“¿Cómo puede ser que un grupo de pendejas ignorantes que dicen defender a las mujeres ahora estén defendiendo la liberación de violadores y asesinos? A partir de ahora queda terminantemente prohibido decir que defienden a las mujeres, feministas. #ElFeminismoHaMuerto”, dice el tuit que forma parte de una tendencia de una cuenta anónima pero que se identifica con el liberalismo económico a ultranza, tiene como fetiche al ex SuperMinistro de Economía Domingo Cavallo y como bandera la regla de oro del ajuste menemista (1 dólar, 1 peso).
Uno de los efectos del Coronavirus es que devela las miserias anteriores de la sociedad pero, de tal modo, que ya no se pueden ocultar. Cuando las puertas se cierran las medias tintas dejan de tener sentido y los sentidos quedan al descubierto.
El liberalismo real puede gustar o no, pero se trata de la defensa de la libertad. Es raro pensar en libertad de ir y venir, comprar y vender, conseguir trabajo y dejarlo en medio del cierre de fronteras, aviones parados en tierra, despidos masivos y la caída absoluta de un mundo en el que dejar hacer y dejar pasar tiene el límite en un gran barbijo global.
De todos modos, ese mundo incluía la libertad de decidir sobre el propio cuerpo y la libertad económica. Por ejemplo, en Francia, el Presidente Emmanuele Macron tiene como prioridad la lucha contra los femicidios, la diplomacia feminista, defiende el aborto legal contra los grupos anti derechos y, a la vez, enfrentó un largo conflicto que paralizó los trenes y subtes en las fiestas de fin de año por querer hacer una reforma jubilatoria que suspendía beneficios de convenios colectivos de trabajo. La pulseada quedó suspendida por el Covid-19.
La reforma jubilatoria quedó suspendida. Pero más de la mitad de las 110.000 muertes por COVID-19 registradas en Europa eran personas que vivían en geriátricos, según la Organización Mundial de la Salud. La flexibilización laboral no va a necesitar de leyes, sino que se va a imponer por la necesidad de techo y comida con 1.600 millones de trabajadores de la economía informal (casi la mitad de la población activa mundial) en peligro de perder el trabajo, según advierte la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En realidad, a pesar de que el sistema del capitalismo voraz ha fracasado está más fuerte que nunca. No por sus fortalezas, sino por su falta de reemplazo. La lucha contra el Coronavirus no es una guerra, no tiene sentido el lenguaje bélico porque no hay enemigo. Pero sí es una derrota.
A partir de la necesidad de controlar una pandemia el patrullaje en redes sociales y los controles en las calles aumentan (y lo grave no es lo que sucede frente a una emergencia sino lo que se va a instalar como un autoritarismo emergente) en el que además del DNI habrá hasta termómetros para medir la fiebre sin distinguir entre intimidad y razones de fuerza mayor.
Se avizora un autoritarismo masivo y mucho más marcado con menos margen para rebeliones populares. Si hasta da nostalgia ver el video de Ricky Martin y Rene de Calle 13 cuando lograron que renuncie el Gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, cuestionado por la homofobia, el machismo y la falta de sensibilidad social.
El problema no es quedarnos en casa como forma de cuidado sino quedarnos en el molde como una forma de regreso del “no te metas” o el “¿usted sabe dónde está su hijo ahora?”, de la dictadura militar. El confinamiento de casi la mitad de la población global es el sueño de mano de obra (ya no barata, sino regalada o rogante) y con estados de sitio sanitarios.
Las excepciones no son el problema, el problema es que la normalidad se transforme en una excepción permanente.
El mundo al que vamos, en medio de una incertidumbre sin horizontes, marca la llegada de un control social extremo en donde la inmovilización permite que quienes más responsabilidad tienen en el surgimiento de las pandemias (y la posibilidad de rebrotes o futuras enfermedades por desatender la ecología de las enfermedades) son los ganadores de un autoritarismo con cheque en blanco que legitime democracias sin participación social.
Los liderazgos marcados por la prepotencia machista (con una fortaleza más guionada que real y una debilidad azotada por el cementerio sin cajones a la vista de la tragedia del Covid- 19) de Donald Trump (Estados Unidos), Jair Bolsonaro (Brasil) y de Boris Johnson (Reino Unido) no son (y no es raro) los de gestión provincial, estatal o municipal.
En cambio, la figura de la canciller alemana Ángela Merkel crece porque no aceptó bajar la inversión en salud que le pedían quienes decían que el Estado gastaba en exceso en hospitales.
¿Por qué el feminismo no ha muerto pero sí se convierte en enemigo de quienes quieren menos Estado y más que “no se salve quien no pueda”?
Ahora no hay guerra fría. Pero, en otros tiempos, Rocky tenía un contrincante del otro lado del ring. Ahora hay K.O. al sistema político, social, económico y sanitario. Pero el vencido se levanta y se convierte en vencedor por falta de un contrincante mejor.
Ya no hay ni muros, ni modelos políticos alternativos, no solo mejores, mejorables o peores, sino alternativos. En ese sentido, los feminismos, la diversidad sexual y la imprescindible alianza con un ambientalismo con perspectiva social (y no puramente funcional o elitista) es imprescindible. Pero además es la única opción a la apatía.
El capitalismo ganador no es el salvaje (ojalá fuera salvaje) sino autodestructivo. Está en terapia intensiva y, sin embargo, se muestra prepotente. A pesar de estar en su peor momento está más fuerte que nunca. Tanto que no se asoma ni la rendija de la caridad, la beneficencia, la compasión, la propina o el derrame.
¿Por qué fracasó? Porque la voracidad de la deforestación, la contaminación, los incendios, los ataques a la biodiversidad y el tráfico de animales son los responsables de hacer saltar enfermedades de animales (que en su hábitat natural, sin desmontes, ni incendios, sin ser vendidos ni expulsados de sus territorios, no representan un peligro). No necesitamos a Batman, ni el problema son los murciélagos, sino que hoy todos los hogares son la cárcel de un mundo devastado.
El sistema económico mundial ya casi no pone curitas y lo mejor que nos queda son los sistemas en donde las curitas (los barbijos, respiradores, unidades coronarias intensivas) funcionan mejor. Ya no queremos cambiar el mundo, apenas poder seguir respirando sin ahogarnos y taparnos la boca como una forma de preservación. Lo que nunca quisimos es ahora lo único que podemos.
En Argentina, en consonancia con un fenómeno global y latinoamericano, el feminismo es atacado, no de forma espontánea, ni con argumentos sólidos, ni como excepción, sino como obsesión de un bloque ultra liberal en lo económico y ultra conservador en lo sexual.
¿Por qué esa obsesión de la derecha extrema con el feminismo?
No es por lo que el feminismo dice, sino por lo que despierta. No es por lo que hace, sino por lo que amenaza. No es personal, sino político. No es por sus errores, sino por sus fortalezas. No es por lo que falta, sino por lo que se ha logrado. No es por las equivocaciones, sino por dónde ha metido el dedo en la llaga.
El feminismo no está muerto, sino vivito y cuestionando.
El feminismo no está muerto. Pero lo quieren matar porque, en un escenario de encierro, siesta social, letargo sin recreo, productividad sin placer, cuerpos sin contacto, crisis sin rebelión, es la mayor puerta abierta a cuestionarlo todo.
La gran victoria del feminismo no es lo que logra, sino lo que mantiene despierto: las ganas de cambiarlo todo.
Mientras que los sectores anti derechos quieren retroceder como si la máquina del tiempo llevara a una panacea que nadie recuerda el feminismo pretende un futuro mejor. La pulseada hoy es por el tiempo: entre lo que ya se conoce y lo que se puede conocer.
En un momento social en el que la nostalgia prevalece y todo lo que pasó fue mejor que las promesas de una libertad en módicas cuotas, imponer un imaginario conservador tiene una ventaja que los pasadistas (reivindicadores del pasado) no desaprovechan: el presente se vive en la añoranza.
Hoy son más potentes los recuerdos que las esperanzas. Y la utopía es una palabra enterrada en un mundo donde nos han quitado hasta los entierros mojados con lágrimas.
Por eso, combatir al feminismo es una estrategia y contestar que el feminismo no está muerto es una trampa. Pero a veces hay que salir de las trampas para seguir camino.
El feminismo no está muerto. Están muertas las mujeres.
Desde que empezó la cuarentena hubo, al menos, 32 femicidios, según el monitoreo de noticias publicadas en los medios desde el 20 de marzo al 26 de abril, del Observatorio de las Violencias de Género “Ahora Que Sí Nos Ven”. El 72 por ciento de los femicidios ocurrió en la vivienda de la víctima y el 64 por ciento de los asesinatos a mujeres por ser mujeres fue gatillado –con pistolas, golpes, cuchillos o fuego- por sus parejas o ex parejas.
En el aislamiento obligatorio disminuyeron el resto de los delitos, salvo los femicidios. Por ejemplo, bajaron un 60 por ciento los robos. El confinamiento pone en peligro a las mujeres, trans, niñas, niños y adolescentes porque el lugar donde el conservadurismo generó la ilusión de protección es el paradigma de la inseguridad íntima.
El feminismo cuestiona los valores tradicionales de tradición, familia y propiedad. Y pone en jaque el patriarcado porque los progenitores, abuelos, padrinos, tíos son abusadores con poder de estar donde nadie más puede entrar: la pieza. Y de amedrentar con el miedo a romper la familiar, a hacer daño, a dejar solas, a culpabilizar con la ruptura de lazos familiares y de protección económica.
Las denuncias de los abusos sexuales pusieron en jaque la idea básica del patriarcado: que cualquier padre es mejor a que no haya padre. La paternidad tiene límites, se puede construir, deconstruir, equivocar, discutir. Por eso, la revolución de las hijas pelea y quiere a padres con los que las chicas puedan debatir, compartir y vivir. Pero es firme en nunca, jamás, permitir la violencia y el abuso.
Los sectores conservadores defienden una paternidad impune y generaron mecanismos sistemáticos de defensa de abusadores, de querella a las madres que denuncian a los abusadores de sus hijas, de juicios a las psicólogas que peritan para respaldar la palabra de las niñas y de las periodistas que nos animamos –incluso con fallos judiciales que avalaban que los atropellos de niñas continúen con la revinculación de violadores y violadas- a poner escudos de palabras para que las violaciones no se perpetúen.
En este contexto, los sectores conservadores nunca van a ser quienes protejan a las mujeres. No acusan al feminismo (una entelequia) de estar muerto porque les importe la vida, sino porque velan por la impunidad de quienes quieren seguir abusando como forma de poder frente a cuerpos sometidos en la intimidad y en la vía pública. Por eso, el ataque es durante una cuarentena en donde el silenciamiento es tan hostil como el encierro que durante siglos calló a las mujeres. Y silenció las violencias.
Por supuesto, que la crisis sanitaria desatada por el Covid -19 nunca justifica la excarcelación de femicidas, violadores y abusadores sexuales. Tampoco aunque sean grupo de riesgo, ni aunque sean mayores de 65 años. En principio, por la gravedad de los delitos, pero además por la peligrosidad de sus posibles acciones.
Desde una justicia sin perspectiva de género se intenta justificar una liberación de presos sin medir la diferencia con los delitos de odio a mujeres y personas trans o se pide que el feminismo solucione una bomba que –igual que el capitalismo- ya fracasó (el colapso del sistema carcelario) pero que no tiene reemplazo sin subir los riesgos de las víctimas. No en nuestro nombre.
Desde la derecha extrema se intenta usar consignas feministas para llamar a un cacerolazo desestabilizante de políticas sanitarias que muestran a la Argentina como un país de avanzada en el mundo y en la región frente a una pandemia. Y no proponer medidas alternativas para que las cárceles no sean un infierno o para que las madres que fueron presas por delitos menores puedan quedar expuestas a contagios masivos sin contención sanitaria. No en nuestro nombre.
Los feminismos no tienen todas las repuestas. No hay soluciones para todos los problemas que toda la sociedad todavía no puede resolver. No hay alternativas para las penas privativas de la libertad en todos los casos. Y si hay que usar otras alternativas tecnológicas –como los botones anti pánico- que todavía son pocos, funcionan mal, no son monitoreados correctamente y las tobilleras electrónicas para los agresores (que se usaron en un programa en la localidad bonaerense de San Martín), pero que apenas son una muestra gratis sin que su reparto sea masivo frente a un escenario de terror en donde las urgencias no pueden esperar.
Hay que pensar en usar multas para acosadores sexuales (como se hace en Francia) porque los límites tienen que estar y hay que hacer talleres de prevención para varones con signos de violencia que hayan cometidos delitos que tienen o podrían tener una pena menor a tres años como propone el esquema del Proyecto Barcelona. Se pueden debatir proyectos. Pero no se puede tardar más en actuar para que los femicidios y abusos continúen. Y cuando no hay otra alternativa hay que salvar a las víctimas y no exponerlas a más peligros.
El 20 por ciento de los femicidas se quita la vida después de matar a la mujer que busca asesinar o lastimar, según las cifras de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Solo es equiparable con el terrorismo un delito en el que los asesinos son capaces de quitarse la vida o inmolarse con tal de dañar. Por eso, tiene una peligrosidad basada en el odio de género que es más alta que los otros delitos. Y por eso, el Estado debe preservar la vida con más herramientas basadas en sus propias estadísticas de la capacidad de daño de los asesinos y que, ni siquiera, su autopreservación los hace frenar.
El feminismo no va a resolver la violencia estructural hacia las mujeres y la comunidad LGTTB solo con punitivismo. Ni puede prescindir de las penas cuando se corre peligro. No se puede exigir que se invente un mundo nuevo a quienes queremos sobrevivir en este mundo. Ni se pueden usar las consignas feministas para querer regresar al mundo del que nos queremos escapar.
El feminismo no es una exigencia, sino una liberación. No es una galera con soluciones, ni un escudo para justificar a los verdugos que jamás se conmueven con la muerte y el abuso.
No se puede justificar la liberación de femicidas y abusadores sexuales. Ni usar las consignas feministas para acusar al gobierno de la liberación de violadores y femicidas. El Poder Ejecutivo no dio esa orden y la responsabilidad del Poder Judicial es clara, o es una distorsión con otros fines desestabilizadores. No es legítimo usar la pelea contra los femicidios y los abusos sexuales para un cacerolazo con cifras falsas y casos salidos de un guiso de fake news, anti derechos y conservadores, en nombre de las vidas y cuerpos que nunca les importaron.
Ni se puede silenciar si abusadores –como el cura Julio César Grassi- intentan pedir prisión domiciliaria o asesinos de adolescentes (como los policías condenados por el asesinato de Natalia Melmann en Miramar) intentan lograr impunidad por una crisis sanitaria real. Las feministas no estamos muertas. Ni nos vamos a dejar matar.
En la Argentina hay 215 fallecidos/as por Coronavirus y en Brasil 5.513. La diferencia es clara. En la Argentina falta mucho, hay errores, hay costos, hay muertos, hay crisis económica y hay fallas. Pero se intenta preservar la vida.
En Brasil hay autoritarismo, desidia, una falsa idea de la fortaleza y la revelación que un gobierno que dice que las violaciones se producen porque las niñas se pasean sin bombacha y decomisan los besos gay en una feria del libro hoy es indiferente ante la muerte.
En Brasil murieron 25,64 veces más personas que en Argentina. No es una casualidad, ni falta de recursos. Es un signo de los tiempos. Los conservadores no son pro vida, sino anti vida y esa política requiere de la concentración del dinero y generar miedo para apagar la respuesta popular.
El Presidente Jair Bolsonaro designó al pastor presbiteriano André de Almeida Mendonça, en reemplazo del ex juez Sergio Moro (que fue quien llevó al ex Presidente Lula Da Silva a prisión) por denunciar que Bolsonaro usaba su influencia para proteger denuncias contra sus hijos: el diputado federal Eduardo (que se burló en Twitter de Estanislao Fernández por su libertad sexual y se mostró orgulloso de portar armas de modo amenazante), el senador Flávio y el concejal de Río de Janeiro Carlos.
Almeida Mendonça fue puesto en el cargo por pedido de la bancada evangélica que representa el avance político de los sectores anti derechos en Brasil y en América Latina. En Argentina esos sectores tienen también un esbozo de representación política expresada por la diputada Amalia Granata. Ella tuiteó: “Quisieron legalizar la muerte y la muerte vino a visitarlos… El virus afecta a niños y tuvieron que suspender la ley de asesinato seguro y gratuito. ¿Casualidad?”.
El feminismo no está muerto. Pero las víctimas de femicidio durante la pandemia y los muertos por el Coronavirus cuyas muertes eran evitables sí. Por eso, el desafío es que la cuarentena no nos encierre en disputas que no tienen sentido, sino en seguir peleando por cambiar el sentido de la desigualdad y frenar los abusos y las muertes.
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