Rossana Di Fabbio (47) responde al llamado de Infobae en la tarde del viernes, mientras la lluvia que enlutó el cielo de Buenos Aires apenas se calmaba. Del otro lado del teléfono se escuchaban voces y risas. “Son las chicas”, avisa mientras busca un espacio en silencio para poder hablar. Al retomar la conversación pregunta: “¿Qué día es hoy?”, en un intento de sacar cuenta de los días exactos en los que viven allí.
“Desde hace unos 45, 40 días, aproximadamente, con parte del equipo nos mudamos para estar con los abuelos y poder cuidarlos”, afirma sobre la decisión que tomó de vivir en la Clínica Geriátrica San José de Don Torcuato, partido de Tigre, y admite que su decisión estuvo basada en el temor por lo que a fines de febrero sucedía en Europa y que comenzó a preocuparla.
La primera medida de Rossana —aconsejada por los años de experiencia al lado de Bruno Di Fabbio (81), su padre, médico gerontólogo y fundador del lugar en 1972— fue cancelar las visitas de los familiares y el ingreso y egreso de las personas que cada día llegaban para distintas tareas habituales como las administrativas y reparto de mercadería, entre otras.
Admirado por esa anticipación, Ignacio, su marido, admitió a Infobae: “Realmente, ¡se la vio venir! Fue una visionaria de lo que podría pasar e hizo lo que sabía que debía hacer pese a que le dijeron que aislar a los abuelos era exagerado. Pero lo hizo y cuando tomó la decisión, no dudé en acompañarla”, asume el abogado con 30 años de experiencia que, al saber que su rubro estaba frenado, armó un bolso y hoy es parte del equipo que cuida a los 48 adultos mayores.
Aislamiento preventivo antes del decreto presidencial, una decisión fundada en la experiencia y el amor: la historia de Rossana Di Fabbio
¿Por qué la directora de la clínica geriátrica, farmacéutica de profesión, decidió instalarse en el lugar desde hace más de 40 días? Tantos más que ya perdió la cuenta. No fue solo la vocación. Fue una mezcla de mucha experiencia, intuición y, sobre todo, amor a quienes viven allí.
“Tengo 47 años y mi papá, inmigrante italiano, fundó esta clínica hace 48 años. Cuando se casó con mi mamá, en lugar de irse de luna de miel, le propuso comprar este lugar porque tener un geriátrico era el sueño de su vida y lo levantó con mucho esfuerzo junto a ella, que venía del mundo del arte. Cuando nací vivimos en la casa de al lado porque papá estaba a disposición las 24 horas y cuando venían a trabajar, me traían. Crecí entre los abuelos. En realidad, para mi, todas las abuelas que me cuidaban todos los días, que me mimaban eran ‘mis’ abuelas y abuelos. Aquí crecí y este lugar también es mi vida", resume emocionada Rossana, que estudió Farmacología y trabajó siempre al lado de su padre.
“Cuando me recibí me despegué un poco de este trabajo y seguí con mi carrera aunque siempre seguía cerca de la clínica, pero hace 20 años, mi papá me pidió que me empezara a meterme un poco más porque tanto él como mi madre estaban con ganas de venderla. Lo hice sin saber bien para qué lo hacía, si para vender o para quedarme. La refresqué un poco, la institucionalicé porque ellos no tenían ni una computadora. ¡Imaginate 20 años atrás!”, revela entre sonrisas por el recuerdo.
La contención y el afecto son fundamentales a la hora del cuidado de los adultos mayores. “Ser reconocidos como un lugar cálido y amoroso para que los abuelos vivan aquí es un orgullo y el mérito es de mis padres por hacerlo así desde siempre y enseñármelo”, dice Rossana Di Fabbio.
Cinco años después de aquel pedido sus padres se retiraron definitivamente y ella asumió la responsabilidad por completo y “mis padres comenzaron a mirar desde afuera con la alegría, no solo porque no la vendí sino porque la refresqué y le di otra vida. Este un trabajo hermoso, pero con una energía muy especial porque aunque se le ponga todo el amor, sabemos que recibimos a personas que vienen a pasar aquí sus últimos días, las familias vienen llorando, con culpa y miedo", agrega y deja escapar un suspiro.
Rossana asume con dolor que los geriátricos están mal vistos socialmente, sobre todo en estos días en los que en, al menos, tres de la Ciudad de Buenos Aires hubo adultos mayores contagiados de COVID-19 y ya hubo una pérdida fatal. “De entrada, la gente viene y con su mirada dice: ‘sé que vas a tratar mal a mi mamá!’... Esa es la imagen que estos lugares tienen quieras o no”, lamenta y reconoce que “por suerte quienes dejan a sus familiares acá luego se enamoran de este lugar aunque en lo edilicio no sea nuevo ni lujoso, pero aquí hay otra cosa y es amor por lo que se hace”, resume.
Tras esa reflexión, destaca la condición humana del equipo que formó durante estos años y al referirse a las enfermeras y especialistas que trabajan en la clínica las nombra como “mis chicas”.
“Las condiciones primarias para trabajar tienen que ver con la empatía y sentir este trabajo desde las entrañas. Quienes vienen tienen que estar dispuestas a dar amor más allá de demostrar lo capacitada que esté porque en la geriatría se trata con un grupo tan vulnerable, donde hay abuelos que si no los tapan no se tapan porque no pueden hacerlo, que hay que cambiarles los pañales y bañarlos porque solos no pueden... No puedo tener trabajando a una persona que desde el corazón no entienda que ese ser depende de ella. Acá no es solo mimarlos sino hasta cumplirles los caprichos, como con una comida”, explica sobre ese “además” que busca en quienes integran su equipo y destaca el compromiso de quienes hace más de 40 días —aunque lo piensa no pude definir la fecha exacta en que se plantó allí— acompañan el aislamiento y se dedican constantemente a mantener las condiciones de higiene habituales y las excepcionales por la pandemia.
En referencia a ello dice que “desde antes de que se establecieran los protocolos sanitarios como el lavado de manos o la utilización de alcohol en gel, acá lo hacíamos, pero no ponerse alcohol en gel sólo en las manos sino que les dije a las chicas que se lo debían poner en los brazos y el cuello porque, por ejemplo, cuando hay que ayudar a un abuelo a levantarse de la cama o de la silla, te pone las manitos en el cuello para sujetarse y te tocan la cara con afecto constantemente o te agarran si tiene miedo... Entonces hay cosas que ni en los protocolos establecidos lo dicen y que si no sabés qué pasa adentro de un geriátrico ni cómo se trabaja no lo hacés, por muy dueño que seas. Acá todos me conocen, las familias también porque siempre estoy”.
Cómo viven la cuarenta en la clínica geriátrica
El reloj marca las 16:00 mientras unas pocas gotas vuelven caer. Rossana confiesa que está en pie desde las 5 de la mañana y que desde hace semanas descansa poco. “Con las chicas nos turnamos para dormir una hora y media durante el día y así poder seguir con todo”, dice.
“Hay mucho por hacer y no somos muchas, por eso nos levantamos temprano para turnarnos en las tareas", aclara porqué suena a esa hora su despertador, y cuenta cómo es el esquema de trabajo diario: "Lo primero que hago es preparar los medicamentos, lo que habitualmente lo hace la persona de farmacia, pero no está viniendo... Hay que preparar los ayunos, desayunos, almuerzos, meriendas y cenas. Se prepara todo lo del día. Mientras yo hago eso, las chicas de limpieza se ocupan de pasar la lavandina y limpiar todo antes de levantar a los abuelos. Otra de las chicas los levanta a las 6:00, los baña y luego hay que llevarlos al comedor y adaptarlos para desayunar. Hay personal de limpieza, de lavadero y de cocina”, explica cómo es un poco de la dinámica cotidiana.
“Pese a que cada una tiene su tarea específica, todas hacen todo en cuanto a lo cotidiano de la convivencia”, explica Ignacio, quien ayuda a Rossana con el preparado de la medicación o atiende el llamado de algunas de las señoras que quiere conversar con él porque, si bien lo conocían por acompañar a su mujer algunos fines de semana previos al aislamiento, no habían intercambiado tanto como en estos días. “Saben que soy abogado y siempre me hacen preguntas. La verdad es que aquí estoy viviendo experiencia asombrosas”, admite con emoción.
En ese mismo tono, el hombre de las leyes reconoce cuánto admira el trabajo que ahora conoce de cerca. "Rossana es la primera que se levanta y la última en acostarse y durante todo el día está al servicio de los abuelos. ¡Es increíble! Todo el equipo lo es y me emociona también ver cómo las abuelitas quieren ayudar con lo que pueden, lavando una taza, por ejemplo, ayudando en la cocina. De alguna manera ellas quieren colaborar porque agradecen mucho lo que hacen por ellos”.
Cuando se le pregunta por qué decició sumarse a un mundo desconocido y tan diferente al suyo, asume con orgullo: “Yo decidí acompañarla porque me di cuenta del compromiso y el corazón que tiene con esto. ¡Esto es su vida, no su trabajo!".
Con ese mismo orgullo, Rossana cuenta que su hermana Romina también se unió al cuidado de los adultos mayores y que se lució para Pascuas. “Como no teníamos huevos de Pascua, hizo gallinas de chocolate, pero enormes y se compartieron una en cada mesa. Les encantaron porque lo comieron luego del almuerzo. La pasaron muy bien ese día”, recuerda sobre esa jornada especial en la que dieron contención a las personas que, por primera vez en años, no celebraron esa fecha con sus familiares.
Si bien, los llamados telefónicos siempre estuvieron para ellos, en estas semanas, las enfermeras y las chicas que los cuidan los ayudan a hacer videollamadas o videos para enviar a sus familiares y que, de esa manera, puedan saber que están bien.
El equipo de adentro está poniendo todo de sí para acompañar a los mayores, pero también lo hacen el “equipo de soporte" que está afuera. Entre ellos, la madre de Rossana y Romina, quien fue la primera anfitriona en esa casa, y que cuida a sus nietos. También asisten los empleados administrativos del geriátrico que tienen a cargo las compras y trámites.
Falta poco para que las “abuelas” —inevitable manera de llamarlas para quienes disfrutamos muy poco de la propia— comiencen su momento de rezo. Pedirán por su salud, por la de sus pares que están peleando por sus vidas en otros lugares, por la salud de quienes están internados por cualquier dolencia, para que sus familiares estén bien y para que Dios cuide a esos ángeles terrenales que dejaron todo por ellos.
“Pese a que estamos muy, pero muy cansados, disfrutamos de lo que estamos haciendo y seguiremos acá el tiempo que sea necesario”, termina Ignacio, quien luego compartirá fotos y videos para conocer las caras del otro lado.
“Nosotros no vemos esto como un trabajo sino como una posibilidad de dar amor y la verdad es que la pasamos bien porque ya son casi 45 días de mucho trabajo, sí, pero también de muchas risas y de crear vínculo inquebrantable entre nosotros, con los abuelos y sus familias”, finalizó Rossana.
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