatsapp para contener a los pacientes. “El que tiene discapacidad, o dolor, necesita atención constante. Es un día a día, todo el tiempo hay que estar con ellos. Dejas un ratito y se caen, se deprimen”.
El 23 de marzo, el grupo quedó listo. “Fuimos a la clínica, buscamos los datos de los pacientes, y los profesionales. Al final reunimos a 80 de ellos”, señala.
Los videos en el grupo de whatsapp fueron la herramienta que les quedó para dar vuelta la situación. “Hubo que explicar qué íbamos a hacer para acompañarlos. Fue como haberles regalado vida a los pacientes. Sabían que tendrían contacto con la clínica, con sus terapistas. Recibimos un gran agradecimiento, y supimos que no nos habíamos equivocado. El video los acerca mucho, y eso los estimula. Ellos te mandan fotos de sus actividades. Ya tienen la casa armada para ese fin, inventaron como hacer un mini gimnasio con una soga o con un trapo”.
Como todo, a lo largo de los 45 días que llevamos de cuarentena, el sistema se aceitó. “Primero se empezaron a saludar entre ellos, se mandaban fotos. Había que poner límites porque sino era un lío. Y ahí los profesionales empezaron a mandarles tarea a los pacientes. Se graban para hacer un video, algunos usan a sus madres que estaba haciendo la cuarentena con ellos para indicarle ejercicios al paciente. Con el tiempo aprendimos que debíamos dividir las áreas: hicimos subgrupos de kinesiología, de fonoaudiología, de terapia ocupacional, para que todo fuera más preciso. Terminó pasando que cada profesional atiende en forma personalizada a sus pacientes. Generalmente es una videollamada por día, un mensaje. Hoy puedo decir que tenemos un centro de rehabilitación virtual”.
Los más activos fueron los chicos. “Los pacientes pediátricos a veces tienen problemas de conducta. Sus papás tenían una vida más o menos armada, y ahora tienen que convivir todo el día con ese paciente dentro de una casa. Es complicado. Se les manda actividades más allá de las que les manda el colegio, que van desde cómo se corta un cartón en forma de zapatilla, para que practiquen como pasar un cordón, y así con un montón de cosas. Se relacionan con el profesional que los atienden todos los días, y en ese rato, el papá puede, entre comillas, descansar, y el nene está tomando su terapia. Y esto es de lunes a lunes sin horario. Te llegan mensajes a las dos de la mañana, y siempre sale alguien del equipo a responder, y si sale alguna situación especial se habla aparte y se le va dando una solución. Todo el equipo se puso la cuarentena al hombro”.
El problema más grande fueron los adultos mayores. “Los gerontes no manejan todas las redes sociales, no todos están preparados. El Centro es un lugar donde ellos se sienten contenidos, hablan con sus pares, hacen su rehabilitación, cuando se van los acompañas al taxi. Cuando comenzó la cuarentena y dejaron de venir al centro, para muchos el único medio de comunicación fue una llamada telefónica. Cuando dejan de vernos empezó un deterioro para muchos de ellos. Tenés gente que debió ser internada porque se fue descompensando. Se generó una situación muy conflictiva”.
El 14 de abril recibieron una noticia que fue un mazazo. Marta Seveso era una paciente del Centro, dice Verónica. “Había tenido un ACV y se venía rehabilitando bien. Pero vivía sola, no tenía familia en el mundo. Y de repente perdimos comunicación con ella. Nos llamaron unas primas lejanas preguntando, les dijimos que la llamábamos y que no respondía. Les pedimos que se comuniquen con la comisaría, algo que nosotros no podemos hacer porque no somos familia. Los hicieron y nos informaron que la habían encontrado caída y que había fallecido. Fue una tristeza enorme para todo el grupo. Era una paciente activa. Tenía 76 años, nos habíamos encariñado. El policía de la esquina de la casa la ayudaba a subir al taxi, la recibimos , y después la ayudabamos a subir acá. Todos siempre solidarios y cuidandola. Está todo bien el aislamiento, pero en salud hay que tener cuidado porque todo se corta por el hilo más finito El primer fallecido de nuestros pacientes fue por soledad y angustia. Andá a saber si alguien le podía ir a comprar algo…”
“La última persona que vio a Marta fuimos nosotros -recuerda-. Ya antes que eso, un día el doctor Roberto Quiñones (su marido, otro de los directores), la llamó y la encontró muy angustiada. Me dijo ‘yo rompo cuarentena, no importa’. Abrimos el centro y la atendimos. Lo mismo pasó con otro paciente que es una persona grande, lo hicimos venir para verlo. La gente tiene que seguir con sus tratamientos crónicos, neurológicos, hay que manejar la medicación. También atendemos chicos, tuvimos que hacer venir a una nena que tiene trastornos de conducta. Es muy difícil trabajar con discapacitados con patologías crónicas en cuarentena”.
La decisión con los adultos mayores fue atenderlos: “Con ellos hicimos un click. Y nos pusimos a disposición. Con todas las medidas de bioseguridad, y con turnos del personal, vamos trabajando, y todo paciente que requiera la atención en el centro, se la damos. Es preferible... no sé si exponernos porque nos cuidamos, pero no queremos pacientes que estén mal, tristes, solos. Padecer un dolor es muy feo, te resta años, y en soledad mucho peor. entonces aliviamos a eso. Y a la familia, porque las familias del paciente con dolor también la pasan mal”.
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