Todo está conectado. Y a pesar de la amenaza del Covid-19 sobre el planeta, la deforestación de bosques no para. En la Amazonia brasileña se registró un 50% de tala en los primeros cuatro meses del año, en comparación con 2019. Esto no sólo empeora el escenario de incendios en los próximos meses, sino que está relacionado con la bajante extraordinaria en el Paraná y de otros ríos que forman la cuenca del Plata.
Así lo afirmó Gustavo Villa Uría, subsecretario de Obras Hidráulicas de la Nación, quien señaló que “la temporada de lluvias está terminando en Brasil y casi no llovió” y que el cambio climático “está cumpliendo un papel dentro de eso”. “La deforestación en Brasil tiene un efecto innegable”, explicó el funcionario a la agencia Reuters. Las selvas como el Amazonas generan lo que se conoce como ríos voladores y la tala o los incendios interrumpen y cambian la dinámica de ese proceso.
“Los árboles, con el proceso de evapotranspiración, emiten vapor de agua en la atmósfera. Multipliquemos cada árbol por los 6,7 millones de km2 de bosque que generan ese vapor de agua, de allí el concepto de ríos volantes o voladores. El fuego o la deforestación rompen esas bombas de agua y expone el suelo directo a la gota de lluvia, que en esa zona son muy abundantes. Se pierde agua, se pierde suelo y se genera un ambiente distinto para las especies. Es una dinámica muy compleja”, explicó a Infobae Manuel Jaramillo, director ejecutivo de Vida Silvestre Argentina y recuerda que el bosque almacena el 10% del carbono del planeta.
“Cuando en una cuenca se altera o se cambia el uso del suelo, se deforesta o se quitan los pastizales naturales y se ponen cultivos agrícolas de alto rendimiento se cambian las condiciones de infiltración de la lluvia, generalmente reduciéndola, promoviendo la escorrentía. Entonces cada vez menos cantidad de agua de la que llega por las precipitaciones al suelo se infiltra y se va reservando y más cantidad de agua llega a los ríos que desaguan rápidamente”, agregó el experto.
El Paraná sufre una bajante récord en 30 años, que no sólo afecta a la navegación y a la actividad económica sino a todo el ecosistema que habita allí. Otro dato alarmante lo dio la Entidad Binacional Yacyretá que indicó que abril “culminará muy próximo a los 7.000 metros cúbicos por segundo, es decir, por debajo del 50% correspondiente a un mes de abril promedio”. Históricamente, de 1971 a 2019 el promedio del caudal para el cuarto mes del año ha sido de 14.400 metros cúbicos por segundo, detalló la compañía hidroeléctrica.
La semana pasada también se sumaron cifras alarmantes para la Amazonia: la deforestación en el primer trimestre de este año fue 51% más alta que en el mismo período del año pasado. “Cuando llegue la estación seca en el Amazonas, estos árboles talados se convertirán en combustible para quemar. Este fue el principal ingrediente de la temporada de incendios de 2019, una historia que puede repetirse en 2020 si no se hace nada para evitarlo”, explicó la investigadora Ane Alencar, directora de Ciencia del IPAM (Instituto de Investigación Ambiental del Amazonas) que lleva el registro de la deforestación en tierras públicas y privadas.
Alencar es la principal autora de una nota técnica que el instituto lanzó hace diez días, la tercera que cubre los incendios en el Amazonas. En este documento, los autores recogen las principales informaciones sobre la temporada de incendios de 2019, que causó asombro en todo el planeta, y señalan los peligros que acechan. Según ese detalle, el número de puntos de calor registrados en la región en 2019 fue un 81% más alto que el promedio entre 2011 y 2018. La mayor variación se produjo en los bosques públicos no designados: 37% más, otro importante indicio de acaparamiento ilegal de tierras.
El informe también destaca que, el año pasado, la sequía por sí sola no explicó el aumento de los incendios, a pesar de lo que el gobierno federal sugirió en su momento, ya que el volumen medio de lluvia fue normal para el período. El elemento agudo fue el aumento de la deforestación: los primeros ocho meses de 2019 mostraron un aumento del 92% en la tasa en comparación con el mismo período en 2018, según datos de Deter. “El Amazonas es un bosque húmedo y no se incendia naturalmente. El fuego tiene un culpable, y la humanidad es responsable”, dice Alencar.
A la deforestación también se suman los efectos del cambio climático, que aumentan la presión sobre el sistema. Inés Camilloni, investigadora del Conicet y autora del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) hace años estudia el fenómeno y sus impactos en la cuenca del Plata: “Las consecuencias de los incendios en el Amazonas son demoledoras en términos ambientales, sociales y climáticos y afectarán al mundo en términos de pérdida de biodiversidad y al clima”, dijo.
“Con los incendios se libera mucho dióxido de carbono (responsable del cambio climático) y se modifica el transporte de humedad que contribuye a formar la lluvia en toda la cuenca del Plata. Los cambios que se pueden generar por la pérdida de superficie boscosa en el Amazonas se podría reflejar en una menor cantidad de lluvias en nuestro país, por ejemplo”, contó en ese momento la experta.
“La humedad que nos llega tiene su origen en el océano Atlántico (en la región norte, cerca del noreste de Brasil), ingresa al continente sudamericano y a esa humedad se le suma vapor que proviene del Amazonas a través del proceso de evapotranspiración del bosque”, explicó la investigadora, para agregar que eso “produciría alteraciones en el clima regional ya que la pérdida del bosque tropical modificará el transporte de humedad a nuestra zona”.
Desmonte en Argentina
En la Argentina, el coronavirus tampoco frena el desmonte. El monitoreo de deforestación en el norte de Argentina que realiza Greenpeace, mediante la comparación de imágenes satelitales, reveló que entre el 15 de marzo y el 15 de abril se desmontaron 6.565 hectáreas, lo que equivale a la pérdida de 211 hectáreas por día.
Las provincias donde la organización ecologista realizó el monitoreo fueron: Santiago del Estero (3.222 hectáreas desmontadas), Salta (1.194 hectáreas desmontadas), Formosa (1.132 hectáreas desmontadas) y Chaco (1.017 hectáreas desmontadas), ya que concentran el 80 por ciento de la deforestación del país.
“En las últimas tres décadas perdimos cerca de 8 millones de hectáreas y somos uno de los 10 países que más destruyen sus bosques. Es irresponsable y hasta suicida que, frente a la crisis sanitaria, climática y de biodiversidad que estamos sufriendo, se siga deforestando. Más desmonte significa más inundaciones, más desalojos de comunidades campesinas e indígenas, más desaparición de especies en peligro de extinción y más enfermedades. Es hora de que, de una vez por todas, paren las topadoras”, advirtió Hernán Giardini, coordinador de la campaña de Bosques de Greenpeace.
La importancia de este ecosistema radica en que allí se pueden encontrar 3.400 especies de plantas, 500 especies de aves, 150 mamíferos, 120 reptiles, 100 anfibios y más de cuatro millones de personas, de las cuales cerca del 8% son indígenas, quienes dependen del bosque para obtener alimentos, agua, maderas y medicamentos.
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