El lazareto de la isla Martín García: Sarmiento lo pensó para cuarentenas y Rubén Darío se alojó para salir del alcoholismo

Funcionó durante 40 años y fue paso obligado de los inmigrantes que llegaban con alguna enfermedad. También se usó durante las epidemias de cólera y de fiebre amarilla que azotaron Buenos Aires en el Siglo 19. El lugar albergó al poeta Rubén Darío, a quien llevaron para alejarlo de sus adicciones

Casa de los médicos, donde vivieron los directores del lazareto.

Lo primero que Rubén Darío vio de la isla Martín García, desde la cubierta del vapor Jenner, fueron las siluetas recortadas de los edificios del lazareto pintadas de blanco. Era fines de abril de 1895 y el médico encargado del lugar, Prudencio Paz, llevaba a su amigo nicaragüense unos días para alejarlo del alcohol y de la juerga sin fin en la que se había sumido el escritor en la ciudad de Buenos Aires.

Lo del lazareto había sido una idea del presidente Domingo Faustino Sarmiento, que sirviese para cuarentenas, tanto para epidemias como para los inmigrantes que llegaban,muchos hacinados y débiles, y que estaban sospechados de tener alguna enfermedad. Comenzó a funcionar en 1876.

La isla, de 1,84 kilómetros cuadrados, había sido descubierta por Juan Díaz de Solís. Allí desembarcaron los sesenta hombres de su expedición y allí enterraron al despensero de la expedición, Martín García. De ahí el nombre del lugar.

Sarmiento eligió Martín García como su “Argirópolis” -Ciudad del Plata-, la que una vez soñó para ser la capital de los Estados Unidos del Sur, conformados por la Confederación Argentina, Uruguay y Paraguay.

Fue el presidente Julio A. Roca quien en 1884 creó la Junta Central de Lazaretos, que terminaría dependiendo de la Dirección Nacional de Higiene.

El vapor Jenner demoraba una hora y media transitar los 46 kilómetros desde el puerto porteño por el canal sur hasta la isla. Pasaba junto al lazareto flotante llamado Rodolfo del Viso, una tétrica mole pintada de negro, que llevaba el nombre del médico, que había muerto víctima de la fiebre amarilla en Río de Janeiro.

El poeta Rubén Darío, quien pasó casi un mes en la isla Martín García.

El lazareto por dentro

Su nombre genérico proviene de San Lázaro, el patrono de los enfermos y leprosos. Hubo varios lugares así en Buenos Aires; uno de ellos, el San Roque, se transformaría en el Hospital Ramos Mejía.

El de Martín García era una construcción que constaba de tres pabellones para los pasajeros de primera clase. Cada uno poseía 28 piezas para dos personas. Dos cocinas se ocupaban de alimentarlos. Luego, había ocho pabellones para tercera clase, cada uno con 472 cuchetas, que tenían un colchón, una frazada y una almohada. Había tres cocinas afectadas a este sector. Los hombres y las mujeres permanecían separados.

Una casa que era ocupada por los médicos y por los encargados del lazareto. Entre ellos, se recuerda a Luis Agote, que llevó el proyecto de suministrar de electricidad al lugar. Estuvo de 1895 a 1899 cuando fue a trabajar al Hospital Rawson. También dirigió el lugar un joven Salvador Mazza, quien se hizo cargo del lugar apenas recibido de médico. Agote pasaría a la historia como el descubridor del método para evitar la coagulación de la sangre y el segundo por dedicarse al estudio e investigación del Mal de Chagas.

Mucha carne, poca verdura

La alimentación era a base de carne, con pocas verduras y legumbres. El desayuno era café; por la mañana se servía caldo y puchero y por la tarde, sopa y guiso. A cada internado, se le daba medio kilo de galleta y medio litro de vino por día.

Los inmigrantes desembarcaban en el precario muelle de la isla. Los llevaban a una estación de desinfección, donde dejaban sus equipajes, para ser tratados al día siguiente. La desinfección se realizaba con bicloruro de mercurio, en una proporción uno al mil y también se usaban para las pertenencias estufas Geneste Hersher, que eran grandes generadores de vapor que poseían una cámara de desinfección.

Luego, se separaban los hombres y las mujeres, y se les repartía ropa de cama. Al día siguiente, podían lavar sus ropas y, cuando la cuarentena se extendía, por la noche las autoridades permitían algo de distención, esto es, dos horas de baile.

La chimenea del crematorio, uno de los últimos vestigios que quedan del lazareto.

El crematorio

El complejo constaba de un horno, donde cremaban a las víctimas de enfermedades. Cuentan que cuando lo terminaron de construir, lo probaron con una vaquillona. Darío, en las notas que escribió para el diario La Nación, con el título de “Cartas del lazareto”-compiladas por Pedro Luis Barcia- describió que una cremación duraba cerca de una hora y media. Al día siguiente, se recogían las cenizas, se las trituraban y se las colocaban en una pequeña caja de zinc, que era depositada en una estantería en la oficina de Intendencia. Cada una de ellas tenía el nombre del fallecido, y un resumen de su historia clínica.

La Marcha Triunfal

Rubén Darío mataba el tiempo junto a su amigo Plaza disparando con fusiles Máuser. También leían El Quijote y recorrían la isla. En esos días en que estuvo desconectado del mundo, compartió la cuarentena con un contingente de ingleses, tuvo tiempo de un idilio con Betina, una chica que atendía un negocio del lugar y vio, de lejos, por decisión propia, la autopsia que se le realizó a un hindú.

Por ese tiempo, Darío era cónsul honorario de Colombia, pero era escaso el trabajo que tenía, ya que en Buenos Aires casi no había colombianos. Había llegado al país a mediados de agosto de 1893, era un poeta reconocido y se metió de lleno en la vida cultural porteña. Acá fundó la Revista de América con su amigo Ricardo Jaimes Freyre y fue activo colaborador en los diarios La Nación y La Prensa.

Parte del manuscrito de la Marcha Triunfal.

Fue en la isla que el poeta escribió, de un tirón, “La Marcha Triunfal”. Lo hizo en la noche del 23 de mayo de 1895 urgido porque el barco que transportaba el correo pasaba el 24 a la madrugada, y le habían pedido el poema para ser leído en el Ateneo Buenos Aires, en el marco de las celebraciones del 25 de Mayo.

El lazareto se cerró en 1915. De sus instalaciones, queda la vieja chimenea del crematorio. Entre sus últimos huéspedes se contaron los tripulantes del crucero alemán “Cap. Trafalgar”, un barco de lujo que cuando comenzó la Primera Guerra Mundial fue afectado a la marina alemana. El asunto no terminó bien. Ocho de ellos quisieron escapar a nado a las costas uruguayas, y dos se ahogaron. Uno de ellos, el fogonero Karl Krogh, está enterrado en la isla, en ese misterioso camposanto de inexplicables cruces torcidas.

Darío, quien dejaría el país en 1898 para dirigirse a España, consideraba a la Argentina su “patria espiritual”. Fue alguien a quien le gustaba pasear por la naturaleza de Martín García, practicar puntería y hacer lo que mejor sabía hacer: ser poeta.

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