Si previo a la revolución industrial se trabajaba de sol a sol para el sustento, con el éxodo a las ciudades y sus fábricas de producción a gran escala, los trabajadores debieron hacerlo al ritmo frenético de las máquinas en espacios cerrados, sofocantes y sin ventilación.
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A mediados del siglo XVIII se iniciaba el mundo moderno, gracias a la invención de la máquina a vapor en Gran Bretaña que aceleró los procesos e incrementó al producción. Sin embargo el progreso no había llegado para mejorar la vida de los trabajadores, las jornadas laborales eran extenuantes, con turnos que superaban las 12 horas, tareas perjudiciales para la salud y sueldos paupérrimos. Sobre estas insoportables condiciones de vida, tiempo después, Charles Chaplin dejó una obra inolvidable, llamada Tiempos modernos, una joya del cine mudo, donde criticó -haciendo uso del humor- el trabajo en cadena, el nuevo modo de organización laboral donde nacían los trabajadores especializados, de tareas repetitivas, que debían sostener el ritmo impuesto por las máquinas. Y por quienes las dirigían.
Los empleados en los Estados Unidos debían cumplir extenuantes jornadas de 12, 16 y hasta 18 horas. La única limitación que existía en algunos Estados era la prohibición de que una persona trabajara 18 horas seguidas sin una causa justificada. La multa por obligar al empleado a esa jornada era de 25 dólares.
Frente a la explotación laboral, durante el siglo XIX los trabajadores comenzaron a organizarse para reclamar por un trabajo digno. Comenzaron a pedir mejoras de las condiciones y tuvieron lugar las primeras huelgas y manifestaciones, que eran rápidamente sofocadas. Ante el descontento de esa nueva masa obrera asalariada, el gobierno de Estados Unidos decretó en 1868 que el turno máximo laboral debía ser de 8 horas, así podrían dedicar 8 horas al trabajo, 8 horas a dormir y 8 para la recreación. No obstante, algunos empresarios no hicieron caso a la nueva ley. El acatamiento no fue inmediato y generó mucha resistencia.
Esta ley, llamada Ingersoll, fue firmada por el presidente estadounidense Andrew Johnson, tras décadas de reclamos de los trabajadores, con cláusulas que permitían que esas horas se extendieran.
El antes y después
El Día Internacional del Trabajador conmemora el 1º de mayo de 1886, fecha que marcó un antes y un después en la historia del movimiento obrero organizado. Aquel día comenzó una huelga en reclamo de la jornada de 8 horas que se extendió hasta el 4 de ese mes, cuando se produjo la Revuelta de Haymarket.
Ese 1 de mayo de 1886 en Chicago, miles de trabajadores salieron a las calles y se enfrentaron con la policía. La huelga iniciada en el epicentro industrial del país, se terminó expandiendo al resto del país. Los obreros de las fábricas exigían a los empresarios que se cumpliera la jornada de ocho horas.
Comenzaron manifestándose unos 80.000 trabajadores. Y la cifra aumentó cuando casi medio millón de obreros se unió al paro en 5000 huelgas en todo el país. Las movilizaciones no cesaron durante los días 2 y 3 de mayo.
Tras varios episodios de represión policial contra los huelguistas, donde incluso hubo muertos, se convocó a una manifestación en Haymarket Square, el 4 de mayo. Los manifestantes habían conseguido un permiso del alcalde Carter Harrison para celebrar un acto en esa plaza, quien estuvo allí presente para ofrecer seguridad. Mientras el pastor metodista socialista y anarquista Samuel Fielden daba un discurso, una persona escondida entre la multitud, que nunca fue identificada arrojó una bomba incendiaria contra las fuerzas policiales que mató a 6 efectivos e hirió a otros 60 uniformados. Por lo que las fuerzas de seguridad abrieron fuego de manera indiscriminada, dejando un saldo de 38 obreros muertos y 115 heridos. Aquella jornada pasó a la historia como la “Revuelta (o Masacre) de Haymarket”.
Por los graves acontecimientos, los líderes fueron inmediatamente detenidos. De 31 acusados por el hecho, el 21 de junio de 1886 fueron condenados ocho, quienes serían conocidos como los mártires de Haymarket: Samuel Fielden y Michael Schwab (estadounidense, 36 años, vendedor) recibieron cadena perpetua, a Oscar Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor) le dieron 15 años de trabajos forzados y George Engel (alemán, 50 años, tipógrafo), Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista), August Spies (alemán, 31 años, periodista), Louis Lingg (alemán, 22 años, carpintero)y Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista) fueron condenados a la pena capital. Parson no había estado en el lugar de los hechos pero se entregó para estar con sus compañeros. Lingg no llegó a la horca. Se suicidó en su celda, un día antes de la ejecución, un 10 de noviembre de 1886. El proceso estuvo plagado de irregularidades y no se respetaron las garantías de los acusados. La culpabilidad de los condenados nunca fue realmente probada.
Luego de recibir la condena, los anarquistas tomaron la palabra.
August Spiess dijo: “La voz que van a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”.
“Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno... pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida”. Adolph Fischer.
“No, no es por un crimen por lo que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!”. Louis Lingg
El 11 de noviembre de 1887, día en que los anarquistas fueron a la hora, un desfile fúnebre de unas 25 mil personas llenó las calles de Chicago para rendirles homenaje.
Un año más tarde, en Illinois, se reconoció que el juicio no había respetado el derecho de los acusados. El 26 de junio de 1893, el gobernador de Illinois, John Peter Altgeld, indultó a los tres condenados que no habían sido ejecutados (Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michel Schwab) y consideró que las condenas y ejecuciones fueron el resultado de la “histeria, jurados empaquetados y un juez parcial”.
También alegó que “nunca se descubrió quién había tirado la bomba que mató al policía y la evidencia no muestra ninguna conexión entre los acusados y el hombre que la tiró”. Además, responsabilizó al gobierno de Chicago por permitir que la agencia de seguridad Pinkerton utilizara sistemáticamente armas de fuego para reprimir las huelgas.
Fue en París en 1889, durante un congreso de la Segunda Internacional (asociación de partidos socialistas, laboristas y anarquistas de todo el mundo), que se estableció el 1 de Mayo como Día del Trabajador para conmemorar a los Mártires de Haymarket.
Sin embargo, en los Estados Unidos y en Canadá celebran el Labor Day (Día del Trabajo) el primer lunes de septiembre. El origen fue un desfile realizado el 5 de septiembre de 1882, en Nueva York, organizado por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo. La celebración nunca cambió al 1° de mayo porque el presidente norteamericano Grover Cleveland temió que el día festivo reforzara el movimiento socialista en los Estados Unidos.
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